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Ilustración de All Gore |
Me impresionó. Era un pez
lento, manso, y uno lo podía tocar. También era enorme. En mi concepto - mejor
dicho, en mi recuerdo - los peces eran esas criaturas diminutas, frágiles y
huidizas que habitaban en el acuario que tuve en mi infancia, y que con suerte
podían ser alcanzadas con una red cuando la necesidad o la ociosidad así lo
ameritaban.
El estanque del esturión -
Leda me explicó que esa criatura robusta cuya cabeza parecía más bien la de un
cocodrilo se llamaba esturión - tenía forma
de poliedro y estaba construido a base de primorosos azulejos portugueses.
Nunca tan bien dicho aquello de azulejos, porque eran de un color celestial, y el tono
del cielo era el que reflejaban en la lenta caída de la tarde veraniega.
Recordé vagamente que con los huevos del esturión se hacía el preciado caviar,
pero el ser del estanque - me dijo Leda - jamás pondría huevos puesto que se
trataba de un macho. Leda me había llamado por la mañana y en la tarde ya me
tenía ahí, luego de un agotador viaje en avión, sentado al borde del estanque
de azulejos y contemplando las lentas evoluciones del apacible monstruo. A lo
lejos se podía divisar la línea del Mediterráneo, la silueta enhiesta del
monumento a Colón y el perfil del acuario público donde Leda lo había comprado
en calidad de excedente, aunque no por ello barato. Me pagaría bien a mí por
las fotos, eso estaba claro.
De que Leda tenía dinero,
lo tenía, así como que era tan extravagante como guapa. De que tenía una
personalidad llena de recovecos, era cierto. Quizá me escogió a mi no sólo por
mi prestigio profesional, sino porque se enteró que no me gustaban las mujeres.
En la cama, quiero decir. En otro sentido, Leda me gustaba mucho. Jamás podría hacerle
fotos a quien no me gustase. Y ella merecía mis respetos. Cuando yo trabajaba
para Vogue supe que había rechazado ser el rostro de una multinacional. Algunos
envidiosos dijeron después que otra habría sido su respuesta si no hubiese sido
rica. Olvidaban que por esos tiempos no lo era, y que su actual fortuna empezó
a formarse solo después de que filmara Cardumen y empezaran a lloverle los
contratos. Para mentir y comer esturión…
II
La primera sesión la
haría vestida. Es decir, si uno era capaz de llamar vestuario al diminuto
bikini rojo y los zapatos del mismo tono calzada con los cuáles no dudó en
introducirse al estanque. La reacción del esturión fue pasmosa. Al parecer, el
bicho estaba en ese momento grato, nadando en torno a mi brazo mientras yo
desde la orilla le rascaba de cuando en vez la cabezota. Pero cuando Leda entró
en el agua pareció apoderarse de la bestia un reconcentrado frenesí. La buscó,
toqueteándola con ese hocico de caimán mientras ella se dejaba hacer
lánguidamente. Yo, como el pez, también estaba poseído, y no puedo llevar la cuenta
de los disparos que hice con la cámara. Casi no logré advertir que fue el
animal quien le quitó el bikini. La segunda sesión la haría desnuda, salvo
claro está por los zapatitos rojos.
III
Fue la sesión de fotos
más impresionante de mi vida. Y la última. Lo que pasó después fue la gota que
colmó mi vaso. Caí después en otros vasos, en una vida de alcoholismo y
errancia que duró años, hasta que uno de los pocos amigos que no me habían
abandonado me arrastró a una terapia. Ahora soy un tipo sereno, que toma
ansiolíticos dos veces por día y sólo sufre pesadillas de vez en cuando - “Déjame aquí, en el agua. Encontrarás tu
cheque en la mesita del vestíbulo” - , pero el talento me ha abandonado
totalmente. Por suerte, todavía recibo fondos por concepto de autoría cuando
alguna revista hace alguna nota más bien nostálgica sobre mi trabajo.
IV
La
muestra fotográfica “Leda del Mar – Nupcias y Testamento”, de Mario Calabrés,
fue exhibida con tanto éxito como escándalo en la Galería Gaudí, de
Barcelona. El hecho de que la famosa modelo y actriz protagonista de las
imágenes se suicidara dejándose morir por inmersión luego de terminada la sesión
de fotos sólo añadió morbo al morbo.
V
En
un estanque de azulejo portugués, un esturión solitario da vueltas todavía como
un viudo inconsolable.