viernes, 27 de diciembre de 2013

"Enmascarados"* Por Aldo Astete Cuadra

Realidad Oxidada y Diluida - All Gore
*Relato inspirado en la ilustración de All Gore, parte del desafío "Imago Hallucigenia".


La madre habla al oído de la niña y ésta, a su vez, le dice al hombre "¡Papá, quítate la sangre!" "¿Cuál sangre?" Responde éste "¡La que corre desde tu oído papá!" El hombre se pasa la mano mecánicamente por la oreja izquierda.  "¡Del otro lado papá!" Y éste se pasa la mano por su oreja derecha, mira sus dedos ensangrentados y continúa manejando tranquilamente por la costanera sin observar el mar en su vehículo de vidrios polarizados. La mujer pareciera que sí lo hace, pareciera que presta atención al centenar de pequeñas embarcaciones fondeadas en la bahía, pero en realidad va sumida en pensamientos difíciles de digerir y que por sus lentes oscuros son imposibles de descifrar.
Al llegar a la casa, en las afueras del pueblo, el gran portón eléctrico se abre lentamente y detrás aparecen dos grandes pastores alemanes que en sus buenos tiempos debieron ser magníficos. Estos ladran un poco, no es muy claro si lo hacen de manera hosca o amistosa, entonces el vehículo ingresa por el camino interior hasta la casa. Dos vehículos aparcados en la entrada no los sorprenden. "¡Son los tíos!" Exclama la niña algo animada, aunque sabe que no hay mucho de qué ilusionarse, la misma rutina.
En la casa los esperaban cinco personas, todos adultos. Sus figuras se recortaban en un fondo blanco producido por el yeso de la pared y una leve luminosidad led, la casa siempre a oscuras, las ventanas tapiadas para evitar que ingresara la luz ultravioleta. A la niña la enviaron a su cuarto, ella obedeció despidiéndose con una sutil gesticulación. Estaba acostumbrada a que aquello sucediera, sin embargo, esta vez no obedeció del todo, pues se quedó en el rellano de la escalera.
—Gracias por recibirnos una vez más. —Habló uno de los invitados.
—No, qué agradecen, son ustedes bienvenidos y nosotros nos complacemos con su visita. —Repuso el dueño de casa.
—Es que no puede ser de otra manera, estamos conformes y felices con los resultados del tratamiento y queremos continuar con esto, así que continuaremos agradeciendo la oportunidad.
—En fin, no es ningún problema para nosotros compartir nuestra suerte, pero ya que insisten, les respondemos que es un honor para nosotros hacerlos partícipes de lo increíble que es vivir así, vencer a la muerte, ser más vitales que aquellos que se creen vitales y cada día están más cerca de la sepultura.
—Bueno, nosotros, evitamos cuanto podemos a esos «vivos», —prosiguió una mujer delgada y pálida— no queremos ser juzgados o descubiertos, sabemos que les sobreviviremos de continuar con el plan, pero también les tememos, son unos monstruos. Siempre juzgando al distinto, al que se adapta mejor, hemos oído por ahí que nos tachan de zombies, pero ¿quiénes están más muertos que vivos, quiénes no pueden decidir sobre su propia vida y se resignan a esperar una muerte física y cerebral?
—Sí, esta sociedad ya no soporta más, es por eso que el tratamiento, según lo vemos nosotros, es la única solución para lo que se vendrá. —Agregó la madre.
En eso ingresó una sirvienta, llevaba una bandeja con pequeños bocadillos y unas bebidas lechosas tanto para las visitas como para los dueños de casa. La mujer caminaba tiesa, sin emociones, pero todo lo hacía de forma adecuada, algo pausada, pero sin equivocaciones, sin apuros. Total, la muerte podía esperar. Vivir apurados era una filosofía que no se practicaba en casa de los patrones, eso estaba fuera de toda lógica.
Luego de la necesaria interrupción de los refrigerios continuaron la conversación.
—Para ustedes debe ser más complicado, tienen una niña y a ella no le pueden aplicar el tratamiento, debe crecer aún un poco más, ¿cierto? —disparó un hombre maduro con ojeras violáceas y de ceño fruncido.
—No, no podemos, se ha transformado en un «Problema». Pronto tendrá que asistir a la escuela, y nosotros nos veremos expuestos, aún tenemos que resolver qué es lo que haremos cuando nos enfrentemos a esa situación, mientras tanto, ella no molesta en lo más mínimo, parece no comprender la noble causa que nos mueve.
Todo esto lo oía la niña, pero nada le sorprendía, a sus cinco años ya se había acostumbrado a las conversaciones de sus padres y los «tíos» que desde distintas y lejanas zonas los visitaban. Sabía de sus excentricidades y gusto por la vida.
—Ahora podemos ir por el tratamiento. —habló una mujer pequeña que no había movido un músculo hasta el momento
—Me parece. Creo que ya es hora. A todos nos sentará bien un baño revitalizante. —Musitó finalmente el padre.
La niña sabía que para estos baños revitalizantes sus padres y «tíos» salían de las habitaciones normales y se internaban por una puerta hacia otros sitio que ella desconocía. Esta vez los seguiría, había en ella una curiosidad incontrolable, pero que disimulaba bastante bien. Por fin sabría qué y dónde lo hacían. Lo cierto es que siempre los veía regresar rejuvenecidos, con un ánimo exultante.
Se quitó los zapatos y los siguió hasta la puerta de cierre automático que era bastante lenta, por lo que pudo interponerse e ingresar. Frente a ella había una larga y bien iluminada escalera metálica. No debía perderlos de vista, pero tampoco podía dejarse ver. Esperó a que los pasos se oyeran algo más lejanos y bajó en puntillas. Los adultos se detuvieron en un pasillo corto en donde procedieron a desvestirse sin ninguna vergüenza, dejaron sus prendas en unos colgadores e ingresaron por una puerta que tal como la anterior, cerraba muy despacio. Alcanzó a escabullirse. Esta habitación tenía una luz tenue en el centro, el resto permanecía en penumbra.C caminó hacia donde creyó estaba más oscuro y esperó. Su padre presionó una especie de interruptor que colgaba a la altura de su cabeza, un control con el que hizo descender unas máscaras desde el cielo de la habitación, todos se las pusieron y el papá presionó nuevamente el interruptor. Inmediatamente se oyeron unos sonidos de cierres herméticos y se elevaron desde el suelo unas paredes de cristal, luego un fluido emergió desde el piso y se concentró al interior de lo que parecía una pecera. A medida que el nivel del líquido subía, los cuerpos comenzaron a flotar y se hicieron más anchos, deformes a través del vidrio. La niña comenzó a sentirse débil, su cabeza parecía flotar un metro sobre sus hombros, se puso lentamente de pie, miró hacia la pecera buscando auxilio, la voz no le salía, sentía ahogo. Los cuerpos de los siete adultos flotaban y las máscaras se tornaban horrendas, monstruosas. Sintió las miradas de cada uno de ellos antes de desvanecerse.

Sus padres, sin proponérselo, habían resuelto su «problema» sin que la responsabilidad recayera en ellos directamente. Por fin podrían entregarse por completo al formol y al oxigeno enriquecido, podrían sobrevivir a todo el mundo, ser inmortales y de paso ayudar a quienes pensaban como ellos. Lamentablemente su pequeña hija había decidido seguir el camino breve. Estaba condenada de antemano a ser mortal.  

0 comentarios:

Publicar un comentario