Cerca de la carnicería
de mi barrio, todos los días se ponía un viejo turnio, de nariz
larga, flaco como perro apeleado, a menearse y darse vueltas con un
cigarro en la boca. Yo no tenía más de catorce años en ese
entonces, cuando vivía con mis abuelos en el distrito periférico,
que quedaba a pocos kilómetros de la capital. Era un villorrio de lo
más sencillo. Casas espaciosas, antiguas, construidas en concreto,
más un par de plazuelas polvorientas y algunos almacenes, componían
el total de la comunidad donde yo vivía.
Vivían muchos viejos, en
su mayoría jubilados que se repartían entre borrachines con pasado
de oficinistas, y otro tanto más de alcoholizados militares en
retiro que nunca fueron a la guerra, y que se quedaron como
petrificados en sus asientos, con sus sueños rotos y sus mujeres
gordas y descuidadas.
Yo no sabía muy bien por
qué era el único niño de toda esa villa. Ahora que lo pienso,
haciendo cálculos, debieron haber vivido unas quinientas personas,
repartidas en algo así como 60 o 70 familias. Familias compactas de
ancianos con hijos mayores solterones y solteronas que no habían
conseguido matricidiarse bajo la iglesia o algún vínculo legal.
Entonces, ¿por qué yo era el único niño del pueblo? Seguramente
habían más, pero los mantenían escondidos, ocupados en tareas
mundanas. A los únicos niños que veía eran los de mi Liceo, pero
no quiero desviarme y seguir con mi historia.
Todas las mañanas de
aquel caluroso verano, me levantaba por orden de mi abuela Lucila,
una anciana de ojos pardos que miraba durante horas las paredes
verdes del patio trasero. Me decía que hacía eso de mirar todo el
rato, porque así podía viajar al pasado y conectarse con su
infancia, recordar sus primeros años de vida. Yo encontraba que mi
abuela estaba algo chiflada, pero después entendí que
verdaderamente viajaba en el tiempo y en el espacio. Su poder de
concentración tenía que ser tan elevado, que seguramente pasaba a
otro plano y podía vivir y quizás hasta modificar sus recuerdos.
Mi abuelo, don Jacinto,
era un hombre más práctico. Se levantaba todos los días a cortar
la leña, o a hacer jardinería o a ir de compras, para luego dormir
una larga siesta desde la hora de almuerzo hasta bien entrada la
tarde. Cuando nos topábamos por casualidad, él me contaba largas
historias de nuestro país, con sus héroes, conflictos y batallas,
por sobre todo las batallas, que las relataba con gran realismo y
lujo de detalles. Él era divertísimo. Su héroe de la segunda
guerra fue un coronel que dirigió una carga de caballería contra
veinte tanques ingleses, ganando de manera heroica.
Pero no puedo dejar de
pensar siempre en aquel viejo de la esquina, con el cigarro en la
boca, que se llamaba Señor Flores. El cambió para siempre mi vida,
por su extraña sabiduría. Pero sus conocimientos no los tenía
porque fuese viejo, pues la vejez y la muerte abundaban en mi barrio,
ni porque llevara un cigarro y se moviera de forma extraña, en el
cruce de las calles (ahora lo recuerdo) Duquesa Zúñiga y Barón de
Baba-zama. Yo vivía en la calle Comandante Conrad, y aquel cruce de
calles quedaba a unos cinco minutos a paso ligero de mi hogar, cerca
de la lechería Popón y el almacén de don Fachisto, un viejo
italiano loco, que había llegado a nuestro país con ideas
corporativistas de corte fascista (por eso le decían don Fachisto,
de todas maneras, era muy generoso, salvo que jamás le fiaba a
nadie.)
El señor Flores, aquel
loco suelto, macilento y flaco, decían los vecinos que debía ser un
gitano o un loco escapado de algún psiquiátrico. Del psiquiátrico
Baradit decían, que en realidad era una invención de gente ociosa,
pues el psiquiátrico de mi ciudad se llamaba “Casa de reposo
Municipal”, y el mote de psiquiátrico Baradit había sido, según
los viejos, porque un doctor llamado Jorge Baradit había hecho
algunas pruebas extrañas con los internos. Este tal doctor creía en
dimensiones paralelas y la posibilidad de que los quarks pudieran
alterar el cerebro de los internos, y así sanar esquizofrénicos,
paranoides y maniacos depresivos. Lo más raro -de toda la rareza
que podía ser el pensamiento de un excéntrico como él- era la
curiosa idea en la cual afirmaba que los quarks tenían que ser de
origen exterrestres y artificiales, lo cual bajo esa línea de
pensamiento, podríamos llegar a pensar que toda la materia de
nuestro mundo había sido hecha como fuera del tiempo y del espacio
por una inteligencia alienígena, superior a la nuestra. Entonces
Todo sería una alucinación a tiempo real, como vivir dentro de una
Matriz, de un mundo material ilusorio que se va haciendo a cada
momento.
Pero volviendo al señor
Flores, aquel barbón deshilvanado, decían que era peligroso porque
sus discursos eran demasiado elocuentes, y todo aquel que lo
escuchara, podía enloquecer. Y yo una vez lo escuché con atención.
Pasaré a relatar a continuación cómo fue el hecho.
“Después de comprar
medio kilo de marraquetas a don Fachisto, yo salí campeante con mi
bolsa de pan, mirando de reojo a la hija de don Fachisto, que tenía
unos pechos turgentes y unos pies muy hermosos y delicados. Era una
colorina que no viene a cuento. No serían más de las cuatro de la
tarde, con un calor infernal que derretía hasta el alumbrado
eléctrico, cuando vi tambaleante al señor Flores, hablando quizás
en qué lengua muerta. Me miró directamente a los ojos, y lleno de
saliva y baba empezó un curioso discurso: Me dijo que el tiempo se
había terminado hace rato, y que él había sido diseñado por Dios
para aparecer en esa esquina, a esa misma hora, conmigo como oyente,
para revelar que vivíamos en un mundo falso, alterado, dominado por
un espíritu colectivo llamado Muérida. Según palabras del señor
Flores, decía que la forma y la imagen de Muérida era la de un niño
ahorcado con siete cabezas de mujeres, que había sido pintado en un
sueño por Maurice Chobart, y que cada mujer representaba los siete
pecados capitales. Muérida podía encarnarse en algún centro o
punto de la galaxia, pero su principal eje, o transmutación
terrestre era en Mérida, un pueblito venezolano, donde se traficaba
con religión, armas y extrañas drogas. Ese tal Canero o Cangrejo o
Canillero de las FARCi,
que le metieron siete balas en la cabeza, sería el responsable de
mucha mierda que llegaría en los noventa a Chile. Los autores
materiales siguen vivos, pero los magos negros esotéricos marxistas
siguen actuando en este mundo. Tú joven, tú pequeño Fernando
Bruna, tarde o temprano descubrirás la verdad, te convertirás en un
hombre de bien y de justicia, para cuando yo no exista y tú seas un
hombre mayor. La mano no te temblará cuando dispares contra el
enemigo”.
Luego de eso me dio mucho
miedo, porque no entendí ni una palabra. El señor Flores entró en
convulsiones, se le explotó el hígado y el corazón quedó hecho
pebre, lleno de grasa por todas partes. Fuentes médicas explicaron
que se debió a un exceso de grasa y de mala alimentación, el cual
le había provocado un tumor en el cerebro y una contaminación
fuerte en su cuerpo biológico, lo cual derivó en una bacteria
asesina que terminó por matarlo, ahí, delante de mis ojos. Los
carabineros me tomaron la declaración, pero después la borraron
porque el testimonio de un niño chico no servía para nada, como
ellos me dijeron. Me pasaron un trapo para que me limpiara la sangre
y me dijeron que me fuera derechito a la casa. Les hice caso, pero no
pude quitarme toda la sangre y la grasa, que ya se había adherido a
mi polera y a mis pantalones cortos.
Aquella tarde mi abuelo
me preguntó que por qué andaba manchado de sangre.
- Fui a la carnicería
abuelito. Y el carnicero me enseñó un gran secreto.
- Jajajaj, ¿cuál
pequeño Fernando? ¿Cuál?
- Me enseñó la técnica
secreta para destripar chanchos y luego comérmelos.
i
Eran los años 70, y en ese tiempo todavía no existían
propiamente tal las FARC, y ese tal Canero, o Cangrejo, o Canillero,
nunca supe a quién se refería. Pero lo más terrible pasó a
continuación, cuando yo, luego de escuchar con atención al señor
Flores, vi algo alucinante.
Sinceramente, este no me parece un cuento de terror. En cierta forma parece más ligado a la ciencia ficción, por todo este tema de los quarks y los viajes en el tiempo.
ResponderEliminarEn términos más técnicos, la redacción es confusa. El texto necesita de una mayor edición para hacerlo más amigable con el lector. Además, el autor divaga demasiado en otros temas que se alejan bastante del hilo narrativo principal, no aportando nada al cuento, y haciendo complejo el seguir el relato. Por lo mismo, el final se hace bastante extraño y difícil de digerir.
Esa es mi opinión. Como siempre, les deseo lo mejor con este nuevo proyecto que tienen entre manos. Quizás uno de estos días les mande algún aporte ;)
¡Saludos!
Relato que me hizo reír en más de una ocasión. Es extraño ya que varios me dijeron lo mismo pero no se atrevieron a publicarlo acá en un comentario. ¿Será que se teme indicar las tallas que hay dentro a costa de escritores chilenos? Es probable.
ResponderEliminarPese a lo escrito, veo acá el urgir de parte del autor para ser sarcástico y la fórmula, si es que se considera que en algún momento se quiso publicar terror, no funciona. Es fácil saberlo pues, como ya indiqué, el texto me causó gracia y no otra cosa.
Así no más, por tratar de ingresar al submundo del terror, terminé escribiendo un cuentito chistoso. Jajaja, a mí también me dio risa tras leerlo.
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