viernes, 18 de abril de 2014

"El indiferente brillo de la luna" Por Fraterno Dracon Saccis













Ilustración por All Gore







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A esa altura la muchacha ya solo vomitaba bilis.
Miraba al cielo nocturno cubierto de nubes. La mezquina luz de la luna apenas las atravesaba.
No lograba dar con la salida de ese agujero inundado de fango maloliente. Por más que lo intentaba no evitaba caer. Sus manos hacían contacto con cosas que solo podía imaginar, pero que su mente se negaba a hilar la frase que las describía. Además un dolor agudo parecía partirle la cabeza desde la nuca hasta la frente.
Otra cosa era el olfato.
El hedor de lo que fuese en lo que estaba chapoteando era urticante, era como un brazo que se introducía por la boca retorciéndose en el esófago, hasta apresar la bolsa estomacal y jalarla al exterior...
 … y otra vez una arcada la derribó. Regurgitó un escupitajo ácido y al tratar de levantarse su mano se aferró a una cavidad pegajosa, dura y recubierta de pelo.
Un claro de nubes permitió que la luna iluminase sus sospechas.
Sus dedos se hundían en las cuencas de un cráneo.
Un grito seco y ronco escapó de su garganta, desgarrada de tanto vomitar. Retrocedió, intentando en vano escapar del macabro hallazgo, para tropezar y encontrarse de cara con la verdad que destrabó su lengua y formó la oración con otra descarga de bilis.
“Estoy nadando en cadáveres”.
            Miembros resaltaban entre la superficie pantanosa. Mechones de cabello flameaban con la brisa tibia que circulaba por la fosa. Donde mirase, había sonrisas de labios recogidos y ojos negros perdidos en la nada. Cuerpos de una obscena voluptuosidad.
            A su derecha, a unos pocos pasos que antes de darlos le parecieron fáciles, divisó una pendiente que le permitiría escapar. Levantó un pie y tarde se dio cuenta que al bajarlo lo estaba hundiendo en el vientre de un cadáver. Los gases de la corrupción la derrumbaron como un edificio en demolición. Terminó sumergida por completo, tragó una horrible cantidad de fango antes de lograr salir a flote.  Solo la esperanza de la huida le dio fuerzas.
            Con las pantorrillas heridas por astillas de hueso, bañada por el caldo de descomposición, llegó a la superficie. Se arrastró en línea recta sin destino alguno más que alejarse de ese agujero infernal.
            Así fue como llegué a ella. La encontré inconsciente. La subí a la camioneta y la senté en el asiento del copiloto. Con un poco de agua fue recobrando la consciencia hasta que dio un salto que por suerte fue contenido por el cinturón de seguridad que tuve la precaución de colocarle. La tranquilicé, prometí que llamaríamos a su familia y a la policía apenas llegásemos a un teléfono.

            Es así como conocí cada detalle de lo que he relatado, de su propia boca. En su relato no pudo llegar al principio, a cómo había llegado a aquel lugar. Solo tenía un borroso recuerdo de estar abriendo la puerta de su auto, un resplandor doloroso que nació tras su mirada y se expandió por la cabeza. De ahí en adelante todo era una mancha negra hasta el despertar en el foso. El esfuerzo mental la adormeció nuevamente. No despertó hasta que llegamos a nuestro destino. Ahora reparo en que nunca le pregunté su nombre. Lo haré la próxima vez que encuentre a una muchacha que haya escapado del foso. 

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