Ilustración por All Gore.
Un puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus
brazos no respondieron. Un hormigueo le recorría las manos. Las muñecas eran
una costra que envolvía el alambre que las inmovilizaba. El nuevo golpe dio de
lleno en la mandíbula, penetrando a través de la barrera de adormecimiento que
la fractura había fabricado, alargando las líneas que surcaban el hueso.
—Abre los ojos puta —resonó entre unos dientes
apretados que hedían a vino y cigarro.
Cuando le jaló del pelo, fue como si las raíces sangraran, cual árboles de carne. El cuero cabelludo era una gran costra. Los ojos eran una gran costra. Toda ella era una gran costra.
—Enchufa esa güeá —dijeron los dientes apretados a alguien que respondió a lo lejos, a kilómetros fuera de la luz que atravesaba sus párpados sellados. El tufo de la voz mandante sobrepasaba el ambiente rancio de sudor, orina y feca.
La entrepierna se transformó en una tormenta eléctrica, un tornado de dolor que pronto se ramificó por el cuerpo.
***
Un puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus
brazos no respondieron. Las muñecas estaban aprisionadas por unas manos
inmensas y ásperas como lija. El nuevo golpe dio de lleno en la mandíbula, que
crujió salpicándole la cabeza de estrellas puntiagudas, cada una incrustada al
cráneo como garrapatas a un perro moribundo.