Ilustración por All Gore.
Un puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus
brazos no respondieron. Un hormigueo le recorría las manos. Las muñecas eran
una costra que envolvía el alambre que las inmovilizaba. El nuevo golpe dio de
lleno en la mandíbula, penetrando a través de la barrera de adormecimiento que
la fractura había fabricado, alargando las líneas que surcaban el hueso.
—Abre los ojos puta —resonó entre unos dientes
apretados que hedían a vino y cigarro.
Cuando le jaló del pelo, fue como si las raíces sangraran, cual árboles de carne. El cuero cabelludo era una gran costra. Los ojos eran una gran costra. Toda ella era una gran costra.
—Enchufa esa güeá —dijeron los dientes apretados a alguien que respondió a lo lejos, a kilómetros fuera de la luz que atravesaba sus párpados sellados. El tufo de la voz mandante sobrepasaba el ambiente rancio de sudor, orina y feca.
La entrepierna se transformó en una tormenta eléctrica, un tornado de dolor que pronto se ramificó por el cuerpo.
***
Un puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus
brazos no respondieron. Las muñecas estaban aprisionadas por unas manos
inmensas y ásperas como lija. El nuevo golpe dio de lleno en la mandíbula, que
crujió salpicándole la cabeza de estrellas puntiagudas, cada una incrustada al
cráneo como garrapatas a un perro moribundo.
—Abre los ojos puta —resonó entre unos dientes
apretados que hedían a vino y cigarro.
La jaló del cabello arrastrándola fuera de la
habitación hasta el comedor, donde el resto de la familia la recibió de
rodillas, con las manos en la nuca y la cara ensangrentada. Era el padre el más
magullado, cuyo labio superior estaba rasgado y recogido, dejando a la vista el
espacio donde hasta hace unos minutos había dientes. La culata de una escopeta, embetunada de
rojo, amenazaba continuar desfigurándolo si no obedecía órdenes.
—¡Se les acabó la fiesta comunistas de mierda!
En la calle, las luces de vehículos ocultaban figuras que gritaban insultos y promesas que nadie les pidió que juraran.
La nuca de pronto se transformó en un nudo de dolor que le tiñó la visión de negro.
***
Un puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus
brazos no respondieron. Las muñecas estaban unidas por alambres a un catre
manchado con óxido y sangre.
El nuevo golpe dio de lleno en la mandíbula, que crujió salpicándole la cabeza de estrellas puntiagudas, cada una incrustada al cráneo como garrapatas a un perro moribundo.
Ya había perdido la cuenta de cuántos hombres habían metido su cosa dentro de ella. Ni siquiera estaba segura de si era carne, madera o metal lo que estaba entrando y saliendo cuando recobró la consciencia. Ese tufo a vino y cigarro permanecía dando vueltas, haciendo preguntas que no entendía, ni mucho menos podía responder. Cada silencio prosiguiendo a uno de sus requerimientos significaba una patada, un puñetazo, un cigarrillo apagándose en su piel.
—Si esta maraca no habla vamos a tener que traerle la parrilla.
Otra frase que no entendía. Nada tenía sentido. La luz daba vueltas deformando las siluetas que se abalanzaban golpeando, pellizcando, manoseando. La brasa de un cigarro flotaba como una luciérnaga, orbitándola hasta que un dolor intenso en un pezón la obligó a gritar. Entonces la brasa se lanzó en picada a su lengua.
Las sombras dejaron de dar vueltas para transformarse en un tornado de negrura que la aturdió.
***
Un puñetazo la despertó.
El puñetazo la despertó.
El puñetazo la despertó.
Al intentar protegerse del siguiente impacto, sus brazos temblorosos se alzaron sobre la cabeza. Las muñecas le dolían cada vez que hacía mucho frío, al igual que la mandíbula. El eco de una voz que escapaba entre dientes apretados y fétidos, quedaba flotando en el aire como humo de cigarrillo.
Había períodos en los que pasaba varias noches sin tener pesadillas. Había noches en las que su marido tenía que sacudirla para despertarla y acabar con los gritos. Había días en los que deseaba desaparecer, ser uno de esos esqueletos que yacían bajo tierra o sumergidos en el mar. Había días en los que deseaba haber desaparecido como su padre y fundirse con el olvido, ser una con la muerte.
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