lunes, 9 de enero de 2012

"A lo lejos, asoma el pueblo" por Samir Jorge.

También puedes escuchar el relato aquí [04:34] o descargarlo desde nuestro podcast
El fuego deja de arder. El anciano, encorvado, maldice por lo bajo y despacio, doliendo cada hueso y echa leña en la salamandra. Con el tizón mueve la figurita de madera, antes parda, ahora negra. El fuego huele a sudor. La sala en penumbras se nota austera. Sobre el escuálido sofá cuelga un pellejo de vaca, sucio, polvoriento, añejo. Unas palabras, incógnitas, se pierden entre el tenue humo. El anciano tose y vuelve a sentarse, acariciando la piel. Un manojo de pelos cae al suelo.

La cama es antigua, desgastada, de fierro fraguado y doblado en un respaldo que asemeja un rosal. En el colchón aún hay marcas de la menarquía que el agua no logró sacar. Llevan ahí un día. Tapada con un cubrecama de pieles de conejo, ella duerme. El tieso abrigo impide adivinar formas, menos notar si respira. En la pared cuelga un crucifijo de plata.

Iván cabalga. A lo lejos, asoma el pueblo.

El anciano. Le cubre un manto negro, usa un sombrero de ala ancha, nadie recuerda su nombre. Cuando habla el aire huele a mirra. Su voz se asemeja a la de un párroco enfermo, solemne pero quebrada. Desde ayer que nada dice. Lleva catorce años cuidando al vástago de su hija. Ella murió en el parto, el padre jamás existió. Se perdió barranco abajo, dicen las malas lenguas. El anciano lleva años sin recibir visitas, apenas si sabe de rumores.

Iván la conoció sin querer. Ella bebía agua de la vertiente del brujo, en cuclillas, dejando adivinar la promesa de un cuerpo bello. Él andaba consumiendo camino, juntando tierra en las sandalias. Ella se levantó un poco y bebió del origen del agua. Él no aguantó y carraspeó. Ella se giró y preguntó un nombre. Iván estaba mudo ante la fina camisa, que mojada, se pegaba al torso de la chica. Pasaron los segundos, respondió. Le prestó su odre, al final fue un regalo. El primero. Ella estaba en la pubertad, Iván adolescentes quince años. Se despidieron de la mano.

La chica ya no preguntaba. Esa fue la primera alarma para el anciano. Tenía planes, claro que tenía planes, y todo dependía de que la chica obedeciera. Lo aceptarían. Podría comprar una vejez de ocio, elucubrar un par de intrigas, añorar una hija muerta en paz. La chica se sonrojaba ante las flores. Y ella debía ser pálida, silenciosa y bella. Sobre todo bella. Como su madre, como esa esposa bajo cinco metros de tierra a la sombra del durazno. El anciano no esperó tres señales. Dos es el número del otro.

Se encontraban al atardecer. Iván esperaba a que ella durmiera para escabullirse. El anciano tambien.
El crucifijo está vacío. La habitación, sumida en sombras, cambia con cada resplandor que la puerta entreabierta permite alumbrar. Sólo se oye un crepitar lejano, una respiración pausada, las manos moverse sobre las sábanas antiguas. El polvo se cruza en el aire, baila, cae y se alza. Un par de alas zumban.

Anoche había entrado a la habitación de su nieta y acariciado su entrepierna bajo la colcha de pieles. Ella no despertó. El sacrificio del viejo exigía algunos placeres, mientras la joven no supiera no habría problemas. Iván miraba por la ventana, y no pudo reprimir un lamento. El viejo hizo caso omiso y apretó el seno, turgente, antes de marcharse. Murmuró "hasta mañana, querida". Llevaba catorce años esperando murmurar. Ahora está todo preparado.

Iván va cabalgando cuesta abajo. El pueblo a dos minutos. La comisaria en la plaza de armas. El suelo se abre bajo los pezuñas del caballo. El fuego sobre el cuerpo del joven que grita. El silencio.

El viejo ve al hombre de madera consumirse. Se levanta y camina hacía la habitación donde cuelga un crucifijo.

4 comentarios:

  1. Interesante el vudú campestre, novedoso. Felicitaciones.

    Saludos sangrientos

    Blood

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  2. Hola, me gustó la "voz" de este cuento, su prosa también. Me parece eso sí que hay exceso de puntos seguidos y algunos dramas con los tiempos verbales. "Vástago" confunde, porque es masculino. Y aunque la leí dos veces, no entendí bien que pasó entre el anciano y su nieta, ni cual era el precio de lo que estaba comprando. Me parece que tienes el mismo drama que yo: ves todo tan claro, que pocas palabras te lo describen, pero quienes estamos fuera, necesitamos más información.
    Espero leer más cosas tuyas, porque de verdad me gustó el estilo.

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  4. Siempre tan poético en lo que escribe Don samir (lo digo como elogio). ESta muy interesante lo que expones, no queda claro pero a vez sí... dejándonos en misterio y un verdadero terror de algo desconocido...
    En fin vale
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