Ilustración por All Gore |
Hace
años mi hermano me contó que encontrándose en su lancha en Puerto Low, los
sorprendió una tempestad y tuvieron que fondear su lancha por varios días. En
tierra, decidieron salir a recorrer y buscar agua dulce. No muy lejos de donde
se arrancharon encontraron un arrollo y decidieron subir por él un poco más, hasta que se toparon con una placa de oro. Estaban todos los dientes y muelas
de la parte superior. Extrañados pero contentos por el hallazgo decidieron
regresar por donde vinieron. Al día siguiente, cuando la tormenta amainaba, volvieron a
Quellón, sin embargo, saliendo del Golfo Corcovado recrudeció la tormenta y
debieron buscar refugio en Isla Coldita. Ahí vieron luces en una casa y
solicitaron alojo por aquella noche, pues la tarde los había sorprendido y ya
estaba oscuro y el viento amenazaba con tirar todo lo que no estuviera firmemente
asido al piso. En la casa los recibieron mejor de lo que esperaban, inclusive
quien se encontró la placa de oro terminó siendo medio pariente del dueño de
casa. Aquella noche los atendieron como reyes, les prepararon una buena cena,
atizaron el fuego y les prepararon camas mullidas en la cocina para que no
sintieran frío. Al día siguiente las condiciones mejoraron y los hombres
regresaron a la embarcación y a Quellón
sin dificultades, pero antes habían decidido desprenderse de la placa de oro
regalándosela al dueño de casa que tan bien y desinteresadamente los había
atendido.
A
la noche siguiente, en Coldita, a través de la ventana, el ahora propietario de
la placa de oro, vio la figura de una persona que miraba hacia adentro, esta
además se reía sin dientes, con ojos grandes y negros, como si fuera una
calavera. Al salir a mirar de quién se trataba, la figura había desaparecido.
La segunda noche fue igual, pero esta vez no se atrevió a salir, un miedo
profundo le impedía moverse, aquel hombre o ser que se encontraba fuera de su
casa y que le miraba malignamente debía ser el dueño original de la placa. Al
otro día contactó a su medio pariente para que se llevara aquella placa de oro
y la devolviera al mismo lugar de donde la habían recogido, debía regresar con
el espíritu de su dueño, de lo contrario continuaría penando a quien la
poseyera.
La
placa de oro terminó en las mismas aguas del arrollo de Puerto Low y
seguramente el espíritu nunca más volvería a la casa de Isla Coldita, pues ya
tenía lo que era de su propiedad.
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