viernes, 31 de enero de 2014

"Los Señores de los Andes" por Rodrigo Muñoz














  • Ilustración por Ana Oyanadel




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    Relato ganador del concurso Austronomicón: Los Nombres Perdidos del Sur”.


    Los fuertes golpeteos de la lluvia contra las tejas de aquella vieja habitación hicieron que recobrase repentinamente la consciencia tras un largo y profundo sueño. La noche austral había expandido por completo su oscuro manto a cada rincón del cielo. A lo lejos el delirante canto del Chihued por mi ventana hacía presagiar lo que vendría. Hoy más que nunca reniego de su canto ensombrecido.

    Frotando mis ojos lentamente sentado a orillas de la cama pude observar junto a la puerta la silueta silenciosa de aquella anciana mujer. Supe que al fin había llegado el momento.

    Hacían ya seis días de mi arribo al pequeño pueblo de Calcumahuida con el afán de investigar en profundidad sobre el misterioso pueblo descrito por el marinero británico Allen Francis Gardiner en su paso por tierras Australes; los enigmáticos Tachwüll, narrados por los indígenas de la zona a través de sus leyendas como una antigua raza primigenia de semi hombres, habitantes del recóndito corazón de la cordillera de los Andes. Hoy para mi desgracia, me doy cuenta que he indagado a través de aguas que por milenios no habían sido agitadas, y despertado horrores que hasta el día de hoy no me dejan en paz.

    La anciana fue guiándome de manera silenciosa por aquellas calles empantanadas por la lluvia cesante, adentrándonos por senderos y húmedos bosques hasta llegar por fin luego de dos horas de caminata a las faldas del cerro Yeco.

    martes, 28 de enero de 2014

    "Lilith" por Aldo Astete Cuadra













    Ilustración por Khaoz Vortexx







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    —¿Qué te sucede? Has actuado extrañamente desde que regresamos de Cancerá.
    —Nada…
    —Cómo que nada. Tanto te afectó el suicidio de tus amigos de infancia, tanta mierda te removieron en la cabeza.
    —Sí, recuerdos que había sepultado.
    —¿Recuerdos que impiden que se te pare?
    —Discúlpame
    —¿Qué puede ser tan sórdido como para que el deseo se te esfume?
    —No sé si contarte. No sé cómo lo tomarás.
    —Déjate de estupideces y cuéntamelo. Lo peor que puedes hacer es ocultarme cosas, sabes que lo detesto. Anda, suelta toda esa mierda.
    —No es fácil hacerlo.
    —¿Qué tan difícil puede ser recordar y hablar del pasado?, ni que hubieran visto un monstruo.
    —Precisamente.
    —¿Cómo, me estás hueviando?
    —En realidad, no sé qué es lo que vimos.
    —Espera, no estoy entendiendo nada, mejor me lo cuentas todo desde el principio.
    —Sólo si prometes no comentar con nadie esto.
    —Lo prometo
    —Y prométeme que después no me juzgarás, sólo quiero descansar.
                —Me estás asustando, anda y cuéntame de una buena vez.
    —Promételo
    —Ya te lo prometo también, pero habla, me tienes intrigada.

    «Cuando niños salíamos a jugar por los bosques, patrullarlos en busca de nuevas aventuras.  En fin, tenía 10 años, los mismos que Abel; Néstor era el mayor con 12, también era el líder.
    »Un día invitó a Lilith, de 12 años, con quien de vez en cuando jugábamos en la plaza. Nos dirigimos hasta el río Flojo, nos internamos en el túnel y salimos del otro lado, junto a la cascada. Cruzamos la pampa de las Lagartijas y nos fuimos al bosque. Estábamos recorriendo una ladera, para encontrar lianas, cuando Abel me indicó hacia abajo. Néstor estaba frente a Lilith con los short abajo, ella lo miraba fijamente.
    »Llegamos junto a ellos justo cuando Néstor le decía «ahora te toca a ti, queremos verte el chorito» Ella no lo dudó y bajó su short, nos miraba a los ojos. «¿Puedo metértela?» preguntó Néstor sin ninguna vergüenza. «Conozco una casa abandonada, del otro lado del bosque, vamos para allá mejor» dijo Lilith, se notaba segura, ni siquiera amenazó con que no contáramos nada, en el camino le íbamos corriendo mano, desesperados, por metérselo ya.
    »Al salir del bosque, en un campo olvidado en el que crecían arbustos y zarzas, entre algunos manzanos repletos de líquenes, se veía una casa de dos pisos, el paso del tiempo no lograba disimular su color amarillo y marcos rojos. Nunca habíamos ido hasta ahí.
    »Todo se confabulaba para que la aventura fuera la más extraordinaria de todas. Abel se quedó atrás, pero yo le tironeé de la mano, no podía arrepentirse en ese momento, ya estábamos afuera de la casa. Lilith, nos hizo una seña y abrió una portezuela, apenas perceptible en la parte inferior, debajo de la escalera de ingreso. Entramos detrás de ella, al principio veía poco, pero lentamente me fui acostumbrando a la oscuridad, a la poca luz que entraba por las rendijas. «Vengan por aquí» nos dijo y subió por una escalera. Ingresamos a un amplio salón con zarzas metiéndose por las esquinas, la luz se filtraba por las ventanas a medio tapiar. En el centro del salón había una escalera que llevaba al segundo piso, le faltaban varios peldaños.

    viernes, 24 de enero de 2014

    "Prisionera" por F. A. Real H.













    Ilustración por Alex Olivares







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         Primero, me encadenaron a la tierra.

         Ahí me dejaron, anclada e incapaz de volver a vagar con la libertad de antaño. A ellos y a su progenie los maldije en todas las lenguas que conocía y esperé paciente el día de mi venganza, en que me cobraría mi pago con su sangre... o la de sus descendientes.

         No contentos con haberme hecho prisionera, me vendieron como una esclava. Aunque odié a todos los que me poseyeron, debo decir que hubo algunos que fueron más cuidadosos y tuvieron la deferencia de tratarme con algo que asemejaba el respeto. Fue gracias a esa piedad que pude recuperar la fortaleza de mis primeros años y tuve algo de paz en mi corazón, aunque nunca olvidé que seguía estando bajo el yugo infame de mis opresores.

          Y luego… bueno, luego vinieron los malos tiempos.

         Tuve dueños déspotas y engreídos, que creyeron que podían hacer con mi cuerpo lo que se les diera la gana. No sin una breve sonrisa, observé cómo fueron sufriendo los más terribles e inexplicables destinos. Algunos, en sus estertores agónicos, murieron asegurando que yo había sido la culpable de su fin pero, por supuesto, nadie daba crédito a esas palabras. ¿Cómo era posible que yo hubiese sido la culpable? ¿Yo, la que no se movía para nada?

         Otros aseguraban que criaturas imposibles habitaban en mi interior, monstruosidades innombrables llenas de odio hacia cualquiera que intentara vivir conmigo. Incluso hubo un par que trajo «expertos» para que me examinasen… ¡Y hasta sacerdotes para me bendijeran con sus balbuceos incoherentes! El resultado en todos los casos fue el mismo: me apaciguaba por un tiempo —más que nada por precaución— pero siempre terminaba volviendo a las andanzas. Solía esperar hasta que mi propietario anterior se cansara de luchar contra mí y me vendiera a algún iluso que lograra engañar con embustes y maquillaje; después de todo, el tiempo me había pasado la cuenta y mi juventud no era sino un lejano recuerdo.

          Entonces las cosas comenzaron a empeorar.

    martes, 21 de enero de 2014

    "Algunos Relatos de la Zona Extraña" por Visceral










    "Sustentable"

    "Manchas"







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    viernes, 17 de enero de 2014

    "Lilith y el Hombre Lobo" por Aldo Astete Cuadra

     
    Ilustración de Fabián Vásquez
    Me reí de buena gana cuando me contaron que don Braulio era un hombre lobo, teoría sostenida vigorosamente por don Jaime y respaldada por otros dos conocidos. Cómo era posible que adultos educados, en prestigiosas universidades, me vinieran con semejante cuento.
    No tardé en ponerme de mal humor, no tenía tiempo para escuchar historias transilvanas, así es que decidí dejar de lado la conversación y continuar con mi trabajo. Mientras terminaba la pintura de un cuadro, mi mente evocaba inconscientemente historias de hombres lobo oídas en la infancia; el germen de la duda ya se había anidado en mis pensamientos
    De él se decía que constantemente cambiaba de domicilio, no pudiendo establecerse en ningún barrio por más de un mes. Esta situación ya era poco probable, pero asumiendo que así fuera, no necesariamente se debería a asuntos licantrópicos, aunque tampoco se conocía otra explicación para las mudanzas continuas. Don Braulio no llevaba mucho tiempo en la ciudad y según me enteré llegó desde Puerto Montt a trabajar al Servicio Médico Legal. Creo que era médico forense o por lo menos eso mencionaban algunos conocidos.
    Todas estas habladurías no serían de mi incumbencia de no ser porque este hombre ahora se había mudado a la casa contigua. Hace una semana llegó en un camión de mudanzas del que bajaron algunas cajas de cartón, algunas plantas de interior, un acuario, y un pequeño canil del que emergió el ladrido chillón de un perro pequeño, tal vez un poodle, pero en la mudanza no vi ningún cajón de madera con tierra de cementerio o alguna jaula con barrotes de plata, tampoco esperaba verla, esas son ñoñerías. Luego, arribó don Braulio, solo, y despidió a los trabajadores de la mudanza. Ingresó a su hogar y no volví a verlo hasta ayer. 

    martes, 14 de enero de 2014

    "Las Largas Noches de Invierno" Por Fraterno Dracon Saccis

     
    Ilustración por All Gore
                Desde la colina podemos ver las pequeñas figuras desplazándose, ataviadas con sus vestimentas de fiesta y sus lámparas de papel. Niños y sus padres caminan de la mano, riendo. Sus carcajadas flotan en el aire y se disuelven rebotando entre los árboles. Una proyección de sus existencias efímeras. El aroma de sus pieles es suave y salado, como brisa marina, viaja por nuestras fosas nasales para retorcer nuestras entrañas. Un rugido remese nuestros estómagos jalándolos, arrastrándonos a la cacería. Nos movemos como una sola entidad, cada miembro de la manada es tendón, hueso y músculo de una criatura de una sola mente, de un solo pensamiento: hambre. El palpitar de sus corazones es como la música de una flauta, que llama y conduce en una coreografía. Nos movemos con el viento, navegando por sus corrientes, la naturaleza nos ama porque nosotros la amamos aún más, somos sus hijos predilectos, la esencia misma desperdigada por el mundo, sosteniendo la belleza críptica entre nuestras garras y fauces. Cuerpos que el pensamiento vulgar no comprendería porque somos más que carne, más que hambre. Somos la fuerza de la muerte que se niega a desaparecer ante el testarudo empuje de la vida. El brazo de la entropía que no entiende los límites de la materia, solo los contempla con desprecio.

    viernes, 10 de enero de 2014

    "¿Te sientes hoy con suerte?" por Pablo Espinoza Bardi

    Ilustración por Visceral



    «..Decidí comérmela. La llevé a una casa abandonada en Westchester
    en la que me había fijado. En el primer piso me desvestí
    completamente para evitar manchas de sangre. Cuando me vio
    desnudo se echó a llorar y quiso huir, pero la alcancé. La desnudé, se
    defendió mucho, me mordió y me hizo algunos rasguños. La
    estrangulé antes de cortarla en pedacitos para llevarme a casa toda su
    carne, cocinarla y comérmela…»

    Albert Fish



    Esta es la fecha que más te gusta ¿no es así? Todo es alegría, paz y amor, y eso se puede respirar en el ambiente desde que empieza diciembre, desde que terminan las clases. Pero hay que trabajar y es tiempo de sacar ese disfraz del baúl. Es tu época favorita en donde «ellos» salen felices de sus hogares enseñando sus desproporcionadas sonrisas... pobres... ya puedes sentir aquellos pendejos sentados en tus rodillas... y lo mejor de todo es que sus padres lo consienten y te dan algo de dinero por ello... así es la navidad. Pero dime: ¿Te sientes hoy con suerte? A metros se puede sentir tu maligno hedor. Se podría decir que eres la turbiedad en su máximo estado. Eres la costra que de vez en cuando supura tragedia..., pero tranquilo, no me hagas caso... sigue con lo tuyo, hoy puede ser uno de esos días ¿quién sabe? Siempre te presentas de la misma forma. Eres como una repulsiva caricatura que por décadas se viste igual. Pantalón, terno y camisa sebosa, además de una mariconcita corbata que resalta aún más tu patética personalidad..., bueno, salvo en diciembre, en donde lo «rojo»” predomina. Así vas de lugar en lugar, abriendo tu asquerosa boca que sabe guardar la mentira. Así escoges a tus víctimas. Siempre en los paraderos de micro. Siempre afuera de las escuelas... pobre enfermo, ya puedes visualizar la cena, la mesa arreglada como tiene que ser, con hermosos motivos navideños, el vino, las ensaladas y las salsas... y por supuesto... la carne:

    jueves, 9 de enero de 2014

    "Sombras" por Paul Eric


    *Relato inspirado en la ilustración de Ana Oyanadel, parte del desafío Imago Hallucigenia.

    Capítulo 1
    Insomnio

    Las miradas que le dirigían eran de morbo, vulgares, algunas sinceras y otras tantas vacías. Era en estas últimas en las cuales se detenía a pensar, aunque fuese sólo durante un segundo, qué los traía allí. Pero alcanzaba de sobra para calcular un puñado de razones y terminar confundiéndose. «Lárguense ya —pensaba—. Lárguense» Y mientras continuaba avanzando, el dolor se acrecentaba. Había perdido a su mujer, debía estar solo cuando visitase su cadáver inerte. Las presencias de todos eran como una daga en una herida abierta que se había producido el día anterior. Cuando por fin llegó a un costado del féretro, sintió que el corazón le latía bruscamente. Buscó rostros pero todas eran expresiones vacías. ¿Quiénes eran el resto de todos ellos? Se vio en un jardín de un terrible verdoscuro, con forma de un ovalado monte, y él estaba justo en su punto más alto. Una lágrima de desesperanza bajó a través de su mejilla izquierda, recorriendo cada uno de los poros abiertos, para finalmente sembrar semilla en el suelo viejo. Una repentina ráfaga; el viento silbó una canción negra y, con fuerza, le golpeó de costado. Sin notarlo el cielo se tornó gris y pronto cayeron las primeras gotas. Eran suaves, pero eran hielo. Eran… muerte. Sufrió sensación de vértigo de repente, cuando miró hacia abajo: volaba a una velocidad que era imposible de controlar. Sólo entonces se aferró del cajón con las dos manos, justo cuando cada uno de los presentes apuntaba en dirección hacia arriba. Murmuraban cosas que no podía oír. Entonces miró él también: llamas. Oscuridad mezclada con nubes grises con formas humanoides, pero deformes. Algunas se caracterizaban por tener claros sentimientos retratados. Una de las nubes llamó su atención, poseía una sonrisa que conocía de memoria, por años. Una sonrisa femenina hermosa, aquellos labios eran como un viejo recuerdo amargo. «Ahora lo odio». Entonces, sintió el frío contacto de dos tenazas que tomaban sus brazos con fuerza inhumana. Eran sucios, con humedad y barro mezclados. Repugnaba el olor a carne muerta que violaba las ventanas de su nariz, queriendo entrar una y otra vez. Y entonces sucedió: aquellas tenazas se convirtieron en dos brazos delgados y pálidos que lo forzaron caer en dirección al cadáver. Sólo cuando estuvo muy cerca, a unos cuantos centímetros, pudo reconocer ese par de ojos ominosos que tanto amaba.

      Podía ver las calles a través de las ventanas. Las luces de los automóviles se filtraban a través de las correderas parpadeando, rojas, blancas, brillantes… el ruido ambiente de la ciudad en las alturas resultaba más molesto, incluso, que seis mil pies más abajo, donde convivía todo mal afortunado que, o bien no conseguía un trabajo, o simplemente no tuvo el dinero suficiente para pagar un alquiler en las alturas. Le llamaban el Segundo Nivel. La «mierda respirable». En cierto sentido tenían razón; si bien el smog latía como una máquina viva, la basura y los residuos que venían de más arriba sólo mantenían a la gente capaz de entender que sus propiedades eran habitables, pero rodeados de sobras.