sábado, 24 de enero de 2015

"La Subida del Muerto" por Aldo Astete Cuadra

Ilustración por All Gore


Desde el principio he estado aterrado, no puedo negar que siento placer, que me excito y sin poder contenerme acabo en su interior. Sin embargo, pese al miedo, estoy deseando anochezca y se presente en mi habitación.
La primera vez fue hace un año, el 30 de junio, lo recuerdo bien pues ese día había terminado una larga y tediosa relación. No me sentía acongojado, todo lo contrario, me creía afortunado pensando en que por fin sería libre. 

Estaba en cama, en aquel trance que precede el sueño, en ese momento en que podemos salvar y mejorar nuestras vidas pues todo parece sencillo, simple… cuando un peso inusual se posó en mis piernas y fue subiendo hasta detenerse sobre mi pecho.
Increíblemente no podía moverme ni abrir los ojos y cuando intenté gritar tampoco logré hacerlo. Estaba paralizado por completo, sintiendo una desesperación enorme.

Tan repentino como esto ocurrió, se disipó. Me incorporé y encendí la luz, revisé la pieza, la casa, aunque estaba seguro de que nadie podía haberme provocado una parálisis completa con solo subirse sobre mi torso. Esto debía ser otra cosa, algo sobrenatura. Una serie de hipótesis me rondaban impidiéndome dormir, todas concluían en mi ex, seguro ella estaba detrás de esto, pues no se había tomado bien este corte definitivo. 

Con el pasar de los minutos, o quizas fueron horas, terminaría desechando la descabellada teoría de la brujería, fruto del miedo y  la somnolencia. Me masturbé pensando en ella, como tantas otras veces lo había hecho.

Sin embargo, la parálisis se repitió una y otra vez. Pensé que debía tratarse de la habitación, pero independiente de donde fuera que pasara la noche, esta situación se repetía. Ya no quería dormir, me sentía indefenso, vulnerable.

Más tarde me enteraría de que a esto le llamaban «parálisis del sueño o subida del muerto», saberlo me dejó algo más tranquilo pues al menos tenía una explicación racional y lo paranormal quedaba completamente descartado, era solo un trastorno del sueño muy común por lo demás. Decidí ir con un psicólogo que no dudó en derivarme a un psiquiatra, quien a su vez me recetó unas píldoras. No hubo regresiones, ni psicoanálisis, nada, ni una sola experiencia digna de ser contada. Pronto la medicación causó efectos benignos, estuve sereno por un buen tiempo, dopado dormía tan profundamente que despertaba cansado y me volvía a dormir.

Así pasó el tiempo y la sensación desagradable de irme a la cama se había acabado. También había dejado de tomar las píldoras pues ya me sentía bien, rejuvenecido. Una noche, pensando en la mujer ideal para mí y cuando ya comenzaba a visualizarla ad portas del sueño, sentí nuevamente, como hace mucho tiempo no lo sentía, el peso de un cuerpo que lentamente desde los pies ascendía. Intenté de todo, pero ya la parálisis había hecho de las suyas. Lo que fuera aquello se posó en mi pecho, sentí una mano fría sobre mis párpados y estos pudieron abrirse. Me aterroricé con la visión fantasmal de un rostro extraño, azulado, cadavérico en su delgadez, sin duda con rasgos femeninos y que no poseía cabellos. 

Sentía en mi cabeza, en su interior, los gritos atrapados que no podía emitir, como queriendo escapar, salir por alguna vía, pero al parecer no era sólo parálisis sino que también clausura total. Era espantosa, pequeña, como una momia Chinchorro, estaba acuclillada, con una mano por delante de sus piernas huesudas, azules también, su mirada era inteligente, lujuriosa.
Me sonrió, estoy seguro de que lo hizo, una sonrisa mínima, desdentada, pero que me anunciaba sus retorcidos propósitos, por fin se había decidido, después de un sin número de tentativas, ella tomaba la iniciativa, se dio media vuelta dejando expuesta su vagina amoratada y su trasero enjuto, sus manos rápidamente se hicieron de mi miembro con la fuerza precisa e inició un movimiento masturbatorio que increíblemente me provocó una erección instantánea, inmediatamente una sensación fría recorrió mi cuerpo desde el glande ramificándose a mis extremidades inmóviles. Su mamada fue brusca, profunda, como a mí finalmente me gusta, sentía sus encías —pues no tenía dientes— rozarme, succionarme, morderme en la base, se atragantaba y no cejaba en su felación. Esto lo estaba disfrutando, su vagina lampiña, pequeña y su ano oscuro, era lo único que mis ojos veían mientras ella abusaba de mi debilidad, de mi parálisis. Sin más, con un chasquido acuoso, se apartó de mi miembro y volteó mirando sobre su huesudo hombro, nuevamente dibujó una sonrisa y avanzó con sus manos por mis piernas hasta que situó su vulva, la fue bajando lentamente, subiendo un poco y dejando que la penetrara algo más. Me sentía confundido, las sensaciones eran del todo placenteras, aunque lo que veía me devolvían a la horrorosa realidad de ser cabalgado por un ente femenino, por una criatura emergida quizás de qué dimensión espantosa. Hubiera preferido nunca abrir los ojos, mantener el anonimato de aquella azulada hembra que después de unos minutos que ambos disfrutamos, comenzó a moverse endiablada, disfrutaba moviendo su calva cabeza, tumbándose hacia adelante, luego inclinándose hacia atrás. Recogió primero una de sus piernas, la penetración fue más profunda, sus jadeos eran animales, gruñidos agudos, en realidad no tan distantes de mis experiencias anteriores. Luego recogió la otra pierna acuclillándose para que así pudiera ver de mejor manera cómo entraba y salía de ella, cómo los movimientos circulares y pendulares hacían que la penetración estuviera siempre a un tris de romperse. Me sorprendió la destreza con que usaba sus manos. Sus dedos los sumergía profundamente en su boca, los escupía y con ellos se humedeció el ano, perdiéndose en su interior dos de sus largos dedos, mientras tanto aceleraba el ritmo, y más se quejaba, más disfrutaba. Luego, sin preámbulos, sorprendiéndome, salió de la penetración y comenzó a frotar su flaco culo en mi pene, supe de inmediato lo qué vendría y una sonrisa intentó situarse en mi rostro sin resultados. No puedo negar el placer que esas alturas sentía, quise tomarla por las caderas, incorporarme y asfixiarla, palmotearle las nalgas, pero estaba quieto, inmóvil, deseoso conteniendo la confluencia de sensaciones que se disparan sin destino, terminando, eso sí, estoy seguro, en el placer. 

Tomó la base del pene con sus dedos de calavera, y lo situó en su ano, fui penetrándola a medida que ella bajaba su diminuto cuerpo ejerciendo presión, abriéndose el túnel de las maravillas, a medida que entraba, ella volvía a salir, contorneaba sus caderas con movimientos rápidos, precisos, entrando en la estrechez, lo disfrutaba, sus movimientos fueron algo más bruscos y sin darme cuenta, me sentía completamente dentro de su azulado cuerpo. No logré contener la sensación de placer, no podía contraer mi musculatura, estaba entregado a ella y acabé, una corrida que descomprimió en algo mi tensión psicológica, sin embargo, ella continuó por largos minutos variando la intensidad, la velocidad y la dirección de sus movimientos, yo sentía que mi falo estaba muerto, literalmente, pero aún se mantenía dentro, hasta que un estertor, la curvatura de su espalda y la cabeza hacia atrás me indicaron que la violación llegaba a su fin, pero no fue así. Dio media vuelta y puso mi dormido pene en su boca, me miró fijamente con unos ojos oscuros mientras succionaba, lo sacaba y volvía a ponerlo en su interior, succionaba mis huevos uno a uno, los dos, como si supiera que aquello me vuelve loco, no tardó en regresarme a la vida, me masturbó enérgicamente, mientras intercalaba mamadas y succiones, mordiscos desdentados, que eran placenteros, y me corrí en su boca, se tragó todo, lamió y chupó cualquier resto de semen que pudiera haber quedado, nuevamente esbozó aquella sonrisa levemente dibujada y retrocedió hasta perderse en la oscuridad del cuarto, inmediatamente pude recobrar el movimiento y di un salto acompañado de un grito ahogado.  

Tuve tanto miedo, que creo, la excitación fue un mecanismo de defensa, tan certero que hasta hoy ha permitido mantenerme con vida.  

Esta criatura que he llamado estúpidamente «Marina» viene cada cierto tiempo, se aprovecha de mi lívido, me deja seco, sin ánimo de sexo por días. Hoy estoy solo, no tengo pareja, me he vuelto huraño, sólo Marina acude a mi lecho, me aterroriza, me toma y luego me deja en un estado de incomprensión, de confusión pues no sé qué sentir, jamás había gozado del sexo de esta manera, nunca pensé que un ser salido de no sé qué lugar, dimensión o trastorno del sueño, pudiera brindarme lo que buscaba, aunque mi rol siempre sea pasivo. La subida del muerto le llamaban, sin embargo, ella parece estar más viva que muchas, al menos en su manera de amar. A veces desearía que en verdad se tratara tan solo de una muerta, que me diera el susto de mi vida y luego se marchara, para no sentir lo que siento. Pero Marina es especial, ella quiere acabar conmigo, ella quiere consumirme, lo está logrando y además lo disfruta, yo sólo espero que de esta vejación no salga algún vástago, algún engendro que me reclame como a su legítimo padre y que venga por las noches en similares condiciones, subiendo por mi cuerpo a llamarme papá. 

Del resto de las cosas, ya me he hecho un hábito, como toda relación, un ceder, un desgastarse, un morir cada día un poco y finalmente… lo disfruto, es lo único que me queda.

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