martes, 24 de junio de 2014

"Los Gatos de la Señora Dark" (Primera Parte) por H. E. Pérez













Ilustracion por Visceral








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Entonces me precipité hacia el terrible brocal y dirigí una mirada al fondo; el brillo de la bóveda inflamada iluminó sus más recónditas cavidades; pero durante un momento de extravío mi espíritu no pudo explicarse la significación de lo que veía.

(Edgar Allan Poe, El pozo y el péndulo)




Littlecarob es una aldea muy conocida por las oscuras historias que los aldeanos, y la gente que ha conocido el pueblo, cuentan del sector.

Apenas cae la noche del 23 de junio, la famosa Noche de San Juan, los habitantes más jóvenes se reúnen en la plazuela del pueblo, alrededor de la pileta, para contar aquellas misteriosas historias que, de generación en generación, se han narrado desde décadas perdidas. Cuentos aún vigentes de personas ya idas que, gracias a estos relatos, todavía siguen vivas, seduciendo o llenando de temor a quienes oyen estas leyendas.

Tal era la popularidad de estos oscuros relatos que traspasaban no sólo los límites del tiempo, sino que también las distancias territoriales.

¿Cómo me enteré de lo que os estoy contando?... de la siguiente forma: mi maestro, el señor E…, profesor Licenciado en Literatura y Gramática Contemporánea de la Universidad Saint Thomas, nos ofreció a mí y a mis compañeros una cátedra en la que el tema central era la importancia que reviste para la cultura moderna las leyendas populares que se transmiten de voz en voz. Habló de distintos pueblos y civilizaciones y de la trascendencia cognitiva de sus propios mitos. De tal modo terminó su conferencia cuando nos pidió que investigáramos sobre estos asuntos. Así me interesé por estudiar las historias de la lejana, y para mí desconocida, Littlecarob.

Entonces organicé mis enseres y me preparé para dirigirme al lugar en el que se desarrollaría mi trabajo investigativo.
*


Llegué a la aldea a las quince treinta horas del miércoles 20 de junio de 1928. El bus me dejó justo frente a la famosa plazuela. Era pequeña pero rodeada de mucha vegetación. Una mariposa volaba en ese instante sobre un grupo de arbustos chatos, y ahí, en el centro, la pileta se alzaba como una marmórea corona, y la imaginé repleta de jóvenes aldeanos intercambiando historias, sin embargo, rápidamente tuve que salir de mis absortos pensamientos pues debía buscar un hostal en donde alojar.

Caminando por los antiguos senderos de tierra encontré una enorme casa con murallas de adobe, en cuyo techo un letrero a mal traer señalaba Posada Saint Louis. Me acerqué y golpeé. Un hombre gordo, de cara redonda y colorada, bajo de estatura y de cabello cano salió a atenderme. Era el señor Joseph Kard, sesentón dueño de la hacienda, quien tras una breve conversación me aceptó en su domicilio.

—Lo que os pediré —díjome, afable— es que no lleguéis tan tarde a casa, pues aquí nos acostamos temprano.

—Pierda cuidado —respondí, sonriendo. Trataré de no retrasarme.

De ser así agregó, trate de hacerlo sin ruido. No es grato ser despertado a mitad de un sueño.

¡No os preocupéis, seré más silencioso que un gato! ¡Permiso, me retiro a mi pieza!

¡Vaya usted! díjome con amabilidad.
Me dirigí entonces a mi habitación: era una confortable pieza oblonga de cuatro por tres metros, con baño privado. Mirando desde la puerta hacia el interior podía verse a la izquierda una cama de cobertor rojo con tres almohadas blancas. A la derecha había un enorme ropero de madera negra, junto a él un pequeño escritorio, una silla, y un poco más al fondo la puerta del lavabo. A pesar de la hora la recámara estaba oscura, pues no había ventanas. Entré, encendí la luz, ordené mis cosas y me recosté en la cama. En aquel momento sólo quería descansar del agotador viaje, por lo que me dormí profundamente.

*

Desperté sobresaltado. Miré el techo y vi que un enorme candelabro pendía en el centro. La pieza era un abismo en penumbras, aunque una frágil hebra de luz se colaba por el postigo mal cerrado de mi puerta. Instantes después sentí unos suaves pasos y una enorme sombra eliminó de cuajo la grácil luminosidad. Knock, knock, sonó el portal y de inmediato una voz senil llamó: “está servida la cena, y es costumbre que todos los residentes nos reunamos en el comedor.” Era el señor Joseph indicando que ya era hora de cenar.
- ¡Voy enseguida! – respondí aún somnoliento. Me puse en pie, busqué mi abrigo y me dirigí al refectorio.

Allí estaban esperándome, aunque algunos ya cenaban con entusiasmo: Oficialmente sea usted muy bienvenido dijo el señor Joseph, con una amplia sonrisa en su rosado rostro. ¡Señores, este es el señor Ernest Fisher! presentóme al grupo.

Ante el anuncio enrojecí como el arrebol, pues soy muy vergonzoso en público: ¡Buenas noches a todos! fue lo único que pronuncié en mi turbación.

¡Muy buenas noches, Ernest! dijo un hombre cuarentón que estaba sentado a la siniestra del señor Joseph. Vestía terno negro y corbata gris. Apenas se veían sus labios ocultos tras una abundante barba blanca. Yo soy Gerald agregó.

Bueno dijo el dueño de casa, ya conocisteis a mi hijo, mi primogénito, ahora conocerás al resto de los residentes.

No seas tan tímido, somos buena gente dijo una mujer mayor, de unos sesenta años, de cabello cano, que estaba sentada a la diestra del anfitrión.

Eso no lo pongo en duda, señora…

Martha.

Señora Martha, mi timidez no es señal de demofobia dije con sensatez, aunque sí quizá sea el hecho de no conocerlos bien que estoy algo ensimismado.

¡Buen punto, Ernest! dijo el señor Joseph. Ahora conocisteis a mi esposa…bueno, mi segunda consorte en realidad. Es la reina del hogar…

… y yo soy la princesa dijo una sonriente joven que estaba junto a Martha. Rió con dulzura y agregó mi nombre es Stephie.

¡Mucho gusto en conocerte! dije, y enrojecí de nuevo. Su rostro blanco como la leche fresca, sus labios rojos como frutillas y su cabello de ígneo color me habían maravillado al primer contacto.

Aunque su nombre es Stephanie dijo un hombre junto a ella. Yo soy Arthur, y ella es mi hija agregó con hosquedad. Sólo asentí con un movimiento de cabeza, pues no supe qué decir. Sin embargo, seguí charlando con el grupo y de tal modo conocí a los otros siete residentes de la pensión.

Tras haber finalizado la cena todos nos dirigimos a nuestros respectivos aposentos. Era tarde, y para mí el día siguiente sería muy ajetreado.

*

Jueves 21 de junio de 1928. “Posada Saint Louis”, Littlecarob. Primer día de investigación.

Estaba tiritando cuando desperté, aún soñoliento. Eran las diez de la mañana, tenía muchas cosas que hacer, sin embargo, las fuerzas para levantarme no eran parte de mí: ¡tuve un pésimo dormir! Una intensa lluvia durante la madrugada fue la culpable.

A pesar de todo lo que debía realizar me acurruqué y me volví a dormir. Mi cama estaba cálida, contrastando absolutamente con el frío de mi habitación. Dormí muy plácido por dos horas más, aunque otra vez desperté en forma abrupta, pues unos gatos maullaban sobre mi techo, y sus voces eran como llantos de niños. Con mucho abatimiento me puse en pie y me preparé para el inicio de mi trabajo investigativo.

Me fui directo al comedor, pues quería departir con el señor Joseph. Mi intención era interiorizarme de algunas leyendas de la zona para trabajar en la que más llamara mi interés.

Salí de mi cuarto y caminé por el pasillo. A mi siniestra podía observar que el patio era una enorme piscina de barro provocado por la lluvia.

Hice ingreso al comedor y encontré al señor Joseph sentado en su silla conversando animadamente con Stephie. Más al fondo, en la cocina, la señora Martha preparaba el almuerzo.

¡Buenos días! dije apenas entré.

¡Buenas tardes, será! dijo el señor Joseph, sonriendo.

¡Sí, perdón!, es que decidí quedarme un rato más en cama hasta que pasaran la lluvia y el frío expliqué.

¡Buenas tardes! Supongo que no has comido nada – dijo la señora Martha, gentil.

Tiene razón, no lo he hecho respondí, mientras mi estómago lo daba a conocer con un incómodo sonido.

Entonces siéntate junto a nosotros dijo el señor Joseph. ¡Martha, sírvele a Ernest una taza de té! Tenemos pan y galletas. ¡Yo traeré el bocado!

Me senté frente a Stephie mientras esperaba. La miré y me sonrió: Hoy no fui al colegio díjome con su voz de niña.

¿Por qué no? pregunté, más interesado en escuchar nuevamente su dulce voz que en la importancia de la respuesta.

Cada vez que llueve se suspenden las clases. ¡Ni los profesores van!

En eso llegó el señor Joseph: ¡Ya, muchacho, aquí tienes! dejó en la mesa una charola con galletas y pan frescos.

Y aquí está el té dijo la señora Martha.

¡Gracias! exclamé.

Mientras disfrutaba de este tardío desayuno comencé a charlar con el dueño de casa sobre lo que era de mi interés: -¿Podría contarme alguna historia del sector? le propuse.

¡Uf! ¡Hay muchas! exclamó. A ver… hay una que me gusta…

Lo escucho…

Siendo un mozalbete mi abuelo me contó que una vez llegó al pueblo un extraño personaje… tímido… solitario. El extranjero traía consigo un par de maletas de gran tamaño mientras hablaba el señor Joseph hacía gestos y ademanes, variando su tono de voz… era un excelente orador. Quienes lo vieron llegar continuó dijeron que vestía de negro y que su enorme sombrero le cubría el rostro por completo. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro llamó tanto la atención, pues el hombre, a pesar de su altura y su corpulencia, caminaba encorvado debido al peculiar peso de las valijas… ¡casi arrastrándolas!

“Se dice que muchos lugareños se ofrecieron a ayudarlo, pero que ante la negativa del extraño a aceptar la oferta prefirieron dejarlo solo con sus afanes. ¡A duras penas llegó a su domicilio!

“Comentario popular fue el absoluto hermetismo del foráneo. Salía de su casa sólo con intención de comprar. Jamás nadie lo visitó ni menos conversó con algún aldeano.

“Una noche, la señora Müller ¡que en paz descanse su alma!, quien vivía en la casa contigua del extraño habitante, despertó sobresaltada: los ruidos de su vecino la hicieron levantarse. Miró por la ventana de su pieza en el segundo piso y vio que el hombre cavaba en su propio patio un enorme agujero y que, luego, arrojó en su interior dos enormes maletas, las que cubrió rápidamente con tierra.

“Al otro día, y en los siguientes, nadie vio al extraño personaje. ¡Abandonó su casa para no volver jamás!

¿Y qué pasó con la casa? pregunté muy interesado.

Se dice que la derrumbaron dijo Stephie, que también conocía la historia.

Y así fue dijo el señor Joseph. La casa fue derrumbada a los tres días de la partida del extraño.

Sin embargo agregó la señora Martha, tiempo después se construyó un nuevo hogar, el que fue habitado por una nueva familia que llegó a la aldea, aunque el dueño de la casa murió a los pocos meses de residir en ella.

¿De qué murió? interrogué.

Se volvió loco dijo el señor Joseph… perdió la cordura de forma fulminante.

¿Y las maletas? pregunté otra vez ¿Dónde están? ¿Qué contenían?

¡Nunca se supo! dijo Stephie. Aunque mis amigos dicen que tenían oro… monedas de oro.

La señora Müller dijo el señor Joseph, cabizbajo siempre quiso que se revisara el patio de su vecino, sin embargo, nadie la tomó en cuenta. A los pocos días murió, y con ella toda esperanza de inspeccionar el terreno.

¡Menuda historia! exclamé, muy sorprendido por el narración.

Al rato después la señora Martha contó una nueva historia, incluso Stephie agregó una. Se notaba que los aldeanos de Littlecarob eran asiduos tanto a narrar como a escuchar una y otra vez los relatos que tan bien habían sido archivados en la memoria colectiva de los residentes por decenios.

Regresé a mi habitación y tomé apuntes de lo que había escuchado, poniendo especial énfasis en la influencia de los relatos en las costumbres y relaciones sociales de los aldeanos. Quizá algunas sean meras invenciones del intelecto de los residentes mientras otras tengan mucho de cierto, aunque tan adornadas de detalles fantásticos que se tornan inverosímiles. En esto estaba cuando sentí suaves golpes en mi puerta.

¡Adelante! dije. La puerta se abrió con lentitud, crujiendo y rechinando.

¡Hola! Quería saber qué hacías y me atreví a venir… pero si quieres me voy era Stephie. Su voz nerviosa indicaba que había pensado mucho antes de golpear; aunque sus últimas palabras las dijo, sin duda, al verme enrojecer.

No hay problema balbuceé, puedes pasar… ¡siéntate!

Se sentó en el borde de mi cama. Yo estaba en el escritorio. - ¿Qué haces? interrogó.
Estoy tomando apuntes sobre las historias que vosotros contáronme recién en el comedor respondí.

¡Ah! Hay muchas historias que contar.

¿Tú sabes muchas? pregunté, curioso.

Sí, un montón dijo sonriendo, dejando ver sus grandes incisivos blancos símiles a los de un conejo… tengo quince años pero sé muchas cosas.

Entonces me serás de gran ayuda – le dije.

Eso pretendo.

Esa tarde fue muy entretenida junto a Stephie; sin embargo, durante la cena no la vi. Su padre dijo que se había ido a la cama temprano, pues a la mañana siguiente, de no llover, regresaría al colegio. Me frustré ya que me hubiera gustado seguir charlando con ella. Al final volví a mi cuarto, ordené mis apuntes, me acosté y me dormí al instante.


*

Viernes 22 de junio de 1928. “Posada Saint Louis”, Littlecarob. Segundo día de investigación.

Desperté temblando. Un sudor frío empapaba todo mi cuerpo. Mi cabeza era como la caldera de Belcebú. No era capaz de mantener los ojos abiertos por el dolor causado a raíz de la fiebre que me consumía.

No sabía la hora, pero sentí unos suaves golpecitos en mi puerta. No fui capaz de contestar el llamado, sin embargo, el portal rechinó, se abrió lentamente y una pequeña cabeza colorina se asomó: ¡Permiso! ¿Puedo pasar? – dijo.

Sí, pasa dije con voz trémula, más de muerto que de vivo.

¿Qué os ocurre? inquirió mientras se acercaba a mi lecho - ¿Por qué no os habéis levantado?

¿Qué hora es? pregunté, desorientado.

Las dos de la tarde. Te estamos esperando en el comedor, el almuerzo está servido.

Estoy ardiendo en fiebre, me duele mucho la cabeza; otra vez dormí pésimo alegué. No creo que pueda levantarme.

¡No os preocupéis, yo os atenderé! díjome al mismo tiempo que me regalaba una sonrisa. Le diré al señor Joseph que os envíe medicina… ¡vuelvo enseguida!

Stephie salió de mi pieza y en pocos instantes ya estaba de vuelta con una charola en sus manos en la que traía el medicamento y el almuerzo.

¡Gracias, eres muy amable! le dije.

Una vez que almorcé y tomé el remedio me sentí mejor, aún temblaba pero la fiebre no era intensa, sólo me sentía un tanto aletargado.

Llevas dos noches sin dormir bien dijo Stephie. ¿Qué os ocurre? preguntó, preocupada.

En realidad no lo sé… quizá no me he acostumbrado al clima del pueblo expliqué aunque sin certeza de mis palabras. Llueve mucho y con fuerza, siento como si el techo se viniera abajo con tanta agua que lo azota. Además todo cruje y rechina continué con mi reclamo, casi enfadado, siento que la pieza se contrae y estrecha con cada gota que cae, ¡y son esos ruidos los que me mantiene en vigilia! justo en ese instante, mientras me explayaba, recordé algo que me preocupó en plétora y que, incluso, me provocó temor.

¿Entonces es la lluvia la que te causa…

¡No! interrumpí, y fue una sentencia. ¡No… hay algo más! al parecer mis palabras sonaron demasiado graves, pues Stephie me miró asustada. ¿Recuerdas que ayer te dije que había oído el llanto de unos gatos sobre el techo?

Sí, lo recuerdo.
¡Anoche también los escuché!, mezclados con el martilleo de la lluvia sobre la techumbre. Sólo contarlo me causa aprensión porque es como escuchar el llanto de bebés o de niños… es… es algo… enloquecedor. Imagina cómo me siento cuando despierto en la madrugada porque llueve y la madera cruje… y de repente oyes llorar a esos malditos gatos en el techo en ese instante Stephie tomó mi mano y me di cuenta que yo mismo lloraba tras relatar mis noches de insomnio… ¡pero eso no es todo!  continué, pues ya en estado febril puedo ver dentro de la pieza, tras el estallido de un relámpago, la figura de un niño parado junto a la puerta a los pies de mi cama… mirándome con ojos de brazas… ¡desnudo y extendiendo sus brazos hacia mí!

Descansa un poco susurró Stephie mientras yo me acurrucaba en mi lecho. Duerme, volveré más tarde y te contaré algo que te será útil para tu investigación. Ahora duérmete.

Dormí tranquilo por cinco horas y desperté sereno, sin atisbos de la fiebre que me atacó. Stephie estaba sentada junto a mí tomando mi mano. - ¡Despertaste, dormilón! Son las ocho de la noche; casi te pierdes la cena.

¡Qué buena noticia! dije, sonriendo. ¡Me muero de hambre!

¿Quieres que te la traiga a la pieza? díjome con dulzura.

¡No, gracias! Tengo fuerzas suficientes para levantarme dije. Cenaré con vosotros en el comedor.

Nos dirigimos entonces a la sala de comidas. Stephie iba delante de mí, guiándome como si yo no recordara el lugar. Llegamos y nos detuvimos en el umbral.

¡Qué bueno que os hayáis recuperado! díjome el señor Joseph, con una sonrisa.

¡Sentaos! dijo la señora Martha. Os serviré de inmediato.

¡Gracias! dije mientras ocupaba mi lugar.

Cenamos muy animados e hicimos una agradable sobremesa. Luego, uno a uno, los residentes se retiraron a sus aposentos. El señor Arthur hizo un esfuerzo enorme por llevarse a Stephie a la habitación, pero ésta decidió quedarse aduciendo que tenía algo muy importante que conversar conmigo. Así entonces, sólo quedamos nosotros y el señor Joseph en el comedor.

¡Tú tienes razón! díjome Stephie de súbito y sin preámbulo… ¡sí, tú tienes razón! – dijo, nerviosa -: ¡los gatos son niños!

¿Qué dices? pregunté, perplejo.

¿De qué hablas, Stephie? interrogó el señor Joseph, desconcertado.

¡Usted también lo sabe! díjole Stephie. Parecía a punto de llorar -. Los gatos que lloran en los techos son niños… ¡niños convertidos en gatos!

¡Baja la voz, por favor! dijo el dueño de casa casi en un susurro.

¿Niños convertidos en gatos? interrogué, sin entender el comentario de Stephie.

No hagáis caso díjome el señor Joseph. Son bobadas de niños dijo sonriendo.

¡Lo que digo es verdad y usted lo sabe! increpó la niña.

¡Es sólo una historia más de las tantas que se cuentan en el pueblo! dijo el señor Joseph. Es un mito… un cuento más de los aldeanos.

Pero los mitos tienen algo de realidad interrumpí, y quizá lo que está contando Stephie tenga algún fundamento.

¡Pero es irrisorio! díjome el hombre. Analízalo: “niños-gatos”… es… es antinatural; además de esa historia no se sabe mucho, está casi olvidada, pocos hablan de ella, y los que lo hacen conocen sólo pequeños detalles… nadie conoce la leyenda completa.

¿Y usted la conoce? lo interrogué directamente. Lo noté nervioso en su último comentario y tenía el presentimiento de que podría entregarme datos importantes para mi trabajo.

¡No! sentenció. Sólo sé lo mismo que saben los otros.

¿Y qué sabe entonces? presioné.

¡Bah, sandeces, pura fantasía! dijo con desdén: de una casa sobre la colina, de la mujer cruel a la que llaman señora Dark de magia, libros… unos gatos… ¡lo mismo que saben todos! Pero esa es una historia prohibida, se ha perdido en el tiempo, se ha desvirtuado, ya nadie habla de ella. Debes dejar esa obsesión de investigar, no obtendrás ningún beneficio concluyó.

No es una obsesión aduje, sólo investigo para mi trabajo de universidad; y no busco ningún otro beneficio que no sea una buena nota, pues si puedo dilucidar este mito podré obtener antecedentes fundamentales para vosotros mismos… para vuestra propia historia y cultura.

En ese instante decidí no molestar más al dueño del hostal, me levanté y me fui a mi cuarto. Stephie se despidió dulcemente con un beso en la mejilla, mientras yo tomaba la determinación de investigar sobre los “niños-gatos” en la misma casa de aquella colina.

CONTINUARÁ...

2 comentarios:

  1. Entretenido relato con una marcada influencia de los cuentos clásicos de terror y la estética Burtoniana. Lo único que me hizo mucho ruido fueron los diálogos, que me suenan forzados, tratando de replicar, supongo, la forma de expresarse de la época, aunque tiendo a pensar que, más bien, imitan la voz del traductor de las obras leídas, probablemente español. Ignoro si el autor es Chileno, pero entre medio se le escapan modismos más actuales. Con una adecuada edición mejoraría bastante.

    Saludos

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  2. https://www.facebook.com/heperezescritor?ref=hl

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