Manejaba
por “La carretera de la muerte”. Cerca de las tres de la madrugada y pese a
conocer bien el camino, lo hacía de mal humor. Las curvas y continuas cuestas
le desquiciaban, las luces de los otros vehículos le desorientaban y aún más
las de “aquellos idiotas” incapaces de bajarlas. En definitiva le desagradaba
manejar de noche.
La
carretera estaba vacía. Sólo de vez en cuando se cruzaba con algún camión de
grandes luces incandescentes que lo obligaba a disminuir la velocidad para no
despistarse, maldecía, sin embargo, retornaba a su velocidad habitual, bastante
prudente por lo demás. A medio camino una caravana de camiones salmoneros
repletos de bins, le obligó a detenerse en la berma cerca del lago Tarahuín,
provocando una instantánea descompensación en sus nervios que lo dejó con una
sensación de ira y violencia pocas veces vivida. Esta caravana de grandes focos
que lo cegaban más que mirar al sol directamente, le provocó los mismos
estornudos involuntarios que le desconectaban de la realidad por escasos
segundos, pero que al volante podrían ser los mismos que se necesitaran para
volcar. ¿Qué tenía que hacer a estas horas de la noche manejando de Castro a
Quellón? ¿por qué había aceptado hacer aquel favor?
“Nunca
más llevaría a nadie a Castro si con ello estaba obligado a retornar de noche”.
Se
recriminaba por no aceptar la invitación que le hicieran para quedarse a alojar.
Sí, él era el culpable de todo lo que ocurría.
Partió a toda velocidad, pisó el acelerador a
fondo y su viejo Datsun Sunny del 80 alcanzó los ciento diez kilómetros por
hora.
Los
coletazos del colapso estaban quedando en el olvido cuando por el retrovisor observó
que un vehículo venía detrás a corta
distancia. Se mantuvo así por un tiempo. Esta situación comenzaba a
obsesionarlo pues lograba perder al otro vehículo en las curvas, pero en las
rectas aparecía y se acercaba nuevamente. Ahora no eran las luces altas lo que
le molestaba, le irritaba notar por el
retrovisor que dos ojos incandescentes lo seguían. Por lo tanto, decidió
disminuir la velocidad para que el otro vehículo acabara pasándolo. Sin embargo,
esto no ocurrió. A disgusto, decidió acelerar para dejarlo atrás, tanto que le
fuera imposible notarlo por el espejo.
Luego
de unos minutos se percató de que tampoco surtió efecto aquella maniobra, el
otro vehículo continuaba a una distancia invariable. Sus nervios empeoraban y
lo hicieron aún más cuando el otro auto se acercó a corta distancia con las
luces altas. Ésta era una provocación premeditada, esas luces lo desorientaban
a tal punto que comenzó a perder el control del Datsun. Completamente
indignado, con un sarpullido desesperante en el cuello producto del nerviosismo,
paró el vehículo con la intención de que aquel perseguidor anónimo lo rebasara
de una vez por todas y él pudiera calmarse de un colapso que parecía inminente.
Sin embargo, para su sorpresa y paroxismo, el otro automóvil se detuvo a unos
diez metros detrás de él sin bajar sus luces. Esta situación le provocó temor,
algo malo seguro le sucedería, ese otro tipo no podía ser normal, estaba torturándolo,
riéndose de él.
“Tal
vez este hijo de puta me conoce –pensó– pero quién podría ser tan sádico,
además que él recordara jamás había relatado su animadversión por conducir en
la oscuridad”.
Intentaría
nuevamente esquivar al demente que tan mal le tenía de los nervios. Acelerando a
fondo se encontró solo en la carretera y así condujo por unos minutos, pero sus
nervios le impedían mantener una adecuada conducción tendiendo a irse hacia
fuera en las curvas, con riesgo de despistarse.
Faltaba
bastante menos para llegar al pueblo, a su casa y descansar y relajarse de toda
esta locura.
“Maldito
loco, enfermo de mierda -decía en voz alta- cómo se le ocurre actuar de esa
manera, seguir a otros autos, jugar con el temor y los nervios de las personas,
si lo tuviera delante de él le daría una…”
Una potente luz lo iluminó y casi le sacó del
camino, ésta venía del otro vehículo que ahora le daba alcance. No logró reaccionar
cuando sintió un violento choque por la parte posterior. Sólo atinó a frenar
bruscamente y un trompo lo dejó fuera del
asfalto en sentido contrario. Antes de recuperarse por completo del incidente,
se percató que tenía las luces altas del otro automóvil frente a él. “Esto es
el colmo” –pensó–, una rabia inmensa le invadía, se bajó, fue a la parte
posterior abriendo la cajuela para sacar el fierro que utilizaba como palanca
para el gato hidráulico y se acercó decidido al otro vehículo rompiendo sus
focos, quedando por fin a oscuras.
No
contento con eso y sin medir consecuencias continuó con el parabrisas, quería
matar al otro individuo, pero al interior no había conductor, nadie se
encontraba sentado al volante.
Sintió
que nuevamente las luces lo iluminaban, esta vez provenían de su propio
vehículo, “ese maldito hijo de la gran puta debía estar en su auto” –pensó–, “eso
sí que era una provocación que no dejaría pasar”. Se acercó decidido, abriendo
la puerta con fuerza. No alcanzó a contener el golpe cuando se percató que
abría los sesos de un hombre igual a él, que lo miraba horrorizado, con ojos
desencajados por la locura. Inmediatamente, luego del golpe sintió un dolor
punzante en un cien y cayó al interior de su vehículo.
Por
la mañana unos camioneros dieron aviso a carabineros del hallazgo de un Datsun
Sunny azul eléctrico, que parecía haber chocado, encontrando en su interior a un
hombre de unos 50 años con los sesos de fuera y un fierro de gato hidráulico en
las manos.
Excelente.
ResponderEliminarBlood