lunes, 20 de febrero de 2012

"El Entierro" por Roderick Usher

  La oscuridad era una gran mancha de tinta caída cubriendo el cuadro. La luna era una sonrisa macabra y escuálida raspada con la uña sobre el telón de la noche. Las estrellas semejaban un mezquino estarcido en blanco sobre la misma tela, mientras los dos hombres caminaban sobre la hierba, húmeda por la niebla.


—¿Estás seguro que es por aquí, Roberto? —resollaba el primero, luego de terminar de subir la colina cubierta de zarzas. Su gordura le hacía cansarse fácilmente.

Roberto alzaba su linterna con mano firme. Las habladurías de la gente no le infundían tanto temor como a su amigo, cuyo haz de luz temblaba errático sobre el camino. Esta noche se lo jugarían todo. Futuro, familia. Si la leyenda era mentira, entonces serían el hazmerreír del pueblo.

—Sí, hombre. Si no estuvieses tan gordo, Jesús, te daría menos miedo, te entraría menos sudor a los ojos y verías mejor el camino. Hemos estado aquí muchas veces de día.

—No te rías de mí, huevón. No es que me guste mucho buscar entierros de noche. Ya sabes como le dicen a este lugar.

—“El Bajo de Los Brujos” —contestó Roberto, con una sonrisa— Mira, si lo que se cuenta es verdad, entonces nos va a ir bien. Ni brujos o ninguna mierda de cuentos me van a quitar ese tesoro. Ahí está la palmera.


El lugar, unos cuantos metros más allá, era fácilmente reconocible. A pesar de que no quedaba mucho de la legendaria casona de los encomenderos de hace trescientos años, el punto donde solía estar el patio se identificaba a lo lejos por la gran palmera traída por ellos desde tierras lejanas. Aquí no crecían más palmeras que esa. El terreno estaba lleno de agujeros, practicados a través de los años por otros que habían buscado el fabuloso tesoro, escondido allí por la extinta familia Iñarritú De La Cuadra al huir de los saqueos en la Guerra de Independencia. Maldiciones sobre la familia, historias sobre como Alonso Iñarritú tenía tratos con el demonio y otros cuentos varios le daban al lugar un aura de misterio.

—¿Y si nos pillamos con los dueños del campo? —titubeó Jesús, deteniéndose a respirar- ¿Crees que les va a gustar que andemos merodeando por aquí a estas horas? ¿y si tienen perros?
—No te preocupes, hombre. ¿Qué van a andar haciendo aquí? Preocúpate de los hoyos mejor. Y acuérdate de poner atención si ves alguna luz moverse. Dicen que este entierro se corre y se ven luces y toda esa mierda.

Caminaron en silencio un rato. Solamente se escuchaban los jadeos de Jesús.

—Roberto… —dijo este de pronto, tragando saliva- mira… una luz…
—Parece una luciérnaga… —respondió Roberto, escéptico. Pero no era  cierto. El punto de luz verdiazul se arrastraba por el piso. Un leve sonido agudo acompañaba el movimiento— ¡Corre huevón! ¡que no se escape!— Masculló Roberto con urgencia, mientras comenzaba a correr hacia la palmera.

De pronto el piso desapareció bajo sus pies. Estiró la mano, con un grito ahogado, arrastrando en la caída a su compañero. Se golpeó la cabeza y una intensa luz roja invadió su vista. Cuando abrió los ojos, la luz seguía ahí, como emitida por una especie de hoguera inmensa.

—¡A ver! ¿Quién anda ahí? —Ambos guardaron silencio y se agazaparon en el fondo del forado. Habían caído en uno de los agujeros.
—¡Nos pillaron, Roberto, huevón! ¡Te dije que podían andar los dueños!
—Bueno, si nos preguntan les decimos que andamos perdidos o alguna huevada. Tú sígueme la corriente.

Cuatro cabezas se asomaron al borde del agujero. No era muy profundo, un metro y medio a lo más.
—¿Y ustedes? ¿Andan perdidos?— Dijo uno de ellos. Los cuatro vestían ropas bastas, de inquilino de campo- ¿Qué andan hueveando a estas horas?
—Sácalos de ahí, Mardoqueo —se oyó una voz profunda a lo lejos— fíjate que no tengan ninguna herida y tráelos para acá, que quiero verlos.
Altiro, patrón —dijo Mardoqueo por encima de su hombro. Sus facciones indígenas destacan contra la luz anaranjada.

Una vez fuera del agujero, los dos hombres se encontraron en medio de una escena extrañísima, dado el lugar. Un hombre, vestido de impecable traje blanco se sentaba junto a una mesa de madera, sobre la cual había un tablero de ajedrez, con figuras talladas en ónice por algún artesano notable. Frente a él, un gran gato negro se arrebujaba en un cojín de terciopelo. Al lado de ambos, reposaba un globo terráqueo, el cuadro iluminado por un candelabro rematado por tres grandes velas.El hombrebebía vino de una copa de cristal con aplicaciones doradas yde su cuello pendía un hermoso escarabajo, tallado en piedra negra. Unos pocos metros más allá, otros peones se afanaban en torno a una gran hoguera, junto a la cual descansaba una enorme parrilla de acero resplandeciente.

—Acérquense, muchachos. Supongo que andan perdidos… —dijo el patrón, con una sonrisa— O bien andan buscando el famoso entierro. No es esta una buena noche para hacerlo. Estoy en medio de mi celebración anual.

Clavó la mirada enlos rostros de los dos amigos. Su ojo derecho tenía una chispa dorada al fondo y se sentía como si quemase al tocar. El izquierdo, negro y vacío, parecía la entrada a alguna profunda caverna. La frente alta y con entradas, la piel de la cara tostada por el sol.

—Ehm… lo siento, patrón, andamos perdidos— respondió Roberto, intentando parecerlo— No sabíamos que estas tierras tenían dueño— El patrón soltó una sonora carcajada.
—Por supuesto que lo tienen. ¡Yo! Pero ya están aquí y sería una falta de cortesía no invitarlos. ¡Usted! —Se dirigió a Jesús, que contuvo la respiración y comenzó a morder nerviosamente su anillo de oro al sentir el peso de la mirada del patrón.—  Luce como un hombre con quien hacer un buen asado… ¿me equivoco?
—¿Un asado? —responde Jesús poniéndose pálido— ¿Conmigo?
—No pues, hombre— sonríe otra vez el patrón— Me refiero a que sabe cómo hacerlo.
—¡Oh! Claro… por un momento pensé que…
—No sea tonto, hombre— la carcajada del patrón llenó otra vez el aire nocturno— ¿Cuál es su nombre?
—Jesús
—Que adecuado ¿no? Comed todos de él —Los inquilinos rieron a carcajadas, mientras el gran gato negro se deslizaba bajo la mesa. Las risas de los dos amigos eran un poco más nerviosas— Bueno. ¿me sirve o no? ¿Sabe usted de asados?
—¡Por supuesto! —Respondió Jesús.
—Acompañe entonces a Mardoqueo y ayúdele. Es lo mínimo que puede hacer luego de este incidente— Mientras Mardoqueo se llevaba a Jesús, el patrón se dirigió hacia Roberto— Venga, siéntese aquí. ¿le gusta el ajedrez?
—Si…—respondió Roberto, vacilante— Pero por favor, continúe con su partida.
—Oh, no se preocupe. Esta partida ya está terminada.
Ni lo sueñe, Messere. Esta partida no está terminada por ningún motivo— Surgió una voz airada desde debajo de la mesa. El gato se asomó, sosteniéndose sobre sus patas traseras. De pronto vestía una chaqueta del mismo corte que la del patrón. Llevaba además unos anteojos oscuros sobre su nariz peluda.
—¡Oh! ¿Pero qué es esto? —Exclamó el patrón, airado, estrellando su copa de vino contra el suelo— ¿A qué vienen los anteojos? ¿Y para que quieres la corbata, si no llevas camisa?
Los gatos no usan camisa, Messere —respondió el felino, alzando la cabeza muy digno— ¿no querrá que me ponga botas? El gato con botas es solo un cuento, pero ¿me ha visto Usted alguna vez en un evento social sin corbata? No estoy dispuesto a hacer el ridículo y que me echen de la mesa. Lo que sí, no pienso afeitarme. Un gato afeitado sería algo inadmisible.
—¡Ah, embustero!— Se dirigió riendo hacia Roberto, cuya boca se abría en un gesto de horror y sorpresa— Siempre que va perdiendo empieza a hablar como un charlatán y hace payasadas para distraerme ¡Siéntate y juega y déjate de discursos!
—Me sentaré, pero debo puntualizar que no soy ningún charlatán.
—Jaque al Rey— replicó el patrón.
—Se me ha caído el caballo bajo la mesa y no he podido encontrarlo. Espero que esta rana sirva. También puede saltar— replicó el gato, alzando una rana en su garra derecha.

El mundo se volvió borroso a la vista de Roberto, que no se explicaba la absurda escena, salida de algún cuento ruso. El aroma a carne asada comenzó a invadir el ambiente, haciéndole salivar. Entonces recordó: Jesús. Le buscó alrededor con la mirada, desesperadamente, pero en ese momento le sirvieron un gran plato de carne asada, con papas cocidas y hierbas adornando el borde. Nervioso, al borde del colapso, tomó la carne y le dio un mordisco. Sintió el jugo de la grasa corriendo por su barbilla. La carne era blanda y sabrosa, la mejor que había probado jamás. La disfrutó hasta quesus dientes golpearon algo duro. Era un anillo de oro.
Le encontraron al día siguiente, corriendo por el lugar con los ojos desorbitados y riendo como un loco, balbuceando historias inconexas sobre gatos parlantes y el demonio en traje de sastre. Sobre las brasas aún humeantes de una hoguera encontraron los restos calcinados de su compañero, abierto en canal y dispuesto encima de una parrilla herrumbrosa. Faltaban partes. A lo menos un brazo, cortado a mordiscos. El parte policial informó asesinato y canibalismo.
Nunca nadie volvió a buscar el entierro.

6 comentarios:

  1. Interesante, muy bien escrito, pero me dejó un deja vû que no logro identificar.

    Blood

    ResponderEliminar
  2. Precioso. Me habría gustado que el título me permitiese descubrir de que se trataba el relato, eso sí.

    ResponderEliminar
  3. Buen cuento en general, aunque los diálogos no terminan de convencerme. Me suenan un poco artificiales, como que se nota la mano del titiritero. El final también me parece apresurado. El desenlace se da de forma brusca, como buscando terminar luego la historia. A pesar de lo anterior, algunas imágenes son notables, como este gato que habla y juega al ajedrez, o esta representación del Diablo, típica del campo chileno, vestido de traje negro y todo.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Me dio hambre la historia.

    (No se me ocurre una mejor respuesta porque realmente sentí eso al leerlo).

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Me gusto!
    Una mezcla un tanto extraña de mitos, lienas temporales y costumbres, pero pese a eso bien formado.
    :)

    ResponderEliminar
  6. Leo y leo y cada relato me deja con una sonrisa macabra o cómplice o comprensiva en el rostro...
    Imposible negar la dualidad que todos llevamos dentro y la fragilidad a la que todos somos expuestos de cuando en vez esas circunstancias evitables que nos llevan por extraños caminos.
    Me encantó la presencia del gato, fue el giro alegre que permitió caer en la locura que precisa una muerte.
    Al contrario de Kensan disfruté enormemente el estilo teatral, me tomó, me situó y me condujo por un camino de sensaciones.
    Buen relato, felicidades al autor.

    ResponderEliminar