lunes, 23 de abril de 2012

"De Piel y de Agua" capítulo segundo, por Fraterno Dracon Saccis


Bulbararing lagoon - dusk 1 by *wildplaces
     Daniel y Miguel observaban fascinados como el abuelo de este último trabajaba en su taller de curtiembre. El cuero había sido salado y apilado durante un mes para curarlo. Otro material había sido metido en inmensos tarros, donde lo sumergía en una salmuera al borde de la saturación. Además le agregaba un químico cuyo nombre los niños no lograban descifrar. Miguel había explicado a su amigo esto y muchas cosas más sobre el oficio de trabajar el cuero. Era un chiquillo muy despierto e inteligente, que no se separaba de su abuelo, quien constantemente estaba aleccionándolo sobre cuanta materia se les cruzara.

—Miguel, jamás se debe agregar cuando está encendido, o tener cerca del fuego, el desinfectante; es muy inflamable.

Miguel soñaba con llegar a ser un maestro del cuero como su abuelo. Este le decía que se sentía orgulloso por la admiración que profesaba por su oficio, pero que él podía llegar a hacer cosas mucho más grandes. No menospreciaba su trabajo, pero la inteligencia de su nieto era demasiado grande como para desperdiciarla curando y cociendo pellejos de animal.
Los niños, luego de esta especie de clase de curtido, gastaban el tiempo entre pastizales, abandonándose por horas a la inocente exploración de cada rincón que despertara su curiosidad. El año había sido tan lluvioso que el calor del verano no fue suficiente para secar el estanque. Por un lado, esto los decepcionaba ya que acostumbraban a escarbar entre las grietas fangosas de la depresión que quedaba al evaporarse el agua, para encontrar variedad de sapos que generalmente terminaban ronchándoles las manos. Ninguno tenía recuerdo de haber pasado un verano con el estanque hasta el tope. A lo más un paupérrimo charco fangoso, donde los guarisapos se desarrollaban como nadando en una placenta de chocolate amargo.
Tenían grandes planes para aprovechar las vacaciones en el estanque, ideando excursiones de reconocimiento, análisis químicos de la flora y fauna, desarrollo de medios de transporte fluviales, y toda clase de experimentos a escala pueril.
Miguel, sin decirle a su abuelo el fin, le pidió todo lo que pudiese darle en materiales que ya no le sirvieran. Lo suyo hizo Daniel, quien ni siquiera se molestó en informar a sus ocupados padres que sacaba las herramientas.
Cargaban con todo su equipaje, cuando la mamá de Daniel les gritó desde la cocina:

—No se les vaya a ocurrir meterse en el estanque de allá arriba, miren que en la mañana no más se ahogó un cabro.

Daniel quedó de una pieza, y apunto estuvo de volver a pedir más detalles a su madre, pero Miguel le hizo un gesto insinuando que la señora sólo divagaba. Siguieron su camino.

—Sí mami, no se preocupe, si ni cerca vamos a andar.— y corrieron entre risas en dirección al camino El Sauce.

A pesar de haberse reído de la advertencia de su madre  —risa que venía más por imitación que por encontrar divertida la situación—, Daniel se había preocupado.
Pasaban frente a la discoteca, que desentonaba tanto o más en el paisaje campestre que el motel, refugio de relaciones prohibidas de las ciudades aledañas.

—Oye Miguel, ese niño que se ahogó ¿no habrá sido un cuero que lo pescó?

—¿Un cuero? Pero si esas cosas no existen.

—¿Y quién dice que no? Mi papá dice que es el pellejo de algún animal que tiran a los lagos, pero que no se muere, si no que toma una forma como de mantarraya y se alimenta de lo que sea que se meta al agua, incluso las personas. Te chupa y te sumerge hasta ahogarte y quitarte la vida. Tiene unos ojos que te hipnotizan para que te metas al agua, y ahí te ataca.

—Y mi abuelo dice que esas son puras tonteras. Dice que son historias que la gente inventa y después se las cree, para justificar las cosas que no entiende. Como lo que nos decían en la clase de historia sobre los incas, que pensaban que el sol era un dios, y lo adoraban, le rezaban, y todo lo que hace uno en la iglesia. Dice mi abuelo que a esas historias se le dice mitos.

—¿Mitos? Bueno, a lo mejor tu abuelo tiene razón.

Daniel tenía en tan alta estima a Miguel y a su abuelo, que no dudó lo que le había dicho su amigo. Esta convicción lo tranquilizó, desviando su atención a temas menos preocupantes.
Mientras rodeaban el bosque, hablaban del último capítulo de Los Súper Campeones, y de lo espectaculares de las piruetas aéreas que podían hacer esos personajes. Daniel aseguraba que él, con buena práctica, era capaz de hacer esas y otras piruetas más fantásticas, y que iba a llegar a ser el mejor futbolista del mundo, y lo iba a recorrer pateando la pelota. A Miguel se le vino a la mente la hermana de Daniel:

—¿Cómo se fue a quedar repitiendo de curso tu hermana? Yo me acuerdo siempre de ese día que se enojó con nosotros porque le manchamos el uniforme con cloro; esa vez que le pusimos a las pistolas de agua que te regaló tu papá.

—Sí, que idea más buena, pero ella tenía que echarla a perder. A ti te mandó mi mamá derechito a tu casa, y a mí a la cama.

—La cosa es que nos gritaba que no hallaba la hora de terminar octavo para salir de Lo Hidalgo, que nosotros éramos todos iguales, unos huasos abrutados y un montón de tonteras más.

—Y nosotros nos largamos a reír con más ganas.— y lo volvieron a hacer ahora. Una  vez que las carcajadas cesaron, Daniel se quedó pensativo un momento.

—Mi mamá no entendía cómo fue a bajar las notas tan rápido. Si tenía todos los ramos bien, y de repente apareció con puros rojos.

La conversación se interrumpió cuando llegaron al estanque. El agua quieta lanzaba miles de rayos de luz a sus rostros jubilosos. Daniel se iba sacando la ropa para darse un chapuzón, como hipnotizado por el haz acuático. Miguel lo paró en seco recordándole que venían a hacer el barco de juguete, y que si todo les salía bien, podrían hacer uno grande para ellos. La intromisión en su mente del plan sacó del hechizo a Daniel y ambos pusieron manos a la obra.
El sol ya alcanzaba los bordes de los cerros cuando su proyecto estaba terminado. Con la solemnidad con que los parientes despiden a los marinos al lanzarse al mar, los niños pusieron a flote su barco en miniatura. El artefacto, para angustia de sus creadores, se balanceó en exceso por unos instantes, regularizando su nado unos metros más al interior.
Daniel y Miguel saltaron de alegría al ver que su invento funcionaba de mil maravillas, orgullosos de haber logrado hacer algo con sus propias manos y que casi literalmente llegase a buen puerto.
Intentaron hacerlo volver a la orilla, dejándolo al notar que el barco se había detenido en el centro, muy lejos de cualquier rama que encontrasen, por larga que fuera.
Se pusieron de acuerdo para reunirse más temprano al otro día. Ahora debían ir por un desafío mayor: confeccionar una balsa para ellos.





Yanina y su cabello celebraban al viento la llegada de la tarde.
Aunque disfrutaba hasta el último peso que ganaba trabajando como temporera en los tomates, había momentos en que deseaba mandar todo a la mierda, y abandonarse a la inercia física e intelectual. No hacer trabajar más que a sus pulmones. Estas ideas culminaban sincronizadas con el fin de la cinta que estaba retrocediendo con el lapicero, para ahorrar pilas de su personal estéreo. Miraba este maravilloso aparato que la ayudaba a sustraerse del mundo durante treinta minutos por lado. Valía la pena sacrificar las vacaciones entre melgas y almácigos con tal de darse estos gustos.
En sus oídos penetraba un muy mal español, interpretado por Bon Jovi, canción que había grabado de la radio junto con trozos mal cortados de publicidad e hiperactivos locutores juveniles. La música fue pasando a un plano en el fondo, mientras miraba los rayos del ocaso que rebotaban en la capa acuática del estanque. Los rasgueos de Richie Sambora se difuminaron hasta desaparecer bajo el sonido cristalino del agua turbia.

Unas ganas locas de bañarse se apoderaron de ella.

Dejó sobre la mochila su ropa y su apreciado artefacto sin siquiera molestarse en apagarlo. El agua estaba tibia gracias a la constante caricia del sol. Su cuerpo se relajó como si estuviera en las mejores termas del orbe.

Su tobillo sintió un delicado cosquilleo.

Jugaba con los dedos de los pies, revolcándolos en el fango del fondo. Sus cansados talones se aliviaban con el masajeo del barro.

Algo, con sigilo, rodeó su pantorrilla.

El rojo del crepúsculo desapareció en un segundo, reemplazado por la ceguera del agua invadiendo sus globos oculares. Ya no había sonidos cristalinos, sólo la presión del líquido violando sus oídos.

Y algo la arrastraba al fondo, cada vez cubriendo más su piel.

Trató de agarrarse del suelo para reptar a la orilla, pero la cosa había atrapado sus brazos, impidiéndole cualquier movimiento. Con las piernas se impulsó hacia arriba, pudiendo por un momento tomar aire, el cual soltó de inmediato al gritar por el espanto de ver a aquel trozo de pellejo a los ojos.
Volvió a ser sumergida, pero esta vez para siempre, disminuyendo sus latidos hasta desaparecer entre los sonidos infernales de su cuerpo al ser secado de vitalidad.

Continuará...

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