"Chikatilo" por Khaoz Vortexx |
"El Amanecer de una Nueva Era"
Por Fraterno Dracon Saccis
Me muerdo la pata. Herido y ciego ante el
colorido contraste de la sangre sobre la nieve. No es mía, así como la
extremidad que mordisqueaba.
Despierto empapado.
Curioso sudar mientras se sueña con un campo yermo
y gélido. Me desperezo, restriego mi cara con las manos y el sudor es
pegajoso. Y rojo. De un brinco me pongo de pie. Lo que en un momento pensé era
mi casa es en realidad un bosque. El follaje que me rodea está salpicado de
carmesí. Entonces veo el bulto pálido y ensangrentado que yace a unos metros.
El dolor en mis manos materializa el recuerdo que llega como una puñalada.
Y otra puñalada.
Y otra más.
Ella caminaba por el sendero que rodea la
arboleda. Nos cruzamos, su mirada se detuvo el momento preciso en mi rostro
para alejarse con desprecio. Estoy seguro que lo sabía. Mientras más se alejaba,
más crecía mi ira. Respiré lento, esperando que el vacío de mi estomago se
calmara, como siempre lo hacía. Pero el caos no cedió. Me obligó a girar sobre
mis talones y seguir sus pasos. Me escabullí entre los árboles, ocultándome sin
perderla de vista, esperando el momento oportuno.
La hoja entró con dificultad la primera vez. Con cada estocada la diminuta
abertura crecía, así como mi satisfacción. Había poder en ese acto de penetrar.
No como la vulgar introducción de un trozo de carne dentro de otro, en un vestigio de la necesidad creadora. Era
el acero rompiendo tejidos, derramando vida de forma irremediable. La negación
de la naturalidad. Tal como yo mismo lo soy.
No sé cuánto tiempo, cuántas puñaladas pasaron después de que muriera. Si se desangró, si fueron las heridas que hice en su pecho o los cortes en su garganta, no lo sé, pero su mirada carecía de expresión. Un par de pozos vacíos, que a pesar de su sequedad, aún guardaban mi reflejo.
Eso me horrorizó.
No podía dejar una parte de mí en ese trozo de
carne maltrecho. No cabía duda que mi imagen estaba grabada en esa inerte
retina. Como me lo permitieron mis
malheridas manos, lastimadas por la pasión de las estocadas, extraje los globos
oculares y los apreté con fuerza en mi puño. Aquella vida había sido cegada más
allá de la muerte. Esa acción cargada de simbolismo me aturdió por la saturación
de poder que había inyectado en mis venas. Todo ese poder, esa virilidad que me
había sido negada, había fluido por el filo mortífero. La noche se venía sobre
mi cuando desperté. Ahora lo recuerdo todo. La noche está sobre mi cabeza, pero
en el horizonte veo un nuevo amanecer, con un sol que irradia su luz sobre mi
erguido rostro.
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