jueves, 19 de diciembre de 2013

"Me reventaste la cabeza"* por Fraterno Dracon Saccis

"Me reventaste la cabeza" por All Gore
*Relato inspirado en la ilustración de All Gore, parte del desafío "Imago Hallucigenia".


Mientras esperaban el crepúsculo, bebían de una botella de ron que habían comprado en el mercado de Tren-Tal. El licor era más malo de lo que su etiqueta prometía, aunque el calor que les brindaba era suficiente para tener que soportar el gustillo a grapa que les dejaba en el paladar.
Braulio, cada vez que le pasaba la botella a Mirta, aprovechaba de deslizar la yema de los dedos por la mano de ella. Solo recibía como respuesta un gesto osco y el sonido de la garganta tragando con mayor ahínco. Braulio siempre había pensado que eso de que no hay forma de entender a las mujeres era uno de tantos clichés asociados a la generalización de géneros. Eso, hasta que conoció  a Mirta.
Amaba su personalidad tempestuosa, su actuar aunque predecible, no menos vertiginoso. Era una hermosa fuerza de la naturaleza. Había aprendido a vivir con ello, asumiendo que no era tolerable, si no que una parte fundamental de la complejidad que lo hacía amarla. Pero aveces, solo aveces, cuando el huracán se iba en su contra, cuando ella parecía olvidarse de que él era su único aliado, entonces, él tenía que explotar.
Dos fuerzas de la naturaleza actuando al unísono. Luego del cataclismo, cuando los estragos causados aparecían por entre el polvo en suspensión, Braulio se preguntaba ¿Vale la pena todo esto, nada más que para saber cuál de los dos es más fuerte?.
Sentados en la cima del cerro Tren-Tal, bebiendo uno de los rones más asquerosos que un humano haya probado, admirando la escena del sol escondiéndose tras los cerros de la cordillera de la costa, lanzando sus vetas de luz agónica sobre el lago que llevaba el mismo nombre que el pueblo y el volcán dormido en el que estaban; Braulio le hizo esa misma pregunta a Mirta.
Él pudo ver como la infinidad de opciones de respuesta pasaban por su cabeza, reflejándose en sus grandes ojos café. Notó ese movimiento imperceptible de los nervios aprestándose a poner en movimiento al resto del cuerpo para abrazarlo y terminar con el conflicto. Supo que la boca estaba dando forma a palabras muy distintas a las que finalmente salieron, palabras de cariño, palabras surgidas del corazón. Palabras que murieron antes de nacer.

“Vine a puro andar escuchando güeones.”
Braulio no supo si fue el insulto gratuito, o si fue la manera impersonal en que lo expresó, como si se dirigiera a cualquier fulano anónimo que la estuviese incordiando, o si fue la inutilidad de haber dado su brazo a torcer, pero dentro del pecho un torrente de lava se abrió paso por su garganta escapando como un grito de furia, de impotencia. Por supuesto que ella, a pesar de haberse sobresaltado con el exabrupto de Braulio, no perdió oportunidad de responder con alguna burla que él ignoró. Ya conocía todos sus trucos y no iba a dejar que interrumpieran su estado de ebullición. Era imperioso que liberase toda la ira que había contenido en pos de la paz marital. Habló sin parar, sin hacer oído de los peros de Mirta, de sus intromisiones irónicas, incluso soltó varios insultos, a pesar que siempre había estado en contra de garabatearse porque significaba trizar el respeto mutuo, cayendo en una escalada de violencia verbal. Era sembrar odio. Claro que todas esas restricciones auto impuestas se fueron al carajo y también cayó en los insultos gratuitos, en las exageraciones y falsedades, en todas las trampas que se utilizan para salir victorioso de una guerra innecesaria.
Cuando las últimas frases furibundas llegaban a oídos de Mirta,  Braulio sintió como si un vena en su frente se hinchara hasta reventar. La humedad se apoderó de su rostro, que ardía de forma febril. Las manos le comenzaron a temblar de tal forma, que Mirta hubiese pensado que bromeaba si no fuese por el rostro ensangrentado que acaparaba toda su atención. Cuando se ponía de pie para auxiliar a su hombre, el suelo bajo sus pies se abrió, imposibilitando su reunión.
De la grieta que se había formado surgió un intenso calor. Mirta se acercó a la orilla, tanteando si era posible tomar impulso y saltar hacia el otro lado, pero ya era demasiado tarde. Demasiado. Por un instante le pareció ver un rostro formándose en la espesura del magma. No le fue posible mirar por mucho tiempo. Lenguas de fuego escalaban y le daban latigazos al rostro.
Todo esto era observado por Braulio, aunque estaba igual de imposibilitado que su mujer. Líneas telúricas se dibujaban en su mente, como hilos de una red que apresaban su voluntad. Se estaba transformando en un juguete ¿pero de quién? Como un pájaro tras los barrotes de su jaula, vio como Mirta buscaba la forma de rodear el espacio que los separaba, hasta que esta se detuvo y su mandíbula se desencajó. La de ambos.
Braulio giró en la incomoda espiral de una dualidad, percibiendo más que viendo, tanto la perspectiva interior como exterior de la carcasa que alguna vez fue su cuerpo. El aire, la luz, las ondas de calor, todo, se dibujaban como piezas de un rompecabezas fractal que no dejaban de multiplicarse y crecer. Mirta no era Mirta, era una antena que emitía señales de radio, cuyos círculos concéntricos parecían trazados con un trozo de cabón. Del cráter, como un animal hambriento que esperaba la caída de cualquier rama que le permitiese escalar fuera del foso que lo había tenido cautivo, algo se arrastró a la superficie y canalizó su energía por los huesos de Braulio. El flujo encontró su punto de preferencia en el cráneo que se vio incapaz de soportar tal masa, resquebrajándose para finalmente explotar, esparciendo su contenido en un torbellino. Braulio lo vio todo, pero no le causó asombro. Era parte de la cadena de hechos y cuestionarlos significaba intentar entenderlos. Y él no deseaba comprensión, solo anhelaba la contemplación.

Disfrutaba del viaje que su sangre hacía hasta la lava que terminaría evaporándola, cuando el estridente choque de ondas sonoras que surgía desde la antena emisora que era Mirta lo sacudió. Una burbuja de angustia nació en esa zona de su espíritu que alguna vez había habitado su pecho, pero no por el desgarrador alarido de su otrora mujer, si no por la columna de electricidad que crecía en el cielo y se dirigía a ella, como si de un pararrayos se tratara. La fuerza de aquella descarga provenía de un ente tan poderoso y arcano como el surgido desde aquel volcán dormido. 

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