Me
reí de buena gana cuando me contaron que don Braulio era un hombre lobo, teoría
sostenida vigorosamente por don Jaime y respaldada por otros dos conocidos.
Cómo era posible que adultos educados, en prestigiosas universidades, me
vinieran con semejante cuento.
No
tardé en ponerme de mal humor, no tenía tiempo para escuchar historias
transilvanas, así es que decidí dejar de lado la conversación y continuar con
mi trabajo. Mientras terminaba la pintura de un cuadro, mi mente evocaba
inconscientemente historias de hombres lobo oídas en la infancia; el germen de
la duda ya se había anidado en mis pensamientos
De
él se decía que constantemente cambiaba de domicilio, no pudiendo establecerse
en ningún barrio por más de un mes. Esta situación ya era poco probable, pero
asumiendo que así fuera, no necesariamente se debería a asuntos licantrópicos,
aunque tampoco se conocía otra explicación para las mudanzas continuas. Don
Braulio no llevaba mucho tiempo en la ciudad y según me enteré llegó desde
Puerto Montt a trabajar al Servicio Médico Legal. Creo que era médico forense o
por lo menos eso mencionaban algunos conocidos.
Todas
estas habladurías no serían de mi incumbencia de no ser porque este hombre
ahora se había mudado a la casa contigua. Hace una semana llegó en un camión de
mudanzas del que bajaron algunas cajas de cartón, algunas plantas de interior,
un acuario, y un pequeño canil del que emergió el ladrido chillón de un perro
pequeño, tal vez un poodle, pero en la mudanza no vi ningún cajón de madera con
tierra de cementerio o alguna jaula con barrotes de plata, tampoco esperaba
verla, esas son ñoñerías. Luego, arribó don Braulio, solo, y despidió a los
trabajadores de la mudanza. Ingresó a su hogar y no volví a verlo hasta ayer.
Se
cumplían cinco días con sus noches en las que el vecindario no había dormido
con la tranquilidad habitual. Los aullidos agudos y destemplados se podían
sentir a cuadras a la redonda y no cesaban durante horas, para continuar con
pequeños intervalos silenciosos que eran sucedidos por nuevos alaridos
desesperantes, similares a los gritos emitidos en las contracciones
maternales.
Algunos
vecinos comentaban que se habían presentado por las noches a reclamar a la casa
de don Braulio, pero habían sido oportunamente repelidos por un grandioso perro
negro que gruñía sin ladrar. Era enorme, fibroso y de pelaje ralo de una raza
desconocida, ni boxer, rottweiler, doberman, dogo, gran danés, menos alguno de
pelaje largo.
Desde
mi ventana también he intentado observar los movimientos de mi reciente vecino
o de aquel perro que algunos dicen haber temido. De todos modos, los aullidos
difícilmente deben ser de este mastín, más bien creo, se relacionan con aquella
pequeña jaula, pero aquel animalito debe poseer una energía extraordinaria para
soportar tantas horas de griterío.
Hoy
pude dar con don Braulio, me lo encontré en el supermercado. Se veía ojeroso,
enfermizo, cansado. «Así me dejan los turnos de noche en el hospital» fue lo
primero que me dijo antes de saludarme, seguro lo hizo ante mi expresión de
asombro.
—No
es mi intención ser descortés con un nuevo vecino, pero debe hacer algo con su
perrito por las noches. Me atrevería a decir que todo el vecindario ha sufrido
de su insomnio perruno y estridentes chillidos.
—Disculpe,
lo que sucede es que Lilith no se ha logrado acostumbrar al cambio y para
empeorar las cosas, me ha tocado este maldito turno nocturno. Pero hoy
precisamente estaré en casa y podré hacerme cargo de ella.
—Se
lo agradezco y creo que hablo por todo el vecindario, no sabe cuánto hemos
sufrido por causa de Lilith… —en eso, noté que don Braulio había comenzado a
molestarse y no alcancé a preguntarle por el otro perro, que yo personalmente
no había notado.
—Bueno
señora… eh
—Claudina
—agregué.
—Señora
Claudina, ha sido un gusto…
Don
Braulio se marchó arrastrando los pies que sumado a su vestir desaliñado, a su
cansancio y a su aseo personal me dieron en qué pensar.
Ya de noche,
preparándome para ir a descansar, sentí la paz que tanto añoraba. Me acosté,
pero se me hizo difícil conciliar el sueño, estaba pendiente de los sonidos
nocturnos, tanto así que pude oír nítidamente unos gruñidos de juego canino, de
esos que realizan los cachorros mientras pelean a modo de entretenimiento. Me
levanté para mirar por la ventana en dirección de la casa de don Braulio y,
para mi sorpresa, vi a dos perros negros y enormes correteándose por el jardín.
Al interior de la casa, pude ver nítidamente a don Braulio que sostenía en su
pecho a un animal pequeño de color oscuro que acariciaba mientras éste le devolvía
agudos gemidos de agradecimiento. Debía ser Lilith. Daba la impresión que ambos
observaban orgullosos a los mastines revolotear sobre la hierba. De pronto,
observé que los ojos de don Braulio se clavaron en los míos. Sentí una especie
de mareo y luego huí a mi habitación encerrándome con llave y no pretendo salir
hasta que me atreva a pedir ayuda o escapar por mi propia cuenta cuando
amanezca. Lo que vi me infundió terror, sus ojos brillaban, relucientes como
dos hachones de fuego incandescente y súbitamente comprendí que don Jaime
estaba en lo cierto y que los rumores nunca son completamente infundados.
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