Ilustración por All Gore.
La lámpara ilumina el
rostro del tipo esposado a la silla. Lleva la ropa sucia y su cuidado
pelo corto, que solía caer en una estudiada curva sobre el ojo
derecho, ahora es una maraña de pasto, sangre y barro. Roberto, mi
compañero, lo mira con desprecio. «Andrés Alarcón, Docente,
Facultad de Antropología, Universidad de Concepción» consignaron
los carabineros «Es un profe de universidad, uno de estos humanistas
que se creen la cagada». Me da un poco de risa. Roberto estudió
filosofía 3 años, pero lo dejó para «hacerse un hombre de
verdad». Era lo que me calentaba de él. Ese intelectual convertido
en bárbaro por culpa de «Fight Club». «De Ted Kaczynski» decía
él.
«Ojo. Este huevón está
loco» me susurra antes de entrar. Pongo la mano en su hombro. Puedo
ver que está tenso.
—Andrés
—digo, a modo de saludo, mientras Roberto se sienta frente al tipo,
dejando caer ostentosamente el expediente sobre la mesa. Quiere hacer
ruido. Que el hombre le vea enojado. Eso me aclara que parte de la
rutina me toca— Tenemos una gran cantidad de evidencia
inculpatoria. No escaparás fácil. Lo mejor es que te declares
culpable y quizás la fiscalía te de alguna regalía…
El profesor suspira y
echa la cabeza hacia atrás.
—No
saben nada. Traigan a mi abogado. Tengo derecho a una llamada
telefónica—dice.
—¿Qué
mierda no sabemos? ¿Acaso no está claro, huevón? —Masculla
Roberto, golpeando la mesa— ¿te crees que esto es una película
policial, pendejo? —Son las cuatro a.m. Roberto es padre soltero y
su hijita quedó durmiendo sola. Lo último que quiere es un
fanfarrón. Le pongo la mano sobre el hombro en nuestro acto clásico
de «policía buena y policía malo». La dejo ahí. Ese cuello de
toro me calienta, como siempre, a pesar de esta situación de mierda.
Me distraigo pensando en moteles y guardias nocturnas en el Montero,
en el sabor del semen de Roberto en mi boca. Respiro profundo para
relajarme y centrarme. Me froto los ojos.
—Partamos
por el principio. Si de verdad no tienes nada que ocultar ¿por qué
huías de la casa de tu hermana cuando llegaron los carabineros? Ella
los llamó, acusando que luego de desaparecer durante un año,
querías robarte a su bebé…
—Me
dio miedo —El hombre alza la vista, desafiante— Tengo traumas con
ustedes, cerdos, desde los tiempo de la dictadura.
Su mentira está tan bien
planeada que se la cree. No hay dudas en sus ojos claros, que nos
miran con desdén. Pero ya ha sido suficiente. Abro la carpeta que
Roberto dejó sobre la mesa y pongo frente a él la bolsa plástica.
—¿Reconoces
esto? Lo encontramos en…—los colores abandonan el rostro del
hombre al ver el cuchillo. Mi compañero me interrumpe.
—Tenemos
el cuchillo con tus huellas y la sangre de ambos…—Roberto mastica
cuidadosamente las palabras, dejando que hagan efecto sobre el
orgulloso académico— Por si fuera poco, una vieja copuchenta de tu
barrio dijo que te había visto yendo al mar con tu bebé.