viernes, 12 de julio de 2013

"Tricofobia" por Pablo Espinoza Bardi

Ilustración por Alex Olivares
    
     Hola Bob… ¿de nuevo por estos lugares? ¿Cómo estás? ¡Ah! Ya se a lo que vienes… quieres que te cuente lo qué me sucedió hace algunos años atrás… ¿no es así? ¿Acaso no te aburres que te cuente esta historia una y otra vez? Bueno, al fin y al cabo tú eres el único que me cree… ¿no es así Bob? ¿Sabes Bob? existen distintos tipos de miedos que anidan en la mente humana; “fobias”, como les llaman los señores entendidos en la materia, de esos que se visten de blanco y parecen saberlo todo. Algunos le temen a cosas tan absurdas como la vegetación o la mala suerte, y otros le temen a cosas más ridículas, o debiera decir “rebuscadas”, como la ingravidez he incluso los colores. Otros casos más comunes, de carácter mundano, le temen a la oscuridad, a las alturas, a las multitudes, espacios cerrados y abiertos y por supuesto… a la muerte. La historia que te contaré mi buen Bob, aunque ya la has escuchado miles de veces, carece de toda lógica. Esto fue algo que me sucedió hace algún tiempo atrás, cuando decidí conocer mi país a pie. Me lancé en esta pequeña empresa pues siempre fue mi gran sueño desde que era un crío. El resultado de aquel fatídico viaje fue un miedo terrible al cabello que queda acumulado en las cañerías y sumideros. He escuchado que este tipo de miedo en particular es muy conocido y sé también que recibe el nombre de “Tricofobia”. Pero esta angustia terrible que me causa el cabello va de la mano de otras menos conocidas como los mosquitos que nacen de la humedad y de toda sabandija que brote de esta, también el sarro y el moho… el de los baños en particular. En resumidas cuentas Bob, me enferma entrar a un baño desaseado, con ese desagradable y descriptivo olor a fetidez provocado por una prolongada saturación en el ambiente. Extraño ¿no es así Bob?... o quizás no tanto.

               Mi historia comienza en un mugriento pueblo al sur de este país, en donde la decadencia arquitectónica y la degeneración de sus habitantes hicieron de este simple viaje una experiencia traumática y de consecuencias nefastas para mi salud mental. El pueblo parecía totalmente abandonado, sus descascaradas casas con sus perecederas buhardillas, sus árboles deshojados y maltratados, daban en conjunto una apariencia amenazadora, y por lo demás, turbadora. Algo me decía desde el fondo de mi ser que debía salir corriendo cuanto antes de aquel pueblo, mientras buscaba donde alojarme. Había golpeado como cinco residenciales y en ninguna hubo respuesta, lamentablemente se estaba haciendo demasiado tarde y la oscuridad parecía cubrirlo todo. Esta es la última pensé, mientras golpeaba afanosamente la puerta de una precaria casona de dos pisos que al parecer hacía las veces de residencial. El picaporte de esta cedió debido a mis fuertes golpes, y una arrastrada y bronquítica voz de anciana me hizo pasar. Al empujar la puerta noto un nauseabundo olor que chocó de frentón contra mi cara, contorsionando mi rostro de inmediato en señal de disgusto.

               Joven, perdone por la falta de electricidad. Estos días el pueblo ha estado sólo en velas. Una falla con el generador, algo muy terrible Dijo la senil voz. Al frente mío se extendía una vieja alfombra que daba con la mesita de recepción y detrás de esta se encontraba la anciana, o lo que parecía ser una anciana, puesto que la difusa luminosidad, producto de una pequeña vela incrustada en una botella, imposibilitaba un tanto mi visión. Sólo se veía un bulto negro y de largos cabellos. Saludé cordialmente a la viejecita y esta respondió con la arrastrada y bronquítica voz que se hacía más desagradable ahora que me encontraba cerca de ella, era como un distorsionado siseo mezclado con una acuosa garganta llena de flemas. En eso, una alargada silueta se extendió frente a mis ojos que inmediatamente asumí como su brazo, ya que en realidad parecía a una delgada y trenzada cuerda. Esta dejó una llave sobre la mesa y me dijo:

               Habitación número ocho, al final del pasillo, por la escalera… ¡Ah! Al final de la escalera encontrará sobre una mesita una lámpara de petróleo y unas cuantas velas, tome las que le sean necesarias Seguidamente le agradecí.

               Al tomar la llave me di cuenta que estaba humedecida y pegajosa, con una sustancia que al tacto era como jabón o detergente, además, sentía como unos bichitos se posaban en mi mano y otros zumbaban por mi oído. Asqueado por lo desagradable de la situación, subí apresurado las escaleras.
               Al entrar a la habitación encendí una de las velas y coloqué el resto dispersas por todo el lugar, dejando la lámpara en una mesa al costado de la cama. Oh Bob, mi desagrado fue rotundo ¿sabes? el cuarto estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. Los ordinarios adornitos dispersos por doquier, además del techo y de las paredes, estaban pegoteados con telas de arañas y manchas de moho producidos por una constante humedad. Al parecer, la habitación no había sido ocupada en meses… o quizás en años. Pero en aquel momento sólo podía pensar en descansar. El viaje me había resultado muy agotador y todo se arreglaría con una buena “pegada de pestañas”. De seguida, sacudí las sabanas, frazadas y almohadas y me recosté, cayendo en un profundo sueño.
               Creo que eran como pasado las doce de la noche cuando desperté sobresaltado. Una terrible comezón en los pies imposibilitó mi dormir, ¿acaso serian pulgas? o peor aún ¡podrían ser chinches! Inmediatamente saqué los pies de abajo de las sábanas, tirando estas hacia atrás. Acerqué la lámpara para cerciorarme si tenía alguna picadura o algo similar, y efectivamente, mis pies se encontraban inflamados y presentaban horribles ronchas. Maldije a la dueña de la residencial por lo sucia y por lo despreocupada en asuntos de aseo y quité indignado las sábanas para ver que alimaña me había picado, pero para mi sorpresa, encontré grandes cantidades de pelo amontonados al final, posiblemente de algún arrendatario anterior. ¿Puedes creerlo Bob? ¡Pelos! La repulsión fue rotunda, el sentimiento de asco recorrió mi cuerpo y decidí pasar el resto de la noche en el sofá.
         
               Ya de madrugada, los ruidos no me dejaron dormir. Sé que todas las casas viejas guardan ruidos de todo tipo, pero estos ruidos en si eran realmente perturbadores. ¿Acaso serían ideas mías? pero parecía como si algo estuviese escarbando por las paredes, como si algo se abriera camino por el papel mural. Los ruidos no venían detrás de las paredes, ya que hubiese preferido mil veces que el ruido sea producto de las ratas, pero este ruido en particular, provenía del papel mural… como miles de sabandijas abriéndose paso tras de este. Pero eso no fue todo Bob… eso no fue todo, algo más había en esa habitación, algo como una “presencia”. Se lo que te digo Bob, y por favor no me mires con esa cara… ¿sabes? sentía mi piel como de gallina. Un pánico terrible y profundo se clavó en mi corazón. La débil luz de las velas acomodadas alrededor del cuarto atrajeron a decenas de mosquitos… todos pegados en la pared, haciendo vida social, burlándose de mí ¡podría jurar que conversaban entre ellos! ¡Maldición Bob! Si me vas a seguir viendo de esa manera es mejor que te largues, además, tengo cosas más importantes que hacer… ¿en qué iba? oh si… los mosquitos, gracias Bob.
               Los mosquitos se agrupaban cada vez más en la pared, moviendo sus alitas y moviendo sus cabecitas de izquierda a derecha, una y otra vez, una y otra vez…
               Oye Bob, ¿te ha pasado alguna vez qué cuando te pones a mirar la oscuridad detenidamente ves un punto negro aún más oscuro que la propia oscuridad…, y si te fijas bien, ese punto se empieza a mover, y cuando prendes la luz te das cuenta que era una enorme cucaracha? pues eso me pasó también aquella madrugada, pero no con un punto negro, ¡sino qué con miles! y todos se movían caóticos en la pared, en la parte en donde la luz de las velas no llegaba. Finalmente el sueño me venció, y exhausto, caí rendido en el sofá.

               Temprano en la mañana, los primeros rayos del sol se filtraron por el traga-luz de la puerta, pero para mi extrañeza, pude ver que detrás de esta se formaba la silueta que había visto tras la mesa de recepción. Sin lugar a dudas se traba de la anciana, pero, ¿por qué estaría espiándome?  
               Me levanté rápidamente del sofá y me dirigí hacia la puerta, pero al abrirla no encontré nada. El pasillo estaba vacío. Sólo se podían ver cientos de esos odiosos mosquitos revoloteando por el traga-luz principal en el techo. Pero estaba totalmente seguro que era ella, pues la delgada silueta de largos cabellos y manos como cuerdas la reconocería en cualquier lugar.
               Empecinado en encontrar una respuesta, bajé por las escaleras hasta la sala de recepción. Para mi asombro ahí estaba ella, tras la mesa, oculta en la oscuridad, puesto que las ventanas de la sala aún se encontraban cubiertas por gruesas cortinas. La anciana me dijo con su perturbadora vocecita si se me ofrecía algo, pero sólo me limité a negar con mi cabeza.
         
               ¿Bob, me puedes explicar cómo una anciana decrépita pudo bajar tan rápido las escaleras? Obviamente tendría que tener otro inquilino hospedado en el piso de arriba, pero antes de volver a subir a mi habitación, le pregunté si alguien estaba instalado en las habitaciones contiguas a la mía… pero la anciana me dijo que yo era el único. ¿Eh? ¿Cómo dices Bob? ¿Un ascensor? ¿¡Acaso eres un imbécil!? ¡Una casona antigua no puede tener un ascensor! Mira, si te vas a burlar de mi relato es mejor que te vayas… y por favor, deja de verme con esa estúpida carita ¡Me enferma!
               Bueno, como te iba diciendo…, una vez en la habitación, no podía entender tan anómalos hechos. Definitivamente la anciana y la residencial resultaban inquietantes ¿pero qué podía hacer yo en una situación así, y sabes lo qué se me ocurrió?, una buena ducha, eso refrescaría mi cabeza y luego me iría cuanto antes de aquel asqueroso lugar, y creo que ese fue mi gran error…. ¿Qué cosa? ¿Qué por qué no me fui de inmediato tomando en cuenta los hechos? ¿¡Qué!? ¿Acaso eres estúpido? ¿¡Cómo cresta iba yo a saber!? Mira, no me obligues a hacerte daño Bob…, y por favor no me interrumpas más, ¿quieres? 
               El baño era como me lo esperaba. Totalmente desaseado y con las paredes repletas de hongos y atisbadas de esos perturbadores mosquitos. El olor era terrible, pero lo peor era la tina de baño… llena de sarro y de un extraño líquido oscuro que asumí como agua estancada. Fantaseé un poco y pensé que bajo esa turbiedad se encontraría un cadáver, y que se levantaría buscando una venganza de ultratumba, como había visto en algunas películas… pero lo que se asomó fue mucho peor. Mientras acercaba mi rostro al agua para ver si podía distinguir algo, salió una enorme burbuja seguida de unas cuantas más pequeñas. Me asusté por la impresión y di un pequeño salto hacia atrás. En eso, algo viscoso empezó a emerger de la tina, arrastrándose hacia fuera y cayendo de esta hacia el suelo. La verdad no podía dar crédito a lo que estaba viendo… te juro Bob que cada vez que me acuerdo la sensación de asco invade mi estómago dándome tremendas ganas de vomitar…. ¡Era pelo, Bob! ¿Lo puedes creer? ¡Grandes cantidades de pelo! ¡Enormes motas grasientas con vida propia! Deslizándose repulsivas hacia mis pies a gran velocidad. Unas saltaron y se pegaron en mis pantalones, succionando como si fuesen las ventosas de un pulpo, mientras que otras trataban de subir por mi cintura. Sin pensarlo, salí corriendo descontrolado hacia el pasillo. Pero mi pesadilla no acababa aun. Frente a las escaleras se encontraba la anciana, o lo que pensé que era una anciana, puesto que se trataba de un enorme amasijo de cabellos jabonosos y serpenteantes con la silueta de esta. La repugnancia fue total. Aquella masa capilar estaba rodeada de miles de mosquitos, además, podía ver que entre medio de los cabellos se dejaban ver cientos de asquerosas cucarachas y otras alimañas de variados tamaños. En eso, el piso de linóleo empezó a moverse, y pude ver que debajo de este se demarcaban distintas formas que me recordaban mangueras… todas ondulando en grotesca sintonía, al igual que por debajo del papel mural ¿y sabes lo que se me ocurrió?, por supuesto que lo sabes… si te lo he contado infinidad de veces. Entré nuevamente a la habitación, en busca de la lámpara de petróleo. Prendí el mechero y una vez en el pasillo la arrojé a los pies de la criatura. El linóleo prendió fácilmente, al igual que el papel mural. Oh Bob, si hubieras visto como se contorsionaba aquella criatura, gritando de dolor con su acuosa garganta, y además, como chisporroteaban aquellos bichos que parecían pequeñas lucecitas corriendo y volando desordenadas por todo el pasillo.
               El fuego alcanzó gran parte de mi pierna derecha, torso y rostro…, y en mi desesperación me lancé del segundo piso por la ventana trasera del pasillo. Resultado: Una pierna fracturada y quemaduras de gran magnitud.
               Recuerdo que desperté en una ambulancia. Los sujetos que iban a mi lado decían que estaba balbuceando cosas incoherentes. En el hospital repetía una y otra vez lo que me había sucedido, pero las enfermeras no me creían y me inyectaban algo que daba mucho sueño. Ellas hablaban cosas feas de mí, pensaban que no las escuchaba, pero decían que estaba completamente chiflado y cosas más ridículas... ¿tú me crees, verdad Bob? ¡Ese es mi Bob! ¡Mi buen Bob!
               El doctor me dijo que sufría un desorden mental. También ahí fue donde escuché por primera vez el termino médico: “Tricofobia”. También escuché algo de “esquizofrenia paranoide en un estado avanzado”. Le dije que el loco era él y tan sólo me miró con un aire despectivo. Pero en realidad creo que estaba perturbado por mi apariencia… si, eso creo yo…, por las quemaduras y porque para entonces había afeitado todo el pelo de mi cuerpo; nada de cabellera, nada de cejas… nada de nada. ¿Acaso te perturba mi apariencia Bob? ¡Claro qué no! si somos buenos amigos… casi hermanos diría yo.

               ¿Sabes una cosa Bob? Definitivamente el blanco no me gusta, aquí todo es de ese maldito color. Tampoco me dejan salir mucho, sólo tú me vienes a visitar… ¡por eso te quiero tanto mi buen amigo!    

               Y dime, ¿cuándo vas a hablar con los tipos de afuera para que me dejen salir un rato? Necesito un cigarrillo, o comer un helado, ¡si, mejor un helado!… te juro que será tan sólo un momento, por favor ¿sí? ¿Eh? ¿Bob? ¿¡Dónde estás Bob!? ¡¡¡Maldito hijo de perra!!! ¡Siempre me dejas hablando solo!..., pero ya verás, de todas formas siempre vuelves… siempre vuelves…

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