lunes, 29 de diciembre de 2014

"La Obra de un Genio" por Paulo Lehmann













Ilustración por All Gore.








“La voz sepulcral de Los Genios”
- Les Djinns, poema de Víctor Hugo.




A lo mejor nunca debimos presentarnos, Eduardo hace ya algunos días que no se veía bien.

Éramos los últimos, nos consideraban como el plato fuerte del encuentro coral. Luego de dos horas fue nuestro turno. Bach, Vivaldi, Mozart, Beethoven, Gounod, Wagner y otros desfilaron en nuestro repertorio, aceptado y aplaudido por el público. Pero sabíamos que ellos esperaban otra cosa, y lo teníamos reservado para el final. 

En un principio cuando Eduardo nos dijo que en la presentación incluiríamos aquella obra, nos negamos, pero nuestro fuerte siempre han sido los desafíos, así es que terminamos aceptando.

Hacía años que nadie interpretaba la musicalización de este poema del gran Víctor Hugo, quizás por las diversas y curiosas historias tejidas en torno a ella y a quienes la cantaban, cuentos que para mí eran más motivo de risa que de temor.

Ensayamos varias horas cada día, buscando la perfección. Aun cuando nuestro director mostró una visible y repentina fatiga que notamos en sus ojos cansados, con grandes ojeras, seguramente producto del insomnio o algún otro trastorno del sueño. Le propusimos posponer la presentación, pero Eduardo era uno de esos músicos de idea fija.

No sé si fue por la novedad o por la excesiva difusión que le dimos al evento, pero el teatro estaba repleto, incluso con gente sentada en los pasillos. 

"Me complace presentarles una maravilla, una obra de arte que ha permanecido guardada por muchísimos años y que ahora tendrán la ocasión de oír, una experiencia que no podrán olvidar fácilmente por el resto de sus vidas dijo" un extasiado Eduardo.

Así revivimos a “Les Djinns” de Gabriel Fauré. Al comenzar con los primeros acordes, se produjo un silencio total…



Murs, ville et port,/
asile de mort,/
mer grise où brise/ 
la brise, tout dort…


La atención de tres mil personas boquiabiertas se me antojaba irreal. 


D'un nain qui saute /
c'est le galop,/
Il fuit, s'élance/
Puis, en cadence…


Los presentes lloraban, sobrecogidos por la armonía y majestuosidad de la interpretación.

LA VOIX SÉPULCRALE DES DJINNS…

El estruendo de aquella frase retumbó hasta la última fila del gran recinto. Nuestras voces parecían redoblar su potencia y el piano sonaba como una orquesta. Los niños y algunos adultos saltaron de sus asientos, asustados, pero a la vez asombrados.

***



Saarbrücken, 02 de agosto de 1870


 Fue mi primer combate en la guerra Franco Prusiana. Avanzamos con dificultad, nuestras tropas son fuertes; hoy estaba predestinada nuestra victoria. Por poco no llego a ser parte de ella, el maldito soldado alemán estuvo a un centímetro de traspasarme el pecho con su bayoneta. Si el Maestro no hubiera estado ahí para matar al malnacido…"Gabriel Fauré, mucho gusto", me dijo serio mientras le agradecía repetidas veces su divina intervención. Nunca imaginé que un genio como él, a quién yo tanto admiraba, se involucrara voluntariamente en un infierno como éste, y menos que salvara mi vida. 


Wissenbourg, 04 de agosto de 1870 

  Nos vimos en serios aprietos durante la batalla, creí que esta vez no saldríamos vivos. Estoy seguro que vi cómo la bala dio directamente en la cabeza, vi la sangre salpicar y el cuerpo de Gabriel caer hacia atrás. Lo perdí de vista tras la duna, lo di por muerto. Con furia y tristeza me fui contra el enemigo, perdí la cordura, degollé a unos y despedacé a otros, pensando en la pérdida de quien me había salvado la vida, quien dejó de ser el Maestro para convertirse en amigo. Grande fue mi sorpresa cuando nuevamente apareció de improviso a mi lado y, luego de un guiño cómplice, me acompañó como si nunca hubiera recibido un plomo de lleno en la sien. 



París, 10 de noviembre de 1871

  Luego de nuestra rendición no nos hemos vuelto a ver. Incluso llegué a pensar que me había imaginado lo de aquel balazo. Hace unos días supe que había recibido una Croix de Guerre, que vivió un tiempo en Suiza y ha vuelto a dedicarse de lleno a su maravillosa música. Supe también que hace un mes se encuentra aquí en París.


París, 12 de noviembre de 1871

  Me costó dar con su paradero, la información me la facilitó un miembro del coro de la iglesia de Saint-Sulpice, del cual Gabriel era director. Con gran alegría nos abrazamos. A pesar de su serenidad, llamó mi atención su fatigado semblante. Luego de ponernos al día sobre nuestras vidas, la conversación dio un drástico giro al recordarle el episodio de la bala.

Su cara cambió súbitamente a insanidad, y con ojos que parecían salir de sus cuencas y cabeza gacha en actitud de secreto, me susurró una historia acerca de un “genio” de horrenda apariencia, que se apareció ante él mientras agonizaba. No recuerdo sus palabras exactas, pero alzando su voz hasta el grito dijo algo así:

"¡Él prometió salvarme, pero nunca debí aceptarlo! Escúchame, no debes hacer tratos con Les Djinns, los Genios, los Duendes, ¡¡¡Demonios!!! Ellos y sus horribles rostros imposibles de describir, están ocultos en el submundo junto a Ibis, su Señor…No es buena idea confiar en ellos, menos hacer un pacto, ¡¡¡menos componerles una obra musical!!! Sí, a cambio de vida me pidió música en su honor. Mi buen amigo Víctor Hugo aportó un poema para esta misión creo que también les debía un favor jajajajajaja ¡¡Pero ahora soy un prisionero!!! ¿Quieres escuchar la obra de mis martirios?"

Dicho esto Gabriel se sentó en el piano y comenzó a interpretar su creación, mientras su rostro mutaba a una careta desquiciada de sí mismo. Luego de las primeras notas, inmediatamente caí en una suerte de hipnosis. Nunca había escuchado algo tan oscuramente majestuoso, y confieso que disfrutaba de aquella maravilla. 

"¿Los escuchas? ¡¡¡ya vienen por nosotros, adóralos y pídeles clemencia por tu alma!!!" advirtió.

 Estoy seguro que mi sugestión hizo el resto. Ante mis ojos la sala se convirtió en un abismo de infinita oscuridad, tenuemente iluminado por fugaces y enfermizos resplandores rojos. Gigantescas sombras y ruidos ensordecedores se acercaban. En una reacción que aún me asombra, empujé a Gabriel hasta tirarlo de bruces, cesando así la infernal melodía, e inmediatamente arranqué la partitura de la obra maldita para correr con ella lo más lejos posible. A Fauré nunca más lo visité. En cuanto a la obra del mal… la escondí muy bien en mi casa. Pensé en quemarla pero, ¿cómo podía hacer eso con una composición del Maestro?


***

Finalizado aquel relato, el diario de Abélard Babineaux sólo tenía hojas en blanco. Armand Boutin pensó que podía sacar provecho de estas páginas amarillentas, que hojeaba luego de terminar una de las tantas jornadas en su famosa casa de subastas en París. Aún recordaba a un desesperado muchacho Babineaux llegando hasta él para venderle a cualquier precio una antigua partitura, contando extrañas historias de cómo su bisabuelo, abuelo, padre y otros familiares habían perdido la cordura por culpa de esta pieza musical. 



Después de leer el diario, a Boutin no le cabía duda de la hereditaria locura de esta familia. Pero eso no le importaba, pues la había comprado por un monto irrisorio, y al darse cuenta de que era un original de Fauré, la había subastado a un excelente precio. Recuerda que se la llevó un reconocido director de orquesta y coros, que viajó desde Latinoamérica obsesionado por la obra. En cuanto al diario, fue un “regalo” extra del joven Babineaux por la compra de la partitura. A lo mejor algún otro desquiciado se interesaba por él. 



***



Ainsi qu'il chasse/
une feuille séchée/
le vent la roule/
avec leur tourbillon…

Aún no finalizábamos y la gente, en una extraña y sobreactuada euforia ya aplaudía de pie enérgicamente, como si nada de lo que hubieran escuchado anteriormente importara. La expresión de sus miradas…¡¡¡el sólo recuerdo se torna insoportable!!! Aquellos miles de ojos observando, hinchados de espesa sangre, parecían clavarse con fuerza en mi cerebro.



On doute, la nuit,/
j'écoute Tout fuit/
Tout passe, l'espace/
efface le bruit…


Nunca antes habíamos sonado así. Las últimas notas secas y fúnebres del piano se escucharon como un eco eterno, al mismo tiempo que el público era poseído por un frenesí macabro, fundiéndose en una masa de cuerpos mutilándose entre sí en una orgía de locura y destrucción. ¡Ooohh aquellos alaridos, gorgoteos pestilentes de infernales himnos salían de sus desgarradas gargantas, mientras un festín de su propia carne viscosa les hacía devorar sus últimos vestigios de humanidad!

Niños, ancianos, padres, madres, hermanas…no quedó nada, sólo un caos de grotescas figuras danzando sin control y destrozando, desmembrando, reventando, masticando… 

Vomité hasta el hastío, desorientado, reconocí a algunos de mis compañeros entre los demenciales gritos de tortura y horror, que cada vez se hicieron más lejanos…

A lo mejor nunca debimos presentarnos… a lo mejor Eduardo nunca debió usar aquella antigua partitura.

El teatro es un abismo de infinita oscuridad, tenuemente iluminado por fugaces y enfermizos resplandores rojos. Gigantescas sombras y ruidos ensordecedores… se acercan, el pútrido hedor cada vez más inaguantable, puedo sentir sus alientos quemándome la espalda. Miro por última vez a Eduardo, nuestro director sigue dando torpes y espasmódicos manotazos sin sentido en el aire, pero ha cambiado, ahora hay una repugnante maraña de carne informe en el lugar donde antes había una cabeza…


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