jueves, 25 de octubre de 2012

"El Suicidante del Moraleda" por Aldo Astete Cuadra



Elías llevaba horas navegando entre los canales australes. Desde el techo de la barcaza disfrutaba de un paisaje esplendoroso junto a una decena de personas que indicaban extasiadas hacia algún cerro cortado a pique o ante la aparición de algún lobo de mar que acompañaba por tramos a “La Pincoya” con rumbo hacia Puerto Chacabuco. 

Al atardecer, se encontraron cerca de una pequeña caleta de pescadores. La temperatura declinó abrúptamente, provocando que los curiosos turistas ingresaran a la comodidad de sus butacas. Elías se sentó, esperando que las personas se durmieran pronto. Finalmente, decidió salir, pues aún restaban un par de horas para llegar a Puerto Aguirre y luego de aquel lugar habría tiempo para dormir como los demás, pero antes era necesario conectarse con su interior y disfrutar del paisaje nocturno del Canal Moraleda.
Acompañado de una botella de pisco sour que ayudaba a llevar mejor la soledad, se acomodó cerca de los tubos de escape de los motores que se encontraban en el techo.  La tibieza alrededor de éstos le permitía soportar la gélida noche austral, rutilante de estrellas y con media botella en el gaznate, la noche se mostraba magnífica. 

Estaba observando el movimiento del universo y de improviso, observó a su derecha a un hombre maduro, vestido de traje oscuro, camisa blanca y pañuelo al cuello, parado sobre la baranda de popa, balanceándose con la clara intención de saltar a las frías aguas del Canal. 

Instintivamente Elías quiso ayudar, apresurándose a gritarle para evitar lo que parecía inevitable, pero el hombre, después de mirarle con un gesto extraño saltó al vacío perdiéndose entre la estela de espuma que resaltaba como la línea continua de una carretera en medio del Canal.  

Trastornado corrió escaleras abajo, gritando desquiciado que un hombre había saltado al mar. Detuvieron la navegación y le pidieron que relatara lo sucedido, mientras las personas comenzaban a llegar curiosas afuera de la cabina. Decidieron virar y alumbraron con sus potentes focos alógenos, rastreando la superficie de las aguas en busca del cuerpo del suicida. Mientras tanto, unos tripulantes se encargaban de pasar revista a la tripulación y pasajeros.

El capitán miraba con desconfianza creciente a Elías al percatarse que éste despedía un fuerte hálito alcohólico. Sin embargo, la sospecha se transformó en convicción cuando determinaron que no había personas faltantes en “La Pincoya”, tripulación y pasajeros se encontraban presentes. 

¡Borracho imbécil, estás alucinando. Vete a dormir!le increpó una mujer.
¡Cómo es posible que le crean a este estúpido alcohólico! exclamó un hombre viejo.

Las recriminaciones se multiplicaron y Elías comenzó a verse en problemas, pero estaba seguro de haber visto a un hombre saltar a las aguas. ¿Cómo podría guardar silencio ante tal hecho? Su deber era comunicar la emergencia. Las consecuencias que aquel acto le acarrearían eran harina de otro costal, eso le entregaba algo de serenidad ante un ambiente hostil que se comenzaba a encender a su alrededor. 

Para salvaguardar su integridad, decidieron detenerle en el cuarto de máquinas, mas no intentó resistirse. Buscaba explicaciones convincentes para lo sucedido, y comentaba en voz alta haber visto a un hombre de pelo cano, delgado y mirada penetrante. "Tal vez se trataba de algún polizonte. Quizás hayan contado mal ." añadía. Pero cada vez los tripulantes le miraban con mayor impaciencia, así es que optó por callar.

Minutos más tarde le comunicaron que por orden del Capitán sería desembarcado en Puerto Aguirre. No podía continuar viajando en la condición de detenido, sus captores argumentaban, que devolverlo a la sala de pasajeros era peligroso. Esta vez sí protestó, aunque sin demasiada convicción. Su reproche denotaba resignación, ya no quería saber nada más del asunto. La cabeza le daba vueltas y el cansancio físico y mental estaba haciendo mella en sus certezas. 

A media noche la barcaza recaló en Puerto Aguirre, el pueblo parecía precipitado al mar. Esas pequeñas luces filtradas de las ventanas resplandecían ante la inmensidad oscura de un cielo ausente. Pensó bajar en silencio, pasar desapercibido, pero no fue así. Le maldecían desde lo alto, debiendo agachar la cabeza y caminar rápidamente entre los vehículos de cubierta. A su vez, sentía que los pasajeros que iban abordando lo miraban con rabia, intuyendo que la noticia se había comunicado por radio y que todos estaban enterados y furiosos, al tener que esperar la barcaza en medio de la noche, por culpa de un ebrio enloquecido.

Intentó salir del muelle lo más rápido que pudo, esquivando a las personas que acarreaban sus equipajes, mientras un camión descendió lentamente por la rampla, “Seguro todos tendrían donde quedarse" pensó  "Nadie me dará hospedaje”. 

Elías no conocía el pueblo. Una serie de edificaciones verticales sobre un abrupto cerro, en medio de la oscuridad y el silencio. Esta imagen lo llenaba de desaliento. 

“La Alejandrina”, otra de las barcazas no pasaría sino hasta el mediodía, por lo tanto debía esperar en algún sitio. Las nubes y un viento frío iniciaban su desenfreno, una tormenta estaba próxima. 

No debió pensar mucho sobre qué hacer para resguardarse, ya que luego de iniciar su vagabundeo por el pueblo, a unas cuantas casas del muelle, un pequeño letrero en el que se leía Bar-restorán Don Fausto, le devolvieron el alma al cuerpo. 

Ingresó por una gran puerta de madera, tallada con imágenes de naufragios y sirenas. En su interior, lámparas a kerosene emitían una luz danzante, movediza que le daba un aspecto mágico al lugar. Sin embargo, no sintió la temperatura agradable que imaginó encontrar al interior de la edificación, y una ráfaga de aire marino le caló los huesos como lo hacen los malos presentimientos. 

Aún estaba reponiéndose de su decepción cuando un ladrido bronco lo descolocó, ahogando un grito de espanto. Tres hombres se encontraban en el mesón del bar, quienes al observar la situación no pudieron evitar reírse de manera burlesca. El perro San Bernardo luego del ladrido, retornó a un profundo sueño. 

Buenas noches amigo, ¿qué lo trae por aquí a estas horas?
Estoy en busca de alojamiento respondió secamente Elías cansado de las burlas y los malos tratos.  
Ha llegado al lugar adecuado, pero antes acompáñenos con una cañita de vino. Imagino que no tendrá sueño habló el cantinero.
¡No, claro que no...! falta me hace ese vinito, sírvame no más habló con más confianza.
¿Y por qué tanta falta oiga? dijo uno de los parroquianos ¿acaso vio un fantasma… acaso oiga?
En realidad no sé qué es lo que vi, pero de que lo vi, lo vi respondió Elías algo dubitativo y triste.
Qué cosa, no me diga que usté es el iñor de “La Pincoya” preguntó otro de los contertulios. 

Un silencio se apoderó del lugar, expectantes esperaban la confirmación de la respuesta que ya conocían. Sus semblantes dejaron de ser burlescos y se hicieron algo sombríos mientras el cantinero rellenaba los vasos de un vino tinto oscuro y aromático.

Sí… pero estoy seguro de haberlo visto saltar, estaba como a seis metros de mí. y continuó con la descripción que hiciera ya tantas veces. 

Los tres hombres lo miraron con un dejo de compasión.

Seguramente ustedes tampoco me creerán, seguro piensan que estoy loco o que estaba demasiado borracho, pero se los reitero, ese hombre saltó al vacío, lo vi nítidamente saltar y perderse en la espuma. 

Los hombres se miraron entre sí con complicidad.
¿Me creen verdad? Ustedes saben de lo que hablo.
Mire, la verdá es que no nos sorprende. Los antiguos dicen que en el Canal se puede ver, en ciertas épocas del año, a un Suicidante… seguro que usté vio a uno de esos. Los mayores culpaban a los Suicidantes de los accidentes en el Canal y …
¿Cómo accidentes?
Sí, de las personas que se han arrojado al agua para intentar salvar al Suicidante. La mayoría no regresa, sus cuerpos desaparecen, se los traga el Moraleda.
¿Y por qué nadie me dijo esto, por qué todos me creyeron loco?
Son muy pocos los que creen en estas cosas, algunos se ríen de los creyentes… dicen que la gente se mata porque no quiere vivir, que lo demás es pura mentira. Un invento para asustar a los niños y a las mujeres en las noches de tormenta.
Entonces, según ustedes, lo que vi es un fantasma, no era un ser humano, por eso no faltaba nadie en la barcaza. O sea que no estoy loco, no fue mi imaginación.

Elías tomó su vaso y se lo bebió al seco.

El perro, que hasta ese momento sólo se había movido para ladrarle, se incorporó para ir caminando hasta un rincón de la cantina y desaparecer. Elías observó sorprendido cómo de aquel lugar oscuro manaba un hilillo de agua fosforescente que corría abriéndose paso lentamente por el entablado del piso hasta el centro de la habitación. 

Los cuatro hombres miraban la escena sin hablar, mientras los parroquianos y el cantinero estaban embobados con la visión. Elías, confundido, se sentía partícipe de una atmósfera irreal en que la solidez de los objetos comenzaba a difuminarse. El fluido  se detuvo de improviso en el centro de la habitación y comenzó a concentrarse en un pequeño remolino, el que fue elevándose como uno de esos tornados de polvo que perseguía en su infancia para entrever al diablo en su interior. El perro ahora ladraba ronca y pausadamente dirigiéndose lentamente hacia Elías que no le prestaba mayor atención. El remolino se detuvo iniciándose la materialización de una forma humanoide.
Ha sido capaz de seguirte hasta aquí. Debiste lanzarte tras él cuando pudiste, ¡cobarde! le espetó el cantinero con una voz sombría.

Elías volteó para observar al cantinero con una mirada desencajada, ¿a qué se refería el cantinero con eso de lanzarse tras él?
Acércate, he venido por tihabló la figura en un tono imperativo y con voz de ultratumba.
¡No puede ser, esto no es real!,  ¡Dios mío! ¡me está mirando!

Inmediatamente los hombres lo tomaron de ambos brazos para llevarlo ante la presencia de aquel ser. Pese al miedo que la situación le causaba, logró sentir que las manos que lo cogían se enredaban presionando con fuerza, no eran dedos los que ejercían presión, sino que unos tentáculos fosfóricos. Estuvo a punto de desmayarse cuando los observó nuevamente, percatándose de que sus rostros estaban formados por una carne reblandecida, que denotaba la ausencia de ojos, nariz y boca, sólo se apreciaban agujeros en donde supuestamente estos órganos debían ir. Además por vez primera se percató del fuerte olor a pescado en descomposición. Mientras gritaba e intentaba con todas sus fuerzas desprenderse de los tentáculos tropezó con el perro que gruñó agresivamente, pero ya no era igual, ahora era un lobo marino inmenso de pelaje dorado que se deslizaba sobre su cuerpo impulsado con sus aletas. De pronto, se encontró bajo un muelle, con las olas rompiendo en los pilares, las algas acumulándose a su alrededor, pudiendo sentir la frialdad del agua salada. El sonido del mar llenábale los oídos. 

Pese a lo demencial de los sucesos que estaba viviendo, Elías, resignado, se sometió a sus captores. Entendía vagamente que no sería posible escapar de lo que seguramente era su destino. Las palabras “he venido por ti” resonaban en su interior como un mandato imposible de contradecir.

El Suicidante se acercó y comenzó a disolverse en una especie de espuma seminal que ingresó por sus orificios nasales, por la boca, los oídos, el ano. Esta substancia invadía su interior repletándolo de sal. Sus ojos estallaron y de ellos brotó sangre en forma de coágulos que inmediatamente fue consumida por cangrejos y langostas que habían acudido a darse un festín con las entrañas que inmediatamente se precipitaron de su boca y recto. El cuerpo deforme se hincharía al límite de explotar. Todo esto, Elías lo vivía desgarradoramente, no sentía que la muerte le hubiese llegado, el dolor le mantenía vivo, una sensación ardor interno una ebullición visceral que lo llevaba a los límites de la muerte. 

Más tarde comprendería que se había saltado la muerte, que su transformación era el paso de un estado a otro. Mientras flotaba junto al sargazo arrastrado por las corrientes en dirección del Moraleda, y su remedo de cuerpo servía de hábitat para crustáceos, se preguntaba qué sentido tenía todo esto o en qué se había convertido. Cómo el haber observado accidentalmente al Suicidante le había llevado a esta situación desesperada. Pensaba que esto debía ser lo que llaman infierno en la tierra, pero qué había hecho para merecerlo. Pero en qué se había convertido, cuál era su función. Lo cierto es que jamás tendría real consciencia de su estado, no al menos lo que nosotros, los seres humanos conocemos por consciencia.


2 comentarios:

  1. Es un buen relato que asume riesgos por parte del autor y que, en su mayoría, resulta ser un acierto. No me equivoco al asumir que es uno de los textos con más pelotas en Chile del Terror; partiendo porque se juega con el lector haciéndole pasar por entre lo que puede ser realidad, lo onírico o derechamente lo fantástico.

    El Terror se percibe durante toda la aventura, pero de forma muy cuidada. Sin embargo son las personas del bar y el perro lo que no encajan, no así la mutación final que es todo un mérito.

    Pese a todo la prosa de Aldo siempre es agradable de leer, y si se trata de una extraña amalgama dentro de su obra resulta ser, cuando menos, todo un acontecimiento.

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  2. Virginia Dolly Ramos Poseck2 de marzo de 2013, 23:25

    Me gustó mucho tu relato Aldo. Especialmente la fusión cuento con leyendas de Chiloé, te lo había dicho antes. Perfecto. Es la inculturización de los símbolos de la mitología hacia el thriller actual. Excelente, es un trabajo importante. Una misión dentro de tu consagrado oficio de escritor. El relato mantiene la tensión. La parte del bar me parece necesaria porque hace jugar la realidad con el misterio y el lector en ese momento espera la fuerza del destino entrar por cualquier puerta, ventana, salir del mesón y justo aparece de la forma menos esperada y la vida se pudre en vida. Genial. Ahí viene el paso a la otra dimensión que me inspiran tus cuentos. Me transformo en el protagonista y estoy sentada en una silla del comedor de mi casa, escucho a los prisioneros, la voz de los 80, y he estado de "suicidante" todos estos años, y morí sin darme cuenta que morí. Y la concavidad que es mi cuerpo no está pero la siento. Estoy consciente pero no quiero vivir hoy la consciencia, porque me gusta esto que debe ser el infierno. Algo me dice que existen universos peores que el infierno

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