viernes, 13 de enero de 2012

"Un Infierno Latente" Por Fraterno Dracon Saccis



   El Capitán Ramírez sacó con un grito a su hijo. Cada vez que entraba a la oficina, este le estaba esperando con rostro suplicante, pidiendo que le diera tan solo unos minutos para hablar.
—¡Ahora no tengo tiempo para tus sandeces! Cada minuto de mi trabajo es de vida o muerte.


El muchacho por un momento reflejó tristeza, tapándola luego con una máscara de insolencia.
—Nunca tienes tiempo. Al final, lo único que te importa es tu puta Policía del Karma y el resto una mierda. ¡Me cago en tu oficina, me cago en la puta que te parió y me cago en ti!
Si Ramírez padre sintió el golpe de aquellas palabras, su rostro pétreo no lo demostró. Una vez que su hijo atravesó el umbral, cerró la puerta con un golpe y regresó a sus tareas, como si acabase de despachar a un molesto vendedor de alfombras.
Llamó por el intercomunicador a su secretaria,
—Ubique de inmediato a Gallardo.
—Pero señor, hemos estado llamando a la Teniente Gallardo a su celular y al neuroviper y ambos están desconectados.
—¡Puta!

—¿Señor?

—No le digo a usted. Siga intentando y apenas la ubique me comunica —azotó el auricular y se restregó el rostro mal afeitado.

Ayer habían tenido una difícil tarde de trabajo y una difícil noche en la cama. Gallardo insistía en que le contara todo a su mujer y él insistía —como siempre— en que lo haría pronto. Esta vez hubo rasguños, golpes, una violenta reconciliación y otra vez la pelea. Pero no era para que Gallardo desapareciera de esta forma.

Además, estaba el hervidero del enjambre de fugas.

Treinta y cuatro suicidios de proscritos iban en los últimos dos meses, más del doble de lo que se registraba en un año completo, todos ocurridos cuando les pisaban los talones. El último aún se mecía en la soga cuando irrumpieron en el cuartucho maloliente en que se ocultaba.

Estaba atrapado en un sofocante círculo vicioso, donde no obtenía recursos para aumentar y mejorar su dotación, si no presentaba resultados importantes. Con el escuálido y mal preparado contingente que poseía, era muy poco el trabajo que podía aportar a las visiones de los médiums que localizaban a las almas reencarnadas, cuyos crímenes tan atroces no lograban ser purgados en una sola vida.

Lo tenían agarrado de las pelotas y le pedían cantar como tenor.


Para llegar desde su despacho a la pequeña cocina donde se reunían en los escasos momentos de ocio, debía atravesar todo el décimo tercer piso,  pasando por la sala donde se encontraban los médiums. No sabía quien había sido el psicópata que había diseñado tan descabellada distribución, pero a veces, cuando no podía evitar mirar de reojo a aquellos cuerpos en constante convulsión, inyectados a la vena con fluidos conductores y penetrados por lugares que solo estaban diseñados como salida, sospechaba que esta exposición era intencional. Era un recordatorio de que siempre había una "Luz Al Final del Túnel".

Llegó a la cafetera y el vaso de papel se llenó de esa papilla insípida a la que llamaban expreso. Era una mierda, pero necesitaba esa mierda para seguir con vida unos minutos durante la reunión de planificación.

Detestaba mostrar los perfiles y fotografías en el hológrafo. No había nada tan real y tangible como entregar una carpeta con el expediente a cada miembro del equipo. Lo peor era al terminar la reunión. Todos los agentes se enchufaban y descargaban un resumen de la conferencia y un dossier con todos los datos. Cuando recibían los archivos, temblaban como epilépticos en plena crisis. No podía dejar de recordar a su compañero de colegio que en un ataque se mordió la lengua hasta cortase la punta. Nadie movió un dedo para ayudarlo, tampoco él. Pero no podían quitar la vista de la mezcla de saliva espumosa y sangre que salpicaba las tablas de la sala de clases. Muy diferente a los agentes que tenía a su cargo, que al levantarse no se miraban a las caras y con disimulo se limpiaban las babeantes bocas. Desagradable. Un mal necesario. Así era el procedimiento y si él no era capaz de seguir una regla como aquella, no podía pedir que el resto siguiera las suyas.

Continuó.

—Ortiz, Mauricio. Cargos por asesinato de tres profesores en 1985, Santiago de Chile, Chile. Asesinato por estrangulamiento, violación ulterior y posterior en serie de 13 niñas en 2040, Nueva Tokio, Japón...

La puerta de la sala de reuniones se abrió con timidez. El cabo Almeida traía cara de preocupación. Ramírez presentía que era por algo más que interrumpir.

—Mi Capitán, hay un paquete con una nota para usted.

—¿Y usted cree cabo Almeida que ese es motivo suficiente para semejante interrupción?

—No, mi Capitán. El caso es que apareció en la recepción y nadie sabe quién o cuándo lo dejó. Menos sabemos su contenido y además trae un sobre sin remitente. Los de la brigada anti bombas están a la espera de sus instrucciones.

Con irritación, Ramírez tecleo un par de comandos y salió de la sala dirigiéndose a su equipo.

—Procesen la información anexa y tú Bolaño —hablando a un individuo alto de ojeras y mejillas alargadas—, coordina el operativo. Quedas a cargo hasta que aparezca la Teniente Gallardo o hasta mi regreso.

Salió dando un portazo que el brazo hidráulico contuvo, e ignorando la mezcla de nerviosismo y orgullo que exhibía el Sargento Bolaño al acomodarse para recibir la descarga de datos.

Al menos me evitaré el baile de los epilépticos, pensó con relativo alivio.

            Un círculo de trajes térmicos lo esperaba. El robot anti bombas daba pequeños saltos debido al andar de su motor. Parecía un niño esperando el balazo para una maratón.

—Mi Capitán. La carta fue analizada y se ha descartado la presencia de elementos peligrosos. No hay señal de huellas o epiteliales. La base de datos de papel y de tinta no ha arrojado resultados concluyentes. Tanto las hojas como la impresión son tan corrientes como los que podríamos tener aquí en el departamento o en cualquier oficina.

El Capitán de la PDK dio la orden de revisión del paquete, se puso unos guantes de látex y se llevó la carta a su oficina para leerla.

Eran un par de hojas impresas con pequeñas letras de una fuente que le daban el aspecto de ser mecanografiadas.

Cualquier intento de rastreo será inútil, al igual que todo lo hecho por su oficina durante años. 
Han fracasado desde Scotland Yard hasta su fétido edificio, repleto de almas torturadas y fluidos corporales rotando en trozos de carne que alguna vez fueron humanos. Sí, caminé entre sus zombis cableados, sus médiums burócratas, sus criaturas de feria, dignas de acompañar al triste Joseph Merrick. 
Estoy seguro de que le parecerá interesante conocer cierto episodio, el primero de mi legado lineal: el momento en que conocí/recordé mi trascendencia extra corporal. 
1947, los suburbios de Los Angeles, que hasta esos años seguía formando parte de los entonces, Estados Unidos. Conducía borracho y frustrado, luego de un nuevo rechazo de una galería, cuando divisé tambaleándose ebria a aquella muchacha. Ni sus pequeños ojos azules, ni las formas que se adivinaban bajo esa vulgar blusa me instaron a llevarla. Actué por simple inercia, como si el pie en el freno y las palabras brotaran de forma lógica, tanto como respirar o pestañear. 
Subió a la camioneta sin pensarlo y apenas puso el culo en el asiento, comenzó a hablar de sus aspiraciones como actriz, de las cosas terribles que había hecho para abrirse camino y que a pesar de ellas, no había logrado nada relevante. Su parloteo me sacó del letargo en que conducía. Me sentí identificado con sus fracasos y le comencé a contar mi desgraciada vida como pintor, sobre esta sensación que me oprimía, como algo grande que vivía dentro de mi, pero que no encontraba manera de liberar, sacar a flote mis capacidades y dejar de ser el perdedor que me encontraba todas las mañanas en el espejo. Ella interrumpió con gélida indiferencia y volvió a su monólogo autocomplaciente. La ausencia de empatía de mi copiloto me enfureció. Había abierto mi corazón de manera inexplicable y no recibía más que una pétrea bofetada. 
Del puñetazo que le dí hasta tenerla maniatada en mi piso fue solo un brochazo rojo, una pincelada gruesa pero rápida hasta la locura.  
Lo único concreto en mis recuerdos es aquella necesidad casi sexual de ver la sangre fluir, que ni todas las botellas de whisky que bebí pudieron aplacar. Era una sensación asfixiante, como si mi cuerpo fuera un traje demasiado pequeño y un enorme demente luchase a cuchillo por entrar en él. 
Le quedase o no, el demente se vistió e hizo gala de su nueva indumentaria. 

Le exigí una sonrisa, a la cual no accedió. "¿Acaso no eres una actriz? Por lo menos actúa alegremente para satisfacer a tu anfitrión". Pero solo me dio lágrimas.

Así que le fabriqué la sonrisa. 
No era lo que esperaba. La sangre que brotaba de los cortes que salían de las comisuras hasta las orejas, quitaba el efecto de amplitud, causándome más repulsión que satisfacción. La frustración me embargó y mutó en cólera. 
Luego todo volvió a ser un borrón carmesí. 
El olor a carne asada de las quemaduras de cigarro, los extravagantes gemidos de esa amplia boca al cortar una teta. Mientras más crecía la galería de horrores, más se hacían difusas las imágenes, hasta que me aturdieron como si me hubieran tirado las pelotas en pleno orgasmo. 
Al despertar, la resaca de alcohol y sangre distorsionaba mi cabeza, arrastrando los recuerdos como coágulos en una mesa de disección. Quise creer que las imágenes que me azotaban eran residuos de alguna vívida pesadilla, pero ahí estaba ella para confirmar lo contrario. 
La muchacha aún vivía. La mandíbula inferior colgaba apenas de unas fibras, batiendo la macabra sonrisa debido a los espasmos de la agonía. Una letra "B", o por lo menos eso pensé que era en ese momento, estaba dibujada en su frente. La desaté y la tendí en el piso, suplicándole perdón. El arrepentimiento fue tan sincero y fuerte como jamás había experimentado sentimiento alguno. Pero más fuerte fue el crujido craneal que siguió. 

Mi cabeza amenazaba con hacer erupción si no liberaba la presión que la saturaba. Recuerdos incrustados caían por las paredes de mi mente, sujetándose con garras terribles y rasguñando la musculatura de mi cordura. La pobre moribunda me miraba con terror y el entendimiento de que aquella demencia primigenia sería descargada contra ella.

Entonces, la vorágine empezó en realidad. 
Primero estaba sobre ella, machacando su cráneo. Al fin dejó de respirar. Luego me hallé cortando el cuerpo por la mitad, cercenando el abdomen. Me encontraba en un transe en que lo onírico se mezclaba con mi actuar. Regresaba en sueños a películas tan reales como recuerdos recientes. Fotogramas nítidos que me lastimaban al reconocerlos como vivencias propias, pero situadas en épocas ajenas y distantes. Supe entonces porque mutilaba de esa manera a la muchacha. Entendí el propósito.

Cuando caí en cuenta, sujetaba un par de piernas, abiertas recibiendo mis embestidas. En el lugar donde debía estar el torso, un charco de sangre crecía rodeando los fétidos interiores de la muchacha. El calor y el hedor incendiaban mi traquea, generando una sensación de urgencia, similar a la que crecía en mi entrepierna. 
El vómito y la eyaculación explotaron a la par.

Me levanté aturdido por la verdad y la confirmé al ver la distribución de los restos de la muchacha. 
Acababa de culminar un ritual para romper el himen que separa las vidas en el túnel que recorre el espíritu. Para mí, la muerte había muerto y solo era una ilusión que la carne al corromperse ayudaba a mantener. 
La letra "B" en realidad era el símbolo del infinito, pieza central de una novela escrita con sangre y cuchillo por toda la habitación y en mi propia piel. Las palabras eran crípticas, de idiomas diversos, muchos ya olvidados por la humanidad. 
Pude deshacerme del cuerpo de manera definitiva y limpia, pero quise rememorar mis experiencias en White Chapel. Lo dejé en un lugar abierto y en una posición que haría de las delicias del amarillismo. Fue gratificante regresar al juego epistolar con los periódicos. Los años han hecho mucho más perversos a los editores. De ahí su historia es más que conocida. 
Desde entonces muero y renazco, permaneciendo como una zona latente en el subconsciente de mi nueva vida, a la espera de alcanzar una madurez corporal plena. A veces he fallado en este cometido, como aquella vez en que terminé desgarrando el útero de mi madre antes de nacer, o cuando la nueva personalidad era tan fuerte, que no pude controlarla hasta que logré inducirla a realizar el ritual, de una forma torpe que terminó con el cuerpo descuartizado de su joven amante flotando por el río. 
Luego vino la aparición de la Policía del Karma, que jamás pudo dar con el paradero de ninguna de mis reencarnaciones, aunque sí han estado cerca al relacionar algunos de los crímenes de mis personalidades nuevas. Yo nunca dejo huella, jamás encuentran el cuerpo ni el lugar donde se realizó el rito. 
El azar quiso que terminase reencarnando en el círculo más cercano de la Policía del Karma, coincidencia que ha hecho deleite de mis días en esta vida, a punto de terminar. 
Los susurros correctos en los oídos adecuados, han ayudado a difundir mi método. Escapes desesperados por el momento, que como un rumor se expandirán y cobrarán nitidez. ¿Cree que las fugas han aumentado? Solo espere ha cosechar mi siembra... 
Para que no desgaste su limitado cerebro, en la caja tengo un obsequio que puede ayudarle a dilucidar quien ha sido su ángel guardián en esta oficina. 
Firma, 
Atrápame Cuando Puedas, Capitán Ramírez.


Ramírez se estremeció cuando resonaron golpes en la puerta. Pidió que pasaran, con un tembloroso hilo de voz que apenas traspasó la puerta. Entró el cabo Almeida con un semblante de funeral y un documento que le extendió.

—En la caja había la mitad de un riñón... humano, señor. Aquí están los resultados del ADN.

Al leerlos, Ramírez saltó de la silla sin olvidar sacar su arma del escritorio, su placa y todo el miedo que pudiera sentir un hombre.

La brigada de asalto de la PDK rodeó el edificio y fue el mismo Ramírez quien irrumpió en el departamento de la Teniente Gallardo.

Con la certeza de que llegaba tarde, entró corriendo a la habitación cuyas paredes estaban tapizadas de grabados sanguinolentos en dialectos caóticos. Sobre la cama estaban repartidas las partes del cuerpo de la Teniente, cuya cara cubierta de semen tenía el símbolo del infinito tallado con surcos rojos en la frente.

Colgado de una cuerda se balanceaba el cuerpo desnudo y tatuado de cortes de su hijo.

El miembro, aún erecto, goteaba líquido blanco, que hacía una mezcla rosa con el charco bajo sus pies. El rostro conservaba en su rictus una sonrisa sardónica. La piel  de los  brazos, piernas y pecho, marcada a cuchillo repetía una sola frase.

"Volveré una y otra vez, desde el infierno".

Ω

4 comentarios:

  1. Excelente la mezcla entre PDK y Jack el Destripador. Me dolieron los ojos con treceavo en vez de decimotercer y el gravado que sonaba a grabado, pero la calidad del texto redime dichos pecados.

    Saludos sangrientos

    Blood

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  2. Patricio Manriquez Benito18 de abril de 2012, 11:57

    Me cuesta mucho leer gore.

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  3. Es normal que me caliente esto?... me encantó

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  4. No es para nada normal. ¿Es alguno de nosotros normal en este antro?
    =)

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