viernes, 14 de octubre de 2016

"Una distante parábola de pesca" por Aaron Hernández

Pescar siempre me ha parecido fascinante. Es un juego de permanencia. No me vengan con que es antinatural, todos lo hacen. Cualquier animal allá abajo puede hacer crujir un carnoso camarón o triturar coral, incluso hincar los dientes en el muslo de un nadador descuidado. El mar, en su salvajismo, es hermoso.

Lo difícil es limpiar lo pescado. Hay que abrirlo en canal para sacar las vísceras y las agallas. Un puñado de carnada atrae más peces, sin embargo un pez vivo es más útil, puede venir algo más interesante en su búsqueda.

El mar está lleno de asesinos.

Hoy es uno de esos días que vengo por algo importante. Las grandes presas salen durante el crepúsculo. El anochecer es suyo. Sin embargo la marea lo vuelve una tarea complicada, el mar también tiene eso, está vivo, huele el miedo que hay en nosotros y se revuelve, lo maneja a su favor.

¿Has escuchado el sonido de las olas cuando el mar ha matado a alguien?

Asoman cientos de cangrejos en la arena nocturna. Las pisadas caen sobre ellos y su carne húmeda queda expuesta, iluminada por la luna. Pronto otros llenarán el vacío dejado por la huella. Eso también es el mar, la inmortalidad del ser.

Tal vez ese sea el error del hombre, creer que ha hecho suyo el mar sólo por apostar hoteles, complejos y naves de guerra en las orillas del océano. De vez en cuando descubre con horror que cualquier chapoteo es superior a sus fuerzas.

Mueren especies todos los días, cetáceos, escualos, mamíferos, toneladas de peces que terminan hechos trizas durmiendo en una lata. ¿Puedes imaginar un bocado aceitoso de carne humana en el interior de una lata? A nadie le importa.

Mientras llego a esas inevitables reflexiones me doy cuenta que estoy envejeciendo. Ya no tengo la misma fuerza e incluso una breve caminata en la playa me ha dejado en un patético estado de agitación. Antes resistía mucho más. Inicia la pesca. El ruido de las olas me relaja, pero estoy alerta, puedo dejar de mirar y escuchar.

Escuchar. El sonido es importante. Cualquier chasquido y…

Allá. Hay algo sorprendente, algo agitándose entre la noche. Preparo el material con el mismo celo de un maestro artesano o un torturador. Lanzo el anzuelo lo más cerca posible al objeto en movimiento. Y luego el silencio. Todo vuelve a la calma. Esto puede tomar tiempo, la paciencia es la virtud de cualquier pescador.

El rumor del oleaje me trae un amasijo de recuerdos en conserva. Voy perdiendo la memoria, me doy cuenta, hay tanto que olvido, como si mi mente sólo fuera capaz de engendrar pensamientos erráticos y conservar la estrategia de pesca. El resto está perdido. Quién fui, de dónde vengo, todo eso se lo ha tragado el tiempo. Incluso olvido qué sucedió el día anterior. Siento un leve tirón, la presa prueba el señuelo, una mordida tímida primero, luego clava todos los dientes, puedo sentirlo. Lo hace porque sabe de su poder. Suelto, lo dejo correr, siempre es mejor permitir que se cansen un poco. Luego no siento nada, miro con atención, sé que estará por ahí, pensando, me gustan los animales que piensan.
Trato de recordar más de mí, nada. Sólo la sensación de un frío intenso calando todo mi cuerpo. No puedo recordar más. Claro, tengo algunas semblanzas de hace unos días, las mañanas por ejemplo son momentos que recuerdo bien, el olor a fritura grasienta de pescado y a sudor que impregna todo el puerto, la gente caminando de un lado a otro pensando sus cosas, haciendo ruido…

Siento la resistencia. Parece que por fin se entera que está en peligro. Se revuelve un poco, para tantear, es cuando tiro con fuerza, la que me permiten mis brazos, tiro con tanta violencia que caigo sobre mi espalda. Pero lo he logrado, aquel tirón brutal fue suficiente. Estoy seguro que se desangra y ahora está a mi merced, vivo y preso en su cuerpo. Tiro con suavidad.

Pienso ¿Alguna vez tuve familia? No lo sé, ya no me importa, es sólo que a veces hay momentos que me siento tan solitario. Se mueve la hojarasca de la maleza junto a la playa. Aparece por fin mi trofeo, es un macho escultural, sin camisa, lleva los ojos en blanco y los oídos sangrantes. Camina hasta mí, viene tirando del cabello de una hembra que se defiende ferozmente. Vuelvo a tirar con violencia y el macho toma una roca y la aplasta contra la cabeza. Todo queda en silencio, a veces el mar se vuelve invisible por las noches y sólo la espuma lo hace evidente. Camino hasta el lugar de la hazaña. La vida y la muerte son un milagro. Como dije al principio, la parte más tediosa es la limpieza, pero es temprano y conseguí una buena presa, el olor a sangre me trae algunos recuerdos que se van rápido, como mi reflejo, del que sólo conozco los ojos acuosos y brillantes… Sí, es temprano y aún tengo fuerza en este par de tenazas viejas.

0 comentarios:

Publicar un comentario