lunes, 28 de mayo de 2012

"De Piel y de Agua" capítulo tercero y final, por Fraterno Dracon Saccis

      Los padres de Carolina habían aceptado, no sin decenas de súplicas de por medio, dejarla irse en micro al colegio. Antes, la niña caminaba de ida y vuelta los kilómetros que separaban a Lo Hidalgo de Quebrada Escobar, pero luego no hubo forma de convencerla de seguir con su rutina.
     Todo lo que gastaron en pasajes durante ese año, incrementó de forma exponencial la ira que sentían los padres de Carolina al enterarse que había repetido de curso. La mujer le dio una paliza, mientras que el hombre se contentó con advertirle sobre lo que le esperaba si seguía en ese camino. Dejaría a la golpiza de la madre como un coscorrón amistoso.
      La niña, a pesar de sentir las dolorosas secuelas del castigo de su madre, tenía algo peor de que preocuparse. Despertaba aterrada cada día, sabiendo que el verano avanzaba implacable a su fín y que se acercaba el plazo en que tendría que volver a caminar sola hasta el colegio. Ni por un momento se le pasó volver a pedir viajar en locomoción a estudiar.
     Cuando los moretones se borraron, también lo hicieron las sombras de estos temores. Sin embargo, las noticias que vuelan tan rápido al ser malas, terminaron con la breve tregua, reviviendo sus pesadillas.
     Nuevas desapariciones de jovencitas, se sumaban al niño que se habían ahogado en el estanque. Dos chiquillas que estudiaban en el Liceo Comercial de Quilpué, se perdieron una un día, y la otra al siguiente. Sin huellas, sin cartas, sin pistas. La última era Yanina, la hermana mayor de su amiga Rosa. La familia estaba destrozada, negándose a aceptar que su hija se hubiera escapado. Sabían, o presentían que algo malo le había pasado, pero de presentimientos no se alimenta el trabajo policial. Sabían que la investigación  se congelaría hasta que ellos mismos aportaran nuevos antecedentes.
     Carolina sudaba frío retorciéndose en las sabanas, soñando que “el chueco” llegaba a los pies de su cama, goteando agua y carne descompuesta, y se abalanzaba sobre ella, lamiéndola y toqueteándola con su piel putrefacta. Acercaba el rostro al suyo, mostrándole como los músculos alimentaban familias de gusanos blancos, dejando al descubierto los huesos del cráneo.

martes, 22 de mayo de 2012

"Puerta" por Doctor Blood


"Close the Door" by ~Buszujacy-w-zbozu
        Cada cierto tiempo la puerta de la casa que daba al patio crujía sin razón aparente. La joven dueña de la vieja casona recibida de herencia de su abuela ya estaba acostumbrada al continuo sonido. Día y noche, invierno y verano, siempre la puerta del patio crujía y crujía; no importaba que estuviera abierta o cerrada, la puerta jamás dejaba de crujir.
         Su abuela, quien edificó esa casona en un terreno a su vez heredado de su propia abuela, era una mujer extraña. Dueña de conocimientos pasados de boca en boca por varias generaciones. Era una especie de guardiana de toda esa información que, más que nada, conformaba principalmente una suma de secretos incontables acerca de las familias de la ciudad. Su casa era un enclave soñado para historiadores y trovadores, quienes luego de conversar una tarde entera con la sabia mujer, tomando mate amargo, salían maravillados de todo lo que la abuela sabía acerca de lo que le preguntaran. Lo único que la mujer jamás revelaba era su fuente: si alguien se atrevía a preguntar por ello la mujer se sumía en un mutismo que obligaba a sus interlocutores a abandonar la casa y no volver nunca más. La abuela era en general una mujer feliz de la vida salvo por un detalle: su hija, la llamada a heredar todo, no se interesó nunca por nada de su madre. Así, cuando creció su nieta y mostró un interés sincero por ella, encontró a quien legar su mente.
         La niña tenía libertad absoluta en la casa de la abuela, no había lugar vedado ni pregunta no respondida. Cuando cumplió los quince, y presa de la curiosidad propia de una chica de su edad y de la influencia de las historias escuchadas, le preguntó a la matriarca de dónde salía todo lo que sabía, a ver qué pasaba. Para su sorpresa su abuela no se enojó, sino que la llevó al fondo del patio y le mostró la raíz de la vieja higuera. Ahí le explicó que estaba enterrado el cuerpo de una vieja bruja, quemada hacía ya trescientos años, y que era la fuente de toda sabiduría en la familia. También le hizo una advertencia: toda la casa estaba hecha de modo tal de contener el alma de la bruja en su lugar. Si algo de la estructura de la casa salía de sitio, las consecuencias serían insospechadas. Entendiendo apenas la mitad de lo que escuchó, no le dio mayor importancia y siguió haciendo su vida.

lunes, 14 de mayo de 2012

"Después de Aquella Noche" por Aldo Astete Cuadra

"Rabid" por ~rbruneau


¡Mira! La muerte se ha izado un trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos…
donde el bueno y el malo
el mejor y el peor
han ido a su reposo eterno.
Edgar Allan Poe


Recuerdo bien aquella monótona tarde de agosto, de tiempo inestable. Las lluvias sucedían al sol y el frío al viento. Pocas personas se veían  en las anegadas calles de Quellón.

Me llamó la atención su caminar descalzo. Nadie transita así por el centro de un pueblo, y menos luego de la lluvia; seguro no estaba en sus cabales. Otro aspecto llamativo era un tatuaje de serpiente que reptaba por su cuello mostrando la bífida lengua cerca de su mandíbula. Caminaba acelerado, como si en algún lado le aguardaran o algo le apremiara. Pasó indiferente por mi lado, fumando a grandes bocanadas, como he visto hacer a los esquizofrénicos. Se detuvo más allá para regresar y situarse a escasos metros de mí.

Recordé haberlo visto ocasionalmente, primero como suplementero del diario “El Insular” y, tiempo después, ebrio y perdido por las calles de Quellón. Tal vez me reconoció, pues me miró fijamente, con los ojos desencajados, como si buscase un pretexto para actuar violentamente. Fingí no percibir su mirada. Mi vista se centró al interior del local de artesanías buscando contacto con la dependienta. Siempre les he temido a los locos, a su fuerza descomunal y a su mínima capacidad de autocontrol. No volví la cabeza, un miedo indescriptible me paralizó. Sentí cómo el humo de su cigarro cubrió todo a mi alrededor, mientras un sudor frío comenzó a brotar como pequeñas gotas en mi frente. Finalmente, se marchó caminando rápidamente en dirección al muelle fiscal. 

lunes, 7 de mayo de 2012

"El Jardín de los Niños" por Paul Eric

Hace años nos juntamos con nuestras primas de Puente Alto, Carla y Gloria. Fuimos con mi hermano menor por un par de días aprovechando las vacaciones de verano.
Lo pasábamos tan bien. Cada vez que estábamos los cuatro reunidos éramos los mejores primos del mundo. Pronto, fui descubriendo que el mundo no es más que un palco donde las personas cada vez quedan más apretadas y de ahí en más, sálvese quien pueda.
            Las primas se habían cambiado hace poco de casa. Pasaron de vivir en La Papelera, a una nueva villa que se construía cerca de un cementerio. Eran muchas las casas nuevas y aún sin ocupar, así que no era raro que, a ratos, uno se encontrara totalmente solo por las calles. No deambulaba nadie, sólo se hacía presente el eco del avanzar de nuevas marchas de hormigas. Más de alguna vez, pensé que la familia de mi tío Ricardo fue la primera en mudarse a la zona.
            La más grande de mis primas, Carla, siempre tuvo un afán intrigante para el resto de los otros primos de entenderse, o mirar de cerca, todo lo que fuera sobrenatural y que estuviera al alcance de la mano. No miento si nombro la Ouija, las Cartas Negras, el horóscopo negro, contar el máximo de historias terroríficas en el menor tiempo posible… ella era así, qué le íbamos a hacer, pero nosotros disfrutábamos del Miedo. Hasta ése punto, ser parte de los pequeños era una ventaja porque te divertías con aquello; independiente de que fuese mentira o no, nosotros queríamos pensar que todo era real. 
            Aquella madrugada de martes de verano, sería La Madrugada, nuestra gran hazaña. Quién sabe cómo, pero Carla nos convenció de que visitaríamos el cementerio para ver si vivíamos una experiencia que valiese la pena recordar cuando fuésemos todos viejos.
            Cada uno llevó su respectiva mochila, lo cual era extraño puesto que no cargábamos nada. Una de las leyes del plan.
            Entrar al cementerio no era para nada complicado, pues eran sólo dos guardias para lo que parecía ser un inmenso parque lleno de verde. Simplemente esperamos a que los hombres rodearan lo suficiente el lugar, por la otra entrada, y luego nos adentramos evitando las pocas lámparas pálidas que se mantenían prendidas por las noches —a veces te preguntas si con intención los dueños de los cementerios compran pequeñas ampolletas donde, al parecer, la idea es que iluminen lo menos posible y todo se vuelva tediosamente lúgubre.