Ilustración por Alex Olivares.
Ese día el maestro constructor parecía no querer hablar con nadie, concentrado en sacar la mayor cantidad de tablas, de cada tronco apilado en el astillero. Luego de cortar los árboles más rectos que pudo encontrar, los puso en un coloso que remolcó hasta su casa para concretar su nuevo proyecto: un bote pesquero con motor fuera de borda. Sin embargo, para conseguir la madera tuvo que llevarse un mal rato, pues una comunidad indígena que vivía en el sector insistía en que no utilizara esos árboles; el maestro tuvo que llegar a amenazar a varios de los lugareños para conseguir el material necesario.
Al anochecer, contempló satisfecho su trabajo: había logrado quitar la corteza y pasar por sierra circular todos los troncos, para al día siguiente comenzar el armado. Según sus cálculos hasta le sobraría material. Esa noche dormiría tranquilo pensando en el trabajo pendiente.
Tres de la mañana. El incesante ladrido de unos perros lo despertó. Se asomó por la ventana y vio varias sombras entrando a su taller, para luego salir cargando el fruto de su trabajo Furioso, tomó la escopeta y salió a enfrentar a los ladrones. En cuanto llegó a la puerta del galpón dio un disparo al aire como advertencia: en ese instante se dio cuenta que quienes estaban robando las tablas eran jóvenes de la comunidad indígena, al parecer siguiendo instrucciones de los ancianos. Luego de amenazarlos con llamar a Carabineros si no devolvían todo a su lugar, el maestro entró a su casa para volver con un viejo y enorme candado a cerrar la puerta del lugar. Definitivamente no dormiría el resto de esa noche.