Ilustración por All Gore
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A esa altura la muchacha ya solo vomitaba bilis.
Miraba al cielo nocturno cubierto de nubes. La mezquina luz de la
luna apenas las atravesaba.
No lograba dar con la salida de ese agujero inundado de fango
maloliente. Por más que lo intentaba no evitaba caer. Sus manos hacían contacto
con cosas que solo podía imaginar, pero que su mente se negaba a hilar la frase
que las describía. Además un dolor agudo parecía partirle la cabeza desde la
nuca hasta la frente.
Otra cosa era el olfato.
El hedor de lo que fuese en lo que estaba chapoteando era
urticante, era como un brazo que se introducía por la boca retorciéndose en el
esófago, hasta apresar la bolsa estomacal y jalarla al exterior...
… y otra vez una arcada la
derribó. Regurgitó un escupitajo ácido y al tratar de levantarse su mano se
aferró a una cavidad pegajosa, dura y recubierta de pelo.
Un claro de nubes permitió que la luna iluminase sus sospechas.
Sus dedos se hundían en las cuencas de un cráneo.
Un grito seco y ronco escapó de su garganta, desgarrada de tanto
vomitar. Retrocedió, intentando en vano escapar del macabro hallazgo, para
tropezar y encontrarse de cara con la verdad que destrabó su lengua y formó la
oración con otra descarga de bilis.
Miembros resaltaban entre la
superficie pantanosa. Mechones de cabello flameaban con la brisa tibia que
circulaba por la fosa. Donde mirase, había sonrisas de labios recogidos y ojos
negros perdidos en la nada. Cuerpos de una obscena voluptuosidad.
A su derecha, a unos pocos pasos —que antes
de darlos le parecieron fáciles—, divisó una pendiente que le permitiría
escapar. Levantó un pie y tarde se dio cuenta que al bajarlo lo estaba
hundiendo en el vientre de un cadáver. Los gases de la corrupción la
derrumbaron como un edificio en demolición. Terminó sumergida por completo,
tragó una horrible cantidad de fango antes de lograr salir a flote. Solo la esperanza de la huida le dio fuerzas.
Con las pantorrillas heridas por
astillas de hueso, bañada por el caldo de descomposición, llegó a la
superficie. Se arrastró en línea recta sin destino alguno más que alejarse de
ese agujero infernal.
Así fue como llegué a ella. La
encontré inconsciente. La subí a la camioneta y la senté en el asiento del
copiloto. Con un poco de agua fue recobrando la consciencia hasta que dio un
salto que por suerte fue contenido por el cinturón de seguridad que tuve la
precaución de colocarle. La tranquilicé, prometí que llamaríamos a su familia y
a la policía apenas llegásemos a un teléfono.
Es así como conocí cada detalle de
lo que he relatado, de su propia boca. En su relato no pudo llegar al
principio, a cómo había llegado a aquel lugar. Solo tenía un borroso recuerdo
de estar abriendo la puerta de su auto, un resplandor doloroso que nació tras
su mirada y se expandió por la cabeza. De ahí en adelante todo era una mancha
negra hasta el despertar en el foso. El esfuerzo mental la adormeció
nuevamente. No despertó hasta que llegamos a nuestro destino. Ahora reparo en
que nunca le pregunté su nombre. Lo haré la próxima vez que encuentre a una
muchacha que haya escapado del foso.
Hermoso...
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