Cada noche veo aquella Torre ubicada en las ruinas de un
templo, rodeado de dunas y colinas al norte de Kadath. Las sensaciones
corpóreas que experimento en aquellas perseverantes sesiones nocturnas me
convencen cada vez más de la monstruosa realidad de mis sueños. En un principio
me sentía aterrado, pues las enormes criaturas que se mueven en esta realidad
se asemejan a horrores recordados de una época anterior. Cada vez me es más
difícil volver. Cada vez que despierto algo de mí en queda en ese
lugar... y algo mucho peor sale.
“El Vademécum negro de Absu”
Ex Libris, Cornelius Ormus (1606).
El retorno al hogar siempre está lleno de
recuerdos de todo tipo; recuerdos buenos y otros no tanto. En mi caso me
inclino por el segundo. Mi familia siempre ha sido muy estricta, y sobre todas
las cosas fanático-religiosa, motivo por el cual mi crianza fue distinta a la
de los demás niños, nunca pasé una navidad normal y nunca recibí un abrazo
cálido por parte de mis padres... de hecho no me dejaban siquiera salir de la
casona. En el caso de la educación, esta corría por parte de unos monstruosos
tutores (dos asignados por familia) que solo hablaban de la palabra de nuestro
Señor, y todo lo que se saliera de esa palabra era condenable y pecaminoso: “Haz
todo lo que se antoje, mientras sea la voluntad de la palabra...”. La
verdad esta frase decía mucho y poco a la vez. Ese “todo lo que se antoje” se
limitaba tan sólo a unas leyes establecidas por esta secta cristiana, que según
ellos tenía procedencia divina. Los tutores influyeron en la triste decisión de
trasladarme y alejarme lo antes posible, ya que estaba influyendo de manera
negativa en la ascensión espiritual de mis padres. Incluso me llamaron Leviatán
¡A un niño de sólo once años de edad!
El motivo de mi llegada se debe a la
enfermedad de mi padre, la cual lo tiene postrado, el doctor me ha dicho que su
muerte es inminente... sólo es cuestión de días. Por desgracia mi madre me ha
estado evitando desde que llegué, quizás por vergüenza y por miedo a que le
reproche todo.
Los recuerdos empiezan a florecer de a poco
en mi mente mientras recorro los jardines de la enorme casa situada en las
afueras de Providence, Rhode Island. Recuerdo perfectamente cuando niño, a la edad
de seis años, la llegada de esta secta de fanáticos cristianos. Se presentaron
como los portadores de la palabra de Cristo y los precursores del nuevo Eón.
Sus imponentes templos se extendían por todo Massachusetts como viles langostas
en una plantación, sacando dinero a los fieles y para prepararlos en la Ascensión
final. Los “Tutores de la Palabra” tenían la misión de asesorar a las
familias, imponiéndoles el nuevo estilo de vida bajo los dogmas de la secta. En
realidad, se encargaban de lavar el cerebro y recaudar fondos.
La razón principal del ingreso de mis
padres a la secta se debe a su oscuro origen. Toda mi familia (por línea
materna) es originaria del antiguo Salem, desde su misma colonización en 1626.
Algunos de ellos fueron torturados y quemados vivos en la hoguera décadas más
tarde por parte de la inquisición, en el gran juicio celebrado en 1692... Estos
fueron acusados de ejercer la brujería y de pactar con el Diablo. El resto de
la familia escapó y se esparció por toda Nueva Inglaterra. Años más tarde, la
familia volvería a juntarse para establecerse definitivamente en el pueblo
pesquero de Innsmouth; de donde mis padres son oriundos.
De pequeño había escuchado aterradoras
historias sobre Innsmouth. De que este poseía túneles subterráneos que estaban
conectados con los sótanos de las casas, y que todos se unían entre si dando
una salida al océano, en donde unos seres mitad peces y mitad batracios
llamados Profundos, se reunían con los aldeanos que practicaban la brujería,
cometiendo aberraciones orgiásticas; sacrificios, y rituales paganos
correspondientes a culturas pre-diluvianas. También adoraban a entidades
primordiales como Cthulhu, Dagón e Hidra... a cambio de productividad
pesquera, oro e inmortalidad. Al parecer, mis padres necesitaban exorcizar los
pecados del pasado a toda costa.
A la edad de nueve años descubrí que tenía
una abuela por parte materna aún con vida. Su nombre era “Eulalia”.
Quizás descubrir que uno tiene una abuela cuando se es pequeño, lo usual sería
motivo de gran alegría, pero descubrir a los nueve años que tu abuela era
mantenida encerrada y confinada en una habitación secreta en el subterráneo de
la casa, ya era demencial. La habitación secreta la descubrí por casualidad,
cuando me escondía de mis estrictos Tutores a la hora del lavado cerebral. El
horror que sentía en aquellas clases me obligó a esconderme en la planta baja
de la casona en el sector de la cocina. Escondido tras una polvorienta gaveta
con ollas y sartenes, sentía que mi nuca se congelaba debido a una leve brisa
helada, al girarme veo una puerta semi abierta. Lo incoherente de la situación
es que siempre me había escondido en el mismo lugar por años, pero nunca me
había percatado de aquella puerta. La curiosidad de todo niño empujó mi ímpetu
de aventura, y al cruzar por aquel umbral la piel se me puso de gallina; sentí
una rara humedad que reinaba en el ambiente, acompañado de un olor salado y
viciado. Al frente mío se mostraba un túnel angosto con unos escalones de
madera que iban en descenso; las paredes estaban construidas de bloques de
piedra de irregular tamaño, y de estas piedras manaba una transpiración
característica de las zonas costeras. Me armo de valor y desciendo por aquellos
escalones resbaladizos hasta llegar a otra puerta... lo recuerdo perfectamente.
La puerta era sumamente extraña, esta era de madera enmohecida y con anómalos
símbolos cuneiformes dibujados en los bordes del umbral; las bisagras se
encontraban oxidadas y sulfatadas, al igual que la argolla que tenía por chapa,
pero lo más extraño era la antinatural fosforescencia que se filtraba por
debajo del pórtico. En tanto, una apolillada voz de mujer me habló desde el
interior diciendo: “Ezequiel... mi pequeño niño, por fin has llegado. Mi
nombre es Eulalia... soy tu abuela, ven, no temas.”
Mi corazón latió de forma apresurada al
escuchar aquellas palabras e inmediatamente subí por los escalones hasta salir
hacia la cocina en un estado de pánico incontrolable. Los gritos de terror alertaron
a mis padres y a los tutores que me buscaban por toda la casa. Los tutores (con
la debida autorización de mis Padres), empezaron con el castigo
correspondiente, azotando mis manos y espalda con una varilla, mientras oraban
por mi alma en completa enajenación: “para enderezar la rama torcida”...decían
los muy necios.
Transcurrió casi una semana desde aquel
día en que me topara con la misteriosa puerta, y de la preternatural voz que
salió desde su interior que se presentó como mi abuela. Era la medianoche del
día viernes, cuando unos ruidos incomprensibles provenientes de la planta baja
resonaron en mi mente somnolienta. No podría asegurar si lo que estaba oyendo
era real o irreal, pero juraría que sonaba como las olas del mar cuando estas
azotan las rocas, acompañadas de voces efervescentes, que en un estado de total
éxtasis recitaban repetidas veces un anormal verso casi irreproducible para
cuerdas vocales humanas:
– “¡Ia! ¡Ia! ¡Cthulhu Fhtagn! ¡Ph`nglui Mglw`nagl Cthulhu R`lyeh Wgah Nagl Fhtagn!” –
Mientras escuchaba aquel verso, luchaba
por salir de aquel estado de pseudo-inconsciencia del cual me encontraba
prisionero. Pero en la lejanía de mis pensamientos, volví a oír aquella voz
penosa y apolillada que había escuchado días atrás, la cual pronunció las
siguientes palabras:
– “Ezequiel, Ezequiel... despierta Ezequiel;
tu abuela te está llamando... ven a mí dulce niño, ven a mí... el día de tu
iniciación a comenzado” –
Desperté sumamente exaltado y afiebrado. A
lado izquierdo de la cama se encontraban mis padres junto a un sujeto que
parecía ser un doctor, estos hablaban de las blasfemias de la cual yo estaba
musitando mientras dormía... como si hablase en un malformado dialecto. El
doctor decía que las alucinaciones de la cual estaba sufriendo eran producto de
la misma fiebre y que no era para afligirse. Mi madre se encontraba llorando,
mientras mi padre miraba hacia el vacío con cierto aire de desconfianza. Algo
no natural había en su mirada, como si tratara de recordar forzosamente algo
prohibido, oculto y olvidado hace mucho tiempo atrás.
Los días pasaron y la convivencia en el
hogar se hizo más complicada de lo normal. De alguna forma misteriosa (y
dolorosa), mis padres me evadían más de la cuenta… incluso sentí de cierta
manera, que mi sola presencia los asqueaba. Al poco tiempo, mi madre terminó
por perder totalmente contacto conmigo, al igual que mi padre, que me miraba
con innegable desconfianza y repudio. Debo admitir, que aun ha sido una herida difícil
de sanar.
Debido la anormalidad de las
circunstancias, los tutores pasaron más tiempo conmigo, y oraban por mi alma
arrodillados frente a una enorme cruz de madera situada en una habitación
especial que estaba destinada para tales fines. A pesar de ser tan sólo un
niño, comprendía perfectamente lo que sucedía a mí alrededor, y mi vida se fue
tornando oscura y tortuosa, hasta entrar en una profunda depresión.
Recuerdo que en la noche del martes, en mi
décimo cumpleaños, ocurrió algo sumamente sobrenatural. No sabría decir con
certeza si se trataba de algo real o si se trataba tan solo de un sueño, pero
nuevamente escuché aquella voz que se presentó como mi abuela. Me levanté como
sonámbulo de la cama y me dirigí a pasos acelerados hacia la cocina, cruzando
por la enigmática puerta que encontrara hace un año atrás. Atraído por una
inexplicable fuerza invisible, desciendo por los húmedos escalones hasta llegar
al enmohecido pórtico que esta vez se encontraba abierto de par en par,
mientras que una áspera voz, gastada por el tiempo, me invita a pasar: “No
temas joven Ezequiel, soy tu abuela. Ven, acércate... no tengas miedo.”
La habitación se componía de una mesa de
madera repleta de papeles y libros, una cama de precarias condiciones ubicada
en el centro junto a un deteriorado baúl de madera y una gaveta pegada al
sector izquierdo de la pared, con frascos y botellas de distintas formas que a
su vez contenían líquidos, hierbas, polvos y componentes orgánicos de incierta procedencia.
Desde el rincón de la habitación
emergió una lánguida viejecilla de ropa maltrecha, flaca, torcida y
perturbadora. Su pelo era largo y plateado, adornado con dos trenzas que caían
por sus hombros como dos serpientes metálicas que recordaban alguna efigie
pagana. Sus ojos desprovistos de cejas
eran pequeños y oscuros, y se encontraban hundidos en un apócrifo rostro que
carecía completamente de expresividad... la verdad, era como si toda esa amalgama
formara una tétrica máscara de cera, la cual se adecuaba perfectamente a su
estropeada voz. La anciana me dijo que no tuviera miedo y que no les comentara
nada a mis padres, que sólo sería “nuestro secreto”. Además, me dijo que sólo
podíamos juntarnos los viernes a las tres de la madrugada. Sólo ese día y en
esa hora el pórtico estaría abierto.
Transcurrió un dilatado año en el cual me
reunía clandestinamente con mi abuela Eulalia.
Ella me instruía en distintos tipos de artes, las cuales yo no entendía a
ciencia cierta de qué se trataban, pero resultaban más agradables que las que
me dictaban los Tutores. Me hablaba de mundos fantásticos que existían,
invisibles para la mayoría de las personas, y también me decía que algún día me
llevaría a una ciudad de colosal tamaño, que se encontraba sumergida en el
profundo océano, en donde la gente vive por siempre... pero primero, tenía que
estar listo para “La Iniciación”. Las enseñanzas de mi abuela me
hicieron ver el mundo de otra manera, ella era la ventana para todo lo que me
había sido vedado, y de algún modo, me hizo superar mi depresión, dándome el
cariño que mis padres me habían negado hace mucho tiempo atrás.
Pasaron unos cuantos meses cuando mi
abuela me mostró un grotesco libro que sacó con mucho cuidado del baúl. La tapa
estaba encuadernada en piel, la cual poseía una textura irregular y pringosa.
Me dijo que el libro había sido escrito en 1606 por un sacerdote español de
nombre “Cornelius Ormus”. El nombre de aquel infame libro era: “El
Vademécum negro de Absu”. Recuerdo perfectamente aquel extraño ritual.
Me hizo arrodillar en el suelo de tierra y
gravilla, encontrándome rodeado por un círculo compuesto de cenizas blancas que
a su vez poseía distintos tipos de símbolos y caracteres. Frente mío colocó el
horrendo libro con sus páginas abiertas de par en par, y con sus manos alzadas
al cielo hizo una trastornada plegaria a un Dios olvidado o quizás muerto, la
que se perdió en los recovecos y ángulos de la pequeña habitación.
“¡OH gran Dios de los abismos
infinitos! ¡Recuerda!
¡OH gran Dios de los negros
mares! ¡Recuerda!
¡Gran Ofidio! ¡Tu cierva te
implora!
¡Ië! ¡Ië! ¡Zi Azag!
¡Ië! ¡Ië! ¡Zi Azkak!
¡Ië! ¡Ië! ¡Nar-mattaru Zi Kur!
¡Ië!
¡Zi Dingir Badur Kanpa! ¡Zi
Dingir Badur Kanpa!
A medida que se alzaba la plegaria por
encima de la habitación, las palabras que salían de la boca de mi abuela se
desvanecían como la blanca espuma en las rocas después de haber sido golpeada
por una ola. El olor a mar empezó a impregnar todo el lugar y la salinidad
comenzó a hacer que mi vista se irritará haciéndola un tanto borrosa. Al
respirar bocanadas de aire yodado caí de rodillas en el suelo de gravilla que
poco a poco se transformó en húmeda arena, y al restregar mis ojos, me di
cuenta que mi abuela había desaparecido, sólo se escuchaba su maltrecha voz en
la lejanía, la cual se mezclaba con el incesante sonido de las olas golpeando
la roca.
Frente a mí se encontraba una especie de
isla, con grandes formaciones rocosas de oscuras y rectangulares formas
plagadas de musgo, líquenes y corales. También pude ver enormes cangrejos que
devoraban incesantemente restos de peces y otros animales marinos que se
encontraban en un avanzado estado de descomposición. No sabría explicar que fue
lo que motivó mi descabellada aventura al introducirme en aquella pestífera
isla. Quizás en la mente de un niño se trataba de un sueño, ya que en verdad
“era como un sueño”, pero lo que experimentaban mis sentidos indicaban
totalmente lo contrario. Seguí avanzando por laberínticos caminos formados de
rocas de incomprensibles características, que recordaban figuras geométricas
como romboides, paralelogramos y figuras totalmente imposibles de describir. Al
llegar a lo que parecía ser el centro de la isla, pude distinguir una enorme
bóveda de colosal tamaño que destilaba un insípido aroma que se podría resumir
en una total corrupción. La enorme cripta era custodiada por monstruosas
estrellas de mar de irreales matices que se friccionaban contra la roca
ocasionando un desagradable sonido a viscosidad y siseando todas juntas en un
obsceno coro. En eso, la tierra empezó a temblar, y la enorme cripta abrió sus
pedregosas puertas asomándose algo grotesco e inverosímil de comprender. Unas
enormes manoplas palmeadas que poseían degenerados dedos con garras se
sujetaron de uno de los lados de la cripta. El resto del ser era una encarnada
pesadilla. Una sicalíptica masa verde-gelatinosa se arrastró hacia el exterior,
y que en cuya cima (tapada levemente por una antinatural neblina) se
distinguían millares de tentáculos moviéndose frenéticamente y refregándose
unos con otros en completo caos.
Cuando la locura estaba a punto de nublar
mi mente por completo, empezaron a emerger de numerosas fosas ubicadas al
costado de la isla horribles y obesas criaturas marinas de antropomórficas
formas, todas ellas se unían al infernal coro con desagradables voces acuosas
en un lastimero e incesante croar.
Al desvanecerme de aquella abismal
realidad, aparezco tumbado en la cocina, profiriendo terribles gritos de angustia.
Alrededor mío se encontraban mis padres. Mi madre apoyaba su rostro lleno de
lágrimas en el pecho de mi padre mientras que él hablaba (con rostro de
preocupación) con un policía. Uno de los Tutores tenía su mano puesta en mi
afiebrada frente mientras me farfullaba con inusitado odio: “Leviatán,
Leviatán ¡Maldito Leviatán!”
Mientras me recuperaba de la chocante
escena, me empecé a dar cuenta del horrendo cuadro que se me presentaba. En una
esquina de la cocina, se encontraba el cuerpo sin vida de uno de los Tutores,
con su cuello partido y su columna torcida de una forma imposible. Entretanto
que perdía lentamente el conocimiento, aun podía sentir el salado y yodado aire
impregnado en el ambiente. Días más tarde desperté tendido en mi cama.
Luego empecé a enterarme de cosas como que el
policía dictaminó que un energúmeno había entrado a la casa, y que el Tutor
trató de protegerme poniendo en riesgo su vida. El otro Tutor no pensaba así y
convenció a mi padre que lo mejor sería enviarme lejos de aquí, a un internado.
Está de más decir que por más que lloré, mis padres no se apiadaron, tratándome
como una especie de aberración. Ahí pasé el resto de mi niñez hasta que cumplí
la mayoría de edad. La crueldad con que era tratado hizo que por alguna razón
olvidara todo lo sucedido, o quizás fue el subconsciente que trató de borrar
todas las huellas para adaptarme el estricto y recto sistema del internado...
como un mecanismo de defensa. Pero hoy estoy aquí, y todo renace como un pus
que brota dolorosamente de mi cuerpo.
A las pocas horas me avisan del
fallecimiento de mi padre. Trato de consolar a mi madre, diciendo que todo está
bien y que cuenta con mi apoyo. Que comprenda que todo fue culpa de la secta y
que no guardo ningún rencor. Mi madre comprende y toma mis manos en un cariñoso
gesto.
Después de quedarme unas
cuantas semanas en la casona vuelvo a mi rutina. Cada vez que me subo a la
embarcación, tomo el timón en mis manos y con gran determinación me aventuro
mar adentro en busca de una provechosa pesca. Cada vez que penetro las
insondables y titánicas olas siento su etéreo llamado con un gran regocijo,
pues sé que en aquellos negros abismos se encuentra esperando por mí en la
colosal R`lyhe mi querida Eulalia, junto al ciclópeo ser llamado Cthulhu.
En donde algún día... viviré por siempre.
Es un honor tener entre nuestros colaboradores a un escritor de la talla de Espinoza Bardi, sea esta una bienvenida y un augurio para tener más de su escritura entre nosotros. Enhorabuena Pablo!!!
ResponderEliminarEl relato huele a Innsmouth. Trata muy bien el tema de la herencia familiar que atormentaba a Lovecraft, pero no en este sentido, a él le atemorizaba la mezcla. Me recordó un poco al cuento "El Sello de R`lyhe" de Derleth, sobretodo en la aceptación del protagonista de su origen.
ResponderEliminarEstá muy bien escrito, impecable el trabajo de Pablo.
Afilada como siempre la prosa de Pablo Espinoza Bardi, esperamos con ansias la tercera entrega de su NECROSPECTIVA. Un abrazo desde Tacna - Perú
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