lunes, 24 de abril de 2017

"Mary regresa a casa" por Fraterno Dracon Saccis














Ilustración por Ana Oyanadel.












Mary corría abrazada de sus libros, buscando refugio de la lluvia que parecía haberse ensañado con ella. Incluso la luminaria callejera le daba la impresión de confabular en su contra. Cada poste al que se acercaba se apagaba cuando estaba al alcance de su haz.
     La agónica e intermitente luz fluorescente de una parada de autobús se le presentó como un oasis en medio del diluvio.
     Por supuesto que no esperaba que apareciese algún bus a esa altura de la noche. Cuando llovía, la ciudad se transformaba en un pueblo fantasma. La gente se enclaustraba en sus casas, cerraba las ventanas y corría las cortinas, como si la peste estuviese deambulando por las calles buscando a quien tocar con su huesudo dedo. Lo único que daba señales de vida era el brillo espectral de los televisores filtrándose por los vidrios cubiertos por una película de agua.
     Llegó agotada a la parada, y el frío de inmediato se hizo presente calándole los huesos. Las varias capas de bolsas de plástico que le había puesto a los libros debieron haber fallado, porque pesaban mucho más que cuando había salido a la calle. Tendría que llegar a secarlos si no quería que la multasen en la biblioteca por los daños. Al pensar en el aire tibio acariciando las hojas, un escalofrío le recorrió la espalda. Cuánto deseaba estar en su cama, cubierta por una montaña de frazadas.
     La luz de la parada cesó su pestañeo para apagarse definitivamente.
     Un segundo después, un resplandor a su espalda la sobresaltó, como si fuese un extraño que la hubiese sacudido estrechándole el hombro.
     Era un televisor encendido en una vitrina.
     Mary inspeccionó de reojo a su alrededor y luego al interior del aparador, sin que la penumbra le mostrase más que soledad. Aunque la lluvia seguía intensa, no dudó en salir de la protección del techo y dirigirse a la vitrina para curiosear. En el televisor figuraba un videoclip de alguna cantante pop que no reconocía. La chica vestía un camisón blanco que arrastraba y no dejaba ver sus pies. Otras muchachas de similar edad la acompañaban en una coreografía que le recordaba a las películas de fantasmas chinas, donde los espectros saltaban de forma más bien graciosa que terrorífica. Apegó el rostro al vidrio y pudo oír lo que parecía ser el coro de la canción,
     Oh Mary Mary... corre por tu vida... Oh Mary Mary... aunque sea en vano... Oh Mary Mary... nunca te detengas... Oh Mary Mary... nunca voltees, no mires atrás...”.
     Su nombre era tan común, que no le extrañaba encontrárselo a menudo en canciones, películas o libros. Pronto la música terminó y la protagonista se acercó a la cámara con una sonrisa que contrastaba con su ceño fruncido.
     Entonces la muchacha del televisor levantó la palma de la mano y golpeó la pantalla, haciéndola estallar.
     Desde el agujero que se formó, una onda sónica proyectó los fragmentos de vidrio y golpeó el escaparate que fue surcado por una fisura, una línea que se dibujó ramificándose y haciendo caer los trozos pesadamente. Todo ocurrió tan rápido que Mary apenas logró dar un par de pasos hacia atrás cuando la vitrina de desplomó. Desde el agujero del televisor, un líquido negro se arrastró hasta el exterior, quebrando con su intensa oscuridad la penumbra. Se alzó como un obelisco frente a Mary, que figuraba paralizada, incrédula ante la aparición.
     Cuando el montículo adoptó la forma de un falo e inició una curva descendente hasta su entrepierna, fue que Mary reaccionó y echó a correr.
     Mientras escapaba abrazada a sus libros, gritaba pidiendo auxilio. Se acercó a una casa en que se asomaba un cuadrado de luz parpadeante. Aporreó la puerta sin querer mirar atrás. No salió nadie de aquella casa. Ni de la siguiente. A la tercera, al tampoco obtener respuesta, decidió mirar por la ventana. Al principio solo se veía una silueta borrosa iluminada por el televisor, hasta que pasó la mano para despejar el vidrio del agua que distorsionaba su visión.
     Un rostro que sonreía, literalmente de oreja a oreja, la miraba fijamente. La saludó con la mano, sin modificar el rictus de su cara, que a ratos parecía mirar la pantalla y a ratos a ella. Ya no se podía negar a mirar hacia atrás, así que dio media vuelta para enfrentar a su perseguidor y reanudar su carrera.
     La calle estaba desierta. 
     No había señal alguna de la cosa que la seguía. De pronto se sintió estúpida. Creyó entender que todo había sido fruto de su imaginación. Regresó a la ventana para cerciorarse de que visto al interior de la casa también había sido parte de su alucinación. La escena con la que se encontró era a la vez distinta, pero similar a la que halló previamente. La silueta ahora estaba de pie y aun sonreía. Por sus ojos y oídos entraba un líquido negro proveniente de la pantalla, que se derramaba como vómito por su descomunal boca. Mary dejó caer los libros y corrió, mientras a su espalda resonó una explosión de vidrios y un arrastrar que sobrepasó a la lluvia golpeando el pavimento. Pronto, de todas las ventanas iluminadas surgieron con estruendo muñecos deformes arrastrados como perros falderos por su propio vómito negro. Sus extremidades se torcían de formas imposibles y avanzaban con andar arácnido, retorciendo sus cuellos en incontables vueltas, que hacían girar la cabeza y enroscaban el pellejo de sus gaznates. Todos la miraban con una sonrisa idiota mientras fueron desembocando en una sola columna que tenía como curso los pasos de Mary.
     El líquido negro se le adelantó cortándole el paso, pero lejos de atacarla, se moldeó haciendo un clon de Mary. La réplica fue desnudada rasgando sus ropas y dejando apenas unos jirones. Se arrodilló al momento que otras hebras la sujetaban de las muñecas, y entraban por la vulva, el ano, la boca e incluso por las orejas. Mary trató de escapar de aquel grotesco espectáculo, mas la sustancia tejió una cúpula con los monstruos retorcidos y su propia materia. La jaula se fue estrechando, obligando a Mary a acercarse a su doppelgänger negro, que gemía de placer mientras unas manos cuyos brazos se perdían en la maraña de hilos, apretujaban sus pechos. A medida que el horror fue asfixiándola, Mary comenzó a percibirlo de otro color, no aquel negro más oscuro que el petróleo, si no que un gris casi plateado, y paulatinamente se bañó de luz, cegándola.
     Cuando recuperó la visión, el cuerpo le dolía como si hubiese sido ella el objeto de aquel manoseo, de aquella violación múltiple. El resplandor se terminó de disipar y pudo notar que las figuras retrocedían difuminándose hasta fusionarse con el pavimento. La lluvia cesó.
     Mary caminó como sonámbula hasta su casa. En la puerta la esperaba su preocupada madre, que la abrazó y le exigió le dijera dónde había estado todas esas horas. “En la biblioteca” fue lo único que atinó a decir. Cuando la madre quiso saber dónde estaban los libros que se supone había ido a buscar, decidió que no era necesario responderle. Sólo se fue a su cuarto, se quitó la ropa empapada y se enfundó en una bata y unas pantuflas, para volver al comedor, donde la esperaba una sopa caliente. La madre insistió con el tema de los libros, pero Mary solo le respondió una vaguedad que de inmediato se le borró de la memoria.
     Ahora que la madre la había dejado en paz, tomó el control remoto y encendió el televisor.  

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