martes, 13 de mayo de 2014

"Necrotesta Pedófaga" por Fraterno Dracon Saccis













Ilustración por All Gore







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Ya habían perdido la cuenta de cuantas botellas de ron se habían bebido. El único indicio de que llevaban muchas horas sentados en el roquerío, era el sol escondiéndose en el mar.
Germán se vio atacado por un retortijón fulminante que lo llevó a aventurarse en un riesgoso pero necesario descenso hasta perderse de vista de su grupo. No podía permitir que Lucía lo viese cagando, ni mucho menos limpiarse con diario. Cuando el sudor le perlaba la frente y bañaba el lugar donde unas pelusas presagiaban un bigote, su esfinter estaba a punto de claudicar. Encontró el lugar preciso donde no podría ser visto desde arriba y tenía el espacio suficiente para asirse y evacuar relajadamente dentro de sus posibilidades. Entre los tiritones que el esfuerzo por contener lo sacudían y la lucha por soltar el cinturón, el viento trajo un sonido escalofriante, una gélida expresión del horror.
            Los gritos sofocados de una niña.
          Siguió el sonido lo mejor que pudo hasta que, al asomarse a la orilla se encontró con que unos metros más abajo, muy cerca de donde rompían las olas, un hombre con los pantalones en los tobillos, yacía sobre una pequeña, embistiéndola. Le gritó que la dejara, que se detuviera; mientras buscaba la forma de bajar a auxiliarla, pero el hombre lejos de parar se volvió con una mirada torva y una sonrisa desencajada. Germán vio que tenía un cuchillo presionado contra la garganta de la niña, al separarlo dejó una línea sangrante. Alzó el brazo y clavo repetidamente la hoja en el abdomen de la pequeña, sin dejar de sacudirla con sus caderas. Germán, al ver que no alcanzaba a llegar tomó una roca y la lanzó, consciente de que podría golpear a la niña. Al menos la liberaría del horror. Al soltar el proyectil se desequilibró y cayó incluso antes que este, golpeándose y rebotando contra las piedras.
            Un delgado hilo de conciencia le permitió ver cómo dos cuerpos se unían a él en la danza agónica de agua salada, sombras y sangre.


***


            Miss Claudia se sentía dichosa. Este debería ser el último paseo de curso al que tendría que asistir en su vida. Había elegido la playa La Herradura por la tranquilidad de sus aguas y la baja profundidad. Exigiendo que todos los alumnos fuesen con su apoderado o al menos un familiar que se hiciese responsable había sido otra medida para mantener su tranquilidad.
Se soltó la toalla con lentitud para que todos al rededor se fijaran en su nueva figura. Especialmente los hombres. Cuando recibió la noticia de que sería la reemplazante del desaparecido Director Mendez, tuvo que morderse la lengua para no estallar de alegría. Lo primero que hizo fue pedir una hora a una clínica para hacerse una lipo-escultura, que pagaría en cómodas cuotas financiadas con su incrementado sueldo de directora. Esta era la hora de lucir su inversión. Las olas acariciaban sus artificialmente modeladas nalgas y el rostro surcado por una sonrisa de oreja a oreja.


            “Vieja ridícula” murmuró Esteban mientras veía como Miss Claudia se sacaba la toalla y miraba sobre el hombro para ver su reacción. Estaba harto de verla en cada reunión de apoderados y para colmo ahora debía verla pretendiéndose una mujer diez entrando al mar.
            Concentró su atención en los niños que jugaban en la orilla, entre los que se encontraba su hijo, Jorge; con demasiado frío para meterse al agua, entretenidos lanzándose bolas de arena. En cambio otros ya figuraban sumergiéndose en el mar, salpicando a sus compañeras o buceando para jalarle por sorpresa los pies a algún incauto... o incauta, por como Miss Claudia comenzó a chapotear. Esteban no le tomó importancia. Debía ser otra de sus tretas para llamar la atención.


***



            El relámpago doloroso irrumpió en el calor de su sangre. La hoja penetraba la tierna carne al compás de su propia carne penetrando la pequeña vulva, y de pronto todo era agua y luces, luces atravesando el agua y sangre, sangre tiñéndolo todo. Era una hermosa forma de morir.
            Pero la muerte era una perra esquiva, una puta burlesca que decidió jugarle una broma, situándolo en el cruce del mundo de la luz y la ciudad de las tinieblas. No estaba en ambos lugares, no pertenecía a ninguno.
            Mientras, el mar seguía con su trabajo, azotando su cadáver contra rocas y barcos hundidos, erosionado piel, hinchando órganos, desmenuzándolo como si fuese un pollo recociéndose en una olla. Del cuerpo, no quedaba más que la cabeza y por supuesto, el hambre...


***



            Su primera reacción fue indignarse con el chiquillo que creyó le estaba jugando una broma. Luego, cuando divisó la pequeña silueta supuso que era una medusa. Hasta que entendió que las medusas no muerden. Entonces gritó, expulsó todo el aire que tenían sus pulmones y se vio imposibilitada de poder volver a llenarlos. Un silbido le invadió los oídos, dejando apenas entrar las voces que preguntaban “¿Qué le pasa Miss Claudia?”. Cuando se resignó a la imposibilidad de hablar, trató sin éxito de caminar a la orilla. Estaba petrificada cuando la forma sumergida se situó en su entrepierna y lamió sus muslos. Cuando sus miradas se encontraron, un hilo de voz expresó su incredulidad...
“¿Director Mendez?”


            Cuando notó que no era un juego, Esteban corrió a auxiliar a Miss Claudia.  La mujer tiritaba cuando llegó a ella y murmuraba el nombre del director. Una crisis de pánico, pensó. Nunca se hubiese imaginado que le afectaría tanto que su jefe desapareciera por meses sin dejar señales. Prefería no saber  detalle alguno que pudiese explicar esa reacción. La tomó en brazos, apenas logrando que las extremidades de la mujer se doblasen lo suficiente. El pequeño Jorge iba tras él, casi tan pálido como las profesora, preocupado por ella. Esteban llegó a la playa y depositó a Miss Claudia en la arena. Cuando fue a tranquilizar a su hijo, se encontró con que no estaba a su lado. Se había quedado rezagado en el agua que lo cubría hasta la cintura.
            Salió disparado al ver que un círculo de sangre rodeaba al niño.



            El hambre era como una brújula. Lo comandaba desde siempre, en cada detalle de su vida, la elección de su profesión, de su esposa, del vehículo que debía conducir. De todo. Incluso ahora, que era menos que un jurel, menos que un cangrejo incluso, el hambre parecía saber qué corrientes lo llevarían a su destino. Así llegó a aguas más tranquilas, donde una docena de piernas le hicieron retorcer las tripas que ya no tenía. No se molestó en seleccionar, solo se acercó al par más cercano y saboreó la piel. Creyó que el gusto desagradable se debía al agua salada, hasta que vio a quien pertenecían las piernas. “Miss Claudia... puaj”, escupió para alejarse de tan despreciable presa.  Cuando al fin alcanzó un trofeo digno del hambre, no dudó en irse directo a masticar las joyas que escondían su traje de baño.

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