lunes, 18 de junio de 2012

"Baño de Muerte" por Aldo Astete Cuadra


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Intranquilo daba vueltas por la sala, fumaba aunque la mayor parte del cigarro se consumía entre sus dedos. Todos se habían retirado a sus habitaciones, su mujer y sus dos hijas. Muy a su pesar ingresó al baño, encendió el calefón y se miró al espejo. No recordaba cuándo la ducha se había convertido en algo desagradable hasta el punto de evitarla por todos los medios, descuidando así su aseo personal. No le gustaba el reflejo que el espejo le devolvía, un rostro sombrío y cansado que evidenciaba la desastrosa vida que soportaba. Intentaba evitar que su familia se percatara de su mala racha, se engañaba pensando que su mujer aún continuaba a su lado como cuando eran jóvenes.
Tomó al azar un raído libro del anaquel reservado para albergar las lecturas en el baño, lo abrió por el centro y tras hojearlo un poco dio con el título “La gallina degollada”.
Tras leer el cuento, maquinalmente se quitó la ropa, no quería ducharse, pero su hedor ya no soportaba más excusas,  percibía la molestia de las personas que se le acercaban, mujer e hijas incluidas.
Giró el grifo, estiró con disgusto la mano para sentir cómo lentamente el agua se tornaba tibia. Decidió que la temperatura estaba bien e ingresó a la tina, corrió la cortina y se dejó empapar resignado. Casi llegó a sentir agrado ante la tibieza del agua deslizándose rápidamente por el cuerpo en una verticalidad gravitante, reponedora. Sin embargo, su mente se instaló en la infancia, en los momentos olvidados y vedados por su memoria, la sensación de angustiosa violencia, de completo desamparo provocaron los primeras lágrimas que se confundieron con el agua que corría por su rostro.

Las imágenes se tornaban confusas, saltos temporales e imágenes que no se encontraban en sus recuerdos conscientes se hicieron insoportables, entonces descargó un golpe contra la cerámica. Un hilillo de sangre se deslizaba y se aclaraba al entrar en contacto con gotas de agua adheridos a la superficie de la pared. - ¡Esto debe terminar ahora, no soporto más!- , pensó mientras algo así como flashes revolucionaban sus imágenes del pasado. ¡Mátalas! Ahora que puedes ¡mátalas! Fue lo que nítidamente oyó. Abrió los ojos, volteó en todas direcciones como si por primera vez escuchara la voz e intentara determinar de dónde provenía. Esta era la razón por la cual evitaba la ducha, no recordaba cuándo comenzó a oír la voz, tal vez cuando se mudaron a ésta, su nueva casa. Aplicó el champú  y volvió a quedar en la oscuridad de sus párpados cerrados. La imagen de los cuatro hermanos imbéciles degollando a su hermana se presentó nítida, como si hubiese presenciado la escena que describiera Quiroga.  Nuevas luces en su cerebro, ¡es ahora o nunca! ¡mátalas! ¡Deja de sufrir…! volverás a sonreír…, todo acabará… , ¡mátalas! La voz era clara, con volumen perfectamente audible. Esta vez oyó en silencio sin resistirse, cerró el grifo y la voz cesó de inmediato, pasó lentamente ambas manos por su cabello para quitar el exceso de agua y salió de la tina, cogió una toalla y con más cuidado que de costumbre secó cada uno de los pliegues del cuerpo. Pasó la mano por el espejo quitando el vaho de la superficie y se observó desconociéndose. No era el mismo, la voz ya no era audible, pero pensaba en ella y en los idiotas asesinos de su hermana. Luego de apagar el calefón y cerrar el paso del gas se dirigió aún desnudo por el pasillo hasta la habitación de sus hijas. Las observó bajo la azulina luminiscencia de una pantalla, ¡por Dios!, eran hermosas, aún cuando dormían. De siete y cinco años, habían transformado su inquietud por el nacimiento de un niño en una feliz conformidad. Entró y salió sin hacer ruido del cuarto de sus adoradas hijas, retornó por sus pasos y fue a su dormitorio, su mujer dormía con una lámpara encendida. La observó y pensó en todos los años que llevaban juntos, las diferencias que los alejaban y el amor que él aún creía los acercaba pese a todas las dificultades. Ella dormía plácidamente entregada a un sueño seguro. Esta vez también entró para salir rápidamente del cuarto. Salió decidido a culminar con todo, a pesar de que ya se sentía mejor, no podría continuar con su vida, no después de oír la voz desconocida que le instigaba a matar a sus seres queridos, esto podría repetirse, no quería volver a pasar por esta situación.
Afuera el frío había tornado blanco el jardín, su perro le ladró con violencia. Daba la impresión de que le reprochaba su actuar. No le hizo mayor caso, caminó por sobre la hierba hasta llegar a la leñera, la misma cadena que utilizaba para contener a su perro la utilizó para poner fin a la locura que sentía se apoderaba de sus acciones inevitablemente.
Los aullidos del perro la despertaron, se incorporó sobresaltada, presentía que algo horroroso había sucedido, la luz continuaba encendida, salió de la habitación para dirigirse donde las niñas que inmóviles continuaban el profundo sueño infantil. Los aullidos continuaban desgarradores. Miró por la ventana, el perro aullaba en dirección de la leñera que tenía su portón abierto. Desde el interior aparecía en constante movimiento pendular toda la extremidad inferior de un cuerpo humano. Era su marido, qué duda cabía, eso la tranquilizó. Si él no tomaba aquella decisión, ella más temprano que tarde, tendría que haberlo asesinado.

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