"Death and the Maiden" - Laurie Lipton Para más información sobre la artista, chequeen la página de Artsy, dedicada a Laurie Lipton. |
La humedad de la niebla me sofoca.
La visibilidad es lechosa.
Perfectamente podría haber tenido cataratas y no vería peor. Frente
a mi nariz podría haber un farol, un árbol, incluso una casa y no
la percibiría hasta colisionar.
Al principio corría rasgando la
neblina, cuyas hebras formadas por mi deambular, se reintegraban como
si se tratase de un lago por donde pasó una vara. La vaho que me
rodea parece estar vivo, acosándome en carcajadas mudas. Me acaricia
con sus gélidos dedos, cual guadaña que me desgarra la columna con
escalofríos.
El tiempo no transcurre, o si lo hace, es de una
forma lenta y dolorosa. No hay cambios de luz, temperatura, ni de
densidad en la niebla. Es un limbo personal, donde el espacio es una
sátira de la realidad, una burla lánguida y eterna. Mi laberinto no
tiene paredes ni pasillos, solo este suelo empedrado que parece el
fondo repetitivo de un viejo dibujo animado. A ratos, mis pasos
rebotan en las paredes de algún callejón. Corro para aferrarme a
ellas, en un esfuerzo infructuoso. No encuentro nada más que niebla.
La ignorancia y la soledad se pelean
por mi carne. Aves carroñeras que revolotean a la espera de mi
colapso. Tal vez no deban esperar mucho.
Entonces, una silueta se dibuja en la
luz que lucha por atravesar el aire cargado. En un momento está, en
el otro, se disuelve como tinta fresca sobre un papel olvidado bajo
la lluvia. Un susurro como recado olvidado penetra con andar arácnido
por mi oído. No importa lo que dice, si no cómo lo dice. Es solo
una palabra, pero en ella hay tantos mensajes. Me cuenta que ya no
estaré solo, que mi búsqueda ha terminado. No habrán más lágrimas
sobre la leche derramada, no más piedras en el pecho, no más
confesionarios abandonados al reino de las telarañas.
El círculo se cierra para que la
vanguardia sea la retaguardia.
Entonces me encuentro con su mirada,
que me habla con la misma angustia cristalina de mis difuminados
recuerdos. ¿Por qué lo
haces?, derrama en las palabras junto a lágrimas
sanguíneas. Sus manos atrapan mis muñecas, llevando mis curtidas
manos a su diminuto cuello. Las marcas de los dedos están ahí antes
de que nuestras pieles hagan contacto. ¡No! Le imploro, No
quiero, nunca lo quise, y a pesar mío, aprisiono su garganta,
que gorgotea alaridos infantiles. Su indefensión me angustia y a la
vez me insta. Cuando mi lucha interna termina, su cuerpo cae inerte,
la vacía mirada acusatoria desaparece entre el gris reinante.
Me escabullo a ninguna parte, excepto
a la lejanía del lugar de mi crimen. El eco de mis pasos me
persigue, me acosa arañándome la nuca, clavando sus garras sonoras
en mis oídos. Mi columna se estremece de miedo, ya ni siquiera al
castigo, porque el mundo no existe a mi alrededor, si no que a mi
mismo, a mis manos hambrientas de vida, deseosas de apresar el pulso
y sentirlo uno con mis palmas, amando su ritmo creciente, la euforia
que se apodera en la inminencia de la muerte. Porque no hay momento
en que la vida esté más presente que en el ocaso de su existencia,
cuando pide a gritos aferrarse a su insignificante templo de carne.
Trémula carne.
El recuerdo fresco de aquel agónico
tejido angelical bajo mis garras, hiere con una ráfaga carmesí la
niebla circundante. Ajada, la película gris se disuelve en
estrartocúmulos hasta desaparecer.
Regreso.
Veo.
¿Es esta “La Vida” realmente? Una
calle nocturna con los últimos transeúntes retornando a sus
hogares, o buscando rincones perdidos para saciar sus bajos impulsos.
El aire es malsano, repleto de olores vulgares, de frituras en
aceites saturados y espesos como petróleo, de cigarrillos baratos en
bocas de labial corrido y aún más barato.
Me aferro a mis
ropas y me cubro la nariz, temeroso de perder el hilo que aún habita
mis fosas con su dulzura irreal. Cómo quisiera regresar.
Giro, buscando el camino en el que
dejé mis pasos, mas no logro siquiera sospechar de qué encrucijada,
de qué dirección he venido. Es mejor así. Jamás he regresado.
Nunca.
Tal vez si retornara al lugar donde
aquella criatura yace inerte e inmaculada, todo esto acabaría.
Evitaría que volviese a aparecer en mi camino, deambulando solitaria
entre las figuras cansinas que circulan como los despojos de un
naufragio. Pero no me atrevo. No se si por el miedo a ser
sorprendido, que ha recuperado terreno en mi mente, o si es mi
angustia ante la posibilidad de perderle, de no ver su pequeño
rostro de porcelana entre el gentío.
Porque es ella quien me
busca. Cada vez con más insistencia. Me acosa, me habla sobre
nuestro futuro susurrándome mientras no la veo, para luego salir
corriendo entre risas traviesas, dejando ver su empeine tras una
esquina, o un mechón de su cabello desapareciendo entre la multitud.
Es ella quien juega conmigo a este
cruel juego, que me lleva en vilo por este laberinto de calles
interminables.
buen cuento, muy onírico.
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