Bosquejo de ilustración por Johnny Aracena.
El edificio se levantaba
ante él como el cadáver de una criatura gigantesca y repulsiva
olvidada junto al borde del camino. El día comenzaba a decaer
rápidamente, demasiado rápido para su gusto, por lo que apuró el
paso. El silencio que reinaba en aquel sitio lo hacía sentir
inquieto. El muchacho hubiera esperado la presencia de algún perro
solitario, o uno que otro pájaro en las inmediaciones, pero no había
nada, excepto por la densa vegetación que había ido creciendo
alrededor de la estructura a lo largo de los años.
No tenía idea de cuánto tiempo
llevaba abandonada, pero sabía que en algún momento, durante la
infancia de sus padres, había sido un importante centro deportivo y,
como era de esperarse, había terminado siendo reemplazada por un
complejo mejor equipado y mucho más moderno en el centro de la
ciudad. Ahora no era más que una mole gris que parecía resistirse
al inexorable paso del tiempo.
Las murallas exteriores estaban
cubiertas de algunos viejos grafitis, aunque el muchacho sabía que
la mayoría de las personas había aprendido a evitar aquel lugar. Se
comentaban cosas macabras en los alrededores. Hace algunos años, en
los periódicos locales, se había publicado un reportaje sobre una
secta que durante meses usó el edificio para llevar a cabo sus
rituales. Todos los miembros habían sido detenidos, e incluso
algunos encarcelados, aunque nunca se supo con claridad la naturaleza
de su culto. Lo relevante de aquel incidente era el hecho de que poco
tiempo después habían comenzado a suceder extraños fenómenos en
la zona: ruidos y luces durante las noches, y posteriormente la
inexplicable desaparición de algunas piezas de ganado.
En efecto, era bien conocida la
narración de un anciano que refería haber sentido una noche,
mientras caminada por el costado del camino principal, como algo de
un tamaño considerable se arrastraba en los alrededores de un lago
cercano, lugar donde había llevado a beber a sus dos caballos. Al
momento de acercarse al sitio de donde provenía el ruido había
visto con horror como el lago, así lo relataba él, se tragaba a
ambos animales. La noticia había aparecido en varios medios de
comunicación, incluso a nivel nacional, pero nunca se pudo comprobar
la veracidad del relato.
El muchacho buscó la entrada principal
y se adentró en la oscuridad, sintiendo al momento una punzada de
temor en la boca del estómago. Algo dentro de él le dio a entender
que aquello no estaba bien, que debía alejarse cuanto antes de aquel
lugar, pero el orgullo fue más fuerte que la sensatez.
Recordó el motivo por el que se
encontraba en ese sitio. Cuando contaba con once años, dos hermanos,
compañeros de clase y que hoy tendrían su edad, habían
desaparecido sin dejar rastro alguno. Se habían organizado patrullas
de búsqueda y hasta sus padres habían tomado parte en ellas, pero
todo fue infructuoso. No se lograron encontrar sospechosos ni
testigos… ni nada. Y el asunto podría haber quedado ahí, sin
embargo la gente nunca lo logró olvidar del todo. Muchos
relacionaban la desaparición de ambos hermanos con el viejo centro
deportivo. Se comenzaron a contar historias, muchas sin ningún
sentido, como que algo sin nombre habitaba en el fondo del lago y,
fuese lo que fuese, tenía acceso a la abandonada piscina olímpica,
donde los niños habían sido vistos varias veces. De hecho, se
rumoreaba que la pelota que los hermanos llevaban consigo el día que
desaparecieron se encontraba flotando en las aguas de aquella
piscina, a pesar de que nadie había podido comprobarlo. Con el
tiempo el rumor se convirtió en una suerte de leyenda urbana,
volviendo aún más siniestro el ya malogrado edificio.
Ese atardecer el muchacho se había
despedido de sus amigos asegurándoles que a la mañana siguiente
regresaría con aquella pelota, en caso de que en verdad existiese.
Ese era su objetivo y el motivo por el que ahora avanzaba en la
oscuridad, sintiendo como el miedo lo carcomía por dentro.
Evitó mirar hacia las innumerables
puertas y ventanas, imaginando toda clase de seres de pesadilla
ocultos tras sus sombras. En algunas paredes pudo ver extraños
símbolos y palabras escritas en un idioma que no reconocía. Le
hubiera aliviado ver alguna rata correteando por los rincones, pero
sus pasos y su respiración eran el único signo de que en aquel
lugar había algo vivo.
Logró dar con la puerta que daba a la
piscina sin mucha dificultad. Al ingresar comprobó con cierto alivio
que una de las paredes era un amplio ventanal, hoy ya destruido, por
lo que había mucha más luz que en el resto del edificio. El sol ya
se había ocultado, así que se apresuró sabiendo que la noche no
tardaría en caer sobre él.
La piscina era mucho más grande de lo
que había imaginado y el agua que la llenaba era negra y turbia,
como la de un pantano. Cerca del centro pudo apreciar una pelota
roja, flotando inmóvil sobre aquella masa oscura y repugnante. Un
leve escalofrío recorrió su cuerpo. No quiso pensar en lo que se
ocultaba bajo su superficie, aunque esperaba que, fuere lo que fuere,
estuviese muerto y sumergido.
Lentamente, como demorando lo que
venía, se sacó los pantalones, el polerón y la camiseta. Hizo una
pila con la ropa y sobre ella dejó su celular y su reloj de pulsera.
Luego, ignorando el olor nauseabundo que emanaba de aquellas aguas,
introdujo uno de sus pies. Extrañamente no estaba tan helada como
esperaba. Pronto sumergió el resto de su cuerpo, excepto por la
cabeza, que se mantenía muy erguida, evitando tragar aquel zumo
nauseabundo.
Usando sus pies y manos para
impulsarse, como si se tratara de un perro, nadó hasta el centro de
la piscina. Le tomó unos pocos segundos llegar hasta la pelota, la
que colocó bajo su brazo izquierdo. A través del amplio ventanal
pudo ver un cielo negro en el que poco a poco comenzaban a revelarse
las primeras estrellas. Cuando se preparaba para volver al borde de
la piscina un pequeño objeto flotante llamó su atención unos pocos
metros más allá. Sin pensarlo mucho, y sintiéndose más seguro al
saber que pronto estaría de regreso en su casa, nadó hasta él. Al
alcanzarlo lo tomó con su mano derecha y lo observó con curiosidad.
El objeto era una pequeña figura tallada en madera del tamaño del
dedo índice. Parecía un pulpo… O eso le pareció a primera vista.
Decidió llevársela consigo, como una recompensa por todo aquel
esfuerzo.
No alcanzó a avanzar mucho más cuando
sintió una leve agitación en el agua. Se quedó quieto, inundado
por el terror, y esperó. Algo se movía bajo la superficie, pero no
sólo bajo ésta. En el resto del edificio se comenzaban a sentir,
cada vez más cerca, los sonidos de varios cuerpos arrastrándose
hasta donde él se encontraba.
No pretendía quedarse ahí mientras
aquellas cosas se acercaban. Comenzó a nadar nuevamente, esta vez
más rápido, pero una extremidad viscosa, o eso le pareció, se
aferró a su torso con tal fuerza que pudo sentir como sus costillas
se trituraban. Entonces, antes de que alcanzara a comprender el
horror con el que se había encontrado, aquel apéndice lo arrastró
al fondo. Su grito se convirtió en cientos de burbujas que bulleron
hasta la superficie, donde flotaban la pelota roja y la extraña
estatuilla, en cuya base se leía, en letras muy pequeñas:
Ph´nglui
mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn
Las oscuras aguas de la piscina pronto
dejaron de agitarse y los sonidos en los innumerables pasillos se
fueron alejando de a poco. Sólo quedó el silencio y aquella mole de
granito, guardando el sueño de criaturas para las que los hombres no
tienen nombre, pero que esperan pacientemente el despertar de su
propio dios.
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