"Me reventaste la cabeza" por All Gore |
*Relato inspirado en la ilustración de All Gore, parte del desafío "Imago Hallucigenia".
Mientras esperaban
el crepúsculo, bebían de una botella de ron que habían comprado en el mercado
de Tren-Tal. El licor era más malo de lo que su etiqueta prometía, aunque el
calor que les brindaba era suficiente para tener que soportar el gustillo a
grapa que les dejaba en el paladar.
Braulio, cada vez
que le pasaba la botella a Mirta, aprovechaba de deslizar la yema de los dedos
por la mano de ella. Solo recibía como respuesta un gesto osco y el sonido de
la garganta tragando con mayor ahínco. Braulio siempre había pensado que eso de
que no hay forma de entender a las mujeres era uno de tantos clichés asociados
a la generalización de géneros. Eso, hasta que conoció a Mirta.
Amaba su
personalidad tempestuosa, su actuar aunque predecible, no menos vertiginoso.
Era una hermosa fuerza de la naturaleza. Había aprendido a vivir con ello,
asumiendo que no era tolerable, si no que una parte fundamental de la
complejidad que lo hacía amarla. Pero aveces, solo aveces, cuando el huracán se
iba en su contra, cuando ella parecía olvidarse de que él era su único aliado,
entonces, él tenía que explotar.
Dos fuerzas de la
naturaleza actuando al unísono. Luego del cataclismo, cuando los estragos
causados aparecían por entre el polvo en suspensión, Braulio se preguntaba ¿Vale
la pena todo esto, nada más que para saber cuál de los dos es más fuerte?.
Sentados en la cima
del cerro Tren-Tal, bebiendo uno de los rones más asquerosos que un humano haya
probado, admirando la escena del sol escondiéndose tras los cerros de la
cordillera de la costa, lanzando sus vetas de luz agónica sobre el lago que
llevaba el mismo nombre que el pueblo y el volcán dormido en el que estaban;
Braulio le hizo esa misma pregunta a Mirta.
Él pudo ver como la
infinidad de opciones de respuesta pasaban por su cabeza, reflejándose en sus
grandes ojos café. Notó ese movimiento imperceptible de los nervios
aprestándose a poner en movimiento al resto del cuerpo para abrazarlo y
terminar con el conflicto. Supo que la boca estaba dando forma a palabras muy
distintas a las que finalmente salieron, palabras de cariño, palabras surgidas
del corazón. Palabras que murieron antes de nacer.
Braulio no supo si
fue el insulto gratuito, o si fue la manera impersonal en que lo expresó, como
si se dirigiera a cualquier fulano anónimo que la estuviese incordiando, o si
fue la inutilidad de haber dado su brazo a torcer, pero dentro del pecho un
torrente de lava se abrió paso por su garganta escapando como un grito de
furia, de impotencia. Por supuesto que ella, a pesar de haberse sobresaltado
con el exabrupto de Braulio, no perdió oportunidad de responder con alguna
burla que él ignoró. Ya conocía todos sus trucos y no iba a dejar que
interrumpieran su estado de ebullición. Era imperioso que liberase toda la ira
que había contenido en pos de la paz marital. Habló sin parar, sin hacer oído
de los peros de Mirta, de sus intromisiones irónicas, incluso soltó varios
insultos, a pesar que siempre había estado en contra de garabatearse porque
significaba trizar el respeto mutuo, cayendo en una escalada de violencia
verbal. Era sembrar odio. Claro que todas esas restricciones auto impuestas se
fueron al carajo y también cayó en los insultos gratuitos, en las exageraciones
y falsedades, en todas las trampas que se utilizan para salir victorioso de una
guerra innecesaria.
Cuando las últimas
frases furibundas llegaban a oídos de Mirta,
Braulio sintió como si un vena en su frente se hinchara hasta reventar.
La humedad se apoderó de su rostro, que ardía de forma febril. Las manos le
comenzaron a temblar de tal forma, que Mirta hubiese pensado que bromeaba si no
fuese por el rostro ensangrentado que acaparaba toda su atención. Cuando se
ponía de pie para auxiliar a su hombre, el suelo bajo sus pies se abrió,
imposibilitando su reunión.
De la grieta que se
había formado surgió un intenso calor. Mirta se acercó a la orilla, tanteando
si era posible tomar impulso y saltar hacia el otro lado, pero ya era demasiado
tarde. Demasiado. Por un instante le pareció ver un rostro formándose en la
espesura del magma. No le fue posible mirar por mucho tiempo. Lenguas de fuego
escalaban y le daban latigazos al rostro.
Todo esto era
observado por Braulio, aunque estaba igual de imposibilitado que su mujer.
Líneas telúricas se dibujaban en su mente, como hilos de una red que apresaban
su voluntad. Se estaba transformando en un juguete ¿pero de quién? Como un
pájaro tras los barrotes de su jaula, vio como Mirta buscaba la forma de rodear
el espacio que los separaba, hasta que esta se detuvo y su mandíbula se
desencajó. La de ambos.
Braulio giró en la
incomoda espiral de una dualidad, percibiendo más que viendo, tanto la
perspectiva interior como exterior de la carcasa que alguna vez fue su cuerpo.
El aire, la luz, las ondas de calor, todo, se dibujaban como piezas de un
rompecabezas fractal que no dejaban de multiplicarse y crecer. Mirta no era
Mirta, era una antena que emitía señales de radio, cuyos círculos concéntricos
parecían trazados con un trozo de cabón. Del cráter, como un animal hambriento
que esperaba la caída de cualquier rama que le permitiese escalar fuera del
foso que lo había tenido cautivo, algo se arrastró a la superficie y
canalizó su energía por los huesos de Braulio. El flujo encontró su punto de
preferencia en el cráneo que se vio incapaz de soportar tal masa,
resquebrajándose para finalmente explotar, esparciendo su contenido en un
torbellino. Braulio lo vio todo, pero no le causó asombro. Era parte de la
cadena de hechos y cuestionarlos significaba intentar entenderlos. Y él no
deseaba comprensión, solo anhelaba la contemplación.
Disfrutaba del
viaje que su sangre hacía hasta la lava que terminaría evaporándola, cuando el
estridente choque de ondas sonoras que surgía desde la antena emisora que era
Mirta lo sacudió. Una burbuja de angustia nació en esa zona de su espíritu que
alguna vez había habitado su pecho, pero no por el desgarrador alarido de su
otrora mujer, si no por la columna de electricidad que crecía en el cielo y se
dirigía a ella, como si de un pararrayos se tratara. La fuerza de aquella
descarga provenía de un ente tan poderoso y arcano como el surgido desde aquel
volcán dormido.
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