viernes, 18 de julio de 2014

"Dispersión" por Aldo Astete Cuadra













Ilustración por Ana Oyanadel








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He logrado entrar, es sábado y ayer pasó de todo, estoy contenta de estar aquí. La música suena fuerte, mis amigas me hablan, no entiendo nada, el humo de cigarrillo ahoga, me arden los ojos.

Llegamos hasta el borde de la pista, las luces distorsionan los cuerpos. Un vaso en mi mano, lo bebo al seco, la garganta se incendia. Cesa la música y se oye la voz del DJ, las personas corean al unísono “todos alerta, vienen las lanchas”…

Estoy en la pista, bailo sensualmente, unas manos fuertes me tocan, casi me hacen daño. Las luces y el humo me impiden ver el rostro, es más, tengo los parpados cerrados, da lo mismo. Siento un fuerte abrazo que me ahoga, un mordisco sensual al cuello se transforma en dolor punzante, me hace empujarlo.

Se oyen gritos, ya no hay música, logro verlo a la cara, está deforme, ríe y de su boca brotan hilos de sangre que fluyen por su mentón y cuello. Los alaridos son ensordecedores, las personas corren a mi alrededor tropezando, cayendo, me miran espantados. De pronto estoy sola en medio de la pista, envuelta en una densa neblina, siento algo tibio y viscoso salir de mi cuello. Estoy segura que es sangre pero no puedo ver nada, mi respiración se agiganta, no oigo nada más.

Las tinieblas se disipan, mis manos están atadas a un madero, estoy crucificada, la sangre fluye rauda por mi pecho, comienzo a sollozar, a gritar. Algo se quiebra a mi lado, otro sonido de vidrio roto, levanto la cabeza y son cientos de ojos los que me observan con odio, con rabia.

¡Nosotros no somos los culpables, son ustedes asesinos! Oigo una voz a mi costado. Es mi agresor que está en otra cruz, él se voltea y me mira, en realidad mira sobre mí. Vuelvo la cabeza y en el otro costado se encuentra su amigo con la cabeza gacha, desnudo y también crucificado.

viernes, 4 de julio de 2014

"Los Gatos de la Señora Dark" (Segunda Parte - Final) por H. E. Pérez













Ilustracion por All Gore








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Sábado 23 de junio de 1928. “Posada Saint Louis”, Littlecarob. Segundo día de investigación.

Me levanté temprano en la mañana. Sentía un leve dolor de cabeza, pero sin parangón con las fiebres sufridas los días anteriores. En la noche llovió suave, en forma esporádica y, por fin, los malditos gatos no se hicieron presentes sobre mi techo. Tenía mucho ánimo, por lo que me dediqué a arreglar mis apuntes. Tanto afán puse en ello que ni siquiera sentí ganas de almorzar, aunque ya eran más de las dos de la tarde.

Una vez que estuve listo, empaqué mis enseres y salí de la habitación. En el pasillo vi a Stephie, quien me miró sorprendida al verme cargar mis maletas: - ¿Y tú, a dónde vas? – me interrogó con dulzura.

- Me voy – le dije; y sus ojos brillaron -. Aunque sólo de la posada, del pueblo aún no.

- ¿Qué quieres decir?
- Visitaré a esa mujer de la que hablamos anoche – dije con seguridad – y le pediré alojamiento para investigar su historia.

- ¿Qué? ¿Acaso estás loco? – gritó exasperada.

- No, aún no – dije riendo.

- ¡Pero… puede ser peligroso! – dijo mientras aferraba sus tibias manos a las mías.

- ¿Por qué? ¿Temes que me convierta en gato? – dije, burlón. En eso estábamos cuando llegó el señor Joseph.

- Al parecer – dijo sonriente – regresáis a vuestro hogar. Fue una corta pero muy agradable visita, Ernest.

- No se va del pueblo – dijo Stephie, sollozando.

- ¿Entonces? – preguntó el dueño de la posada.

- Voy a la casa de la colina… la vivienda de la que hablamos anoche.

Al señor Joseph se le fueron los colores del rostro al escuchar mis palabras y enmudeció por unos instantes, sin embargo, reaccionó cuando le pagué mi estadía: - ¡Que la suerte os guíe! – díjome. Dio media vuelta y desapareció en la cocina. Entonces, me despedí del resto de los residentes y salí de la pensión. Había caminado un par de metros cuando sentí unos pasos ligeros que me seguían.

- ¡Esperad! – era Stephie -. Te acompañaré hasta la plaza.

Caminamos sin hablar. Llegamos a la intersección de la calle Saint Louis (donde quedaba la pensión) con la Calle Principal (la que atravesaba todo el pueblo). Doblamos a la izquierda y seguimos caminando, en silencio. Rápidamente asomó la calle Father Peter, la cruzamos y de inmediato pusimos pie en la Plazuela General. Allí Stephie despidióse de mí: - ¡Ojalá que vuestro trabajo resulte bien! – díjome con lastimera voz.

- Eso mismo espero yo – le respondí.

- ¡Ten cuidado! Recuerda tus palabras: “los mitos tienen algo de realidad”.

Mi confianza titubeó al escuchar tal comentario. – No os preocupéis – dije -. Espero que esta realidad no sea tan macabra.