lunes, 13 de febrero de 2012

"Sacrificio" por Paul Eric

Mi mujer había muerto. Mis padres, mis hermanos... todas las personas con quien alguna vez tuve relación. Todos muertos. 

Ahora estábamos sólo yo, mi pequeño hijo Fernando, y un grupo de tres personas; Carla y su hermano Ramón, y una señora llamada Olivia de, al menos, sesenta años de edad. Juntos, improvisamos una especie de refugio en una de las villas nuevas de Rancagua. 

Rancagua...¿Qué habrá sido de las personas allá? ¿Cómo lo habrán vivido? Si es que lo lograron, claro. Ahora la vida era un porcentaje mucho menor que la muerte. Esta vez eran los muertos los dueños del día, pero también de la noche. Y nosotros, el resto, los que debíamos acostumbrarnos al permanente terror. 

—¿Mamá ahora será uno de ellos, verdad, papito? 

—Sí, hijo. —respondí con la verdad. No había razón para ocultar lo que pasaría (si es que ya no había ocurrido) con su madre. Pocos días antes, vimos, Fernando y yo, cómo esas cosas andantes se peleaban por comer la poca carne que quedaba de un cadáver tirado allí, sin más, en pleno estacionamiento de un mall. Después de aquello, sumado a toda la locura que vino luego; con personas corriendo en todas direcciones huyendo de los muertos, entonces no, no podía mentir a mi hijo haciéndole creer que su mamá estaría bien, tras haber sido mordida por uno de ellos. 

Olivia me miraba con una sonrisa de calma, al tiempo que mi hijo se acurrucaba en mi pecho, durmiéndose. Había llegado una cálida noche. 

—Haces bien en no mentirle, ¿sabes? —dijo Olivia. 

Yo no estaba tan convencido de qué tenía de bueno contar la verdad a un niño sabiendo que la mentira pudiera ser más placentera para poder dormir.
—Debemos salir de éste lugar, y pronto —dijo Ramón, interrumpiendo nuestra pequeña conversación—. En algún momento llegarán acá. Pueden olernos, ¡lo sé! 

—Ellos no pueden oler, tonto —respondía su hermana—. Están muertos. 

—Eso no les impide andar caminando. —dije. 

No podríamos estar mucho tiempo más escondidos. Ya no quedaba comida, y el agua se había terminado el día anterior. Estábamos en pleno campo. No había un solo auto cerca. Si dejábamos su casa, no había plan más organizado que limitarse a correr. 

—Voy a cagar —avisó Ramón. Todos los demás cruzamos miradas de asco, pero era algo a lo que había que acostumbrarse. El wc ya no tenía agua, así que un día no quedó más escoger un rincón, alejado un poco de todo, para los desechos. Las moscas ya habían infestado toda la casa, y la putrefacción no sólo era parte de los muertos, sino de nosotros. 

Traté de pensar en otra cosa. ¿Se habrían ido las pocas personas que quedaron con vida? Lo más probable, pero, ¿por qué cortar el agua la electricidad? 

¿Es que acaso estábamos en cuarentena sin haberlo notado? Imaginaba yo que sólo una bomba destruiría a los muertos. 

Una terrible bomba que lo incendiara todo, sería la única forma de acabar con todo, y todos. Las llamas no discriminarían, sólo matarían. Para mi era comprensible. 

Un grito desgarrador me sacó de mis atómicos pensamientos. Era Ramón. 

Todos se alarmaron y mi hijo despertó de un salto. 

De la penumbra, caminando a penas, apareció Ramón sujetándose el cuello. Emanaba sangre. 

—Ya llegaron —. dijo, y cayó de cabeza al suelo. Su cuello quedó desprotegido y pude ver que le habían arrancado la carne de una mordida. Ya no dijo más. Sólo la sangre, que se desparramaba, hablaba por él. 

Carla quiso acercarse, pero la tomé del brazo con fuerza. No era momento de demostrar simpatía por nadie. 

—Es mi hermano —dijo ella—. ¡Mi hermano! —se acercó de todas formas. 

Sentí muchos pasos desde afuera de la casa, gritos inexplicables que sólo podrían definirse como locura. Eran ellos. 

Nos encerramos en el cuarto del fondo. Estábamos mi hijo y Olivia. Carla estaba ya perdida. 

Me agaché para ver por entre el cerrojo: los hermanos estaban siendo devorados. El chico estaba muerto, pero a ella se la comían viva. 

Tratamos de mantener silencio. Fernando se llevó las manos a la boca. 

Uno de los muertos, un hombre muy viejo, mordía el cráneo de la chica, mientras sus dientes se caían. Otro pasó a llevar una vela y ésta cayó encima de un montón de libros. Comenzó a armarse un incendio. Olivia gritó. Ellos se dieron cuenta y comenzaron a forzar la puerta sin demoras. 

—¿No hay salida por acá? —grité, desesperado. 

—La ventana —indicó Olivia—, pero está empalada por fuera. 

Era un espacio muy reducido, pero había que intentarlo. 

Mientras Olivia y Fernando se ponían contra la puerta para impedir que ellos entraran, yo, con un martillo, comencé a golpear las tablas de la ventana como pude. 

La casa se incendiaba. Comenzó a llenarse de humo, pero eso no impedía que los muertos siguieran intentando entrar a la habitación. 

Comencé a toser. 

Apenas, seguía golpeando con el martillo hasta que, al fin, la ventana cedió. Empujé como pude hacia afuera. Miré hacia mis espaldas y vi un par de manos que ya se asomaban entre la puerta. Nunca sentí tal terror. 

Tomé una decisión. 

—Adiós, hijo —me despedí—. Perdóname... 

Como pude, entré por el estrecho espacio de la ventana mientras él me miraba atónito. Sentí un par de astillas clavarse en mis hombros y piernas, no importaba. 

Una vez afuera, oía a Fernando y Olivia entre toces y aullidos, pero yo seguía clavando la madera por fuera de la casa para volver a cerrar la única salida. Si los encerraba ahí, los muertos estarían ocupados alimentándose... y yo tendría tiempo de escapar. 

Después corrí. 

Llegué, después de un día, a una casa abandonada donde quedaban aún restos de comida que me alcanzarán para un tiempo, y también un notebook desde donde les escribo éste relato. Me pregunto si alguien lo leerá alguna vez. 

Si se preguntan si me siento arrepentido, la respuesta es no. Seré juzgado sólo por Dios. Si es que sigue habiendo uno… 



FIN 


@RFYanez

5 comentarios:

  1. Me gustó el cuento, aunque encuentro que está un poco trillada esta escena donde un grupo de personas (por lo general refugiadas) es atacado por zombies. El giro que le das al final es bueno, ya que no lo vi venir, pero aún así creo que es necesario buscar nuevas formas de enfrentar las temática de los muertos vivientes. Ahora, un pequeño detalle, cuando dices "emanaba sangre", en realidad es "manaba" (de manar: brotar de una parte un líquido).

    Saludos.

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  2. Wow, no vi venir el final. Finalmente el confesarle que su madre sería una muerta viviente, más que un acto de honestidad, fue de indiferencia.
    Buen relato.

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  3. siempre he tenido algo con el tema de los zombies. Es dificil de superar, sin caer en lo ya dicho. Aprecio tu atrevimiento en estas tierras

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  4. Buen final. A problemas extremos, soluciones extremas.

    Blood

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  5. me suena a una pelicula no sé por qué pero esta muy bueno.....

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