Bosquejo de ilustración por Visceral.
1.-
KURT
KEISSELL
Kurt
Keissell es un nombre perdido dentro de la historia del mundo.
Perdido, como el de tantos millones que se amontonan en esa niebla
voraz que llamamos tiempo. La memoria es algo frágil y cruel. Al
igual que en una lotería, los premiados son pocos. Y Keissell fue
devorado por el olvido... hasta ahora, que deseo rescatar su valentía
y hablar sobre su extraño caso, del cual el destino me hizo
partícipe.
Vivió
en una extrema soledad, unido a pocas cosas: libros de arqueología,
recortes de diarios, ensayos sobre mitologías variadas. Como
Charles Fort, fue un asombrado compilador de conocimientos arcanos y
prohibidos.
Lo
conocí en la Biblioteca Nacional. En aquella época ya trabajaba
como bibliotecario, haciendo un reemplazo. Debido a la cortesía y
puntualidad en mi llegada, postulé con éxito a un puesto fijo;
siendo destinado a la sección de Historia. En esa sala pude ver
cómo dos o tres veces a la semana un personaje rubio, de tamaño
alto, ojos claros refugiados en unos lentes de gruesos marcos y voz
cavernosa, solicitaba libros relacionados con un solo tema: la
serpiente en las culturas y religiones. Recuerdo haberle entregado
libros, revistas y separatas vinculadas con el culto a la serpiente,
los dioses Nagas
y aspectos de la mitología chilota y mapuche referentes a las
serpientes Caicai Vilú
y Trengtreng Vilú.
Debido
a lo inusual de su búsqueda, he de confesar que no hallaba el
momento de entablar conversación con este caballero misterioso.
Una
mañana en que la sala estaba prácticamente vacía, decidí
abordarlo. Como suele ocurrir cuando se desea conocer a alguien,
partí con palabras nada profundas, comentando la ausencia de
lectores en el establecimiento aquel día. Al ver que ello no
generaba más reacción que la de una simple afirmación, decidí
atacar con mayor precisión; y, con la excusa de que tenía material
sobre su interés (esto era cierto, aunque el texto no era de la
institución sino mío, hallándose en mi hogar; libro que, por lo
demás, trataba sobre aspectos mágicos y no propiamente
folclóricos), pude entablar una conversación más libre y
generosa, aunque todavía insuficiente. El nexo se había logrado, y,
cada vez que pedía un texto, me saludaba con amabilidad para luego
intercambiar algunas expresiones que iban más allá de lo bueno o
malo del clima. Con el tiempo se generó una complicidad entre ambos;
y, un jueves, a poco de terminar la jornada laboral, me preguntó si
sería tan amable de acompañarlo a su hogar a fin de conocer el
objeto de su investigación.
Aun
cuando me sorprendió dicha invitación, era lo que había esperado.
Envié un mensaje al email
de un amigo, cancelando una reunión acordada para el atardecer con
antiguos compañeros del liceo; y me puse la chaqueta, para dirigirme
con Keissell al exterior.
El
hogar de mi nuevo amigo se encontraba en el centro de Santiago, a
pocas cuadras de la biblioteca. Era un departamento bastante ordenado
y repleto de libros en estanterías que cubrían casi todas las
paredes. Los textos, pude ver, se referían a mitología, religiones
comparadas, arqueología y ciencias ocultas.
Me
sirvió un café y unas galletas.
Mientras
transcurrían las horas y la noche empezaba a extender su imperio, yo
veía como Keissell se transformaba en un ser apasionado, que hablaba
sobre amenazas extraterrestres, cultos proscritos y un futuro ominoso
para la humanidad.
Su voz
se elevaba, tomaba el cigarro nervioso y miraba desde el balcón
hacia la noche como extasiado. Parecía un profeta loco, el mensajero
de una secta o quizá un científico rechazado por la academia que
anhelaba una venganza intelectual.
Quien
viese y escuchase a Keissell esa noche, podría haber pensado que
debido a su soledad, aquél estaba alejándose de la realidad y la
sensatez, viviendo en un nerviosismo extremo, enfermizo. Y, sin
embargo, su sinceridad era evidente (o al menos, a mí me pareció),
como la lógica de sus argumentos, que, por extraños que pudieran
ser, no dejaba de acompañarlos con pruebas, citas, y silogismos.
Señaló
que el interés por las serpientes radicaba en la existencia de un
culto primigenio en donde los ofidios eran el símbolo de una
monstruosidad que acechaba en el tiempo a la raza humana. A través
de distintas formas, los adoradores de la serpiente intentaban hacer
renacer su credo y extenderlo al globo. Los ritos siempre eran
brutales y sangrientos. En el fondo, anhelaban el caos, lo que sería
propicio para el despertar de seres abominables, tales como
hombres-serpientes, hombres-peces (“dagones”
y “profundos” los llamaba), y hombres-alados (entre los que había
piuchenes,
vampiros, etc). Pero, existían más horrores, y los anteriores no
eran sino solo los servidores que estaban en un estadio intermedio de
poder. Los dioses en realidad eran otros: les llamaba los Antiguos, y
eran serpientes gigantes, seres idiotas de grandes poderes y bestias
tentaculares, entre otros. Todo ello me recordó al escritor de
ficción de horror Howard Phillips Lovecraft y su mundo repleto de
criaturas del mal. En efecto, me respondió, Keissell, Lovecraft
había vislumbrado, “intuido”, desde la literatura tales seres;
pero, la mitología de casi todos los pueblos ya era suficiente
expresiva. Señaló que algunos ocultistas como Kenneth Grant vieron
esta relación entre serpientes y Antiguos “lovecraftianos”; y
que él había seguido la pista de estos investigadores. Es más, me
señaló que antes de morir Grant le dio una carpeta inédita con sus
investigaciones, de las cuales él era heredero.
El
amor por la mitología le había permitido a Keissell descubrir la
importancia de América en el culto a la serpiente. No por nada
Quetzacóatl
y Kukulkan
eran serpientes emplumadas veneradas en el viejo México. Kukulkan
recordaba al nombre Kutulu
(¡el Cthulhu
de Lovecraft!). La cultura de San Agustín, en Colombia, también
había representado su adoración a la serpiente en esculturas. El
pueblo Chan Chan en Perú, hizo algo parecido en sus edificios. Otro
caso era el pueblo cañari
(“hijos de la serpiente”), que fueron adoradores del ofidio, y
que según ciertas leyendas el fundador de ese pueblo antes de
desaparecer se transformó en una serpiente, sumergiéndose en un
lago. Pero, América lo había proveído de una fuente que le
permitía ampliar sus estudios: la creencia chilota como mapuche en
un conflicto ocurrido ab
origine entre dos
serpientes: Caicai Vilú
y
Trengtreng Vilú.
Esta dualidad representada entre la serpiente de agua (Caicai
Vilú) y otra de
tierra (Trengtreng
Vilú) no era otra
cosa que la eterna lucha entre bien y mal. Aunque Caicai
Vilú
fue derrotada, sin embargo su culto se habría mantenido por
milenios, aunque en las sombras. Y era especialmente en la zona donde
se libró la gran batalla, en la zona comprendida de Araucanía a
Chiloé, al sur de Chile, donde se estaban realizando ciertos actos
que según Keissell tenían relación directa con el renacer y
recrudecimiento del culto antiguo...
Ello
era lo que le obligaba a ir al sur chileno, primero a Chiloé y luego
a un lugar de la costa de Araucanía llamado Nehuentúe, pues un
conocido mapuche de la capital le había hablado sobre una machi de
esa localidad que a ciertos lonkos
le había advertido sobre la existencia de kalkus
(brujos) que estaban intentando hacer volver a la serpiente Caicai
Vilú.
Deseaba
detenerlos, pues de lo contrario la humanidad peligraba.