The Blooded Church ©2012 Khaoz Vortexx |
*Relato inspirado en la ilustración de Khaoz Vortexx, parte del desafío "Imago Hallucigenia".
«…¡y
durante unos momentos de pesadilla vislumbré, a través de él,
un
paisaje infernal y remoto, como si me hubiera asomado a una dimensión
absolutamente
extraña por una ventana abierta! Retrocedí espantado,
y
la luz se eclipsó; pero al instante volvió a aparecer con brillo
renovado.
Y
entonces, en contra de mi voluntad, contemplé una escena
que
se grabó de manera imborrable en mi memoria».
La Iglesia de High
Street (1962) – Ramsey Campbell
A
pesar de que llevo tan sólo una semana en este pueblo, puedo sentir
una especie de magnetismo que me incita a indagar en sus costumbres,
algo ajenas a nuestro mundo conocido. La Colina del Diablo se
encuentra detenida en algún tiempo-espacio,
parece incrustada en una época impropia a nuestro normal entender.
He tratado de entrevistar a los lugareños pero me ha sido imposible.
En el día el pueblo está vacío, pues salen de sus casas para
trabajar la tierra del otro lado de la colina. Y en las noches todos
acuden en caravana hacia la siniestra iglesia que se alza por encima
de esta, como un faro que atrae distintos tipos de horrores y
pesadillas.
Las
festividades de diciembre son bastante conocidas en esta zona del
desierto. Y por lo que he investigado, es cuando abren las puertas de
la iglesia a los foráneos o turistas.
Según
sus tradiciones, los aldeanos bailan en esta festividad con máscaras
de diablos y rinden culto a sus deidades a lo largo del mes.
Gutiérrez
es el jardinero del pueblo, y él ha sido el único que ha dado
respuesta a mis inquietudes. El viejo es algo supersticioso, y a
pesar de ser un pobre borracho, su relato mantenía cierta cuota de
lucidez, a pesar de lo irreal de su historia, además, interrumpía
su diálogo a cada rato para decirme en voz baja, e indicándome
continuamente el cielo: «Ellos vigilan, Ellos
saben…».
El
desierto es un lugar vedado para muchos, decía.
Un lugar saturado de maldad y de terribles secretos guardados
celosamente por las rocas y la arena, desde los tiempos en que los
Gentiles dominaban la
zona. Los ancianos guardan total respeto a lo ignoto del desierto.
Ellos están a la espera... en el desierto, en
todas partes..., citaba
una vieja canción infantil pasada de generación en generación,
implantando un sentido de alerta en el inconsciente de los pequeños
del pueblo. Ellos siempre han
estado allí, los espíritus del desierto. Incluso, las bases en
donde se construyeron algunas de las edificaciones más antiguas
fueron confeccionadas de aquella tierra y de esas rocas.
Construcciones que nacieron de un terreno pervertido, ocasionándoles
con el pasar del tiempo un deterioro a nivel ultra-físico: «lugares
cargados», decían los
viejos de aquel entonces.
Luego
me contó sobre Manuel Ortiz, de cuando éste llegó al pueblo allá
por el 1904. El pueblo fue para Ortiz como la luz lo es para las
polillas. Eso me dijo mientras que en cada pausa bebía de su petaca.
Me habló de las extrañas costumbres que trajo consigo. De cómo fue
estableciendo e implantando a través de los años la idea de una
neo-religión, la que venera a un Dios-Cadáver
y a unas entidades aladas escupidas por el mismo averno: «Seres
Encarnados de la Noche», les llamó.
»Cada
noche cantan en la iglesia sus plegarias a estas abominables
criaturas… ¡y al mismo Dios Necrófago!, cuya horrenda efigie se
muestra enhiesta tras el púlpito. De sus bocas lanzan cantinelas y
letanías tan aborrecibles como el canto de un «Dhole»
o de un «Cthonian». ¿Has oído cantar a un
Dhole, muchacho? Son cosas que no se olvidan. La gente del pueblo ya
está maleada, ¿me sigues, muchacho?... ¡A
Gutiérrez lo detestan!…, y al igual que usted, también fui un
forastero… pero ahora Gutiérrez es útil para Ellos, oh si...
Gutiérrez mantiene el pueblo limpio… pero
usted también les puede ser útil, sabe… usted ya está anclado a
este pueblo, aunque aún no se ha dado cuenta jejejeje… pero pronto
lo averiguará… tan sólo debe entrar a la iglesia y ver con sus
propios ojos, ya verá… hoy la iglesia abre sus puertas al resto
del mundo… Gutiérrez no miente, joven… Gutiérrez nunca miente…
Luego
el viejo se alejó balbuceando algo que no pude descifrar.
Pero
las últimas palabras de Gutiérrez calaron hondo en mi ser. El viejo
no estaba tan equivocado del todo… algo había en este lugar, una
conexión de tipo espiritual… con el pueblo y con la iglesia… con
la tierra y la roca.
* *
*
Llegada
la noche, los aldeanos se acercan danzando con sus infernales
máscaras hacia la iglesia, acompañadas de bandas de bronce y del
horrendo repicar de las campanas, tan pesadas y relapsas que los
feligreses atraviesan letárgicos hacia aquella vulva-primigenia…
como insectos que marchan solemnes al encuentro de un cadáver. Y
puedo ver entre la muchedumbre, que Manuel Ortiz, el «Mago-Negro»,
daba inicio a la ceremonia junto a sus sacerdotes que tenían formas
enanas y rechonchas, los que me causan extrema repulsión. Estos
reflejan en sus rostros el miedo y la blasfemia pre-colonial, y
canturrean en un coro que me recuerda cosas tan atroces…, tan
perversas y degeneradas como el mismo Ortiz, cuyo rostro cabruno no
encaja en lo que podríamos llamar humanidad.
El Mago-Negro se abre paso a través de los feligreses con un cansado
caminar, como si fuese el gusano que brota satisfecho de lo
corrompido… y éste los mira y los acaricia con un deleite que
podría interpretarse como carnal. Hace muecas exageradas…
inconexas… vocifera y ladra la palabra de su deidad «Necrófaga»,
las que repercuten en cada rincón de la entidad
formada por piedra, vidrio, lodo y madera.
Finalmente,
la vista de Ortiz se posa en la mía. Sus ojos nublados y animalescos
paralizan mi organismo por completo. Con un gesto, sus pequeños
adefesios se abalanzan sobre mí y me arrastran hasta la horrenda
efigie del Dios Necrófago, en tanto que Manuel Ortiz traza unos
signos en el aire y me indica que mire por encima de su Dios, hacia
una enorme ventana circular. Entonces, un desagradable aletear me
trae a la realidad, rompiendo abruptamente mi estado hipnótico, por
lo que lancé un tremendo grito. Tras la ventana circular, una
luminosidad verdosa le dio forma a sombras
aladas desplegadas alrededor de la iglesia,
todas revoloteando en espiral y profiriendo desagradables chillidos.
Y antes de que el obsceno mago rompiera en una horrible carcajada,
salí corriendo de la iglesia buscando una respuesta lógica a lo
vivido.
Y
mientras transcribo estas palabras en mi habitación, desde acá
puedo ver la colina y las humeantes chimeneas incrustadas en las
precarias viviendas, y también a los aldeanos que se dirigen hacia
una nueva jornada de trabajo.
A
lo lejos, tras la iglesia, comienza a descender una espesa bruma que
cubre la zona en pocos segundos. La espectral neblina deja todo
sumido en la más profunda negrura, esparciéndose y apoderándose
del pueblo como un tumor cancerígeno.
COLINA
DEL DIABLO, DIC. 25 de 1998
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