martes, 23 de julio de 2013

"Yo lo Maté" por Aldo Astete Cuadra


Ilustración por Alex Olivares
No quiero evadir mi responsabilidad. Yo lo maté, lo he declarado ya muchas veces, sin embargo, quisiera que entiendan por qué lo hice, luego podrán juzgarme en conciencia.
Recorría el país en busca de aventuras, realizaba todo tipo de trabajos que me permitieran permanecer en algún lugar durante el tiempo suficiente para obtener dinero y continuar mi camino. Llegué al pueblo por la noche y como aún contaba con recursos, me alojé en una hospedería.
A la mañana siguiente me enteré de que un hombre, un campesino, necesitaba un peón para ayudarle en la tala de eucaliptus. Sin mayores referencias, fui en su búsqueda, esperando que nadie se hubiese adelantado. Talar bosques era una de las funciones que aún no había realizado y que me llamaba la atención aprender.
Al llegar al campo noté que se trataría de un hombre humilde o al menos eso denotaba la fachada de su casa, ubicada en una explanada pequeña, el bosque comenzaba justo detrás de ésta. Llamé y unos perros pequeños comenzaron airadamente a ladrar. Minutos después salió un hombre de unos 60 años, alto, fornido, con una barriga prominente, que parecía estar fuera de lugar ante el resto de un cuerpo delgado.
 Luego de mencionar mi falta de experiencia, pero mi gran empeño en aprender nuevos oficios, este hombre, llamado Adolfo, me invitó a pasar. La casa era humilde también por dentro. Me indicó el cuarto en el que me alojaría, contaba con una cama de una plaza, un velador metálico y un armario de madera, el piso, así como en el resto de la casa era de madera. La alimentación fue sencilla, pero contundente. Luego salimos a recorrer la pendiente en que comenzaríamos al siguiente día la tala y me explicó cuál sería el método a utilizar. Yo que no tenía experiencia con motosierras sólo utilizaría el hacha y me dedicaría a desganchar. Pronto comenzó a oscurecer y ya estábamos sentados a la mesa comiendo y conversando. Adolfo era un hombre de pocas palabras, pero de mucha experiencia campesina. Lo que hablamos seguramente fue más de lo que hubiese hablado en semanas. Se despidió, excusándose por irse a dormir tan temprano, pero ya estaba acostumbrado. Yo no tardé mucho en acostarme y ahí comenzó la serie de eventos que fueron minando mi ánimo y tal vez mi cordura.
La cama crujió de una manera estruendosa al sentarme en ella y continuó haciéndolo una vez que me había acostado definitivamente. Se hundía en medio, como si de una hamaca se tratara. Esta similitud me alentó a intentar dormir, pero comenzó una sinfonía de ronquidos de las más diversas facturas y tonalidades, algo que jamás había oído, ni siquiera algo similar. Bajo esas condiciones era imposible conciliar el sueño, más aún cuando la incomodidad de la cama me hacía intentar cambiar de posición y esto se transformaba en tarea imposible y además sonora. Así mi primera noche en casa de Adolfo fue horrible, si logré dormir un par de horas, exagero.

viernes, 19 de julio de 2013

"Circo" por Michael Rivera Marín

Ilustración por Alex Olivares

Una fuerte lluvia caía sobre el paraguas de Marcelo impidiéndole oír las letanías del sacerdote. Quiso acercarse a mirar el descenso del ataúd de su hija, pero el barro que rodeaba la sepultura no lo dejó. Estiró su cuerpo sin protegerse y el agua se estrelló contra sus anteojos volviendo todo difuso. Regresó el sentimiento de impotencia, porque siendo policía no consiguió evitar su muerte.

La madre se mantuvo en su lugar, solo quería acariciar el vestido hecho jirones con que fue encontrado el cadáver, lo que demostraba que la medicación daba resultados.

La velaron en la capilla institucional, ya que Marcelo se opuso a hacerlo en casa, no quería a la gente tocando o mirando las cosas de su pequeña. Esa noche no durmió, pues quería mirar directo a los ojos a quienes fueran a simular tristeza y apoyo.

Cuando la tierra estuvo a nivel y se depositó la última flor, descendieron la loma donde estaba encaramado el cementerio. Los familiares y amigos se despidieron, mientras los padres fueron a recorrer solos las calles del pueblo que maldecía el regreso del circo con lluvias y tormentas eléctricas en pleno verano. Todos comprendían el mensaje de la naturaleza, pero nadie era capaz de detener los crímenes que nacían al sabor de las manzanas confitadas, el aroma a cabritas, la música del organillero, la voz de los payasos y los rugidos de las fieras.

De noche llegaron al lugar donde la sangre tiñó el pavimento y la lluvia no conseguía borrar. A esa misma hora, una voz desde el radiotransmisor le anunció que habían encontrado el cadáver de su pequeña. Exigió que nadie interviniera la zona por respeto y se subió a un vehículo policial. El superior al mando lo esperaba para convencerlo de que no era correcto guardar ese recuerdo de su hija. Buscó empatizar con él hablándole de su propio hijo, pero no lo consiguió.

Álvarez maldijo su tozudez porque no pudo olvidar la imagen de ella bajo la caseta de los taxistas con el rostro lleno de moretones y  magulladuras, alrededor de sus ojos la sangre se había vuelto costras al igual que en su nariz. El cuello lucía las marcas de estrangulación. El resto del cuerpo estaba tapado por el vestido rasgado y sanguinolento, solo sus piernas liberadas de toda carne recibían la lluvia… No pudo encontrar sus delicados brazos.

–Ya terminé de rezar, Marcelo. Quiero regresar a casa, el funeral me agotó, necesito dormir. Me iré en el próximo taxi.

–Está bien. Yo seguiré acá unos minutos más.
Se despidieron con un frío beso.

Él quería estar solo, necesitaba recordar su infancia y sentirse como cuando era niño y robaba mascotas para cambiárselas al dueño del circo por entradas a las funciones.

Su mente lo llevó a los doce años, exactamente cuando estaba junto a sus amigos ofreciéndole carne al perro de la vecina. Antes de que este mordiera el trozo le pusieron una soga al cuello y en vista que el animal intentó luchar por su vida, corrieron para estrangularlo. Luego metieron el cadáver dentro de su mochila y fueron al circo a terminar el trato.

Todo lucía solitario, la entrada estaba cerrada, así es que se arrastraron bajo una reja curiosamente algo levantada. Caminando entre las carpas y jaulas vacías sintieron miedo de encontrarse con la pantera. No por temor a perder la vida, sino porque deberían entregarle el perro que habían conseguido.

El ruido de una carpa llamó su atención. Era una horrible mezcla de gruñidos, rugidos y gritos que no lograban reconocer si eran completamente humanos o animales. Los deseos de huir fueron poderosos, pero no se movieron, algo en su interior, quizás el morbo que ya estaba bastante desarrollado los llevó a acercarse a mirar.

martes, 16 de julio de 2013

Ciclo Angus Mogre —Segunda Parte— "Condiciones Extremas, Demandan Respuestas Extremas" Por Fraterno Dracon Saccis

Ilustración por All Gore
Para leer las otras partes del ciclo, sigue este enlace.

El ático olía a orina de gato, a madera húmeda, a rata muerta. En el rincón más oscuro —el predilecto de las arañas para tejer sus trampas—, un baúl yacía bajo la suciedad de las décadas de olvido. La llave que lo abría se encontraba en el fondo de un río, atado al cuello de un esqueleto cuyo cráneo fue perforado por una bala, dejando un tercer ojo que miraba indiferente el medallón de plata de la luna.

La mano que se dirigía a abrir el cofre no necesitaba esa llave. Sus poderosos dedos apretaron la madera que crujió y se deshizo con más facilidad de la que esperaba, carcomida por las termitas y el implacable tiempo.

TIEMPO”

Bajo la gruesa capa de polvo, la palabra lucía recargada de una crueldad mayor de la habitual.

Las páginas cocidas fueron tomadas con toda la delicadeza que aquel bruto era capaz.

Se alejó. Cada paso era una lucha de voluntades, donde el dueño original del cuerpo tenía las de perder. Llegó al Ford 48 y dejó el libro junto al resto que estaba apilado en el asiento trasero. Al volante, la figura brutal e inmensa puso a andar el motor, que rugió con una familiaridad reconfortante para aquel que movía los hilos de esa marioneta de carne y hueso.

En una silla mecedora, con el termo y un álbum de fotos, un viejo tomaba mate y entre recuerdos vio pasar el vehículo a toda velocidad.

¿Acaso no es el auto de Angus Mogre…?

Antes de que lograse estar seguro, el polvo se había disipado y no había vehículo alguno. Regresó al pasado, donde le gustaba habitar mientras estaba en el ante jardín.



El gigante sacó la carga de libros y la posó en el escritorio de aluminio, con cuidado de no pisar los símbolos del piso dibujados con sal.

El viejo jamás había habitado el cuerpo de un deficiente mental y no sabía lidiar con una mente tan básica. Había sido una posesión de emergencia, por lo que no le había dado tiempo de percatarse del otro “detalle” que le daba mayor desventaja a este alojamiento: era mudo.

lunes, 15 de julio de 2013

Exposición de All Gore en Artifex de Chillán


All Gore, como ya habrán visto en las entradas ilustradas por su mano, así como en la Necroentrevista realizada por Aldo Astete, no es un artista convencional. Su visión del mundo, para algunos pesimista, para otros, realista; se ha hecho notar en distintos ámbitos, no solo en el musical  donde se pueden ver gran parte de sus trabajos, si no también en plataformas como las que presentamos en esta ocasión
El Centro de Estudios e Investigación Artifex, en su sede en Chillán, a puesto su ojo en la obra de All Gore, y han dado el espacio para que presente una exposición, esta vez dedicada a la figura de CULT of Goczecocogch.


Una pequeña muestra de las obras a exponer. 
¿Qué diantres es CULT of Goczecocogch.?

viernes, 12 de julio de 2013

"Tricofobia" por Pablo Espinoza Bardi

Ilustración por Alex Olivares
    
     Hola Bob… ¿de nuevo por estos lugares? ¿Cómo estás? ¡Ah! Ya se a lo que vienes… quieres que te cuente lo qué me sucedió hace algunos años atrás… ¿no es así? ¿Acaso no te aburres que te cuente esta historia una y otra vez? Bueno, al fin y al cabo tú eres el único que me cree… ¿no es así Bob? ¿Sabes Bob? existen distintos tipos de miedos que anidan en la mente humana; “fobias”, como les llaman los señores entendidos en la materia, de esos que se visten de blanco y parecen saberlo todo. Algunos le temen a cosas tan absurdas como la vegetación o la mala suerte, y otros le temen a cosas más ridículas, o debiera decir “rebuscadas”, como la ingravidez he incluso los colores. Otros casos más comunes, de carácter mundano, le temen a la oscuridad, a las alturas, a las multitudes, espacios cerrados y abiertos y por supuesto… a la muerte. La historia que te contaré mi buen Bob, aunque ya la has escuchado miles de veces, carece de toda lógica. Esto fue algo que me sucedió hace algún tiempo atrás, cuando decidí conocer mi país a pie. Me lancé en esta pequeña empresa pues siempre fue mi gran sueño desde que era un crío. El resultado de aquel fatídico viaje fue un miedo terrible al cabello que queda acumulado en las cañerías y sumideros. He escuchado que este tipo de miedo en particular es muy conocido y sé también que recibe el nombre de “Tricofobia”. Pero esta angustia terrible que me causa el cabello va de la mano de otras menos conocidas como los mosquitos que nacen de la humedad y de toda sabandija que brote de esta, también el sarro y el moho… el de los baños en particular. En resumidas cuentas Bob, me enferma entrar a un baño desaseado, con ese desagradable y descriptivo olor a fetidez provocado por una prolongada saturación en el ambiente. Extraño ¿no es así Bob?... o quizás no tanto.

               Mi historia comienza en un mugriento pueblo al sur de este país, en donde la decadencia arquitectónica y la degeneración de sus habitantes hicieron de este simple viaje una experiencia traumática y de consecuencias nefastas para mi salud mental. El pueblo parecía totalmente abandonado, sus descascaradas casas con sus perecederas buhardillas, sus árboles deshojados y maltratados, daban en conjunto una apariencia amenazadora, y por lo demás, turbadora. Algo me decía desde el fondo de mi ser que debía salir corriendo cuanto antes de aquel pueblo, mientras buscaba donde alojarme. Había golpeado como cinco residenciales y en ninguna hubo respuesta, lamentablemente se estaba haciendo demasiado tarde y la oscuridad parecía cubrirlo todo. Esta es la última pensé, mientras golpeaba afanosamente la puerta de una precaria casona de dos pisos que al parecer hacía las veces de residencial. El picaporte de esta cedió debido a mis fuertes golpes, y una arrastrada y bronquítica voz de anciana me hizo pasar. Al empujar la puerta noto un nauseabundo olor que chocó de frentón contra mi cara, contorsionando mi rostro de inmediato en señal de disgusto.

               Joven, perdone por la falta de electricidad. Estos días el pueblo ha estado sólo en velas. Una falla con el generador, algo muy terrible Dijo la senil voz. Al frente mío se extendía una vieja alfombra que daba con la mesita de recepción y detrás de esta se encontraba la anciana, o lo que parecía ser una anciana, puesto que la difusa luminosidad, producto de una pequeña vela incrustada en una botella, imposibilitaba un tanto mi visión. Sólo se veía un bulto negro y de largos cabellos. Saludé cordialmente a la viejecita y esta respondió con la arrastrada y bronquítica voz que se hacía más desagradable ahora que me encontraba cerca de ella, era como un distorsionado siseo mezclado con una acuosa garganta llena de flemas. En eso, una alargada silueta se extendió frente a mis ojos que inmediatamente asumí como su brazo, ya que en realidad parecía a una delgada y trenzada cuerda. Esta dejó una llave sobre la mesa y me dijo:

               Habitación número ocho, al final del pasillo, por la escalera… ¡Ah! Al final de la escalera encontrará sobre una mesita una lámpara de petróleo y unas cuantas velas, tome las que le sean necesarias Seguidamente le agradecí.

               Al tomar la llave me di cuenta que estaba humedecida y pegajosa, con una sustancia que al tacto era como jabón o detergente, además, sentía como unos bichitos se posaban en mi mano y otros zumbaban por mi oído. Asqueado por lo desagradable de la situación, subí apresurado las escaleras.

martes, 9 de julio de 2013

RESEÑA + CONCURSO: "Urlo", lo usual es la putrefacción por Aldo Astete Cuadra



Urlo es un libro que nos lleva al borde de la locura y para los más sensibles, al desagrado, pese a que muchas veces debemos hacer un alto para digerir horrendas escenas, maniáticas necrofagias y parafilias que se presentan como «lo normal» en cuadros claustrofóbicos. En Urlo, lo usual es lo que conlleva a la muerte violenta e injusta, donde triunfan los antagonistas, los maniáticos, los desequilibrados, estúpidos, retrasados, psicóticos y deshumanizados hombres que no le temen a las consecuencias de actos demenciales, pero que en Urlo son lo usual, lo cotidiano, la carne de cada día. 

Todo es carne se plantea al inicio, y desesperación agregaría yo. Intuir que si en alguna oportunidad caemos, convirtiéndonos en víctimas, no habrá manera de volver, todo se habrá podrido, agusanado y lo usual vuelve a ser lo podrido, y el urlo o alarido, que está previo a todo aquello, a la desesperación ante la tortura con fines indefinidos, sádicos y perversos. Lo usual será la descomposición de un orden, de un cuerpo, de los restos de un cuerpo, lo que alguna vez fue vida, pero que se ha convertido en caldo de cultivo para otras vidas, para las larvas y las moscas. La maldad y la deshumanización será lo usual, lo cotidiano. 

La frialdad para desechar la vida, la amoralidad desquiciada se apodera de todo el libro, de los poemas y los relatos, estructura que no se adapta a los formatos o esteticismos conservadores. Este es un libro poco conservador, es una rareza en nuestra literatura:, el gore y el terror unidos para inutilizar nuestros filtros, ponernos descuartizados contra la pared, sumergiendo nuestras cabezas en las vísceras de una moral rancia, en nuestra capacidad de discernimiento, libre albedrío o gusto estético.

Una vez que iniciamos la lectura de Urlo somos apoderados de un instinto asesino que se encuentra dormido, apaciguado por nuestras convenciones del buen gusto, de la belleza estética, del bien, del cristianismo, de la cordura. Una vez abiertos nuestros sentidos, nuestras capacidades empáticas y disfuncionales, el ser oscuro que habita recluido en nuestro calabozo interior a la lectura de Urlo, se tornará hipnotizante, desequilibrante en su devaneo destructivo antimoral.

viernes, 5 de julio de 2013

"El Largo Tejado" por Cristian Muñoz

Ilustración por All Gore
     Tanas subía todas las mañanas al techo de su casa de dos pisos para respirar el aire fresco matinal, pasaba horas en aquel lugar meditando sobre la realidad en que estaba su existencia. Se había acostumbrado a observar el horizonte meditando en cuáles serían los siguientes pasos a seguir.
La mañana transcurría como todas las demás, el resplandeciente astro iluminaba las montañas a lo lejos, el aire fresco y puro que bajaba desde la cordillera le hacía sentir algo mejor, un respiro. Con su mirada fija y perdida más arriba de los cerros, logró divisar, para su sorpresa, un punto negro metálico. Pensando que podría ser problema de su vista, se refregó los ojos, pero aquel punto no desapareció. Volvió a mirar el punto aquel, por un tiempo, hasta que comenzó a aumentar el radio lentamente, casi imperceptible al inicio, sin embargo, al cabo de unos minutos tomó un diámetro similar al de la luna cuando se observa en su máxima plenitud. Conservaba el color negro, como una marea moviéndose en su interior que en sus cimas adquiría un tono azul opaco. Se sentía desconcertado y atraído por aquella extraña esfera. Sin quitarle la vista de encima se percató de un humo que se colaba por detrás, fluía lentamente hasta cubrir el horizonte, ocultando las casas, las calles, era una oscura niebla que tragaba y escondía todo a su alrededor. Sorprendido, observó, sin moverse de su posición, la niebla llegar hasta los techos contiguos, como un espeso río líquido, pronto se vio envuelto también. Qué demonios estaba sucediendo. Su miedo no lograba darle fuerzas para reaccionar, estaba paralizado, sintiendo que en cualquier momento colapsaría.

martes, 2 de julio de 2013

Editorial de Julio: Nuevos integrantes y más sorpresas.

Ilustración de All Gore
Julio será un mes con mucho ajetreo en Chile del Terror.

Antes de contarles lo que se viene en las próximas semanas, es necesario hacer la presentación del que será nuestro nuevo equipo creativo, compuesto no solo por escritores, si no que ahora por excelentes ilustradores que vienen a dar una línea de expresión gráfica a las historias presentadas, además de crear las propias con su arte.

Hablamos de: All Gore, que ya pudieron conocer a través de la Necroentrevista que presentamos hace algunas semanas; Ana Oyanadel, iniciada ya en nuestro colectivo ilustrando los relatos “Una Prisión de mi Carne” y la segunda parte de “La Fiesta Bajo LaGran Pirámide”; y por último, el más reciente ingreso, Alex Olivares, que la próxima semana nos ayudará dando su visión de uno de las historias que les presentaremos.
Ilustración de Ana Oyanadel para la segunda parte de
"La Fiesta Bajo la Gran Pirámide"
La idea es que su trabajo sea más que solo ilustrar cuentos, por lo que en el corto plazo tendrán noticias de las nuevas formas de entregar dolor a vuestros corazones.
Para más detalles acerca de la sangre nueva, así como de los ya viejos zorros que integran Chile del Terror, hemos agregado en el menú una sección donde podrán acceder a una breve biografía de cada uno, así como enlaces donde podrán conocer nuestros trabajos individuales.

Como habrán notado nuestros lectores regulares, hemos retomado un ritmo de publicación y además aumentado de una a dos entradas por semana, debido al buen y abundante material que nos ha llegado desde distintas voces que quieren dar a conocer sus propuestas terroríficas. Bienvenidos todos, somos legión.