Ilustración por All Gore.
Franco
adoraba caminar durante las noches tibias y nubladas, sin la mirada impasible
de las estrellas y la luna.
Especialmente en noches como Halloween,
la gente convivía con lo oscuridad, ya sea por el agradable tiempo,
ya sea por seguir a la cada vez más numerosa costumbre (sea todo lo
importada que se quiera), que hacía de quienes deambulaban con
disfraces sombríos o coloridos, partícipes de un ritual aunque
deformado, nacido en la era en que más estábamos conectados con la
tierra. Un agónico sobreviviente del paganismo.
Aún
quedaban familias recorriendo las casas que anunciaban su
complicidad, con adornos festivos y macabros. Compartir la
abundancia, repartiendo confites hechos en serie, simbolizando los
frutos que la diosa nos brinda.
Una
ambulancia a toda velocidad dejó flotando sus haz carmesí, sin que
su presencia causase el ominoso escalofrío en otra escenario.
Rodeados de muerte, una muerte que no esperaba al inicio del túnel,
si no que con su guadaña cortaba el trigo para dar paso a nuevas
siembras.
Franco se
alejó de las casas y atravesó el puente hasta llegar a una de las
zonas bohemias del centro, la más rancia y mal oliente, donde nada
sabían de calabazas y caramelos. Apenas notaban el día y la noche,
encerrados en cantinas de música etílica y aire viciado.
Se quedó
parado en un rincón sin más iluminación que la de la brasa de su
cigarrillo, acechando.