viernes, 5 de julio de 2013

"El Largo Tejado" por Cristian Muñoz

Ilustración por All Gore
     Tanas subía todas las mañanas al techo de su casa de dos pisos para respirar el aire fresco matinal, pasaba horas en aquel lugar meditando sobre la realidad en que estaba su existencia. Se había acostumbrado a observar el horizonte meditando en cuáles serían los siguientes pasos a seguir.
La mañana transcurría como todas las demás, el resplandeciente astro iluminaba las montañas a lo lejos, el aire fresco y puro que bajaba desde la cordillera le hacía sentir algo mejor, un respiro. Con su mirada fija y perdida más arriba de los cerros, logró divisar, para su sorpresa, un punto negro metálico. Pensando que podría ser problema de su vista, se refregó los ojos, pero aquel punto no desapareció. Volvió a mirar el punto aquel, por un tiempo, hasta que comenzó a aumentar el radio lentamente, casi imperceptible al inicio, sin embargo, al cabo de unos minutos tomó un diámetro similar al de la luna cuando se observa en su máxima plenitud. Conservaba el color negro, como una marea moviéndose en su interior que en sus cimas adquiría un tono azul opaco. Se sentía desconcertado y atraído por aquella extraña esfera. Sin quitarle la vista de encima se percató de un humo que se colaba por detrás, fluía lentamente hasta cubrir el horizonte, ocultando las casas, las calles, era una oscura niebla que tragaba y escondía todo a su alrededor. Sorprendido, observó, sin moverse de su posición, la niebla llegar hasta los techos contiguos, como un espeso río líquido, pronto se vio envuelto también. Qué demonios estaba sucediendo. Su miedo no lograba darle fuerzas para reaccionar, estaba paralizado, sintiendo que en cualquier momento colapsaría.

De un instante a otro todo se tornó blanco, estiró su brazo y no pudo ver su mano, sus piernas también habían desaparecido en la espesura. Al cabo de unos minutos de descontroladas sensaciones, en que sus ideas divagaban, intentando describir con palabras lo que ante sus ojos ocurría, pudo divisar en la lejanía, tenue, la esfera negra, como si del principio de un túnel se tratara. Estaba desorientado, pero a pesar de aquello, comenzó a dar pasos, con cuidado avanzaba procurando determinar, dónde estaba el borde del tejado. De pronto al volver la vista, se dio cuenta que nunca el techo había sido tan largo, se detuvo atónito, estaba seguro que había dejado atrás el tejado por largos metros, se le heló la sangre, a pesar de no entender y estar aterrorizado, siguió avanzando por la nubosidad tubular, y su sensación no se condecía con lo que podría ser la experiencia de flotar, pues pisaba sintiendo la solidez de la tierra firme.


Avanzó sin tener noción de cuánto realmente se había alejado de su casa. Cada vez más, sentía, percibía que se encontraba a pasos de la esfera que parecía también acercarse poniéndose a su altura. De improviso, unas siluetas negras, que perfectamente podían ser humanas, pasaron rozándolo en dirección contraria, sintiendo una tenue brisa al alejarse a su espalda, ingresando en la espesura blanca. La saliva se tornó espesa, difícil de tragar. Cuando aún no lograba convencerse de estar frente a la misteriosa esfera, se detuvo para observar con detalle, sentía que de poder estirar su brazo podría tocarla, asir su superficie que parecía un caldero hirviente de agua negra o petróleo. Lentamente su miedo se tornó en fascinación, hasta que la niebla comenzó a disiparse del mismo modo en que se había desplegado, lenta y paulatinamente se retraía hasta la parte posterior del objeto extraño. Instintivamente retrocedió, y mirando el borde de sus pies, constató que debajo se extendía como una blanca pared, y que él se encontraba a muchos metros de altura, sobre el vacío, lo suficiente como para reventarse en el suelo al caer ya sin remedio. Sin pensar más, dio media vuelta, caminando apresuradamente e intentando no perder de vista las escasas briznas de neblina que aún indicaban el camino de regreso a su casa. El retorno angustiante y a la vez eterno, sentía el vértigo de la altura en sus oídos como un pitido desagradable. Sin notarlo, tropezó con algo puesto como obstáculo en su desesperado camino, y para su alegría el tejado de su casa apareció paulatinamente y con él un horrendo cuerpo tendido, con el brazo derecho sobre el  pecho y el izquierdo totalmente estirado a su lado formando con su mano una garra congelada, además la boca abierta en expresión de dolor y los ojos desencajados mirando fijamente la nada. El iris inexistente dejaba en su ausencia, las negras pupilas dilatadas ya sin vida. Miró fijamente al sujeto y una sensación de desesperación lo tomó por completo, el horror se coló por su piel, lo sintió atravesando sus músculos. Tan profundo fue este miedo, que tuvo la sensación de que todo su esqueleto se desarmaba por lo demencial que se hacía la realidad, que en ese preciso momento estaba observando. Ese cuerpo pálido, inmóvil que estaba derrumbado ahí, era él.  

1 comentarios:

  1. Me gustó mucho, debieras participar en algún concurso, cada dia estás escribiendo mejor, me siento muy orgullosa de ti, y alabo tu interés literario para lo que yo considero desde mi humilde e ignorante opinión, estás dotado.

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