Los padres de Carolina habían aceptado, no sin decenas de súplicas de por medio, dejarla irse en micro al colegio. Antes, la niña caminaba de ida y vuelta los kilómetros que separaban a Lo Hidalgo de Quebrada Escobar, pero luego no hubo forma de convencerla de seguir con su rutina.
Todo lo que gastaron en pasajes durante ese año, incrementó de forma exponencial la ira que sentían los padres de Carolina al enterarse que había repetido de curso. La mujer le dio una paliza, mientras que el hombre se contentó con advertirle sobre lo que le esperaba si seguía en ese camino. Dejaría a la golpiza de la madre como un coscorrón amistoso.
La niña, a pesar de sentir las dolorosas secuelas del castigo de su madre, tenía algo peor de que preocuparse. Despertaba aterrada cada día, sabiendo que el verano avanzaba implacable a su fín y que se acercaba el plazo en que tendría que volver a caminar sola hasta el colegio. Ni por un momento se le pasó volver a pedir viajar en locomoción a estudiar.
Cuando los moretones se borraron, también lo hicieron las sombras de estos temores. Sin embargo, las noticias que vuelan tan rápido al ser malas, terminaron con la breve tregua, reviviendo sus pesadillas.
Nuevas desapariciones de jovencitas, se sumaban al niño que se habían ahogado en el estanque. Dos chiquillas que estudiaban en el Liceo Comercial de Quilpué, se perdieron una un día, y la otra al siguiente. Sin huellas, sin cartas, sin pistas. La última era Yanina, la hermana mayor de su amiga Rosa. La familia estaba destrozada, negándose a aceptar que su hija se hubiera escapado. Sabían, o presentían que algo malo le había pasado, pero de presentimientos no se alimenta el trabajo policial. Sabían que la investigación se congelaría hasta que ellos mismos aportaran nuevos antecedentes.
Carolina sudaba frío retorciéndose en las sabanas, soñando que “el chueco” llegaba a los pies de su cama, goteando agua y carne descompuesta, y se abalanzaba sobre ella, lamiéndola y toqueteándola con su piel putrefacta. Acercaba el rostro al suyo, mostrándole como los músculos alimentaban familias de gusanos blancos, dejando al descubierto los huesos del cráneo.