viernes, 6 de febrero de 2015

"En las profundidades" por Javier Maldonado Quiroga













Bosquejo de ilustración por Johnny Aracena.










El edificio se levantaba ante él como el cadáver de una criatura gigantesca y repulsiva olvidada junto al borde del camino. El día comenzaba a decaer rápidamente, demasiado rápido para su gusto, por lo que apuró el paso. El silencio que reinaba en aquel sitio lo hacía sentir inquieto. El muchacho hubiera esperado la presencia de algún perro solitario, o uno que otro pájaro en las inmediaciones, pero no había nada, excepto por la densa vegetación que había ido creciendo alrededor de la estructura a lo largo de los años.

No tenía idea de cuánto tiempo llevaba abandonada, pero sabía que en algún momento, durante la infancia de sus padres, había sido un importante centro deportivo y, como era de esperarse, había terminado siendo reemplazada por un complejo mejor equipado y mucho más moderno en el centro de la ciudad. Ahora no era más que una mole gris que parecía resistirse al inexorable paso del tiempo.
Las murallas exteriores estaban cubiertas de algunos viejos grafitis, aunque el muchacho sabía que la mayoría de las personas había aprendido a evitar aquel lugar. Se comentaban cosas macabras en los alrededores. Hace algunos años, en los periódicos locales, se había publicado un reportaje sobre una secta que durante meses usó el edificio para llevar a cabo sus rituales. Todos los miembros habían sido detenidos, e incluso algunos encarcelados, aunque nunca se supo con claridad la naturaleza de su culto. Lo relevante de aquel incidente era el hecho de que poco tiempo después habían comenzado a suceder extraños fenómenos en la zona: ruidos y luces durante las noches, y posteriormente la inexplicable desaparición de algunas piezas de ganado.

En efecto, era bien conocida la narración de un anciano que refería haber sentido una noche, mientras caminada por el costado del camino principal, como algo de un tamaño considerable se arrastraba en los alrededores de un lago cercano, lugar donde había llevado a beber a sus dos caballos. Al momento de acercarse al sitio de donde provenía el ruido había visto con horror como el lago, así lo relataba él, se tragaba a ambos animales. La noticia había aparecido en varios medios de comunicación, incluso a nivel nacional, pero nunca se pudo comprobar la veracidad del relato.

El muchacho buscó la entrada principal y se adentró en la oscuridad, sintiendo al momento una punzada de temor en la boca del estómago. Algo dentro de él le dio a entender que aquello no estaba bien, que debía alejarse cuanto antes de aquel lugar, pero el orgullo fue más fuerte que la sensatez.

Recordó el motivo por el que se encontraba en ese sitio. Cuando contaba con once años, dos hermanos, compañeros de clase y que hoy tendrían su edad, habían desaparecido sin dejar rastro alguno. Se habían organizado patrullas de búsqueda y hasta sus padres habían tomado parte en ellas, pero todo fue infructuoso. No se lograron encontrar sospechosos ni testigos… ni nada. Y el asunto podría haber quedado ahí, sin embargo la gente nunca lo logró olvidar del todo. Muchos relacionaban la desaparición de ambos hermanos con el viejo centro deportivo. Se comenzaron a contar historias, muchas sin ningún sentido, como que algo sin nombre habitaba en el fondo del lago y, fuese lo que fuese, tenía acceso a la abandonada piscina olímpica, donde los niños habían sido vistos varias veces. De hecho, se rumoreaba que la pelota que los hermanos llevaban consigo el día que desaparecieron se encontraba flotando en las aguas de aquella piscina, a pesar de que nadie había podido comprobarlo. Con el tiempo el rumor se convirtió en una suerte de leyenda urbana, volviendo aún más siniestro el ya malogrado edificio.

Ese atardecer el muchacho se había despedido de sus amigos asegurándoles que a la mañana siguiente regresaría con aquella pelota, en caso de que en verdad existiese. Ese era su objetivo y el motivo por el que ahora avanzaba en la oscuridad, sintiendo como el miedo lo carcomía por dentro.

Evitó mirar hacia las innumerables puertas y ventanas, imaginando toda clase de seres de pesadilla ocultos tras sus sombras. En algunas paredes pudo ver extraños símbolos y palabras escritas en un idioma que no reconocía. Le hubiera aliviado ver alguna rata correteando por los rincones, pero sus pasos y su respiración eran el único signo de que en aquel lugar había algo vivo.

Logró dar con la puerta que daba a la piscina sin mucha dificultad. Al ingresar comprobó con cierto alivio que una de las paredes era un amplio ventanal, hoy ya destruido, por lo que había mucha más luz que en el resto del edificio. El sol ya se había ocultado, así que se apresuró sabiendo que la noche no tardaría en caer sobre él.

La piscina era mucho más grande de lo que había imaginado y el agua que la llenaba era negra y turbia, como la de un pantano. Cerca del centro pudo apreciar una pelota roja, flotando inmóvil sobre aquella masa oscura y repugnante. Un leve escalofrío recorrió su cuerpo. No quiso pensar en lo que se ocultaba bajo su superficie, aunque esperaba que, fuere lo que fuere, estuviese muerto y sumergido.

Lentamente, como demorando lo que venía, se sacó los pantalones, el polerón y la camiseta. Hizo una pila con la ropa y sobre ella dejó su celular y su reloj de pulsera. Luego, ignorando el olor nauseabundo que emanaba de aquellas aguas, introdujo uno de sus pies. Extrañamente no estaba tan helada como esperaba. Pronto sumergió el resto de su cuerpo, excepto por la cabeza, que se mantenía muy erguida, evitando tragar aquel zumo nauseabundo.

Usando sus pies y manos para impulsarse, como si se tratara de un perro, nadó hasta el centro de la piscina. Le tomó unos pocos segundos llegar hasta la pelota, la que colocó bajo su brazo izquierdo. A través del amplio ventanal pudo ver un cielo negro en el que poco a poco comenzaban a revelarse las primeras estrellas. Cuando se preparaba para volver al borde de la piscina un pequeño objeto flotante llamó su atención unos pocos metros más allá. Sin pensarlo mucho, y sintiéndose más seguro al saber que pronto estaría de regreso en su casa, nadó hasta él. Al alcanzarlo lo tomó con su mano derecha y lo observó con curiosidad. El objeto era una pequeña figura tallada en madera del tamaño del dedo índice. Parecía un pulpo… O eso le pareció a primera vista. Decidió llevársela consigo, como una recompensa por todo aquel esfuerzo.

No alcanzó a avanzar mucho más cuando sintió una leve agitación en el agua. Se quedó quieto, inundado por el terror, y esperó. Algo se movía bajo la superficie, pero no sólo bajo ésta. En el resto del edificio se comenzaban a sentir, cada vez más cerca, los sonidos de varios cuerpos arrastrándose hasta donde él se encontraba.

No pretendía quedarse ahí mientras aquellas cosas se acercaban. Comenzó a nadar nuevamente, esta vez más rápido, pero una extremidad viscosa, o eso le pareció, se aferró a su torso con tal fuerza que pudo sentir como sus costillas se trituraban. Entonces, antes de que alcanzara a comprender el horror con el que se había encontrado, aquel apéndice lo arrastró al fondo. Su grito se convirtió en cientos de burbujas que bulleron hasta la superficie, donde flotaban la pelota roja y la extraña estatuilla, en cuya base se leía, en letras muy pequeñas:

Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn

Las oscuras aguas de la piscina pronto dejaron de agitarse y los sonidos en los innumerables pasillos se fueron alejando de a poco. Sólo quedó el silencio y aquella mole de granito, guardando el sueño de criaturas para las que los hombres no tienen nombre, pero que esperan pacientemente el despertar de su propio dios.


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