viernes, 6 de diciembre de 2013

"En el bosque" por Aldo Astete Cuadra

Ilustración por All Gore

—Maestro, llevamos un par de horas caminando sin encontrar el sendero, está atardeciendo y parece que nos perdimos, ¿No cree que es hora de regresar? preguntó uno de los alumnos a Olegario Oyarzo. Habían ascendido hasta la selva valdiviana en busca de unas antiguas líneas de tren, una especie de excursión arqueológica que terminaría en la misteriosa laguna Meteoro, sin embargo, las cosas no habían salido como el profesor lo había planeado. El mapa que le habían entregado resultó ser incomprensible en medio del bosque y lamentablemente de esto se había convencido muy tarde.
—No me digas qué es lo que tengo qué hacer y menos frente a tus compañeros, respondió Olegario, cogiendo de un brazo al alumno y sacándolo sutilmente para hablar con él.
Pero es que…
¡Cállate!, ya te lo advertí… continuaremos caminando un poco más, debemos estar cerca.
Tenemos que volver Maestro Olegario. Acaso no se da cuenta de que no estamos preparados para pasar una noche acá.
Lo sé perfectamente, pero no puedo mostrar debilidad, se asustarían y sí eso sucede, tendré a un montón de adolescentes irracionales, difíciles de manejar. Tú ya te estás comportando así. Por lo tanto, te voy a pedir que te calmes, que vayas cerrando el grupo y esperes unos minutos más. Yo intentaré buscar el lugar más adecuado para que pasemos la noche sin problemas y regresemos por la mañana.
Olegario esperaba con toda su alma que el alumno captara su mensaje, que entendiera, pero siendo amable no lo lograría, ahora es cuando más debía notarse su carácter de profesor normalista.
Pero… intentó continuar el alumno que no tenía nada de tímido.
Sin peros esta vez, obedece y espera que tome las riendas, debes ayudarme, de lo contrario podemos lamentarlo. Enseguida se dio cuenta de que aquella última frase no estaba bien, se equivocó buscando la complicidad. Con este muchacho no resultaría aquello.
Yo no tengo nada que lamentar, soy uno más, es usted quien está a cargo, es usted quien tendrá que responder por cualquier problema que ocurra, iré atrás, haré lo que usted pide, pero no intente responsabilizarme por lo que pueda ocurrir.
Olegario demostró que las palabras de su alumno no le hacían mella y con un ademán de autoridad le ordenó ir hasta atrás en el grupo. Algunos alumnos habían notado la tensión y ya comenzaban a preguntarse el por qué de tanta caminata sin ver durmientes, rieles o lagunas. Pero, no todos tenían la personalidad para plantearlo abiertamente, el profesor era un tipo de autoridad y debíanle respeto.
Continuaron caminando con dificultad, por unos quince minutos debajo de la densa maraña de un bosque tupido y húmedo, de una selva en partes impenetrable, hasta que llegaron a un claro en el bosque, uno de los pocos con que se habían topado pero, como los anteriores, se trataba de un espacio reducido rodeado por grandes árboles que permitían observar su real dimensión y altura. El profesor se adelantó gesticulando y pidiendo a viva voz prestaran atención, les habló a los diez alumnos que estaban a su cargo.
Muchachos, lamento informarles que nos encontramos en una situación compleja, nos hemos perdidos parcialmente y, como podrán ver, es prácticamente imposible, por el momento, encontrar el sendero que nos ha traído hasta acá. Nos quedan sólo unas horas para que oscurezca y debemos prepararnos para pasar la noche en este mismo lugar, haciendo lo posible por mantenernos unidos, sin desesperarnos, encender una fogata e improvisar nuestros lechos.
Los adolescentes comenzaron a hablar entre sí, de manera desordenada y temerosa, ninguno se había preparado para acampar y la idea de estar perdidos en medio del bosque no les agradó para nada. Temores arcanos les invadían su inconsciente y las pesadillas emergían dando paso al desasosiego. De pronto, uno de ellos sacó la voz y le habló a Olegario, que estaba a punto de intervenir para que el grupo no entrara en la anarquía.
Pero, por qué no pensó en esto antes. Imagine lo preocupadas que se pondrán nuestras familias, saldrán en nuestra búsqueda. Cómo ha podido ser tan irresponsable. Además, estos bosques son húmedos, nadie se preparó para soportar el frío, la lluvia o el viento. sentenció el joven, mientras los demás callaron y prestaron atención a lo que les respondería su profesor.
Creo que no es momento para recriminaciones, más vale que nos pongamos en campaña y procuremos lo mejor para todos, ya habrá tiempo para asumir responsabilidades. El fuego y el follaje deberán protegernos de las inclemencias del tiempo y si nos mantenemos unidos, nadie debiera sentir temor a la oscuridad, si es eso lo que les preocupa realmente. —Esto último lo dijo intentando cambiar el foco de la discusión, tocándoles el amor propio, seguramente nadie quería verse expuesto como un cobarde.
Increíblemente, ninguno continuó encarando al profesor y todos se pusieron a su disposición. Iniciaron las tareas de buscar leña seca para situarla al centro de una bóveda arbórea, que se encontraba a unos pasos del claro en el que habían hablado, otros comenzaron a cortar ramas, quitando los pequeños troncos, haciendo con ellas mullidos colchones en torno a la fogata. Mientras tanto, Olegario encendió el fuego, le llevó algo de tiempo hacerlo por la humedad reinante y la que comenzaba a rodearlos en forma de bruma.
No alcanzaron a tenderse en sus mullidos colchones, ni compartir, como última cena, lo que les quedaba de alimento en sus bolsos, pues, repentinamente, con la niebla llegó desde lo profundo del bosque un sonido desconocido, siseante y aterrador, la penumbra complicaba la visibilidad y la niebla se había espesado a su alrededor. Un temblor apenas perceptible, pero prolongado generó el pánico entre los jóvenes, algo fuera de lo común, un evento extraño, anormal, se estaba generando. El fuego se elevaba a grandes alturas como impulsado por un fuelle enorme, se salía de control. El profesor gritaba que se mantuvieran unidos, que nadie se apartara, que debía tratarse de un fenómeno climático, atmosférico, que ya pasaría.
Los gritos de histeria iniciaron cuando uno de los muchachos creyó ver, entre el follaje y a través del fuego, una forma enorme que se movía como un ciempiés. Los demás aguzaron sus sentidos hacia los alrededores intentando ver lo imposible. Bastó que uno se separara un metro del grupo, en un intento por hacerse de un palo cercano para que inmediatamente desapareciera tragado por la tierra, como si hubiera caído en un agujero.
Uno de sus compañeros fue testigo de la desaparición y de cómo éste ni siquiera alcanzó a articular un grito. Su desaparición fue fulminante, pero él sí gritó y alertó a todo el grupo asegurando que algo estaba debajo de ellos, que se había tragado a Miguel y que morirían todos de la misma manera.
Esta vez sí, la histeria se apoderó de todos, se empujaban, rotaban queriendo estar al interior del círculo hecho inconscientemente a modo de protección.  Luego observaron perplejos como los arbustos de los alrededores comenzaban a moverse frenéticamente  y el siseo se hizo ensordecedor. Ya no se oían entre ellos, pero lograban ver sus caras de horror, amplificadas por las sombras provocadas por la llamas de la hoguera. Un adolescente no soportó la tensión psicológica y se desmayó, los demás no lo notaron pisando su cuerpo que yacía entre ellos inerte. De pronto, de entre los árboles vieron emerger dos grandes ciempiés o al menos eso parecían y se acercaban lentamente, paso a paso con unas repulsivas patas puntiagudas. Su cuerpo era de un color sombrío, bermellón, sus ojos oscuros y una boca con cientos de pequeños dientes afilados y unos cuernos por antenas, similares a los toros de lidia. Todos retrocedieron gritando, algunos caían intentando no enredarse con el cuerpo de su compañero. Cuando estuvieron a suficiente distancia, los monstruos se acercaron a toda velocidad y cogieron desde las extremidades el cuerpo del compañero que yacía en el suelo y comenzaron a ingerirlo de modo extraño, la piel se desprendía mientras lo consumían desde el interior. Los demás observaban enloquecidos, intuyendo que aquel sería su destino, que nadie podría evitar ser devorado por aquellas bestias sobrenaturales.
Todos corrieron por sus vidas. En medio de la oscuridad era posible oír los gritos de los demás, los aullidos del desgarramiento, de la pérdida de la cordura, algunos llamaban aún a sus padres, otros no articulaban nada coherente. Chocaban contra árboles, tropezaban en los troncos, caían irremediablemente en ciénagas, quedaban inconscientes, y eran lentamente devorados por estos dos Fraksholu.
Olegario Oyarzo sabía que todo estaba perdido, que nadie saldría con vida de esta situación irreal, mas en su interior deseaba salvarse, quería con toda su alma encontrar una forma de huir de ese maligno bosque, de aquellos malditos engendros. Pensó que tal vez podría salvarse subiendo a alguno de los grandes árboles y para su suerte, encontró uno que servía para sus propósitos y subió a toda prisa, pero cayó de considerable altura. Un grito horrendo lo sacó de su desvanecimiento y sin saber cómo, trepó nuevamente y se aseguró en una rama muy alta. Desde la altura pudo ver con dificultad, por el denso follaje, que estos seres expelían una luminosidad fosforescente, se movían lentamente, se quedaban estáticos un momento, para luego continuar con su rastreo o simplemente seguir las voces que cada vez eran menos, pidiendo auxilio en la espesura.
Un viento huracanado pugnó por derribarlo. Olegario se apretó con todas sus fuerzas, no quería morir al caer y ser encontrado más tarde como un pellejo en medio de un bosque arrasado. No tenía más alternativa que rogarle a Dios que lo salvara. El árbol en que estaba encaramado se sacudió con violencia, miró hacia abajo y entendió que sólo le quedaban segundos de vida, rogó que lo salvaran, que cualquier cosa sería mejor que morir succionado por esos demonios. Cerró los ojos y esperó que fuera verdad todo aquello de la vida después de la vida y que la muerte le aconteciera rápido. Retornó el viento que anteriormente amenazara con tirarlo de su escondite, ahora no se aferraría, estaba entregado a las circunstancias, lo que sucediera sería igual de horroroso. 
Sus oídos no daban crédito a lo que estaban oyendo, eran los gritos destemplados, horrorizados de dos de sus alumnos, claro que no los reconocía, pero entendió que eran dos y que se encontraban muy cerca de él. Abrió los ojos ante lo extraño, no pudo ver gran cosa, la luminosidad del pie del tronco había desaparecido, pero frente a él algo más oscuro que la misma noche boscosa arrojaba ráfagas de un viento nauseabundo, la voces venían de ahí y sin saber cómo, una garra o una mano poderosa lo cogió de la espalda y lo cargó en vilo, ascendiendo por sobre la fronda y comenzó a alejarse del bosque a gran velocidad. Olegario gritaba y oía los aullidos de los otros dos adolescentes, los tres de seguro colgaban bajo un monstruo volador que con su batir de alas progresaba sin dificultades por los aires. Esta será una manera distinta de morir, una prolongación de la agonía, una nueva y macabra jugada de quien estuviera detrás de los hilos de sus vidas. No tardó mucho en perder la cordura, declarando que sería esclavo, servidor y adorador de lo que fuera que estaba apresándolo, los otros hacían lo mismo. Lo último que oyó, antes de desvanecerse, fue un pitido altísimo que reventó sus tímpanos, un dolor que lo sacó de la consciencia.



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