lunes, 27 de febrero de 2012

"El Juego de Doorbys" por Sergio Fritz Roa


¡Doorbys! ¡Doorbys!... ¿Qué estás haciendo?

El niño saltó al ser descubierto. Rápidamente su rostro se iluminó cual hoguera bajo penumbras boscosas.
De reojo miró a "mamá" y con premura borró los signos dibujados en arena.
La mujer se acercó y desde su altura de montaña lo contempló, amenazadora. La montaña ahora se transformaba en águila.

—¡Cuántas veces te he dicho que no debes invocarlos! Niño desobediente... Ven y... ¡recibe un castigo...! ¡Doorbys! ¡Doorbys, no huyas!

La voz se apagó. La voz de quien era en verdad la nueva novia de papá y no su madre, como ella pretendía.

Sentado bajo los abedules el niño susurró improperios y blasfemias. Balbuceos aparentemente inofensivos, pero que estaban dotados de la fuerza de la infancia.

De pronto, uno de ellos apareció.

lunes, 20 de febrero de 2012

"El Entierro" por Roderick Usher

  La oscuridad era una gran mancha de tinta caída cubriendo el cuadro. La luna era una sonrisa macabra y escuálida raspada con la uña sobre el telón de la noche. Las estrellas semejaban un mezquino estarcido en blanco sobre la misma tela, mientras los dos hombres caminaban sobre la hierba, húmeda por la niebla.


—¿Estás seguro que es por aquí, Roberto? —resollaba el primero, luego de terminar de subir la colina cubierta de zarzas. Su gordura le hacía cansarse fácilmente.

Roberto alzaba su linterna con mano firme. Las habladurías de la gente no le infundían tanto temor como a su amigo, cuyo haz de luz temblaba errático sobre el camino. Esta noche se lo jugarían todo. Futuro, familia. Si la leyenda era mentira, entonces serían el hazmerreír del pueblo.

—Sí, hombre. Si no estuvieses tan gordo, Jesús, te daría menos miedo, te entraría menos sudor a los ojos y verías mejor el camino. Hemos estado aquí muchas veces de día.

—No te rías de mí, huevón. No es que me guste mucho buscar entierros de noche. Ya sabes como le dicen a este lugar.

—“El Bajo de Los Brujos” —contestó Roberto, con una sonrisa— Mira, si lo que se cuenta es verdad, entonces nos va a ir bien. Ni brujos o ninguna mierda de cuentos me van a quitar ese tesoro. Ahí está la palmera.

lunes, 13 de febrero de 2012

"Sacrificio" por Paul Eric

Mi mujer había muerto. Mis padres, mis hermanos... todas las personas con quien alguna vez tuve relación. Todos muertos. 

Ahora estábamos sólo yo, mi pequeño hijo Fernando, y un grupo de tres personas; Carla y su hermano Ramón, y una señora llamada Olivia de, al menos, sesenta años de edad. Juntos, improvisamos una especie de refugio en una de las villas nuevas de Rancagua. 

Rancagua...¿Qué habrá sido de las personas allá? ¿Cómo lo habrán vivido? Si es que lo lograron, claro. Ahora la vida era un porcentaje mucho menor que la muerte. Esta vez eran los muertos los dueños del día, pero también de la noche. Y nosotros, el resto, los que debíamos acostumbrarnos al permanente terror. 

—¿Mamá ahora será uno de ellos, verdad, papito? 

—Sí, hijo. —respondí con la verdad. No había razón para ocultar lo que pasaría (si es que ya no había ocurrido) con su madre. Pocos días antes, vimos, Fernando y yo, cómo esas cosas andantes se peleaban por comer la poca carne que quedaba de un cadáver tirado allí, sin más, en pleno estacionamiento de un mall. Después de aquello, sumado a toda la locura que vino luego; con personas corriendo en todas direcciones huyendo de los muertos, entonces no, no podía mentir a mi hijo haciéndole creer que su mamá estaría bien, tras haber sido mordida por uno de ellos. 

Olivia me miraba con una sonrisa de calma, al tiempo que mi hijo se acurrucaba en mi pecho, durmiéndose. Había llegado una cálida noche. 

—Haces bien en no mentirle, ¿sabes? —dijo Olivia. 

Yo no estaba tan convencido de qué tenía de bueno contar la verdad a un niño sabiendo que la mentira pudiera ser más placentera para poder dormir.

lunes, 6 de febrero de 2012

"La Otra Horda" por Carlos Páez S.


Están muy cerca, sus gemidos llenan la noche, desde las paredes, las ventanas, las grietas, cada orificio en los muros acribillados resuena con los ecos de su presencia.
Camino lentamente hacia el centro, no hago mucho ruido aunque en realidad no me importe, quisiera pensar que me escabullo y escapo, pero la verdad es que voy directo hacia ellos, camino voluntariamente hacia una horda de cadáveres reanimados, putrefactos, hambrientos.
Nada queda para mí en este mundo.
Nadie supo cómo comenzó, los rumores posteriores al gran pánico, esos de fogata escondida y miradas nerviosas a la oscuridad con los dedos en los gatillos, decían que fueron los chinos, rusos, extraterrestres, quizás hasta los malditos jinetes del Apocalipsis. Mil explicaciones, mil acusaciones, y sin embargo ninguna servía de nada, no cambiaban nada.
También hubo rumores al comienzo, los primeros casos no fueron pocos, y es que para cuando la olla se destapó ya eran cientos de miles en cada rincón del mundo, cada ciudad con terminal aéreo, carreteras, puertos o ferrocarriles, prácticamente cualquier maldito lugar con una estación de buses tenía sus propios pacientes cero a sólo unos días de la primera alarma.