martes, 27 de enero de 2015

“En los dominios de la Serpiente” por Sergio Fritz Roa













Bosquejo de ilustración por Visceral.










1.-
KURT KEISSELL

Kurt Keissell es un nombre perdido dentro de la historia del mundo. Perdido, como el de tantos millones que se amontonan en esa niebla voraz que llamamos tiempo. La memoria es algo frágil y cruel. Al igual que en una lotería, los premiados son pocos. Y Keissell fue devorado por el olvido... hasta ahora, que deseo rescatar su valentía y hablar sobre su extraño caso, del cual el destino me hizo partícipe.

Vivió en una extrema soledad, unido a pocas cosas: libros de arqueología, recortes de diarios, ensayos sobre mitologías variadas. Como Charles Fort, fue un asombrado compilador de conocimientos arcanos y prohibidos.

Lo conocí en la Biblioteca Nacional. En aquella época ya trabajaba como bibliotecario, haciendo un reemplazo. Debido a la cortesía y puntualidad en mi llegada, postulé con éxito a un puesto fijo; siendo destinado a la sección de Historia. En esa sala pude ver cómo dos o tres veces a la semana un personaje rubio, de tamaño alto, ojos claros refugiados en unos lentes de gruesos marcos y voz cavernosa, solicitaba libros relacionados con un solo tema: la serpiente en las culturas y religiones. Recuerdo haberle entregado libros, revistas y separatas vinculadas con el culto a la serpiente, los dioses Nagas y aspectos de la mitología chilota y mapuche referentes a las serpientes Caicai Vilú y Trengtreng Vilú.

Debido a lo inusual de su búsqueda, he de confesar que no hallaba el momento de entablar conversación con este caballero misterioso.

Una mañana en que la sala estaba prácticamente vacía, decidí abordarlo. Como suele ocurrir cuando se desea conocer a alguien, partí con palabras nada profundas, comentando la ausencia de lectores en el establecimiento aquel día. Al ver que ello no generaba más reacción que la de una simple afirmación, decidí atacar con mayor precisión; y, con la excusa de que tenía material sobre su interés (esto era cierto, aunque el texto no era de la institución sino mío, hallándose en mi hogar; libro que, por lo demás, trataba sobre aspectos mágicos y no propiamente folclóricos), pude entablar una conversación más libre y generosa, aunque todavía insuficiente. El nexo se había logrado, y, cada vez que pedía un texto, me saludaba con amabilidad para luego intercambiar algunas expresiones que iban más allá de lo bueno o malo del clima. Con el tiempo se generó una complicidad entre ambos; y, un jueves, a poco de terminar la jornada laboral, me preguntó si sería tan amable de acompañarlo a su hogar a fin de conocer el objeto de su investigación.

Aun cuando me sorprendió dicha invitación, era lo que había esperado. Envié un mensaje al email de un amigo, cancelando una reunión acordada para el atardecer con antiguos compañeros del liceo; y me puse la chaqueta, para dirigirme con Keissell al exterior.

El hogar de mi nuevo amigo se encontraba en el centro de Santiago, a pocas cuadras de la biblioteca. Era un departamento bastante ordenado y repleto de libros en estanterías que cubrían casi todas las paredes. Los textos, pude ver, se referían a mitología, religiones comparadas, arqueología y ciencias ocultas.

Me sirvió un café y unas galletas.

Mientras transcurrían las horas y la noche empezaba a extender su imperio, yo veía como Keissell se transformaba en un ser apasionado, que hablaba sobre amenazas extraterrestres, cultos proscritos y un futuro ominoso para la humanidad.

Su voz se elevaba, tomaba el cigarro nervioso y miraba desde el balcón hacia la noche como extasiado. Parecía un profeta loco, el mensajero de una secta o quizá un científico rechazado por la academia que anhelaba una venganza intelectual.

Quien viese y escuchase a Keissell esa noche, podría haber pensado que debido a su soledad, aquél estaba alejándose de la realidad y la sensatez, viviendo en un nerviosismo extremo, enfermizo. Y, sin embargo, su sinceridad era evidente (o al menos, a mí me pareció), como la lógica de sus argumentos, que, por extraños que pudieran ser, no dejaba de acompañarlos con pruebas, citas, y silogismos.

Señaló que el interés por las serpientes radicaba en la existencia de un culto primigenio en donde los ofidios eran el símbolo de una monstruosidad que acechaba en el tiempo a la raza humana. A través de distintas formas, los adoradores de la serpiente intentaban hacer renacer su credo y extenderlo al globo. Los ritos siempre eran brutales y sangrientos. En el fondo, anhelaban el caos, lo que sería propicio para el despertar de seres abominables, tales como hombres-serpientes, hombres-peces (“dagones” y “profundos” los llamaba), y hombres-alados (entre los que había piuchenes, vampiros, etc). Pero, existían más horrores, y los anteriores no eran sino solo los servidores que estaban en un estadio intermedio de poder. Los dioses en realidad eran otros: les llamaba los Antiguos, y eran serpientes gigantes, seres idiotas de grandes poderes y bestias tentaculares, entre otros. Todo ello me recordó al escritor de ficción de horror Howard Phillips Lovecraft y su mundo repleto de criaturas del mal. En efecto, me respondió, Keissell, Lovecraft había vislumbrado, “intuido”, desde la literatura tales seres; pero, la mitología de casi todos los pueblos ya era suficiente expresiva. Señaló que algunos ocultistas como Kenneth Grant vieron esta relación entre serpientes y Antiguos “lovecraftianos”; y que él había seguido la pista de estos investigadores. Es más, me señaló que antes de morir Grant le dio una carpeta inédita con sus investigaciones, de las cuales él era heredero.

El amor por la mitología le había permitido a Keissell descubrir la importancia de América en el culto a la serpiente. No por nada Quetzacóatl y Kukulkan eran serpientes emplumadas veneradas en el viejo México. Kukulkan recordaba al nombre Kutulu (¡el Cthulhu de Lovecraft!). La cultura de San Agustín, en Colombia, también había representado su adoración a la serpiente en esculturas. El pueblo Chan Chan en Perú, hizo algo parecido en sus edificios. Otro caso era el pueblo cañari (“hijos de la serpiente”), que fueron adoradores del ofidio, y que según ciertas leyendas el fundador de ese pueblo antes de desaparecer se transformó en una serpiente, sumergiéndose en un lago. Pero, América lo había proveído de una fuente que le permitía ampliar sus estudios: la creencia chilota como mapuche en un conflicto ocurrido ab origine entre dos serpientes: Caicai Vilú y Trengtreng Vilú. Esta dualidad representada entre la serpiente de agua (Caicai Vilú) y otra de tierra (Trengtreng Vilú) no era otra cosa que la eterna lucha entre bien y mal. Aunque Caicai Vilú fue derrotada, sin embargo su culto se habría mantenido por milenios, aunque en las sombras. Y era especialmente en la zona donde se libró la gran batalla, en la zona comprendida de Araucanía a Chiloé, al sur de Chile, donde se estaban realizando ciertos actos que según Keissell tenían relación directa con el renacer y recrudecimiento del culto antiguo...

Ello era lo que le obligaba a ir al sur chileno, primero a Chiloé y luego a un lugar de la costa de Araucanía llamado Nehuentúe, pues un conocido mapuche de la capital le había hablado sobre una machi de esa localidad que a ciertos lonkos le había advertido sobre la existencia de kalkus (brujos) que estaban intentando hacer volver a la serpiente Caicai Vilú.

Deseaba detenerlos, pues de lo contrario la humanidad peligraba.

sábado, 24 de enero de 2015

"La Subida del Muerto" por Aldo Astete Cuadra

Ilustración por All Gore


Desde el principio he estado aterrado, no puedo negar que siento placer, que me excito y sin poder contenerme acabo en su interior. Sin embargo, pese al miedo, estoy deseando anochezca y se presente en mi habitación.
La primera vez fue hace un año, el 30 de junio, lo recuerdo bien pues ese día había terminado una larga y tediosa relación. No me sentía acongojado, todo lo contrario, me creía afortunado pensando en que por fin sería libre. 

Estaba en cama, en aquel trance que precede el sueño, en ese momento en que podemos salvar y mejorar nuestras vidas pues todo parece sencillo, simple… cuando un peso inusual se posó en mis piernas y fue subiendo hasta detenerse sobre mi pecho.
Increíblemente no podía moverme ni abrir los ojos y cuando intenté gritar tampoco logré hacerlo. Estaba paralizado por completo, sintiendo una desesperación enorme.

Tan repentino como esto ocurrió, se disipó. Me incorporé y encendí la luz, revisé la pieza, la casa, aunque estaba seguro de que nadie podía haberme provocado una parálisis completa con solo subirse sobre mi torso. Esto debía ser otra cosa, algo sobrenatura. Una serie de hipótesis me rondaban impidiéndome dormir, todas concluían en mi ex, seguro ella estaba detrás de esto, pues no se había tomado bien este corte definitivo. 

martes, 20 de enero de 2015

"Made In" por Pablo Espinoza Bardi













Ilustración por Visceral.








   La anciana se movía de forma descontrolada. A ratos gemía, a ratos lanzaba fuertes alaridos, y luego hablaba en un distorsionado dialecto. Aquella noche se despertaron todos los del bloque. El esposo lloraba y golpeaba con impotencia la muralla del pasillo. Una señora del 34B se puso a rezar a la virgen santísima y un señor del final del pasillo el padre nuestro, pues aseguraba que esos espasmos eran producto de una posesión demoníaca. El conserje llamaba a la calma y, de paso, amenazaba con llamar a la policía o a un centinela si continuaban con aquellos rituales paganos de protección, pues desde que arribó a la tierra el “Bel-tha-ûr”, la colosal nave que demostró por fin a qué “imagen y semejanza” estábamos hechos, las religiones o cualquier acto de adoración conocido a la fecha fueron tratados como crímenes. Así era la ley. Lo más seguro, es que la anciana haya rechazado los órganos de proyección de vida (cosa común en los jubilados del sector de la periferia), ya que la mayoría eran hechos en indonesia o la india, sin las normas de calidad imperantes en el sistema… no son cosas del diablo, sólo es producto de la falta de información, o simplemente, por ahorrar unos cuantos pesos.

martes, 13 de enero de 2015

"La Española" capítulo V (final) por Diego Escobedo

Ilustración por Visceral




Villarroel ordenó desencallar el barco del roquerío, y dirigió la embarcación a enfrentarse directamente con el buque que los acechaba. 


Ambas naves se bombardearon recíprocamente, pero ninguna retrocedió. El combate de ultratumba llegó a su máximo clímax cuando el buque fantasma consiguió arrimarse al galeón español. En tropa abordaron zombies del tipo Grand Noir, vestidos con uniformes franceses. Entre ellos, era posible distinguir a ex uniformados bonapartistas, transfigurados en muertos vivientes. Saltaban y se colgaban de cuerdas y de mástiles como primates, babeantes, y enardecidos. Los soldados españoles se vieron en poco tiempo rodeados por un enemigo superior en fuerza y en número. 

Le chocó bastante a los grumetes ver el contraste entre el noble uniforme, rojo y azul, con el ser oscuro y fiero que lo portaba. Saltaban como ratas de un mástil al otro, y caían como leonas, sin piedad alguna, contra los españoles, quienes se defendían con todo lo que tenían de espadas, revólveres y cañones. Así y todo, la cubierta se cubrió de sangre, en una grotesca y sádica carnicería. Muchos Grand Noir agregaban al altivo sombrero francés, un collar de orejas y narices, y otros los intestinos de sus víctimas, delineando una imagen de lo más surrealista y fatídica. Cabezas, balas, corazones y lanzas volaban de un lado a otro, en un revoltijo irreconciliable.

Carbacho luchó de forma incansable con docenas de ellos, defendiendo la entrada al compartimiento de las municiones, una puerta sellada a la que se llegaba por una escalera que bajaba desde la cubierta. Terminó con un pie dislocado, un ojo morado, el labio sangrando y la mano izquierda inutilizada por el combate, así y todo siguió peleando a punta de sablazos contra los monstruos. En un arrebato de ira, los zombies se arrojaron contra su cuerpo, y del impacto rompieron la puerta de madera. En el breve instante en que hombre y monstruo yacían en el piso entre las maderas rotas, Carbacho sacó un cuchillo de su bolsillo y degolló al zombie. Tras él, dos criaturas más se aprestaban a devorarlo, pero fueron inutilizadas por dos certeros balazos del capitán, desde el fondo de la habitación.