Realidad Oxidada y Diluida - All Gore |
La madre habla
al oído de la niña y ésta, a su vez, le dice al hombre "¡Papá, quítate la
sangre!" "¿Cuál sangre?" Responde éste "¡La que corre desde tu oído papá!" El hombre
se pasa la mano mecánicamente por la oreja izquierda. "¡Del otro lado papá!" Y éste se pasa la mano
por su oreja derecha, mira sus dedos ensangrentados y continúa manejando
tranquilamente por la costanera sin observar el mar en su vehículo de vidrios
polarizados. La mujer pareciera que sí lo hace, pareciera que presta atención
al centenar de pequeñas embarcaciones fondeadas en la bahía, pero en realidad
va sumida en pensamientos difíciles de digerir y que por sus lentes oscuros son
imposibles de descifrar.
Al llegar a la
casa, en las afueras del pueblo, el gran portón eléctrico se abre lentamente y
detrás aparecen dos grandes pastores alemanes que en sus buenos tiempos
debieron ser magníficos. Estos ladran un poco, no es muy claro si lo hacen de
manera hosca o amistosa, entonces el vehículo ingresa por el camino interior
hasta la casa. Dos vehículos aparcados en la entrada no los sorprenden. "¡Son
los tíos!" Exclama la niña algo animada, aunque sabe que no hay mucho de qué
ilusionarse, la misma rutina.
En la casa los
esperaban cinco personas, todos adultos. Sus figuras se recortaban en un fondo
blanco producido por el yeso de la pared y una leve luminosidad led, la casa
siempre a oscuras, las ventanas tapiadas para evitar que ingresara la luz
ultravioleta. A la niña la enviaron a su cuarto, ella obedeció despidiéndose
con una sutil gesticulación. Estaba acostumbrada a que aquello sucediera, sin
embargo, esta vez no obedeció del todo, pues se quedó en el rellano de la
escalera.
—Gracias por
recibirnos una vez más. —Habló uno de los invitados.
—No, qué
agradecen, son ustedes bienvenidos y nosotros nos complacemos con su visita.
—Repuso el dueño de casa.
—Es que no
puede ser de otra manera, estamos conformes y felices con los resultados del
tratamiento y queremos continuar con esto, así que continuaremos agradeciendo
la oportunidad.
—En fin, no es
ningún problema para nosotros compartir nuestra suerte, pero ya que insisten,
les respondemos que es un honor para nosotros hacerlos partícipes de lo increíble que es vivir
así, vencer a la muerte, ser más vitales que aquellos que se creen vitales y
cada día están más cerca de la sepultura.
—Bueno, nosotros,
evitamos cuanto podemos a esos «vivos», —prosiguió una mujer delgada y pálida—
no queremos ser juzgados o descubiertos, sabemos que les sobreviviremos de continuar
con el plan, pero también les tememos, son unos monstruos. Siempre juzgando al
distinto, al que se adapta mejor, hemos oído por ahí que nos tachan de zombies,
pero ¿quiénes están más muertos que vivos, quiénes no pueden decidir sobre su
propia vida y se resignan a esperar una muerte física y cerebral?
—Sí, esta
sociedad ya no soporta más, es por eso que el tratamiento, según lo vemos
nosotros, es la única solución para lo que se vendrá. —Agregó la madre.
En eso ingresó
una sirvienta, llevaba una bandeja con pequeños bocadillos y unas bebidas
lechosas tanto para las visitas como para los dueños de casa. La mujer caminaba
tiesa, sin emociones, pero todo lo hacía de forma adecuada, algo pausada, pero
sin equivocaciones, sin apuros. Total, la muerte podía esperar. Vivir apurados
era una filosofía que no se practicaba en casa de los patrones, eso estaba
fuera de toda lógica.
Luego de la
necesaria interrupción de los refrigerios continuaron la conversación.
—Para ustedes
debe ser más complicado, tienen una niña y a ella no le pueden aplicar el
tratamiento, debe crecer aún un poco más, ¿cierto? —disparó un hombre maduro
con ojeras violáceas y de ceño fruncido.
—No, no
podemos, se ha transformado en un «Problema». Pronto tendrá que asistir a la
escuela, y nosotros nos veremos expuestos, aún tenemos que resolver qué es lo
que haremos cuando nos enfrentemos a esa situación, mientras tanto, ella no
molesta en lo más mínimo, parece no comprender la noble causa que nos mueve.
Todo esto lo
oía la niña, pero nada le sorprendía, a sus cinco años ya se había acostumbrado
a las conversaciones de sus padres y los «tíos» que desde distintas y lejanas
zonas los visitaban. Sabía de sus excentricidades y gusto por la vida.
—Ahora podemos
ir por el tratamiento. —habló una mujer pequeña que no había movido un músculo
hasta el momento
—Me parece. Creo que ya es hora. A todos nos sentará bien un baño revitalizante. —Musitó
finalmente el padre.
La niña sabía
que para estos baños revitalizantes sus padres y «tíos» salían de las
habitaciones normales y se internaban por una puerta hacia otros sitio que ella
desconocía. Esta vez los seguiría, había en ella una curiosidad incontrolable,
pero que disimulaba bastante bien. Por fin
sabría qué y dónde lo hacían. Lo cierto es que siempre los veía regresar
rejuvenecidos, con un ánimo exultante.
Se quitó los
zapatos y los siguió hasta la puerta de cierre automático que era bastante
lenta, por lo que pudo interponerse e ingresar. Frente a ella había una larga y bien iluminada escalera
metálica. No debía perderlos de vista, pero tampoco podía
dejarse ver. Esperó a que los pasos se oyeran algo más lejanos y bajó en
puntillas. Los adultos se detuvieron en un pasillo corto en donde procedieron a
desvestirse sin ninguna vergüenza, dejaron sus prendas en unos colgadores e
ingresaron por una puerta que tal como la anterior, cerraba muy despacio. Alcanzó a escabullirse. Esta habitación tenía una luz tenue en el centro, el
resto permanecía en penumbra.C caminó hacia donde creyó estaba más oscuro y
esperó. Su padre presionó una especie de interruptor que colgaba a la altura de
su cabeza, un control con el que hizo descender unas máscaras desde el cielo de
la habitación, todos se las pusieron y el papá presionó nuevamente el
interruptor. Inmediatamente se oyeron unos sonidos de cierres herméticos y se
elevaron desde el suelo unas paredes de cristal, luego un fluido emergió desde
el piso y se concentró al interior de lo que parecía una pecera. A medida que
el nivel del líquido subía, los cuerpos comenzaron a flotar y se hicieron más
anchos, deformes a través del vidrio. La niña comenzó a sentirse débil, su
cabeza parecía flotar un metro sobre sus hombros, se puso lentamente de pie,
miró hacia la pecera buscando auxilio, la voz no le salía, sentía ahogo. Los
cuerpos de los siete adultos flotaban y las máscaras se tornaban horrendas,
monstruosas. Sintió las miradas de cada uno de ellos antes de desvanecerse.
Sus padres,
sin proponérselo, habían resuelto su «problema» sin que la responsabilidad
recayera en ellos directamente. Por fin podrían entregarse por completo al
formol y al oxigeno enriquecido, podrían sobrevivir a todo el mundo, ser
inmortales y de paso ayudar a quienes pensaban como ellos. Lamentablemente su
pequeña hija había decidido seguir el camino breve. Estaba condenada de antemano
a ser mortal.
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