lunes, 12 de marzo de 2012

"De Piel y de Agua" capítulo primero, por Fraterno Dracon Saccis



A Carolina le costaba acostumbrarse a lo cortos que se hacían los días en el invierno. Por esto no había calculado la hora en que debía partir de la casa de su compañera Rosa, para que no la atrapase la oscuridad en el camino.

La prueba de matemáticas era una de las más difíciles vallas para no repetir octavo básico y salir del colegio a algún liceo fuera de La Quebrada Escobar. Quería expandir su mundo fuera de Lo Hidalgo. No es que su casa quedara aislada del mundo urbano, pero ya estaba harta de los inmaduros de su curso, que sólo sabían hablar de poner lazos, tramperos, de la pichanga pasada y de la que se les avecinaba.

Para el común de las personas, las formas que se ciernen sobre ellos al atardecer en un bosque, personifican siluetas siniestras. El crujir de la madera, el aterrizaje de una hoja o rama sobre el follaje, o el ulular de las aves nocturnas, penetran en sus oídos como los cánticos de almas en pena.

Para alguien como Carolina, que transita por estos parajes a diario, que ha crecido perdiéndose en la multitud de troncos, que el aroma a eucaliptos no es más extraño que el de la tierra húmeda; el aspecto del bosque en el ocaso no significaba nada terrorífico.O por lo menos no lo significaba hasta este crepúsculo.

lunes, 5 de marzo de 2012

"Carretera de la Doble Muerte" por Aldo Astete Cuadra



Manejaba por “La carretera de la muerte”. Cerca de las tres de la madrugada y pese a conocer bien el camino, lo hacía de mal humor. Las curvas y continuas cuestas le desquiciaban, las luces de los otros vehículos le desorientaban y aún más las de “aquellos idiotas” incapaces de bajarlas. En definitiva le desagradaba manejar de noche.

La carretera estaba vacía. Sólo de vez en cuando se cruzaba con algún camión de grandes luces incandescentes que lo obligaba a disminuir la velocidad para no despistarse, maldecía, sin embargo, retornaba a su velocidad habitual, bastante prudente por lo demás. A medio camino una caravana de camiones salmoneros repletos de bins, le obligó a detenerse en la berma cerca del lago Tarahuín, provocando una instantánea descompensación en sus nervios que lo dejó con una sensación de ira y violencia pocas veces vivida. Esta caravana de grandes focos que lo cegaban más que mirar al sol directamente, le provocó los mismos estornudos involuntarios que le desconectaban de la realidad por escasos segundos, pero que al volante podrían ser los mismos que se necesitaran para volcar. ¿Qué tenía que hacer a estas horas de la noche manejando de Castro a Quellón? ¿por qué había aceptado hacer aquel favor? 
“Nunca más llevaría a nadie a Castro si con ello estaba obligado a retornar de noche”.

Se recriminaba por no aceptar la invitación que le hicieran para quedarse a alojar. Sí, él era el culpable de todo lo que ocurría.