martes, 26 de junio de 2012

"Calles Interminables" Por Fraterno Dracon Saccis


   
"Death and  the Maiden" - Laurie Lipton
Para más información sobre la artista, chequeen
la página de Artsy, dedicada a Laurie Lipton.

     La humedad de la niebla me sofoca.
     La visibilidad es lechosa. Perfectamente podría haber tenido cataratas y no vería peor. Frente a mi nariz podría haber un farol, un árbol, incluso una casa y no la percibiría hasta colisionar.
     Al principio corría rasgando la neblina, cuyas hebras formadas por mi deambular, se reintegraban como si se tratase de un lago por donde pasó una vara. La vaho que me rodea parece estar vivo, acosándome en carcajadas mudas. Me acaricia con sus gélidos dedos, cual guadaña que me desgarra la columna con escalofríos.
     El tiempo no transcurre, o si lo hace, es de una forma lenta y dolorosa. No hay cambios de luz, temperatura, ni de densidad en la niebla. Es un limbo personal, donde el espacio es una sátira de la realidad, una burla lánguida y eterna. Mi laberinto no tiene paredes ni pasillos, solo este suelo empedrado que parece el fondo repetitivo de un viejo dibujo animado. A ratos, mis pasos rebotan en las paredes de algún callejón. Corro para aferrarme a ellas, en un esfuerzo infructuoso. No encuentro nada más que niebla.
     La ignorancia y la soledad se pelean por mi carne. Aves carroñeras que revolotean a la espera de mi colapso. Tal vez no deban esperar mucho.
     Entonces, una silueta se dibuja en la luz que lucha por atravesar el aire cargado. En un momento está, en el otro, se disuelve como tinta fresca sobre un papel olvidado bajo la lluvia. Un susurro como recado olvidado penetra con andar arácnido por mi oído. No importa lo que dice, si no cómo lo dice. Es solo una palabra, pero en ella hay tantos mensajes. Me cuenta que ya no estaré solo, que mi búsqueda ha terminado. No habrán más lágrimas sobre la leche derramada, no más piedras en el pecho, no más confesionarios abandonados al reino de las telarañas.
   El círculo se cierra para que la vanguardia sea la retaguardia.

     Entonces me encuentro con su mirada, que me habla con la misma angustia cristalina de mis difuminados recuerdos. ¿Por qué lo haces?, derrama en las palabras junto a lágrimas sanguíneas. Sus manos atrapan mis muñecas, llevando mis curtidas manos a su diminuto cuello. Las marcas de los dedos están ahí antes de que nuestras pieles hagan contacto. ¡No! Le imploro, No quiero, nunca lo quise, y a pesar mío, aprisiono su garganta, que gorgotea alaridos infantiles. Su indefensión me angustia y a la vez me insta. Cuando mi lucha interna termina, su cuerpo cae inerte, la vacía mirada acusatoria desaparece entre el gris reinante.
     Me escabullo a ninguna parte, excepto a la lejanía del lugar de mi crimen. El eco de mis pasos me persigue, me acosa arañándome la nuca, clavando sus garras sonoras en mis oídos. Mi columna se estremece de miedo, ya ni siquiera al castigo, porque el mundo no existe a mi alrededor, si no que a mi mismo, a mis manos hambrientas de vida, deseosas de apresar el pulso y sentirlo uno con mis palmas, amando su ritmo creciente, la euforia que se apodera en la inminencia de la muerte. Porque no hay momento en que la vida esté más presente que en el ocaso de su existencia, cuando pide a gritos aferrarse a su insignificante templo de carne.
     
     Trémula carne.

     El recuerdo fresco de aquel agónico tejido angelical bajo mis garras, hiere con una ráfaga carmesí la niebla circundante. Ajada, la película gris se disuelve en estrartocúmulos hasta desaparecer.

     Regreso.
   
     Veo.

     ¿Es esta “La Vida” realmente? Una calle nocturna con los últimos transeúntes retornando a sus hogares, o buscando rincones perdidos para saciar sus bajos impulsos. El aire es malsano, repleto de olores vulgares, de frituras en aceites saturados y espesos como petróleo, de cigarrillos baratos en bocas de labial corrido y aún más barato.
     Me aferro a mis ropas y me cubro la nariz, temeroso de perder el hilo que aún habita mis fosas con su dulzura irreal. Cómo quisiera regresar.
     Giro, buscando el camino en el que dejé mis pasos, mas no logro siquiera sospechar de qué encrucijada, de qué dirección he venido. Es mejor así. Jamás he regresado. Nunca.
     Tal vez si retornara al lugar donde aquella criatura yace inerte e inmaculada, todo esto acabaría. Evitaría que volviese a aparecer en mi camino, deambulando solitaria entre las figuras cansinas que circulan como los despojos de un naufragio. Pero no me atrevo. No se si por el miedo a ser sorprendido, que ha recuperado terreno en mi mente, o si es mi angustia ante la posibilidad de perderle, de no ver su pequeño rostro de porcelana entre el gentío.
     Porque es ella quien me busca. Cada vez con más insistencia. Me acosa, me habla sobre nuestro futuro susurrándome mientras no la veo, para luego salir corriendo entre risas traviesas, dejando ver su empeine tras una esquina, o un mechón de su cabello desapareciendo entre la multitud.
     Es ella quien juega conmigo a este cruel juego, que me lleva en vilo por este laberinto de calles interminables.   

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