jueves, 25 de octubre de 2012

"El Suicidante del Moraleda" por Aldo Astete Cuadra



Elías llevaba horas navegando entre los canales australes. Desde el techo de la barcaza disfrutaba de un paisaje esplendoroso junto a una decena de personas que indicaban extasiadas hacia algún cerro cortado a pique o ante la aparición de algún lobo de mar que acompañaba por tramos a “La Pincoya” con rumbo hacia Puerto Chacabuco. 

Al atardecer, se encontraron cerca de una pequeña caleta de pescadores. La temperatura declinó abrúptamente, provocando que los curiosos turistas ingresaran a la comodidad de sus butacas. Elías se sentó, esperando que las personas se durmieran pronto. Finalmente, decidió salir, pues aún restaban un par de horas para llegar a Puerto Aguirre y luego de aquel lugar habría tiempo para dormir como los demás, pero antes era necesario conectarse con su interior y disfrutar del paisaje nocturno del Canal Moraleda.
Acompañado de una botella de pisco sour que ayudaba a llevar mejor la soledad, se acomodó cerca de los tubos de escape de los motores que se encontraban en el techo.  La tibieza alrededor de éstos le permitía soportar la gélida noche austral, rutilante de estrellas y con media botella en el gaznate, la noche se mostraba magnífica. 

Estaba observando el movimiento del universo y de improviso, observó a su derecha a un hombre maduro, vestido de traje oscuro, camisa blanca y pañuelo al cuello, parado sobre la baranda de popa, balanceándose con la clara intención de saltar a las frías aguas del Canal. 

Instintivamente Elías quiso ayudar, apresurándose a gritarle para evitar lo que parecía inevitable, pero el hombre, después de mirarle con un gesto extraño saltó al vacío perdiéndose entre la estela de espuma que resaltaba como la línea continua de una carretera en medio del Canal.  

sábado, 20 de octubre de 2012

"El Espejo" por Rancifer Sajovic

'Bloody Mirror' por Ronbot
Abro los ojos. La madera se sitúa cómoda dentro de su naturaleza. Al menos la sensación de yacer aquí se me hace menos dolorosa. No puedo percibir si ha amanecido, o si me mantengo bajo el flagelo de las sombras. Mis oídos no perciben ningún sonido aparente que me permita distinguir la situación de mi realidad. Una tenue luz alumbra lo suficiente como para confundir mi percepción. Y al frente de todo lo puedo apreciar, el espejo.

Grande y ovalado, se impone frente a mí a una distancia razonable como para poder observarme bajo las ráfagas pequeñas y luminosas que me denotan. No es la primera vez que lo puedo mirar, tampoco creo que sea la última. Lejano en el vacío de la habitación me causa cierto confort, al menos sé que no estoy muerto. Me llena de esperanza, me enorgullece de vida. Tarde o temprano tendrán que percatarse que no he cometido falta alguna, que soy inocente; tarde o temprano me quitarán las amarras que me unen contra el suelo y la madera… y en ese momento agradeceré al espejo por darme la esperanza necesaria para sobrevivir. El tiempo transcurre en mi maravilla hasta que los ruidos me advierten que debo nuevamente ser testigo de mi noche.

Ha vuelto amanecer en mi consciente. Nuevamente, las ráfagas tenues me impiden reconocer si es de día o de noche. Mis brazos sienten mucho ardor, y mis manos atadas nada pueden hacer para confortarlas. El suelo comienza a parecerme tortuoso y rígido. Quiero que se detengan, que por favor se detengan. Mi boca está seca y mi pecho se agita recordando la oscuridad anterior. Ya no lo quiero más, por favor entiendan que ya no lo quiero más. Mis ojos nuevamente se cruzan contra ese inmenso espejo que me acompaña en la inmensidad de la habitación. Las pequeñas intermitencia de las luces distinguen mi rostro por sobre mi cuerpo, me dan señal de mi actual situación, de mi horrendo estado. Mi boca se llena de estremecimiento, y mi corazón late sin más. El reflejo de ese espejo. Sigo vivo, pero no quieren entender lo que les digo. Yo no lo conocía, yo no quería conocerlo. Solamente se trataba de una relación cotidiana. El vendedor y el comprador ¿Qué iba a saber yo de sus prácticas? Ellos no lo entienden, no lo entienden, y dicen que volverán para una nueva sesión. Entre las sombras del espejo lloro, y trato evadirme de aquella vista. Me mantiene vivo… pero también me mantiene real sobre mi suerte.

lunes, 15 de octubre de 2012

"Pintura Morgue" por Serlit Alegría


miércoles, 10 de octubre de 2012

"El Trato de Argarhan" por Paul Eric


La Guerra había comenzado hace ya tres días. Los dos bandos parecían traer una y otra vez nuevos hombre dispuestos a luchar. Otros valientes —que creían defender algo más que el orgullo del pueblo— afrontaban sin escrúpulos lo que ellos llamaban muerte.
            Los cuerpos viejos, podridos por el pasar del tiempo, comenzaban a mezclarse con los recién caídos, como única masa de almas apagadas junto a la sangre que se empeñaba en alcanzar nuevas presas.
            Las llamas, que se habían apoderado por completo de los tablones improvisados de nuevos muros en el Fuerte de Golfur, se mezclaban con total simpleza con el gris irónico de las nubes que se posaban sobre el campo de batalla, como si se tratase de una hechicería.
            Golfur estaba construido de tres grandes niveles, y en cada borde, los arqueros hacían relevos para ir por más flechas. Los pisos se ensanchaban contra el suelo de arena negra. Había no más de veinte valientes que tenían la misión de bajar e intentar traer de vuelta flechas quitadas de los cuerpos ya vencidos. Unos pocos metros más adelante de ése punto, se encontraba la batalla cuerpo a cuerpo entre los soldados de Rhínen y Golfur del Sur.
            Habían logrado, con mucha dificultad, adelantar sus líneas de combate en una muestra de dominio del poder.
            Pero, una vez pasadas las horas, los sureños eran ahora menos del doble de los que habían salido a la lucha, días antes, y el enemigo parecía no confundirse en sus propósitos, pese a la fiera lucha con que se les enfrentaban. Era posible que los Golfurianos fueran más hábiles con la espada, pero por cada enemigo que caía, otros tres enemigos llegaban.    
—Señor, vamos a tener que rendirnos —decía ya cansado Urus — ¡Es la única forma de sobrevivir!
            —Levanta tu arma, soldado, y mira al frente. —Argarhan, el rey del Sur,  parecía respirar con dificultad también, pero aún empuñaba su enorme espada con las dos manos.
            —Pero, Señor...
            —¡Levanta la puta arma! ¡Debemos esperar sólo un poco más!
            En algunos espacios, desde donde ya no se oían gritos sino llantos y gemidos, se podían divisar tumultos de cuerpos envueltos por barro, sudor, y desesperanza.
            —¿Ves eso? —preguntó Argarhan, apuntando al cielo—. Va a caer la niebla en unos pocos instantes y sólo entonces tendremos una pequeña oportunidad de salir vivos de esto.

jueves, 4 de octubre de 2012

"La Iniciación" por Pablo Espinoza Bardi


'Neonomicon' - Alan Moore & Jacen Burrows
También puedes escuchar en formato audio cuento aquí.   


Cada noche veo aquella Torre ubicada en las ruinas de un templo, rodeado de dunas y colinas al norte de Kadath. Las sensaciones corpóreas que experimento en aquellas perseverantes sesiones nocturnas me convencen cada vez más de la monstruosa realidad de mis sueños. En un principio me sentía aterrado, pues las enormes criaturas que se mueven en esta realidad se asemejan a horrores recordados de una época anterior. Cada vez me es más difícil volver. Cada vez que despierto algo de mí en queda en ese lugar...  y algo mucho peor sale.

“El Vademécum negro de Absu”
 Ex Libris, Cornelius Ormus (1606).



     El retorno al hogar siempre está lleno de recuerdos de todo tipo; recuerdos buenos y otros no tanto. En mi caso me inclino por el segundo. Mi familia siempre ha sido muy estricta, y sobre todas las cosas fanático-religiosa, motivo por el cual mi crianza fue distinta a la de los demás niños, nunca pasé una navidad normal y nunca recibí un abrazo cálido por parte de mis padres... de hecho no me dejaban siquiera salir de la casona. En el caso de la educación, esta corría por parte de unos monstruosos tutores (dos asignados por familia) que solo hablaban de la palabra de nuestro Señor, y todo lo que se saliera de esa palabra era condenable y pecaminoso: “Haz todo lo que se antoje, mientras sea la voluntad de la palabra...”. La verdad esta frase decía mucho y poco a la vez. Ese “todo lo que se antoje” se limitaba tan sólo a unas leyes establecidas por esta secta cristiana, que según ellos tenía procedencia divina. Los tutores influyeron en la triste decisión de trasladarme y alejarme lo antes posible, ya que estaba influyendo de manera negativa en la ascensión espiritual de mis padres. Incluso me llamaron Leviatán ¡A un niño de sólo once años de edad!
        
    El motivo de mi llegada se debe a la enfermedad de mi padre, la cual lo tiene postrado, el doctor me ha dicho que su muerte es inminente... sólo es cuestión de días. Por desgracia mi madre me ha estado evitando desde que llegué, quizás por vergüenza y por miedo a que le reproche todo.
        
    Los recuerdos empiezan a florecer de a poco en mi mente mientras recorro los jardines de la enorme casa situada en las afueras de Providence, Rhode Island. Recuerdo perfectamente cuando niño, a la edad de seis años, la llegada de esta secta de fanáticos cristianos. Se presentaron como los portadores de la palabra de Cristo y los precursores del nuevo Eón. Sus imponentes templos se extendían por todo Massachusetts como viles langostas en una plantación, sacando dinero a los fieles y para prepararlos en la Ascensión final. Los “Tutores de la Palabra” tenían la misión de asesorar a las familias, imponiéndoles el nuevo estilo de vida bajo los dogmas de la secta. En realidad, se encargaban de lavar el cerebro y recaudar fondos.