Ilustración por Alex Olivares |
Hola Bob… ¿de nuevo por
estos lugares? ¿Cómo estás? ¡Ah! Ya se a lo que vienes… quieres que te cuente
lo qué me sucedió hace algunos años atrás… ¿no es así? ¿Acaso no te aburres que
te cuente esta historia una y otra vez? Bueno, al fin y al cabo tú eres el
único que me cree… ¿no es así Bob? ¿Sabes Bob? existen distintos tipos de
miedos que anidan en la mente humana; “fobias”, como les llaman los señores
entendidos en la materia, de esos que se visten de blanco y parecen saberlo
todo. Algunos le temen a cosas tan absurdas como la vegetación o la mala
suerte, y otros le temen a cosas más ridículas, o debiera decir “rebuscadas”,
como la ingravidez he incluso los colores. Otros casos más comunes, de carácter
mundano, le temen a la oscuridad, a las alturas, a las multitudes, espacios
cerrados y abiertos y por supuesto… a la muerte. La historia que te contaré mi
buen Bob, aunque ya la has escuchado miles de veces, carece de toda lógica. Esto
fue algo que me sucedió hace algún tiempo atrás, cuando decidí conocer mi país
a pie. Me lancé en esta pequeña empresa pues siempre fue mi gran sueño desde
que era un crío. El resultado de aquel fatídico viaje fue un miedo terrible al
cabello que queda acumulado en las cañerías y sumideros. He escuchado que este
tipo de miedo en particular es muy conocido y sé también que recibe el nombre
de “Tricofobia”. Pero esta angustia
terrible que me causa el cabello va de la mano de otras menos conocidas como
los mosquitos que nacen de la humedad y de toda sabandija que brote de esta,
también el sarro y el moho… el de los baños en particular. En resumidas cuentas
Bob, me enferma entrar a un baño desaseado, con ese desagradable y descriptivo
olor a fetidez provocado por una prolongada saturación en el ambiente. Extraño
¿no es así Bob?... o quizás no tanto.
— Joven, perdone por la
falta de electricidad. Estos días el pueblo ha estado sólo en velas. Una falla
con el generador, algo muy terrible— Dijo la senil voz. Al frente mío se extendía una vieja
alfombra que daba con la mesita de recepción y detrás de esta se encontraba la
anciana, o lo que parecía ser una anciana, puesto que la difusa luminosidad,
producto de una pequeña vela incrustada en una botella, imposibilitaba un tanto
mi visión. Sólo se veía un bulto negro y de largos cabellos. Saludé
cordialmente a la viejecita y esta respondió con la arrastrada y bronquítica
voz que se hacía más desagradable ahora que me encontraba cerca de ella, era
como un distorsionado siseo mezclado con una acuosa garganta llena de flemas.
En eso, una alargada silueta se extendió frente a mis ojos que inmediatamente
asumí como su brazo, ya que en realidad parecía a una delgada y trenzada
cuerda. Esta dejó una llave sobre la mesa y me dijo:
— Habitación número ocho,
al final del pasillo, por la escalera… ¡Ah! Al final de la escalera encontrará
sobre una mesita una lámpara de petróleo y unas cuantas velas, tome las que le
sean necesarias— Seguidamente le
agradecí.
Al tomar la llave me di cuenta
que estaba humedecida y pegajosa, con una sustancia que al tacto era como jabón
o detergente, además, sentía como unos bichitos se posaban en mi mano y otros
zumbaban por mi oído. Asqueado por lo desagradable de la situación, subí
apresurado las escaleras.
Al entrar a la habitación
encendí una de las velas y coloqué el resto dispersas por todo el lugar,
dejando la lámpara en una mesa al costado de la cama. Oh Bob, mi desagrado fue
rotundo ¿sabes? el cuarto estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. Los
ordinarios adornitos dispersos por doquier, además del techo y de las paredes,
estaban pegoteados con telas de arañas y manchas de moho producidos por una
constante humedad. Al parecer, la habitación no había sido ocupada en meses… o
quizás en años. Pero en aquel momento sólo podía pensar en descansar. El viaje
me había resultado muy agotador y todo se arreglaría con una buena “pegada de pestañas”. De seguida, sacudí
las sabanas, frazadas y almohadas y me recosté, cayendo en un profundo sueño.
Creo que eran como pasado las
doce de la noche cuando desperté sobresaltado. Una terrible comezón en los pies
imposibilitó mi dormir, ¿acaso serian pulgas? o peor aún ¡podrían ser chinches!
Inmediatamente saqué los pies de abajo de las sábanas, tirando estas hacia
atrás. Acerqué la lámpara para cerciorarme si tenía alguna picadura o algo
similar, y efectivamente, mis pies se encontraban inflamados y presentaban
horribles ronchas. Maldije a la dueña de la residencial por lo sucia y por lo
despreocupada en asuntos de aseo y quité indignado las sábanas para ver que
alimaña me había picado, pero para mi sorpresa, encontré grandes cantidades de
pelo amontonados al final, posiblemente de algún arrendatario anterior. ¿Puedes
creerlo Bob? ¡Pelos! La repulsión fue rotunda, el sentimiento de asco recorrió
mi cuerpo y decidí pasar el resto de la noche en el sofá.
Ya de madrugada, los ruidos no
me dejaron dormir. Sé que todas las casas viejas guardan ruidos de todo tipo,
pero estos ruidos en si eran realmente perturbadores. ¿Acaso serían ideas mías?
pero parecía como si algo estuviese escarbando por las paredes, como si algo se
abriera camino por el papel mural. Los ruidos no venían detrás de las paredes,
ya que hubiese preferido mil veces que el ruido sea producto de las ratas, pero
este ruido en particular, provenía del papel mural… como miles de sabandijas
abriéndose paso tras de este. Pero eso no fue todo Bob… eso no fue todo, algo
más había en esa habitación, algo como una “presencia”. Se lo que te digo Bob,
y por favor no me mires con esa cara… ¿sabes? sentía mi piel como de gallina.
Un pánico terrible y profundo se clavó en mi corazón. La débil luz de las velas
acomodadas alrededor del cuarto atrajeron a decenas de mosquitos… todos pegados
en la pared, haciendo vida social, burlándose de mí ¡podría jurar que
conversaban entre ellos! ¡Maldición Bob! Si me vas a seguir viendo de esa
manera es mejor que te largues, además, tengo cosas más importantes que hacer…
¿en qué iba? oh si… los mosquitos, gracias Bob.
Los mosquitos se agrupaban cada
vez más en la pared, moviendo sus alitas y moviendo sus cabecitas de izquierda
a derecha, una y otra vez, una y otra vez…
Oye Bob, ¿te ha pasado alguna
vez qué cuando te pones a mirar la oscuridad detenidamente ves un punto negro
aún más oscuro que la propia oscuridad…, y si te fijas bien, ese punto se
empieza a mover, y cuando prendes la luz te das cuenta que era una enorme
cucaracha? pues eso me pasó también aquella madrugada, pero no con un punto
negro, ¡sino qué con miles! y todos se movían caóticos en la pared, en la parte
en donde la luz de las velas no llegaba. Finalmente el sueño me venció, y
exhausto, caí rendido en el sofá.
Temprano en la mañana, los
primeros rayos del sol se filtraron por el traga-luz de la puerta, pero para mi
extrañeza, pude ver que detrás de esta se formaba la silueta que había visto
tras la mesa de recepción. Sin lugar a dudas se traba de la anciana, pero, ¿por
qué estaría espiándome?
Me levanté rápidamente del sofá
y me dirigí hacia la puerta, pero al abrirla no encontré nada. El pasillo
estaba vacío. Sólo se podían ver cientos de esos odiosos mosquitos revoloteando
por el traga-luz principal en el techo. Pero estaba totalmente seguro que era
ella, pues la delgada silueta de largos cabellos y manos como cuerdas la
reconocería en cualquier lugar.
Empecinado en encontrar una
respuesta, bajé por las escaleras hasta la sala de recepción. Para mi asombro
ahí estaba ella, tras la mesa, oculta en la oscuridad, puesto que las ventanas
de la sala aún se encontraban cubiertas por gruesas cortinas. La anciana me
dijo con su perturbadora vocecita si se me ofrecía algo, pero sólo me limité a
negar con mi cabeza.
¿Bob, me puedes explicar cómo
una anciana decrépita pudo bajar tan rápido las escaleras? Obviamente tendría
que tener otro inquilino hospedado en el piso de arriba, pero antes de volver a
subir a mi habitación, le pregunté si alguien estaba instalado en las
habitaciones contiguas a la mía… pero la anciana me dijo que yo era el único.
¿Eh? ¿Cómo dices Bob? ¿Un ascensor? ¿¡Acaso eres un imbécil!? ¡Una casona
antigua no puede tener un ascensor! Mira, si te vas a burlar de mi relato es
mejor que te vayas… y por favor, deja de verme con esa estúpida carita ¡Me
enferma!
Bueno, como te iba diciendo…,
una vez en la habitación, no podía entender tan anómalos hechos.
Definitivamente la anciana y la residencial resultaban inquietantes ¿pero qué
podía hacer yo en una situación así, y sabes lo qué se me ocurrió?, una buena
ducha, eso refrescaría mi cabeza y luego me iría cuanto antes de aquel
asqueroso lugar, y creo que ese fue mi gran error…. ¿Qué cosa? ¿Qué por qué no
me fui de inmediato tomando en cuenta los hechos? ¿¡Qué!? ¿Acaso eres estúpido?
¿¡Cómo cresta iba yo a saber!? Mira, no me obligues a hacerte daño Bob…, y por
favor no me interrumpas más, ¿quieres?
El baño era como me lo esperaba.
Totalmente desaseado y con las paredes repletas de hongos y atisbadas de esos
perturbadores mosquitos. El olor era terrible, pero lo peor era la tina de
baño… llena de sarro y de un extraño líquido oscuro que asumí como agua
estancada. Fantaseé un poco y pensé que bajo esa turbiedad se encontraría un
cadáver, y que se levantaría buscando una venganza de ultratumba, como había
visto en algunas películas… pero lo que se asomó fue mucho peor. Mientras
acercaba mi rostro al agua para ver si podía distinguir algo, salió una enorme
burbuja seguida de unas cuantas más pequeñas. Me asusté por la impresión y di
un pequeño salto hacia atrás. En eso, algo viscoso empezó a emerger de la tina,
arrastrándose hacia fuera y cayendo de esta hacia el suelo. La verdad no podía
dar crédito a lo que estaba viendo… te juro Bob que cada vez que me acuerdo la
sensación de asco invade mi estómago dándome tremendas ganas de vomitar…. ¡Era
pelo, Bob! ¿Lo puedes creer? ¡Grandes cantidades de pelo! ¡Enormes motas
grasientas con vida propia! Deslizándose repulsivas hacia mis pies a gran
velocidad. Unas saltaron y se pegaron en mis pantalones, succionando como si
fuesen las ventosas de un pulpo, mientras que otras trataban de subir por mi
cintura. Sin pensarlo, salí corriendo descontrolado hacia el pasillo. Pero mi
pesadilla no acababa aun. Frente a las escaleras se encontraba la anciana, o lo
que pensé que era una anciana, puesto que se trataba de un enorme amasijo de
cabellos jabonosos y serpenteantes con la silueta de esta. La repugnancia fue
total. Aquella masa capilar estaba rodeada de miles de mosquitos, además, podía
ver que entre medio de los cabellos se dejaban ver cientos de asquerosas
cucarachas y otras alimañas de variados tamaños. En eso, el piso de linóleo
empezó a moverse, y pude ver que debajo de este se demarcaban distintas formas
que me recordaban mangueras… todas ondulando en grotesca sintonía, al igual que
por debajo del papel mural ¿y sabes lo que se me ocurrió?, por supuesto que lo
sabes… si te lo he contado infinidad de veces. Entré nuevamente a la
habitación, en busca de la lámpara de petróleo. Prendí el mechero y una vez en
el pasillo la arrojé a los pies de la criatura. El linóleo prendió fácilmente,
al igual que el papel mural. Oh Bob, si hubieras visto como se contorsionaba
aquella criatura, gritando de dolor con su acuosa garganta, y además, como
chisporroteaban aquellos bichos que parecían pequeñas lucecitas corriendo y
volando desordenadas por todo el pasillo.
El fuego alcanzó gran parte de
mi pierna derecha, torso y rostro…, y en mi desesperación me lancé del segundo
piso por la ventana trasera del pasillo. Resultado: Una pierna fracturada y
quemaduras de gran magnitud.
Recuerdo que desperté en una
ambulancia. Los sujetos que iban a mi lado decían que estaba balbuceando cosas
incoherentes. En el hospital repetía una y otra vez lo que me había sucedido,
pero las enfermeras no me creían y me inyectaban algo que daba mucho sueño.
Ellas hablaban cosas feas de mí, pensaban que no las escuchaba, pero decían que
estaba completamente chiflado y cosas más ridículas... ¿tú me crees, verdad
Bob? ¡Ese es mi Bob! ¡Mi buen Bob!
El doctor me dijo que sufría un
desorden mental. También ahí fue donde escuché por primera vez el termino
médico: “Tricofobia”. También escuché
algo de “esquizofrenia paranoide en un estado avanzado”. Le dije que el loco
era él y tan sólo me miró con un aire despectivo. Pero en realidad creo que
estaba perturbado por mi apariencia… si, eso creo yo…, por las quemaduras y
porque para entonces había afeitado todo el pelo de mi cuerpo; nada de
cabellera, nada de cejas… nada de nada. ¿Acaso te perturba mi apariencia Bob?
¡Claro qué no! si somos buenos amigos… casi hermanos diría yo.
¿Sabes una cosa Bob?
Definitivamente el blanco no me gusta, aquí todo es de ese maldito color.
Tampoco me dejan salir mucho, sólo tú me vienes a visitar… ¡por eso te quiero
tanto mi buen amigo!
Y dime, ¿cuándo vas a hablar con
los tipos de afuera para que me dejen salir un rato? Necesito un cigarrillo, o
comer un helado, ¡si, mejor un helado!… te juro que será tan sólo un momento,
por favor ¿sí? ¿Eh? ¿Bob? ¿¡Dónde estás Bob!? ¡¡¡Maldito hijo de perra!!!
¡Siempre me dejas hablando solo!..., pero ya verás, de todas formas siempre
vuelves… siempre vuelves…
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