martes, 24 de noviembre de 2015

"El hombre / El Parte / El Octavo" por Roderick Usher














Ilustración por All Gore.










Era bien feo eso que estaba haciendo yo, me decía. Meterme en medio como si no supiera que lo que él estaba haciendo era una buena pega.

Se notaba que yo no era muy hombre. No como él. Él era del campo y en el campo se aprendía a ser hombre, aunque a uno no le gustara. El tufo a cerveza llena el aire. Y eso era lo que ella necesitaba: un hombre de verdad.

Mi mano derecha se movió instintivamente hacia el pecho, donde estaba mi arma. Pero no alcancé a tomarla. Él continuó.

La conoció porque él, ahí donde lo veía, era amigo de su marido y frecuentaba su casa. Cuando terminaron, él la consoló. Hacía tiempo le gustaba ella, así que aprovechó que estaba necesitada de cariño para acercarse y después usó todas las cosas que contaba o de las que se quejaba su marido para llegar bien adentro y conquistarla. Era bonita ella. Era una mujeraza, decía, gesticulando. Todo lo que él siempre había querido. Una mina fuerte, que no se anduviera con tonterías.

Pero su matrimonio no había terminado muy limpiamente, así que el ex esposo, su amigo —aunque era más bien el amigo de un amigo—, agrega, la maltrataba por teléfono.

Al menos eso siempre decía ella, que le respondía airada que no toleraría sus insultos y qué sé yo que otras cosas. Nunca puso atención. Él era un hombre y su mujer estaba sufriendo por culpa de un imbécil.

Así que lo despachó una noche. Era del campo, me decía. Eso era lo que hacían los hombres de verdad, continuaba. Hacerse cargo. Si su mujer sufría, él se encargaba. No tenia mucha plata tampoco, así que hubiese hecho cualquier cosa por ella, que además lo mantenía bien vestido y alimentado.

viernes, 23 de octubre de 2015

"La asunción del Dios–Carne / O la balada de Norman González" por Pablo Espinoza Bardi














Ilustración por Visceral.













¿Qué es uno menos?
¿Qué significa una persona menos en la faz del planeta?

Ted Bundy

Para mí, un cadáver tiene una belleza y una dignidad que ningún cuerpo
con vida puede alcanzar jamás. Hay una calma en la muerte que me tranquiliza.

John R. Christie


Uno de los retorcidos pasatiempos de Norman González, consistía en coleccionar animales muertos. Los metía en un costal y se los llevaba para su casa. En aquel tiempo su madre tenía algunos meses de fallecida y su padre había desaparecido en misteriosas circunstancias en un período similar de tiempo.

Su figura lánguida y miserable no pasaba desapercibida para la gente del barrio; de hecho, molestaba a la mayoría cuando éste se paseaba con cierto aire de grandeza por el lugar… hurgando en la basura y, a veces, comiendo de ella.
En una ocasión, a las afueras del mercado, se ganaría el total descontento de la comunidad. Norman le hablaba a un perro que estaba totalmente agusanado, posiblemente arrollado por algún vehículo en la carretera. De rodillas frente a él, amontonaba y hurgueteaba las vísceras que estaban regadas en el camino. Norman hablaba con la propiedad digna de un extraviado mental, frente a la perturbada y asqueada mirada de los transeúntes.

A veces (y sólo a veces) me detengo frente al cadáver de un perro / o de cualquier otro animal / pero me inclino por los perros / pues sus interiores siguen siendo jugosos después de días / a diferencia de un animal pequeño / entonces a veces (y sólo a veces) introduzco mis manos abriendo a la fuerza el estómago henchido / y remuevo las tripas y la sangre coagulada y los gusanos / y a veces (y sólo a veces) me llevo las manos empapadas a mi cara / y termino impregnado de sus caldos / y las pulgas saltan hacia mí enloquecidas y succionan mi sangre con fuerza ya que la sangre muerta no los satisface / entonces a veces (y sólo a veces) la gente piensa que mis actos tienen un fin de tipo sexual / pero yo me río señores claro que sí yo me río / pues para mí tiene un trasfondo superior / pues para mí es tan sólo “asimilación”.

Su padre pertenecía a una pequeña congregación religiosa de la cual fue uno de sus pastores. Lo expulsaron cuando su adicción al alcohol se hizo notoria e irreversible. Su esposa era la que más sufría. Si bien reflejaba un cierto retraso mental, ésta guardaba con profundo silencio los años de abusos físicos y psicológicos cometidos por su marido; incluso se decía que éste abusaba sexualmente del pequeño Norman frente a sus ojos.

viernes, 16 de octubre de 2015

"Compañeras de curso" por Michael Rivera Marín














Ilustración por Horacio Trino Mansilla.











Cuando pensaba en matarte, tenía muchas opciones divertidas a las que recurrir, sin necesidad de actuar protegida por la noche y las drogas, pues al ser compañeras de curso me hubiese sido muy cómodo tirarte desde el tercer piso al bajar la escalera cuando salíamos a recreo. La multitud enajenada hubiese sido mi coartada perfecta. O cuando tuvimos salidas pedagógicas, haberte tirado a las vías del metro.

Inclusive una visita casual al baño me habría dado la oportunidad de apuñalarte sin llamar la atención de los auxiliares de aseo… era más probable que una niña de otro curso te encontrara desangrándote antes de que lo hiciera una autoridad. Pero, ¿dónde estaría el placer si te mataba así? Y como ya se venía la fiesta del colegio, tendríamos los clichés necesarios para terminar con esta agónica espera de tres años.

Siempre pensé que en tercero medio nos separaríamos y no tendríamos que llegar a esta instancia, pero ahí estaba el puto destino para juntarnos y obligarme a matarte.

Oye, pero no llores, si no voy a continuar golpeándote hasta que te repongas un poco más, necesito decirte algunas cosas y quiero que me escuches con atención. Hazlo por mí, al fin y al cabo será la última conversación que tengamos. ¡Puta estúpida, deja de gritar! Llevas todo el día acá encerrada haciéndolo y no has sacado nada. ¿Acaso no has perdido la esperanza ya?

Me sorprende ver ahora tu actitud, porque siempre fuiste una mediocre. Entraste al curso humanista pensando que no habría necesidad de estudiar y que con tu alegría y belleza, todos debíamos aguantar tus estupideces y darte las respuestas de las pruebas. Estoy  segura  que  en  algún  minuto pensaste que nadie notaría cómo te aprovechabas de nosotros… pero yo no estaba dispuesta a justificar esa mierda.

¿Sabes qué me estimuló a actuar de esta manera? Vamos, no porque ahora te haya puesto una mordaza en la boca no vas a poder mover tu cabeza para responderme. No estás en posición de comportarte como una rota conmigo, así que no me hagas enojar o seré más dura y estoy segura que a este fierro no le importa tener que golpearte.

martes, 25 de agosto de 2015

Concurso 125 años de H.P. Lovecraft

«That is not dead which can eternal lie, And with strange aeons even death may die.»


Porque Chile del Terror no está muerto, si no soñando las pesadillas que invadirán sus mentes al dormir y en vigilia; queremos invitarlos a celebrar los 125 años del nacimiento de uno de los autores que más han marcado a nuestra iniciativa, cosa evidente en nuestra última publicación física, Chile del Terror, Visiones Lovecraftianas.

Y para sellar este despertar, junto a Austrobórea Editores y Diseño Chacal, queremos invitarlos al siguiente concurso:

Gana un pack de 5 poleras, gentileza de Diseño Chacal (en la fotografía).

Envíanos una fotografía con temática lovecraftiana, sin importar la etapa en la que esté inspirada, ya sea su obra gótica, onírica o sobre los Mitos de Cthulhu.
Se evaluará tanto la calidad artística como la relación que tenga con la obra del autor de Providence.

Las normas son las siguientes:

1. Podrán participar con una (1) fotografía.
2. La imagen puede tener cualquier dimensión y resolución, siendo este último punto un factor negativo si es baja, a la hora de evaluar el mensaje que busca entregar. 

3. La fotografía puede ser manipulada digitalmente, siempre y cuando no sea un collage, parcial o total de trabajos de terceros.

4. El plazo para enviar el trabajo es hasta el 15 de septiembre.
5. Chile del Terror se reserva el derecho de declarar desierto el concurso si las fotografías no cumplen estándares mínimos de composición, así como con las expectativas del staff, quienes decidirán el resultado del concurso.

Envíen sus trabajos a chiledelterror@gmail.com, incluyendo los datos personales: nombre y/o seudónimo y ciudad de origen.
Los trabajos recibidos irán siendo publicados en un álbum en nuestra página de Facebook,

¡Saquen sus cámaras y a capturar esas pesadillas!

lunes, 4 de mayo de 2015

"El Caleuche Alemán" por Aldo Astete Cuadra














Ilustración por Andrés Ávila Espinoza.







Mi nombre es Benjamín Bórquez. Quisiera relatarles una historia que está presente en el inconsciente de las personas de la Patagonia Insular, y de los fiordos que están más al sur. Pretendo narrar la experiencia que viví en mi juventud para que ustedes puedan generar sus propias conclusiones.

En 1942, trabajaba en un aserradero en la desembocadura del río Cisnes. Era común que los jóvenes saliéramos en busca de trabajo muy lejos de nuestros hogares, cruzando el peligroso Golfo de Corcovado para recalar en un lugar salvaje, franqueado por imponentes montañas de cumbres nevadas y selvas inexploradas, con riquezas extraordinarias. Aquí, en este confín del mundo, se asentaba el aserradero en el que trabajábamos unas 50 personas. Sin embargo, la temporada estaba llegando a su fin y era necesario buscar nuevos horizontes.

Recibí noticias de un tío paterno, capataz de una estancia en Cochrane, que necesitaban un peón. Él me había recomendado, por lo que me esperaban lo antes posible. Para llegar pronto a Cochrane era imprescindible navegar en el Vapor Tenglo, que surcaba los mares australes. Esta embarcación realizaba el viaje entre Puerto Montt y Puerto Aysén, una vez al mes. Para embarcarme, debía esperar al Tenglo que realizaba un complejo itinerario en los puertos de la Isla de Chiloé y el Archipiélago de las Guaitecas, teniendo que surcar las furiosas aguas del Golfo de Corcovado. Si se levantaba algún temporal, obligaba a la embarcación a capear el temporal en Quellón o Melinka y el itinerario cambiaba rotundamente.

El aserradero comenzaba a disminuir su producción debido al mal tiempo que adelantaba su aparición ese año, por lo que mi renuncia fue aceptada sin problemas. Luego de que el capataz estrechara fuertemente mi mano deseándome suerte, pasaron dos interminables días de espera junto a cuatro hombres que se dirigían a diferentes destinos del extremo sur, todos en busca de mejores oportunidades laborales.

Entre estos hombres llamaban la atención dos hermanos, de recia fisonomía esculpida por los rigores del trabajo, sus nombres: Ladislao y Artemio Chiguay. Gregorio Torres era otro, silencioso, de carácter ladino y bajo perfil. Finalmente, Juan Coñoecar, hombre pequeño, de mirada intrigante, se comportaba extraño; seguro se debía a su procedencia, el pueblo de Quicaví en la Isla de Chiloé.

Nos instalamos en una rancha construida para prestar refugio en situaciones de forzosa espera. Allí acortamos las horas con partidas de truco, tomando mate y fumando. Como el mal tiempo retrasara la aparición del Vapor, no nos quedó más opción que armarnos de paciencia y esperar.

En nuestra tercera vigilia, el viento soplaba con fuerza, colándose por las rendijas, provocándonos un frío estremecedor. Las partidas de truco y el mate con punta influyeron en que nos quedáramos en vela, alcanzándonos la madrugada. El temporal otorgó una tregua, y se instaló una pesada bruma a nuestro alrededor, que impedía ver más allá de una decena de metros.
Sólo la tenue luz de mi lámpara iluminaba, dejando ver el lúgubre rostro de mis compañeros como si de un vaticinio se tratara. Ya habíamos perdido la esperanza de que el Vapor apareciera desde el Canal Jacaf.

El sueño comenzaba a pasarnos la cuenta por lo que decidimos armar nuestros camastros en el suelo, cuando una poderosa luz nos sorprendió iluminando completamente el interior de la rancha, dando la sensación de estar en pleno día del verano más radiante del que tuviéramos recuerdo. Si aquella luz pertenecía al Vapor Tenglo, lo extraño era no sentir los motores y no verlo llegar, a pesar de lo atentos que estuvimos escudriñando la niebla.

Luego de interminables segundos de ceguera, la penumbra retornaba y el haz lumínico apuntó hacia la desembocadura del río, nos incorporamos para observar directamente la embarcación: quedamos atónitos. Ladislao Chiguay, que sabía de embarcaciones, se sorprendió al ver que las luces de navegación estaban ubicadas de manera insólita. Sugerí que tal vez, en su estadía en Puerto Montt, el barco habría sufrido alguna remodelación en su sistema de iluminación. Entonces, convencidos de que se trataba del Tenglo decidimos descender en dirección al muelle para abordar la chalupa y embarcarnos.

Mientras caminábamos, una mezcla de temor e incertidumbre se fue apoderando de nuestro ánimo. Juan Coñoecar, aseguraba que aquello no era de este mundo. Estallé en cólera, estábamos tensos y no mejoraba las cosas diciendo que el barco era de origen fantasmal. Le aclaré que si estaba en desacuerdo de abordar, podía quedarse a esperar un mes más su arribo, pero que nosotros no dejaríamos pasar la oportunidad, menos por sus supercherías. Juan, atemorizado, no reaccionó y el silencio reinó nuevamente dándome el control de la situación. Los demás estaban confundidos, pero dispuestos a terminar de una vez con la espera.

Al llegar al muelle, comenzó a caer un aguacero, que nos empapó en cuestión de segundos. Pese a esto subimos al bote y Artemio Chiguay tomó los remos, llevándonos a través de la atmósfera acuosa. A medio camino, entre el muelle y el Vapor, sólo oíamos los remos entrar y salir del agua, secundados por el sonido sordo de la lluvia torrencial. La embarcación a la que nos dirigíamos estaba en completo silencio, para Gregorio Torres era extraño que los motores estuvieran apagados. Los demás asintieron preocupados, con susurros apenas perceptibles. Sin embargo, nunca dimensionamos el estado de creciente temor en el que nos sumergíamos a cada instante.

Nos encontrábamos ya a unos 50 metros del barco. Juan Coñoecar rezaba, su siseo se sentía desde la popa del bote. De pronto, la potente luz del Vapor giró, enfocándonos directamente, deteniendo nuestro avance. Ahora al rezo de Juan Coñoecar se sumaba Gregorio Torres. Los hermanos Chiguay, permanecían quietos y en silencio. En lo personal, me invadió un miedo terrible, tanto que estuve a punto de unirme a los rezos, pero en ese instante sucedió algo inesperado. Un alarido trisó la atmósfera, dio paso a voces incoherentes y carcajadas que parecían endemoniadas, que provenían del Tenglo. El terror se apoderó de nosotros y antes de que pudiéramos recobrarnos del pánico, un suave zumbido, como el de un panal de abejas, se dejó oír. El agua comenzó a romper con fuerza sobre el casco del Vapor o lo que fuera que navegara por esas aguas en nuestra dirección, la colisión era inminente. Todo sucedió en cuestión de segundos…

Ladislao, que se encontraba en la proa, se lanzó al mar dejando tras de sí un grito despavorido. Yo me paralicé, no supe qué hacer, estaba entregado a la fatalidad.
Las carcajadas provenientes del barco se hicieron cada vez más inhumanas. Sentíamos la proximidad del desastre y esto nos enloquecía. Gregorio se desplomó al interior de la chalupa, no pudo soportar la tensión del momento, y Juan Coñoecar oraba ahora con alaridos, capaces de destrozar los nervios más fríos. Repentinamente, la luminosidad se esfumó, también cesó el ruido de abejas y segundos después, en la absoluta oscuridad, el bote fue súbitamente azotado y elevado por los aires por una gigantesca ola. Estuvimos a punto de zozobrar, sin embargo, la providencia que en estos casos se muestra misericordiosa, aún nos protegía.

Violentamente volvimos a nivel del mar, desorientados y a la deriva. Artemio había soltado los remos. Fue difícil mantener la calma luego de esta extrema situación.

Juan Coñoecar, tendido sobre el cuerpo de Gregorio Torres, intentaba reanimarlo. Artemio llamaba desesperadamente a su hermano, sin obtener respuesta alguna, el tiempo transcurría y las gélidas aguas eran impiadosas con las almas que caían en ellas. De pronto, oímos una voz en la lejanía pidiendo auxilio. Comenzamos a remar frenéticamente con nuestras manos en esa dirección, mas no logramos ver nada sobre la superficie del agua, sólo su voz nos guiaba hasta que dimos con Ladislao que flotaba asido a uno de los remos. Era tal el estado de shock y de hipotermia en el que se encontraba, que se nos hizo muy difícil subirlo.

Una vez en la chalupa, Chiguay no dejaba de repetir que el Tenglo se había sumergido por debajo de nuestro bote, levantándonos a mucha altura. De inmediato, Juan Coñoecar atribuyó el desastre al barco fantasma conocido como El Caleuche, gatillando nuestra imaginación y sembrando un miedo aún más intenso al ya vivido. Sabíamos, por las leyendas, que muy pocas personas escapan vivas de un encuentro con este barco fantasma y las que lo hacen, perecen bajo extrañas circunstancias poco tiempo después.

Artemio Chiguay, trabajó desesperadamente con el único remo que poseía; mientras nosotros ayudábamos con nuestras manos. Exhaustos y aterrorizados, logramos llegar al muelle y descansar por un instante.

Sacamos fuera del bote a los débiles. Ladislao y Gregorio, conscientes del peligro que acabábamos de vivir, balbucearon algunas palabras temerosas, mientras que Juan Coñoecar, con ojos felinos, me enrostraba la advertencia hecha y desoída por todos nosotros gracias a mi intervención. Para él, todo coincidía; nos habíamos enfrentado al Caleuche.

«Este barco se presenta en las noches más oscuras, aparece de la nada y es capaz de navegar inclusive bajo el agua, por esa razón, fue imposible notar su presencia. Siempre navega iluminado y sus tripulantes son marineros muertos en vida, cuyo idioma es imposible de descifrar». Replicaba con vehemencia Juan Coñoecar.
Ya no cabía duda alguna, acabábamos de ver al mismísimo Caleuche, y nos habíamos salvado de milagro.

Luego de darle muchas vueltas a lo sucedido, decidimos retirarnos en silencio a nuestra rancha. El corazón me latía desbocadamente, dábamos gracias a Dios por habernos protegido de tan maléfica aparición, aunque nos acongojaba el temor a la leyenda que dice que nadie escapa de una experiencia así, que el Caleuche termina cobrando su precio.

El hecho que les he relatado es verdadero. Con él he cargado el resto de mi vida. Sin embargo, mi salvación vino de la mano de un acontecimiento anecdótico. Un hecho tan claro y revelador que me ha llevado a pensar que lo sucedido aquella noche de febrero del año 1942 no es más que el fruto del miedo, de la superstición e ignorancia en la cual nos fuimos envolviendo y adentrando a medida que los hechos nos parecían menos conocidos.

En Punta Arenas, luego de largos años, observé una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, donde un acorazado americano combatía ferozmente con un submarino alemán y en una de sus escenas, tuve la visión que estremeció mi entendimiento. El submarino emergía de las profundidades del mar, de la misma manera que El Caleuche que creímos ver aquella noche.

Esa imagen me ha permitido plantear conjeturas, que por lo demás, explican la gran cantidad de avistamientos realizados en la Isla de Chiloé y en los canales australes vinculados al Caleuche por aquellos años.

Después de investigar y preguntar a personas, que por aquellos años vivieron en la zona, es que me permito aseverar que el barco llamado Caleuche, tan temido por generaciones, no es más ni menos que un submarino alemán, o varios en realidad, los que emergieron por estos parajes en plena Segunda Guerra Mundial, con la intención de abastecerse de alimentos, específicamente de papas y carne, trabando solapadas transacciones comerciales con lugareños y colonos, algunos de los cuales también eran de origen alemán. Estos encuentros sucedían en los sectores menos poblados del sur de Chile. Si comparamos las características propias de un submarino, agregándole una tripulación que posee un idioma incomprensible para las personas de habla hispana, obtendremos las mismas señas y cualidades atribuibles a nuestro criollo y fantasmal Caleuche.

Aquella noche de 1942, en las solitarias aguas australes, la total ausencia de sonido, su aparición fantasmal, la potencia de sus luces incandescentes, las risas endemoniadas, las palabras indescifrables y la desaparición por debajo de nuestra chalupa, confirman claramente que aquello que Juan Coñoecar y el resto de los desafortunados testigos atribuimos al Caleuche, no es más que un desdichado encuentro de cinco hombres temerosos, con un artilugio tecnológico muy desconocido para la fecha y lugar en que nos encontrábamos en aquel entonces.
Para quién aún tenga dudas de lo que acabo de relatarles, escribo textualmente la descripción que hiciera Manuel Romo Sánchez en su Diccionario de la Brujería de Chiloé, acerca del Caleuche.

«Caleuche. m. Barco mítico que recorre los mares tripulado por brujos y marinos muertos en naufragios. Cuando se le ve, se observa que está muy iluminado y en su interior se aprecia el bullicio de una alegre fiesta. Puede alcanzar grandes velocidades, tiene el poder de hacerse invisible y de navegar tanto sobre la superficie como bajo el agua. Suele ocultarse en medio de una densa niebla».





domingo, 5 de abril de 2015

"Yeshua Non Mortus" por Fraterno Dracon Saccis

Ilustración por All Gore




Esta entrada es la segunda parte de "Yeshua Non Grato

La visión sumergida en rojo, penetrada  por rayos de luz distorsionada,  solo distinguía siluetas que se movían alrededor.

Los ojos lechosos fueron lo primero en adquirir movimiento. La comitiva de bienvenida se puso en guardia.

El tercer día había llegado. No sabían qué esperar exactamente, pero sí que iba a resucitar y no debía salir con vida de aquella antártica morgue.  Exorcistas y pistoleros desplegados para la segunda resurrección del mesías.

martes, 31 de marzo de 2015

"Yeshua Non Grato" por Fraterno Dracon Saccis














Ilustración por Visceral.














Padre no me dijo cómo regresaría.

Tampoco me lo dijo cuando morí, ni cuando regresé por primera vez.

El descenso fue doloroso, peor que clavos en las palmas desgarrando los tendones,  único soporte del peso de todo tu cuerpo.

El aire es veneno, un gas hiriente que castiga mi renacida respiración, como fuego que entra por la garganta, como hielo que congela las fosas nasales.

Recogí ropa tirada en la basura, los harapos hacen que la gente me mire con recelo. Me acerco para hacer una simple pregunta pero todos se alejan, hasta que al fin uno responde de mala gana, indicando con una mano un inmenso edificio y con la otra tapa su nariz. Lo que hay en la cima de la torre dominando la ciudad me da escalofríos.

Una cruz.

martes, 24 de marzo de 2015

"Pistolero" por Jorge Araya














Ilustración por Alex Olivares.





Una ridícula canción de amor. Un cepillo cilíndrico de cerdas blandas. Un pote de grasa. Incontables pensamientos. Unos cuantos sueños. Ningún deseo.

En la grabación, el cantante llevaba su voz a límites insospechados gracias a varios filtros digitales usados por el ingeniero de sonido en las distintas capas de la mezcla, para hacer sonar al artista como un ser excepcional, sin ser más que un simple humano. En la habitación el cepillo era untado en grasa, para luego lubricar con lentitud y parsimonia el cilindro para el cual fue fabricado. En su cabeza, frases confusas se agolpaban para salir sin lograr su objetivo. En su alma los sueños se apagaban en la medida que la madrugada avanzaba. Su cuerpo simplemente le pedía descanso, pero ya sin esperanzas.

La canción de amor terminó, junto con la lista de reproducción, dejando la habitación en silencio. El cepillo salió del cilindro casi sin grasa, quedando apoyado encima del pote a medio cerrar. Los pensamientos se hacían cada vez más bulliciosos y menos inteligibles. Los sueños acompañaban a los deseos en el limbo. Había llegado el momento de partir.

viernes, 13 de marzo de 2015

"Inmolación" por Fraterno Dracon Saccis














Ilustración por Ana Oyanadel.






Esperó a que el cura convocase a sus fieles a comulgar para pararse sobre una banca y gritarle,


¡HIPÓCRITA!

Un anciano sentado junto a él comenzó a jalar de la manga de su camisa, intentando hacerlo bajar. Si quiso además insultarlo o hacer un ruego en el nombre de Dios, nadie se enteró ya que cayó al piso de un puñetazo. La placa saltó de su boca dibujando una estela de sangre y saliva.
Como una colonia de hormigas atacando el cadáver de un ave, docenas de feligreses se abalanzaron sobre él y así como se aglutinaron, el hormiguero se dispersó como si estuviese siendo inundado, cuando sacó un arma del bolsillo.
Para evitar la fuga, apuntó y disparó al primero que iba llegando a la salida. Los sesos salpicaron las altas puertas de madera. El eco del estruendo ahogó los gritos de consternación y pánico.

¡El próximo que intente salir ayudará a seguir decorando las puertas de la catedral! ¡Ahora regresen a sus lugares!
La multitud obedeció entre sollozos. Aunque algunos lo hicieron mirándolo desafiantes, la mayoría prefería mirar el piso y avanzar sin llamar la atención. Una vez que todos estaban ubicados, saltó de su lugar en las alturas y se dirigió al altar, donde el sacerdote permanecía firme con el cáliz en una mano y una hostia en la otra.

¿Crees que podrás quebrantar nuestra fe...?

Lo acalló golpeándolo con el dorso de la mano. Aunque el cura no soltó los elementos del sacramento, en su rostro se pudo ver que algo se desvaneció, alguna convicción, la valentía que el escudo de su condición clerical le ayudaba a mantener. Pero aún así no se movió de su lugar.
No era lo que esperaba, pensó. A estas alturas debería estar rezando, o mejor aún, llorando por su propia vida. Pero esto no cambia en nada mis planes.

sábado, 21 de febrero de 2015

"Encuentro en el Parque Stix" por Armando Rosselot













Detalle de ilustración de LordNecro Arlequin (Necroscopio).








Sabía que lo que hice no era bueno, había degollado a la abuela y a su nieta por unos cuantos billetes. Entré con temor al parque Stix, huyendo. Aminoré el paso al creer que había oído algo. Pensé en otro asaltante, o en varios, en lo que sería una cuchilla clavada en mi vientre y el frío de la muerte acariciándome, o tal vez, un disparo en la cabeza, un golpe fuerte en la nuca que haría que poco a poco dejara de percibir todo alrededor hasta caer inconsciente en los brazos de la oscuridad. Apuré el paso, tanto que en un momento me di cuenta que corría. Paré, respiré hondo, y cuando me disponía a seguir mi camino fue cuando sentí una presencia detrás mío.

Me volteé rápido y lo vi. Vi lo que creí era sólo posible en las pesadillas, tanto que no pude moverme y el miedo fue tan inmenso que doblegó mi mente en décimas de segundo dajándome en una especie de hipnósis.

Él tocó mi rostro con una suavidad repugnante, con algo similar a una mano y me observó con su único e inmenso ojo, embutido en aquella cabeza sin boca que irradiaba un ardor imposible y un grito convertido en un susurro preso de la carne y los huesos. Jaló de mí con descomunal fuerza y apoyó su húmedo cráneo sobre mi cabeza. En ese momento conocí la verdad.

viernes, 13 de febrero de 2015

"Experiencia primigenia" por Michael Rivera Marín













Bosquejo de ilustración por iGhor Alarcón.










No puedo correr más. Me cuesta respirar. Caeré. Seré su víctima. No soy capaz de defenderme solo. Tienen ocho brazos ansiosos por golpearme hasta matarme. No vale la pena intentar luchar contra ellos… siempre han sido unos monstruos.

¿Por qué arrancas de nosotros, Howard?

Somos tus compañeros de curso.

Yo me sentaba junto a ti.

¿O acaso te ibas a ir del colegio y la ciudad sin despedirte?

¿Por qué me acercaría a ellos si nunca fuimos amigos? Con ese asiático solo nos saludamos porque estaba toda la clase a mi lado; con los dos mestizos hicimos un trabajo de ciencia, pero me aburrieron con su regocijo en la ignorancia; y al árabe nunca le dirigí una mirada.

¿No vas a responder? –Me gritó el más gordo–. ¿Tienes miedo?

¿Por qué metió su mano al bolsillo? ¿Está armado? Miro a mi rededor y descubro que escogí mal la calle para esconderme. El frío de la tarde aleja a los pocos transeúntes que podrían ayudarme.

Estamos solos. Quieres saber lo que tengo aquí, ¿verdad?

He recuperado el aliento, pero soy delgado y demasiado débil para enfrentarlos. Solo puedo actuar como el astuto Dupin e intentar distraerlos hasta que alguien me socorra.

Podría gritar desesperadamente para llamar la atención de las familias en las casas, pero lucen vidrios quebrados, profundas grietas en sus muros, probablemente estén abandonadas o vivan en ellas pordioseros, inmigrantes o criminales.

No tengo miedo. Imagino que escondes una navaja. Solo temo a lo desconocido, no a lo oculto y obvio.

miércoles, 11 de febrero de 2015

"Tu sangre, mi obsesión" por Daniel H.V.













Ilustración por Daniel Orves.









Arrancaré tus labios de una mordida,
te abrazaré fuerte rompiendo tus costillas,
rasgaré tu piel con mis uñas,
con mis dedos sostendré tu rostro agónico.

Clavaré mis pulgares en tus ojos,
destriparé y desmembraré tu cuerpo,
esperaré hasta que la última gota de sangre
corra por tus blancas mejillas.

La habitación será el lienzo
donde regaré tus entrañas.

Serán tus gritos mi inspiración,
tu dolor será el eco eterno en mi interior.
Nos bañaremos con tu sangre,
bebiéndola hasta embriagarnos

Me abalanzaré sobre tus órganos,
engulliré tu vientre reptando sobre tus restos.

Y al fin...
seremos uno.

viernes, 6 de febrero de 2015

"En las profundidades" por Javier Maldonado Quiroga













Bosquejo de ilustración por Johnny Aracena.










El edificio se levantaba ante él como el cadáver de una criatura gigantesca y repulsiva olvidada junto al borde del camino. El día comenzaba a decaer rápidamente, demasiado rápido para su gusto, por lo que apuró el paso. El silencio que reinaba en aquel sitio lo hacía sentir inquieto. El muchacho hubiera esperado la presencia de algún perro solitario, o uno que otro pájaro en las inmediaciones, pero no había nada, excepto por la densa vegetación que había ido creciendo alrededor de la estructura a lo largo de los años.

No tenía idea de cuánto tiempo llevaba abandonada, pero sabía que en algún momento, durante la infancia de sus padres, había sido un importante centro deportivo y, como era de esperarse, había terminado siendo reemplazada por un complejo mejor equipado y mucho más moderno en el centro de la ciudad. Ahora no era más que una mole gris que parecía resistirse al inexorable paso del tiempo.
Las murallas exteriores estaban cubiertas de algunos viejos grafitis, aunque el muchacho sabía que la mayoría de las personas había aprendido a evitar aquel lugar. Se comentaban cosas macabras en los alrededores. Hace algunos años, en los periódicos locales, se había publicado un reportaje sobre una secta que durante meses usó el edificio para llevar a cabo sus rituales. Todos los miembros habían sido detenidos, e incluso algunos encarcelados, aunque nunca se supo con claridad la naturaleza de su culto. Lo relevante de aquel incidente era el hecho de que poco tiempo después habían comenzado a suceder extraños fenómenos en la zona: ruidos y luces durante las noches, y posteriormente la inexplicable desaparición de algunas piezas de ganado.

martes, 3 de febrero de 2015

"Hoy, nada puede fallar" por Pablo Espinoza Bardi




“My semen is bleeding, 
the smell of decay"

I cum blood  – Cannibal Corpse



El sujeto se encuentra parado frente a la ventana del último piso, restregando su asquerosa verga contra el vidrio. Él está en la cima, on the top… intocable e invisible.    
Abajo, en la calle, transitan madres e hijos, padres y ancianos, todos haciendo una vida normal. Son como insectos –piensa apoyado en la ventana– o más bien como tiernos corderos dispuestos a ser sacrificados por un goce superior 

Entonces ve a un grupo de niños jugar a la "escondida" en el parque y eso lo llena de ternura. Se escupe la mano y fricciona su verga con más fuerza. Su entrepierna se pone rojiza y hiede a lo que guarda en el closet hace semanas, en tanto que unos piececitos que se asoman bajo la cama dan sus últimos estertores. 

Finalmente descarga su chorro hacia la ventana y al mundo. 
El hedor de su vicio inunda nuevamente la habitación. 

Pero todo está bien, la vida le sonríe. El estanque lo tiene lleno y la revisión técnica al día. El pinito olor–naranja es perfecto para tapar ciertos aromas y eso lo hace feliz, al igual que los peluches de plaza sésamo que adornan su furgón. ¡A ellos les encanta! –dice satisfecho– Hoy, nada puede fallar.

martes, 27 de enero de 2015

“En los dominios de la Serpiente” por Sergio Fritz Roa













Bosquejo de ilustración por Visceral.










1.-
KURT KEISSELL

Kurt Keissell es un nombre perdido dentro de la historia del mundo. Perdido, como el de tantos millones que se amontonan en esa niebla voraz que llamamos tiempo. La memoria es algo frágil y cruel. Al igual que en una lotería, los premiados son pocos. Y Keissell fue devorado por el olvido... hasta ahora, que deseo rescatar su valentía y hablar sobre su extraño caso, del cual el destino me hizo partícipe.

Vivió en una extrema soledad, unido a pocas cosas: libros de arqueología, recortes de diarios, ensayos sobre mitologías variadas. Como Charles Fort, fue un asombrado compilador de conocimientos arcanos y prohibidos.

Lo conocí en la Biblioteca Nacional. En aquella época ya trabajaba como bibliotecario, haciendo un reemplazo. Debido a la cortesía y puntualidad en mi llegada, postulé con éxito a un puesto fijo; siendo destinado a la sección de Historia. En esa sala pude ver cómo dos o tres veces a la semana un personaje rubio, de tamaño alto, ojos claros refugiados en unos lentes de gruesos marcos y voz cavernosa, solicitaba libros relacionados con un solo tema: la serpiente en las culturas y religiones. Recuerdo haberle entregado libros, revistas y separatas vinculadas con el culto a la serpiente, los dioses Nagas y aspectos de la mitología chilota y mapuche referentes a las serpientes Caicai Vilú y Trengtreng Vilú.

Debido a lo inusual de su búsqueda, he de confesar que no hallaba el momento de entablar conversación con este caballero misterioso.

Una mañana en que la sala estaba prácticamente vacía, decidí abordarlo. Como suele ocurrir cuando se desea conocer a alguien, partí con palabras nada profundas, comentando la ausencia de lectores en el establecimiento aquel día. Al ver que ello no generaba más reacción que la de una simple afirmación, decidí atacar con mayor precisión; y, con la excusa de que tenía material sobre su interés (esto era cierto, aunque el texto no era de la institución sino mío, hallándose en mi hogar; libro que, por lo demás, trataba sobre aspectos mágicos y no propiamente folclóricos), pude entablar una conversación más libre y generosa, aunque todavía insuficiente. El nexo se había logrado, y, cada vez que pedía un texto, me saludaba con amabilidad para luego intercambiar algunas expresiones que iban más allá de lo bueno o malo del clima. Con el tiempo se generó una complicidad entre ambos; y, un jueves, a poco de terminar la jornada laboral, me preguntó si sería tan amable de acompañarlo a su hogar a fin de conocer el objeto de su investigación.

Aun cuando me sorprendió dicha invitación, era lo que había esperado. Envié un mensaje al email de un amigo, cancelando una reunión acordada para el atardecer con antiguos compañeros del liceo; y me puse la chaqueta, para dirigirme con Keissell al exterior.

El hogar de mi nuevo amigo se encontraba en el centro de Santiago, a pocas cuadras de la biblioteca. Era un departamento bastante ordenado y repleto de libros en estanterías que cubrían casi todas las paredes. Los textos, pude ver, se referían a mitología, religiones comparadas, arqueología y ciencias ocultas.

Me sirvió un café y unas galletas.

Mientras transcurrían las horas y la noche empezaba a extender su imperio, yo veía como Keissell se transformaba en un ser apasionado, que hablaba sobre amenazas extraterrestres, cultos proscritos y un futuro ominoso para la humanidad.

Su voz se elevaba, tomaba el cigarro nervioso y miraba desde el balcón hacia la noche como extasiado. Parecía un profeta loco, el mensajero de una secta o quizá un científico rechazado por la academia que anhelaba una venganza intelectual.

Quien viese y escuchase a Keissell esa noche, podría haber pensado que debido a su soledad, aquél estaba alejándose de la realidad y la sensatez, viviendo en un nerviosismo extremo, enfermizo. Y, sin embargo, su sinceridad era evidente (o al menos, a mí me pareció), como la lógica de sus argumentos, que, por extraños que pudieran ser, no dejaba de acompañarlos con pruebas, citas, y silogismos.

Señaló que el interés por las serpientes radicaba en la existencia de un culto primigenio en donde los ofidios eran el símbolo de una monstruosidad que acechaba en el tiempo a la raza humana. A través de distintas formas, los adoradores de la serpiente intentaban hacer renacer su credo y extenderlo al globo. Los ritos siempre eran brutales y sangrientos. En el fondo, anhelaban el caos, lo que sería propicio para el despertar de seres abominables, tales como hombres-serpientes, hombres-peces (“dagones” y “profundos” los llamaba), y hombres-alados (entre los que había piuchenes, vampiros, etc). Pero, existían más horrores, y los anteriores no eran sino solo los servidores que estaban en un estadio intermedio de poder. Los dioses en realidad eran otros: les llamaba los Antiguos, y eran serpientes gigantes, seres idiotas de grandes poderes y bestias tentaculares, entre otros. Todo ello me recordó al escritor de ficción de horror Howard Phillips Lovecraft y su mundo repleto de criaturas del mal. En efecto, me respondió, Keissell, Lovecraft había vislumbrado, “intuido”, desde la literatura tales seres; pero, la mitología de casi todos los pueblos ya era suficiente expresiva. Señaló que algunos ocultistas como Kenneth Grant vieron esta relación entre serpientes y Antiguos “lovecraftianos”; y que él había seguido la pista de estos investigadores. Es más, me señaló que antes de morir Grant le dio una carpeta inédita con sus investigaciones, de las cuales él era heredero.

El amor por la mitología le había permitido a Keissell descubrir la importancia de América en el culto a la serpiente. No por nada Quetzacóatl y Kukulkan eran serpientes emplumadas veneradas en el viejo México. Kukulkan recordaba al nombre Kutulu (¡el Cthulhu de Lovecraft!). La cultura de San Agustín, en Colombia, también había representado su adoración a la serpiente en esculturas. El pueblo Chan Chan en Perú, hizo algo parecido en sus edificios. Otro caso era el pueblo cañari (“hijos de la serpiente”), que fueron adoradores del ofidio, y que según ciertas leyendas el fundador de ese pueblo antes de desaparecer se transformó en una serpiente, sumergiéndose en un lago. Pero, América lo había proveído de una fuente que le permitía ampliar sus estudios: la creencia chilota como mapuche en un conflicto ocurrido ab origine entre dos serpientes: Caicai Vilú y Trengtreng Vilú. Esta dualidad representada entre la serpiente de agua (Caicai Vilú) y otra de tierra (Trengtreng Vilú) no era otra cosa que la eterna lucha entre bien y mal. Aunque Caicai Vilú fue derrotada, sin embargo su culto se habría mantenido por milenios, aunque en las sombras. Y era especialmente en la zona donde se libró la gran batalla, en la zona comprendida de Araucanía a Chiloé, al sur de Chile, donde se estaban realizando ciertos actos que según Keissell tenían relación directa con el renacer y recrudecimiento del culto antiguo...

Ello era lo que le obligaba a ir al sur chileno, primero a Chiloé y luego a un lugar de la costa de Araucanía llamado Nehuentúe, pues un conocido mapuche de la capital le había hablado sobre una machi de esa localidad que a ciertos lonkos le había advertido sobre la existencia de kalkus (brujos) que estaban intentando hacer volver a la serpiente Caicai Vilú.

Deseaba detenerlos, pues de lo contrario la humanidad peligraba.

sábado, 24 de enero de 2015

"La Subida del Muerto" por Aldo Astete Cuadra

Ilustración por All Gore


Desde el principio he estado aterrado, no puedo negar que siento placer, que me excito y sin poder contenerme acabo en su interior. Sin embargo, pese al miedo, estoy deseando anochezca y se presente en mi habitación.
La primera vez fue hace un año, el 30 de junio, lo recuerdo bien pues ese día había terminado una larga y tediosa relación. No me sentía acongojado, todo lo contrario, me creía afortunado pensando en que por fin sería libre. 

Estaba en cama, en aquel trance que precede el sueño, en ese momento en que podemos salvar y mejorar nuestras vidas pues todo parece sencillo, simple… cuando un peso inusual se posó en mis piernas y fue subiendo hasta detenerse sobre mi pecho.
Increíblemente no podía moverme ni abrir los ojos y cuando intenté gritar tampoco logré hacerlo. Estaba paralizado por completo, sintiendo una desesperación enorme.

Tan repentino como esto ocurrió, se disipó. Me incorporé y encendí la luz, revisé la pieza, la casa, aunque estaba seguro de que nadie podía haberme provocado una parálisis completa con solo subirse sobre mi torso. Esto debía ser otra cosa, algo sobrenatura. Una serie de hipótesis me rondaban impidiéndome dormir, todas concluían en mi ex, seguro ella estaba detrás de esto, pues no se había tomado bien este corte definitivo. 

martes, 20 de enero de 2015

"Made In" por Pablo Espinoza Bardi













Ilustración por Visceral.








   La anciana se movía de forma descontrolada. A ratos gemía, a ratos lanzaba fuertes alaridos, y luego hablaba en un distorsionado dialecto. Aquella noche se despertaron todos los del bloque. El esposo lloraba y golpeaba con impotencia la muralla del pasillo. Una señora del 34B se puso a rezar a la virgen santísima y un señor del final del pasillo el padre nuestro, pues aseguraba que esos espasmos eran producto de una posesión demoníaca. El conserje llamaba a la calma y, de paso, amenazaba con llamar a la policía o a un centinela si continuaban con aquellos rituales paganos de protección, pues desde que arribó a la tierra el “Bel-tha-ûr”, la colosal nave que demostró por fin a qué “imagen y semejanza” estábamos hechos, las religiones o cualquier acto de adoración conocido a la fecha fueron tratados como crímenes. Así era la ley. Lo más seguro, es que la anciana haya rechazado los órganos de proyección de vida (cosa común en los jubilados del sector de la periferia), ya que la mayoría eran hechos en indonesia o la india, sin las normas de calidad imperantes en el sistema… no son cosas del diablo, sólo es producto de la falta de información, o simplemente, por ahorrar unos cuantos pesos.

martes, 13 de enero de 2015

"La Española" capítulo V (final) por Diego Escobedo

Ilustración por Visceral




Villarroel ordenó desencallar el barco del roquerío, y dirigió la embarcación a enfrentarse directamente con el buque que los acechaba. 


Ambas naves se bombardearon recíprocamente, pero ninguna retrocedió. El combate de ultratumba llegó a su máximo clímax cuando el buque fantasma consiguió arrimarse al galeón español. En tropa abordaron zombies del tipo Grand Noir, vestidos con uniformes franceses. Entre ellos, era posible distinguir a ex uniformados bonapartistas, transfigurados en muertos vivientes. Saltaban y se colgaban de cuerdas y de mástiles como primates, babeantes, y enardecidos. Los soldados españoles se vieron en poco tiempo rodeados por un enemigo superior en fuerza y en número. 

Le chocó bastante a los grumetes ver el contraste entre el noble uniforme, rojo y azul, con el ser oscuro y fiero que lo portaba. Saltaban como ratas de un mástil al otro, y caían como leonas, sin piedad alguna, contra los españoles, quienes se defendían con todo lo que tenían de espadas, revólveres y cañones. Así y todo, la cubierta se cubrió de sangre, en una grotesca y sádica carnicería. Muchos Grand Noir agregaban al altivo sombrero francés, un collar de orejas y narices, y otros los intestinos de sus víctimas, delineando una imagen de lo más surrealista y fatídica. Cabezas, balas, corazones y lanzas volaban de un lado a otro, en un revoltijo irreconciliable.

Carbacho luchó de forma incansable con docenas de ellos, defendiendo la entrada al compartimiento de las municiones, una puerta sellada a la que se llegaba por una escalera que bajaba desde la cubierta. Terminó con un pie dislocado, un ojo morado, el labio sangrando y la mano izquierda inutilizada por el combate, así y todo siguió peleando a punta de sablazos contra los monstruos. En un arrebato de ira, los zombies se arrojaron contra su cuerpo, y del impacto rompieron la puerta de madera. En el breve instante en que hombre y monstruo yacían en el piso entre las maderas rotas, Carbacho sacó un cuchillo de su bolsillo y degolló al zombie. Tras él, dos criaturas más se aprestaban a devorarlo, pero fueron inutilizadas por dos certeros balazos del capitán, desde el fondo de la habitación.